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LA FELICIDAD (LE BONHEUR, 1965)
Sara Manzano Cuadrado
15/06/2005


DATOS TÉCNICOS

+ Dirección: Agnés Varda.
Le Bonheur+ Paíse: Francia.
+ Año: 1965.
+ Duración: 82 min.
+ Interpretación: RJean Claude Drouot, Claire Drouot, Marie-France Boyer,
Sandrine Drouot, Olivier Drouot, Paul Vecchiali.
+
Guión
: Agnés Varda.
+ Producción: Mag Bodard.
+ Diseño de Producción: Hubert Monloup.
+ Fotografía: Claude Beausoleil, Jean Rabier.
+ Montaje: Janine Verneau.
+ Vestuario: Claude François.
+ Música: W.A. Mozart.
+
Sonido:
Louis Hochet.
+
Jefe de Producción
: Michel Choquet.



Dando claras demostraciones de su incursión en la corriente artística de la Nouvelle vague, Varda nos propone transgredir nuestra capacidad de amar más allá de los límites establecidos. El cómo es otra historia.

Un traje demasiado simple para un cuerpo deformado. Una estética infantilista para un discurso enormemente maduro. Un realismo irreal. Una razón irracional. Una historia no apta para espectadores achacados de astigmatismo, pues estamos, una vez más, bajo las leyes de una artista que sublima sus discursos cinematográficos al subtexto escondido. Una especialista en obligar al espectador a traspasar la evidencia de la puesta en escena para adentrarse en el detallismo como principio narrativo.

Ésta no es una historia de amor, sino más bien la construcción del yo mismo mediante el desgarro del amor.
En el primer acto se nos presenta a una familia: François (Jean Claude Drouot), Therese (Claire Drouot) y los niños, Pierrot (Olivier Drouot) y Gisou (Sandrine Drouot) son cuatro personas que viven 'secuestradas'por la felicidad. La felicidad en máximo grado. Esa es la definición oficial de lo que todo el mundo ha interiorizado como la felicidad. Un discurso un tanto inverosímil que descuadra a todo el que precie de sentirse subestimado.

Así pues, tiene que haber un modo de azotar a ese estado tan pleno. La directora se sirve de Emilie (Marie - France Boyer), una joven que trabaja en Correos a la que François conoce un día cualquiera.

Me permito el lujo de dar tanta información porque es, a partir de este momento, donde está el verdadero valor del film, donde se nos muestra lo que de importante tiene la película. El comienzo del cielo o el infierno, según se mire. Tras este primer giro, todo debería fallar, ¿verdad?

Guiada por su lento ritmo fílmico y narrativo, Varda nos redescubre inhóspitos matices de enfrentarse al amor o al desamor. De este modo y con una serenidad pasmosa, los personajes pasan a erigir un nuevo imperio en el que el amor y los sentimientos han sido reformulados para que nosotros, los espectadores, reflexionemos acerca del dogmatismo que sigue existiendo en Occidente con respecto al amor, la monogamia y el concepto de unidad familiar. Temas que parecen ser ya un tanto ancestrales en el 65, año en que Vardá presenta en sociedad su transgresor discurso.

Por otro lado y siendo típico del cine de los 60, el film nos ofrece su rico mundo de brochadas minimalistas, la estética cuasi pictórica de una historia que se conforma de fundidos coloristas según va cambiando la situación y el estado de ánimo de los personajes. Yo diría que el color es la simbología empleada para mostrar de modo sugerente la diferencia y el paso de lo que es la esfera pública y privada de la relación de François y Emilie, pues no me creo que Varda utilice estos métodos de post producción como pretextos para darle a la película el color que a la historia le pueda faltar o como método para aflorar emociones en un espectador condicionado por la importancia del color.

Reconozco, por otro lado, en Le bonheur la sana intención de estrechar los lazos entre el cine y la fotografía. Digo esto porque además de encontrar algún que otro flash-forward, también tenemos escenas en las que los primeros planos pasean estrepitadamente ante nuestros ojos sin más propósito que el de dejarnos con la idea de que acabamos de ver una fotosecuencia.

La dama de la Nouvelle vague, la autora del extraordinario documental Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000), nos muestra en éste, su tercer largometraje, su preferencia por las historias en las que los conflictos quedan ubicados en el terreno de lo imponderable, en las que las verdaderas protagonistas son las emociones y 'lo corrupto'de las mismas.

Varda, por su parte, no va a necesitar siquiera unas palabras tranquilizantes, un narrador que nos aliente, sino que la base de sus deducciones se debate, a posteriori, en la mejor arruga de nuestro sofá.