DATOS
TÉCNICOS
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Dirección: Agnés Varda.
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Paíse: Francia.
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Año: 1965.
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Duración: 82 min.
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Interpretación: RJean Claude Drouot, Claire Drouot, Marie-France
Boyer,
Sandrine Drouot, Olivier Drouot, Paul Vecchiali.
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Guión: Agnés Varda.
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Producción: Mag Bodard.
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Diseño de Producción: Hubert Monloup.
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Fotografía: Claude Beausoleil, Jean Rabier.
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Montaje: Janine Verneau.
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Vestuario: Claude François.
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Música: W.A. Mozart.
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Sonido: Louis Hochet.
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Jefe de Producción: Michel Choquet.
Dando claras demostraciones
de su incursión en la corriente artística de la Nouvelle vague,
Varda nos propone transgredir nuestra capacidad de amar más allá
de los límites establecidos. El cómo es otra historia.
Un
traje demasiado simple para un cuerpo deformado. Una estética infantilista
para un discurso enormemente maduro. Un realismo irreal. Una razón irracional.
Una historia no apta para espectadores achacados de astigmatismo, pues estamos,
una vez más, bajo las leyes de una artista que sublima sus discursos cinematográficos
al subtexto escondido. Una especialista en obligar al espectador a traspasar la
evidencia de la puesta en escena para adentrarse en el detallismo como principio
narrativo.
Ésta no es una historia de amor, sino más bien
la construcción del yo mismo mediante el desgarro del amor.
En el primer
acto se nos presenta a una familia: François (Jean Claude Drouot), Therese
(Claire Drouot) y los niños, Pierrot (Olivier Drouot) y Gisou (Sandrine
Drouot) son cuatro personas que viven 'secuestradas'por la felicidad. La felicidad
en máximo grado. Esa es la definición oficial de lo que todo el
mundo ha interiorizado como la felicidad. Un discurso un tanto inverosímil
que descuadra a todo el que precie de sentirse subestimado.
Así
pues, tiene que haber un modo de azotar a ese estado tan pleno. La directora se
sirve de Emilie (Marie - France Boyer), una joven que trabaja en Correos a la
que François conoce un día cualquiera.
Me
permito el lujo de dar tanta información porque es, a partir de este momento,
donde está el verdadero valor del film, donde se nos muestra lo que de
importante tiene la película. El comienzo del cielo o el infierno, según
se mire. Tras este primer giro, todo debería fallar, ¿verdad?
Guiada por su lento ritmo fílmico y narrativo, Varda nos redescubre inhóspitos
matices de enfrentarse al amor o al desamor. De este modo y con una serenidad
pasmosa, los personajes pasan a erigir un nuevo imperio en el que el amor y los
sentimientos han sido reformulados para que nosotros, los espectadores, reflexionemos
acerca del dogmatismo que sigue existiendo en Occidente con respecto al amor,
la monogamia y el concepto de unidad familiar. Temas que parecen ser ya un tanto
ancestrales en el 65, año en que Vardá presenta en sociedad su transgresor
discurso.
Por otro lado y siendo típico del cine de los 60, el film
nos ofrece su rico mundo de brochadas minimalistas, la estética cuasi pictórica
de una historia que se conforma de fundidos coloristas según va cambiando
la situación y el estado de ánimo de los personajes. Yo diría
que el color es la simbología empleada para mostrar de modo sugerente la
diferencia y el paso de lo que es la esfera pública y privada de la relación
de François y Emilie, pues no me creo que Varda utilice estos métodos
de post producción como pretextos para darle a la película el color
que a la historia le pueda faltar o como método para aflorar emociones
en un espectador condicionado por la importancia del color.
Reconozco, por otro lado, en Le bonheur la sana intención
de estrechar los lazos entre el cine y la fotografía. Digo esto
porque además de encontrar algún que otro flash-forward,
también tenemos escenas en las que los primeros planos pasean
estrepitadamente ante nuestros ojos sin más propósito
que el de dejarnos con la idea de que acabamos de ver una fotosecuencia.
La dama de la Nouvelle
vague, la autora del extraordinario documental Los espigadores y la espigadora
(Les glaneurs et la glaneuse, 2000), nos muestra en éste, su tercer
largometraje, su preferencia por las historias en las que los conflictos quedan
ubicados en el terreno de lo imponderable, en las que las verdaderas protagonistas
son las emociones y 'lo corrupto'de las mismas.
Varda, por su parte, no
va a necesitar siquiera unas palabras tranquilizantes, un narrador que nos aliente,
sino que la base de sus deducciones se debate, a posteriori, en la mejor arruga
de nuestro sofá.