FICHA TÉCNICA DE 'OCHO
Y MEDIO'
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Título original: Otto e mezzo (8 1/2)
+ Dirección: Federico
Fellini
+Guión: Tullio Pinelli, Federico Fellini, Ennio Flaiano,
Brunello Rondi.
+ País: Italia.
+ Año: 1963
+ Duración: 140 min.
+ Interpretación: Marcello Mastroianni,
Claudia Cardinale, Anouk Aimée, Sandra Milo, Rosella Falk, Barbara
Steele, Guido Alberti, Madeleine Lebeau.
+ Producción: Angelo Rizzoli.
+ Diseño de producción:
Piero Gherardi.
+ Fotografía: Gianni di Venanzo.
+ Escenografía:
Vito Anzalone
+ Montaje: Leo Catozzo.
+ Sonido: Alberto Bartolomei, Mario
Faraoni.
+ Música:
Nino Rota.
+ Vestuario: Piero
Gherardi.
+ Exteriores: Roma,
Fiumicino, Ostia, Viterbo, EUR...
+ Productora: coproducción
Italia-Francia Cineriz-Francinex.
+ Distribuidora:
Zima Entertainment.
Sinopsis: Guido Anselmi es un director de cine
que ha perdido la inspiración cuando se encuentra preparando
su siguiente película. Su esposa, su amante, su productor y su
actriz principal lo acosan y presionan de una u otra manera, pero Guido
sólo puede refugiarse en sus recuerdos y ensoñaciones.
Sólo allí podrá encontrar a la musa que se resiste
a brindarle la inspiración.
Comentario: Se dice que hay cineastas que se repiten,
que siempre están haciendo la misma película, pero lo
cierto es que es lógico que los tormentos, las manías
y las obsesiones de una persona – que no olvidemos que lo son-
se vean reflejadas en las historias que cuenta. Tal como la vida, Wilder,
Bergman, Coixet, Wong Kar-Wai o incluso Woody Allen -a pesar de su versatilidad
argumental -, son este tipo de cineastas, por nombrar algunos, a los
que sus fijaciones no les han dado tregua. Les definen, y en el caso
de Federico Fellini de manera ciega.
Porque revisando títulos del italiano, desde sus primeras obras
allá por los 50, cuando su cine tendía más hacia
la reivindicación social de las minorías – condicionado
por la corriente del Neorrealismo, que se despedía por entonces
-, hasta las últimas a mediados de los 90, se respira ese mismo
aroma, tan pulido como podrido, tan refinado como grotesco. Porque Las
noches de Cabiria (1957) o La strada (1954) son lo mismo
que Roma (1972) o Ginger y Fred (1985). Tan idénticas
como distintas en fondo y forma.
Y es que es normal que exista polémica
en torno al cine de este director, que se hable de sobrevaloración,
de egocentrismo o intelectualidad banal. Sobre todo porque, tanto si
se trata finalmente de profundidad argumental o no, las historias de
Fellini, a simple vista, no son ni simples ni fácilmente digeribles,
pero sí muy originales y sobre todo transgresoras a todos los
niveles.
Fellini, ocho y medio es el mejor ejemplo de esto. Una película
que te va descubriendo sigilosamente su sino, que no acabas de disfrutar
de veras hasta un 2º visionado pero que, cuando te sumerges en
ella de pleno, entiendes y degustas. Conquista su diferencia.
Primero porque estéticamente supone una ruptura con todo lo anterior,
ya que asumidas las enseñanzas del Neorrealismo y coexistiendo
con la frescura de la Nouvelle Vague o el nuevo cine alemán en
un tiempo en que Europa se reinventaba cada día, esta cinta marca
la transición estética de lo viejo y lo nuevo, lo clásico
y lo progre, lo académico y lo naif, lo barroco y lo minimalista.
Grandiosa fotografía obra de Gianni di Venanzo. Porque el tempo
de la película es tan chocante en algunas secuencias que la enriquece
y la hace más creíble en su incredibilidad.
Segundo porque argumentalmente hay
pocas películas que desgajen de una manera tan elegante y poliédrica
la encrucijada interior que se bate en el intelecto de un artista cuando
no encuentra nada que decir. Cuando su condición de genio, originada
por su último gran éxito cinematográfico, presiona
a su otra condición, la humana y ésta, a su vez, se ve
usurpada por el entorno y sucumbe a la debilidad y la sinrazón.
Porque aunque se trate de una clara paja mental de Fellini, ilustrada
por su fetiche Marcelo Mastroianni merendándose magistralmente
a su álter ego, no deja de ser una historia sobre la condición
humana, sus miedos, sus fantasmas y sus recuerdos. Todos ellos asediando
al protagonista sin descanso y sin conexión espacio-temporal
aparente para el espectador.
Así, el cineasta Guido Anselmo, sumido en un momento de vacío
creativo, irá recorriendo durante más de 2 horas de metraje
los recovecos irracionales de su personalidad, intentando encontrar
razones de la mano de un hermoso elenco de féminas, bellas y
trágicas, víctimas y heroicas, representando cada una
de ellas un rol y amortajando aún más si cabe las pésimas
posibilidades del imaginario de Guido, que no consigue dar con los elementos
que vertebren la película que quiere contar.
Un guión que nadie conoce pero
se deja intuir, que irá concienciando al cineasta de las limitaciones
que tiene y de la poderosa influencia de las pasiones, irracionales
e ineludibles. Porque será por ese rol de eterno truhán
gracias al cual, en una de esas secuencias oníricas que invaden
la película, podremos asistir a una de las escenas más
profeminista y liberadora de la historia de la mujer en el cine, con
frases como ‘¡tenemos derecho a ser amadas hasta los
70 años!’.
Y tal como ese, encontramos en Fellini ocho y medio, otros manifiestos
de tipo prolaico, contra la tiranía del catolicismo y su lastimero
manual de supervivencia que, en pos de la salvación, martirizó
y victimizó a tantos niños como a Guido. Porque ese es
parte del alegato temático de la película nonata que el
protagonista quiere parir.
De ahí que arrastrar hasta un balneario a todo el equipo de rodaje
sea un intento desesperado por purificar su talento. Pero rodeado de
gente, entre la que se encuentra su ansioso productor, su asesor, el
crítico Daumier, que irá vomitando opiniones dejándonos
algunas de las mejores frases de la película y todo su harén
enloquecido, entre quienes destacan la ardiente Sandra (Sandra Milo),
la esposa Luisa (Anouk Aimée) o la paralizante Claudia (Claudia
Cardinale), es casi necesario que el pobre director acabe reducido a
las cenizas de su propio limbo creativo.
Un estado de alienación del
superyo en el que está atrapado, que le lleva incluso a pedir
consejo al Papa, a lo que éste responde ‘¿Quién
te dijo que venimos al mundo para ser felices?’, haciendo
así un guiño al existencialismo, que rechaza la idea de
que la felicidad sea algo por lo que merezca la pena vivir, y convirtiendo
a Guido en una especie de antihéroe existencialista que, aún
teniendo la facultad natural de elegir su propia vida, no consigue autodeterminarse,
lo cual le incapacita a dotar de sentido a su vida y a su película
y se ve abocado a aceptar la imposición de su destino, que en
términos existencialistas se llamaría 'mala fe' o dicho
de otro modo, la cobarde evasión de nuestra libertad.
Negándose a sí mismo esta libertad, justificándose
en presiones externas, Guido se lanza hacia el abismo, nadando entre
remolinos de sueños y recuerdos, intentando exorcizar por un
lado errores pasados que no puede asumir por sí solo, y por otro,
la nostalgia de la infancia, plasmada en la frase Asa nisi masa,
el particular ‘Rosebud’ de Fellini haciendo honor
a la película Citizen Kane (1941).
Y es que no es de extrañar que Fellini, ocho y medio
sea la película favorita de Woody Allen o David Lynch, puesto
que existen algunas secuencias irrepetibles. Para muestra, la aparición
del diablo, la Saraghina (Eddra Gale), en una escena tan mordaz como
cómica en la que se sienta en la palestra la ridiculez de los
grandes dogmas eclesiásticos, con la Saraghina bailando con los
niños al son de una canción que hará igual de irrepetible
la banda sonora de la película. Obra de Nino Rota, que irá
conjugando cortes clásicos de Rossini, Tchaikovsky con otros
tan solemnes como La cabalgata de las valquirias de Wagner.
Cortes como el de manga que a Fellini
se le escapa por las esquinas del film sobre los intereses creados en
torno al cine y en concreto a un rodaje, sobre la apestosa invasión
de la prensa y su morboso interés por saber en la última
escena, que nos recuerda a su Dolce vita (1960) o sobre la moralidad,
la imposible naturaleza de la fidelidad, el miedo, la falsa objetividad
de la memoria o la confusión humana.
Tal es así, que en un primer
momento la cinta iba a llamarse La bella confusione, pero acabó
siendo Fellini, ocho y medio por ser, simplemente, su 8ª
película y media, ya que la anterior, Bocaccio 70 (1962)
fue un proyecto de 4 directores y, por tanto, la consideró sólo
como media obra.
Esta, sin embargo, fue una de sus
grandes obras, consiguiendo premios como el Óscar a la mejor
película extranjera (también mejor vestuario), el Bodil
de la crítica danesa, el Gran Premio del Festival de cine de
Moscú, entre otros muchos, convirtiendo a la cinta en toda una
referencia del cine italiano, del metacine y del cine que versa sobre
los artistas y sus fobias, sus pathos y demonios, porque una película
como Desmontando a Harry (1997), entre otras, se ve claramente influida
por esta.
Y es que el Fellini que también
fue dibujante publicitario o vendedor de caricaturas en su propia tienda
– ‘The Funny Face Shop’ -, bien tranquilo
puede descansar cuando suelta, narcisista y ególatra, en boca
de su personaje Daumier que ‘destruir es mejor que crear cuando
no podemos crear algo útil’.
PAlgo útil como esta espiral
de metacine sangrante, mordaz, anticipada en un pasaje de la leyenda
de Diómedes y el canto del pájaro, tan refinada como la
burguesía clásica y tan vulgar como John Waters. Una película
tan pretenciosa como valiente, que sigue mostrando el gusto de Fellini
por las estaciones, el circo y la sensualidad femenina, y que nos recuerda
que el cine en Italia tuvo su época dorada y que los grandes
maestros bien podrían ser manuales de superación de la
escasa calidad del actual cine italiano.
Porque Rossellini, de Sica o Fellini son directores a los que el paso
del tiempo les pasa revista y rara vez les deja tirados en la cuneta,
ya que lo que les ocurre más bien es que les encarrila hacia
la eternidad.