Érase
que se era un Seat 127 que transportaba en su interior a dos aguerridos
periodistas en busca de eventos dignos de narrar. Por aquellos tiempos,
la gente sólo hablaba de una cosa: el festival de cine que se
estaba celebrando en un pueblecito costero de Tarragona. Llevaban más
de treinta años haciéndolo, y nuestros dos protagonistas,
como eran muy aventureros, se embarcaron en la siniestra aventura de
cubrir un festival que hasta hacía muy poco se autodefinía
como cine fantástico y de terror. Monstruos japoneses, espíritus
diabólicos, perversos psicóticos, asesinos por placer,
muertos que vuelven al mundo de los vivos y te exigen que te cases con
ellos. No obstante, su primera aventura tendría lugar con
seres mucho más diabólicos que los citados anteriormente:
dos temibles agentes de la guardia civil. Con tricornio y todo. A nuestros
intrépidos periodistas les multaron por exceso de velocidad.
El radar no miente, dijo el guardia civil más diabólico
y hablador. Iba usted a un kilómetro por hora más de lo
permitido. Tiene que acoquinar.
Los dos intrépidos periodistas decidieron hacer uso de la fama
que les reportaba su trabajo para así amedrentar a los agentes.
Somos Raoul Duke y el señor del Toro, estamos en misión
especial. Pero aquellos nombres no produjeron ningún efecto.
Aquellos espeluznantes guardias no conocían homines.com, pero
sí sabían poner multas. Al fin y al cabo a eso se dedicaban.
Duke se avino a preguntar al guardia civil más hablador que si
había ido al instituto. El agente, orgulloso de sí mismo,
respondió que si. ¿Y nunca le aprobaron con un 4,9? –
se atrevió a inquirir Duke. Aquel ser vestido de verde miró
a los periodistas con inquina, para luego decir: No, por eso soy guardia
civil. Despidió a los periodistas con vientos frescos y nunca
más volvieron a saber de la espeluznante pareja. Tan sólo
queda un papel impregnado con la tinta de uno de ellos en el que se
puede leer en signos bien grandes: 150 euros. Lo cual significaba prescindir
de dormir bajo techo y comer caliente durante nueve días. Por
lo menos, al bueno de Duke y al pobre de del Toro, les quedaba el cine.
Ese invento que tanto les gustaba.
Nada
más llegar a Sitges tenían que ocuparse de tres cosas:
Buscar el material de prensa, un lugar para dormir, y ver películas.
Se dirigieron a la llamada de manera guay Press Office, se fueron encontrando
con compañeros del gremio, cada uno con su correspondiente acreditación
al cuello, Pumares, Jaume Figueras, De la Mesa, Gasset, Jordi Costa...
y cantidad de periodistas menos influenciantes (por falta de audiencia,
no por otra cosa). Estaba claro que la mayoría representaban
un periodismo formal. Lo que hacían Duke y del Toro era más
periodismo gonzo.
En la sala de prensa encontraron sus acreditaciones en el mostrador,
no había nadie que les atendiera, así que las pillaron
y se fueron a buscar un techo o si acaso a entrar en la sala de cine
para estar a salvo de la incesante lluvia.
Hard
Candy.
Hay
un antes y un después tras ver ‘Hard Candy’ la primera
película de David Slade, que ya armó un revuelo considerable
en la pasada edición de Sundance y que aquí en Sitges
se ha alzado con dos de los más preciados galardones que otorga
el jurado, el de la mejor película y el de mejor director. Ahí
es nada. Y puede que muchos digan que la película no fuera justa
vencedora, pero si que es una de esas películas que revuelve
las entrañas y deja huella; no porque contenga la mítica
escena de un tipo que es obligado a comerse sus tripas, sino por su
hipnótica fuerza psicológica, capaz de entrar en la conciencia
y zarandearla hasta que lleguen los mareos, por la inteligencia mostrada
en el desarrollo de la dialéctica y las luchas de poder, por
la imposibilidad que tiene el mirón de tomar partido e inclinarse
a un lado u otro de la balanza sin temor a equivocarse. Ese conflicto
moral es el que mantendrá los ojos y oídos bien abiertos,
para contemplar una trama sencilla y al mismo tiempo muy compleja, rodada
con muy poquitos dólares.
Chico conoce chica. No físicamente, sino en un chat. Él
es un fotógrafo de cierto éxito anclado en la treintena.
Ella, como bien reza su nick, tiene sólo catorce años
y en apariencia es una chica tonta, estúpida e inocente pero
que posee el ingenio suficiente como para atraer al fotógrafo.
Quedan en una cafetería y la adolescente insiste para que el
treintañero la lleve a su casa, le ponga algo de música
y quién sabe si hacerle unas fotos. Es en la casa donde se produce
ese giro de 360 que deja al fotógrafo drogado y semiinconsciente
y a la pobre niña de 14 atándole a una silla para, como
se suele decir, torturarlo mejor. No quiero desvelar nada, porque es
de esas películas que te tienen atenazado en la butaca de principio
a fin, deseando que termine pero al mismo tiempo sin tener percepción
real del tiempo que está pasando. Con un montaje vanguardista,
alternando el video digital con la película de cine, el film
cuenta con una dirección de actores impecable. Patrick Wilson
juega con su cara de no haber roto un plato para dar una dimensión
oculta, casi tenebrosa a su personaje; confiamos en él, creemos
lo que nos cuenta, pero no del todo. Ellen Page se crece con su primer
papel en el cine encarnando a una cándida niña adolescente
morbosa y cruel muy alejada de los cánones y que dará
mucho que hablar.
Mind game.
Este
anime de Yuasa Masaaki supone una muestra más de lo que puede
dar de si el imaginario japonés. Dejando atrás todo convencionalismo
Masaaki juega con un concepto de animación diferente; utiliza
fotografías modificadas y adecuadas al dibujo en los rostros
cuando quiere significar más lo sentido por el personaje, de
la misma manera no tiene reparos en volver a gestos de sobra conocidos
en la animación japonesa, lo mezcla todo de una forma aparentemente
caótica, pero con un gran sentido, haciendo que la comprensión
sea total.
El mensaje es de lo más vitalista, nos habla de cómo uno
debe vivir al momento, aprovechar la vida y dejarse inundar por la magia
de esta.
La
historia es bastante surrealista: Un chico, Nishi, cobarde, muy cobarde,
enamorado de siempre de su amiga del instituto, igual que ella de él,
pero sin el suficiente valor para intentar nada. Un día en el
bar del padre de su amiga, llegan unos mafiosos, la intentan violar
y Nishi no hace nada, al verlo llorando en el suelo, acurrucado muriéndose
de miedo, uno de los mafiosos le pega un tiro en el culo, atravesándole
y matándole. Nishi llega al limbo donde ve a ¿dios?, que
cambia de forma a cada segundo, le dice que vaya al pasillo de la luz
roja en donde se acaba todo, Nishi va, pero se acuerda de que enfrente
había un pasillo de luz azul, llegando a la lógica de
que por ahí se va a la vida. Se da la vuelta y corre como nunca,
dios le persigue intentando detenerlo, pero al final le deja ir. Nishi
vuelve a la vida en el momento antes de que le disparen. Se da cuenta
de lo que ha pasado y con un súbito movimiento le quita el arma
al mafioso.... A partir de aquí se desarrollan una serie de persecuciones
hasta que Nishi junto con la chica y la hermana de esta acaban viviendo
en el interior de una ballena.
The great Yokai War.
Por
su apariencia, el tenebroso mundo de los monstruos Yokai puede asustar
en un primer momento. No todos estamos hechos de pasta dura y cuando
se nos pone un monstruito de esos por delante nuestra primera reacción
es la de poner en pies en polvorosa, por si acaso. El miedo a lo desconocido
me parece que lo llaman y no andan desencaminados. ‘The great
Yokai War’ narra las aventuras de un niño que se ve inmerso
en una epopeya asombrosa de dimensiones fantásticas localizada
por espacio de una noche en el universo de los monstruos Yokai. Pero
que nadie se piense que todos los Yokai son crueles y malvados; es cierto
que existen pérfidos gañanes capaces jugarse a su madre
en una partida de póquer, pero también los hay majetes
y campechanos y será esta facción de monstruos afables
los que acompañarán al niño en sus insólitas
andanzas. Es de agradecer la riqueza de caracterización y vestuario
de los extraños seres que pueblan el mundo Yokai, cuyo universo
bebe directamente del imaginario folklórico japonés.
El director Takashi Miike, galardonado en la edición pasada del
festival con el premio del público, hace justicia a su fama de
encandilador. Su propuesta logra transportar al espectador a una atmósfera
caótica de gran potencia visual, en la que los efectos digitales
se conjugan con una historia de carne y hueso provista de frescos diálogos
y una potente carga cómica capaz de entusiasmar al supremo reticente.
Un cuento infantil plagado de fascinantes aventuras hecho para que desde
el más grande al más pequeño disfrute de lo lindo
sin que le pidan nada a cambio. Tan sólo la entrada.
Cortos de Jim Henson – Cristal oscuro – Dentro del laberinto.
Uno
de los homenajes del festival se dirigió a Jim Henson, ya fallecido
pero representado por su hija que no tuvo problemas en ir a Sitges y
mostrar los cortos (experimentales) de su padre. Piezas un tanto bizarras
puesto que le sirvieron, a Jim, para entender mejor cómo expresarse
con imágenes. Resulta curioso ver las canciones del 6 y del 8
de Barrio Sésamo animadas en stop-motion con las canciones escritas
a lo hip-hop pero para niños por el propio Henson. Tras los cortometrajes
se pudo disfrutar de la proyección de sus dos películas
más aclamadas, en pantalla grande y en versión original,
lo cual es de agradecer; Cristal Oscuro y Dentro del laberinto, que,
pasados lo años, siguen sorprendiendo y siendo inmejorables.
Verlo así deja claro que Jim Henson fue un genio, no solo haciendo
estos magníficos films, sino también creando ese imaginario
que ahora muchos poseemos, con barrio sésamo o los grandes Fraguel
Rock que tanto nos enseñaron.
Cual
muñequitos de Jimi Henson pasados por agua, nuestros valientes
periodistas Duke y Del Toro se desplazaban tras la múltiple sesión
de cine que se habían metido entre pecho y espalda por las callejuelas
de Sitges. Comer no habían comido, pero habían disfrutado
como niños mirando una pantalla. Tenían unas rebanadas
de pan bimbo en el coche, de las que darían buena cuenta. Pero
cuando llegaron, el coche no estaba. Lo primero que pensaron, conociendo
los antecedentes de aquel poblado, que se lo habría llevado una
riada. Fue cuando Duke, que era el más avispado de la pareja,
reparó en una pegatina brillante que se hallaba adherida al suelo.
¡Mierda!, se lamentó Duke. ¡Se ha llevado el coche
la grúa! En ese momento cayó un rayo justo donde estaba
aparcado el vehículo. Comenzó a llover de nuevo torrencialmente
y un señor que pasaba por allí les dijo que en Cataluña
no sabía llover, porque las situaciones de aparente calma se
sucedían con las de terribles tempestades a intervalos muy breves
de tiempo. Ese mismo señor, informó a los periodistas
de que su vehículo les había sido sustraído porque
los chivatos de la zona azul se chivaron a la grúa. ¡Pero
si es domingo! – se quejó Duke muy alterado. Sí,
amigo, pero aquí las cosas funcionan de diferente manera. Es
Sitges, pequeño.
CONTINUARÁ...