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Erase una vez... Sitges
Arturo Marcos Merelo y Diego Saucedo Tejado
13/12/2005


Érase que se era un Seat 127 que transportaba en su interior a dos aguerridos periodistas en busca de eventos dignos de narrar. Por aquellos tiempos, la gente sólo hablaba de una cosa: el festival de cine que se estaba celebrando en un pueblecito costero de Tarragona. Llevaban más de treinta años haciéndolo, y nuestros dos protagonistas, como eran muy aventureros, se embarcaron en la siniestra aventura de cubrir un festival que hasta hacía muy poco se autodefinía como cine fantástico y de terror. Monstruos japoneses, espíritus diabólicos, perversos psicóticos, asesinos por placer, muertos que vuelven al mundo de los vivos y te exigen que te cases con ellos. No obstante, su primera aventura tendría lugar con seres mucho más diabólicos que los citados anteriormente: dos temibles agentes de la guardia civil. Con tricornio y todo. A nuestros intrépidos periodistas les multaron por exceso de velocidad. El radar no miente, dijo el guardia civil más diabólico y hablador. Iba usted a un kilómetro por hora más de lo permitido. Tiene que acoquinar.

Los dos intrépidos periodistas decidieron hacer uso de la fama que les reportaba su trabajo para así amedrentar a los agentes. Somos Raoul Duke y el señor del Toro, estamos en misión especial. Pero aquellos nombres no produjeron ningún efecto. Aquellos espeluznantes guardias no conocían homines.com, pero sí sabían poner multas. Al fin y al cabo a eso se dedicaban. Duke se avino a preguntar al guardia civil más hablador que si había ido al instituto. El agente, orgulloso de sí mismo, respondió que si. ¿Y nunca le aprobaron con un 4,9? – se atrevió a inquirir Duke. Aquel ser vestido de verde miró a los periodistas con inquina, para luego decir: No, por eso soy guardia civil. Despidió a los periodistas con vientos frescos y nunca más volvieron a saber de la espeluznante pareja. Tan sólo queda un papel impregnado con la tinta de uno de ellos en el que se puede leer en signos bien grandes: 150 euros. Lo cual significaba prescindir de dormir bajo techo y comer caliente durante nueve días. Por lo menos, al bueno de Duke y al pobre de del Toro, les quedaba el cine. Ese invento que tanto les gustaba.

Nada más llegar a Sitges tenían que ocuparse de tres cosas: Buscar el material de prensa, un lugar para dormir, y ver películas. Se dirigieron a la llamada de manera guay Press Office, se fueron encontrando con compañeros del gremio, cada uno con su correspondiente acreditación al cuello, Pumares, Jaume Figueras, De la Mesa, Gasset, Jordi Costa... y cantidad de periodistas menos influenciantes (por falta de audiencia, no por otra cosa). Estaba claro que la mayoría representaban un periodismo formal. Lo que hacían Duke y del Toro era más periodismo gonzo.
En la sala de prensa encontraron sus acreditaciones en el mostrador, no había nadie que les atendiera, así que las pillaron y se fueron a buscar un techo o si acaso a entrar en la sala de cine para estar a salvo de la incesante lluvia.

Hard Candy.

Hay un antes y un después tras ver ‘Hard Candy’ la primera película de David Slade, que ya armó un revuelo considerable en la pasada edición de Sundance y que aquí en Sitges se ha alzado con dos de los más preciados galardones que otorga el jurado, el de la mejor película y el de mejor director. Ahí es nada. Y puede que muchos digan que la película no fuera justa vencedora, pero si que es una de esas películas que revuelve las entrañas y deja huella; no porque contenga la mítica escena de un tipo que es obligado a comerse sus tripas, sino por su hipnótica fuerza psicológica, capaz de entrar en la conciencia y zarandearla hasta que lleguen los mareos, por la inteligencia mostrada en el desarrollo de la dialéctica y las luchas de poder, por la imposibilidad que tiene el mirón de tomar partido e inclinarse a un lado u otro de la balanza sin temor a equivocarse. Ese conflicto moral es el que mantendrá los ojos y oídos bien abiertos, para contemplar una trama sencilla y al mismo tiempo muy compleja, rodada con muy poquitos dólares.

Chico conoce chica. No físicamente, sino en un chat. Él es un fotógrafo de cierto éxito anclado en la treintena. Ella, como bien reza su nick, tiene sólo catorce años y en apariencia es una chica tonta, estúpida e inocente pero que posee el ingenio suficiente como para atraer al fotógrafo. Quedan en una cafetería y la adolescente insiste para que el treintañero la lleve a su casa, le ponga algo de música y quién sabe si hacerle unas fotos. Es en la casa donde se produce ese giro de 360 que deja al fotógrafo drogado y semiinconsciente y a la pobre niña de 14 atándole a una silla para, como se suele decir, torturarlo mejor. No quiero desvelar nada, porque es de esas películas que te tienen atenazado en la butaca de principio a fin, deseando que termine pero al mismo tiempo sin tener percepción real del tiempo que está pasando. Con un montaje vanguardista, alternando el video digital con la película de cine, el film cuenta con una dirección de actores impecable. Patrick Wilson juega con su cara de no haber roto un plato para dar una dimensión oculta, casi tenebrosa a su personaje; confiamos en él, creemos lo que nos cuenta, pero no del todo. Ellen Page se crece con su primer papel en el cine encarnando a una cándida niña adolescente morbosa y cruel muy alejada de los cánones y que dará mucho que hablar.


Mind game.


Este anime de Yuasa Masaaki supone una muestra más de lo que puede dar de si el imaginario japonés. Dejando atrás todo convencionalismo Masaaki juega con un concepto de animación diferente; utiliza fotografías modificadas y adecuadas al dibujo en los rostros cuando quiere significar más lo sentido por el personaje, de la misma manera no tiene reparos en volver a gestos de sobra conocidos en la animación japonesa, lo mezcla todo de una forma aparentemente caótica, pero con un gran sentido, haciendo que la comprensión sea total.
El mensaje es de lo más vitalista, nos habla de cómo uno debe vivir al momento, aprovechar la vida y dejarse inundar por la magia de esta.

La historia es bastante surrealista: Un chico, Nishi, cobarde, muy cobarde, enamorado de siempre de su amiga del instituto, igual que ella de él, pero sin el suficiente valor para intentar nada. Un día en el bar del padre de su amiga, llegan unos mafiosos, la intentan violar y Nishi no hace nada, al verlo llorando en el suelo, acurrucado muriéndose de miedo, uno de los mafiosos le pega un tiro en el culo, atravesándole y matándole. Nishi llega al limbo donde ve a ¿dios?, que cambia de forma a cada segundo, le dice que vaya al pasillo de la luz roja en donde se acaba todo, Nishi va, pero se acuerda de que enfrente había un pasillo de luz azul, llegando a la lógica de que por ahí se va a la vida. Se da la vuelta y corre como nunca, dios le persigue intentando detenerlo, pero al final le deja ir. Nishi vuelve a la vida en el momento antes de que le disparen. Se da cuenta de lo que ha pasado y con un súbito movimiento le quita el arma al mafioso.... A partir de aquí se desarrollan una serie de persecuciones hasta que Nishi junto con la chica y la hermana de esta acaban viviendo en el interior de una ballena.


The great Yokai War
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Por su apariencia, el tenebroso mundo de los monstruos Yokai puede asustar en un primer momento. No todos estamos hechos de pasta dura y cuando se nos pone un monstruito de esos por delante nuestra primera reacción es la de poner en pies en polvorosa, por si acaso. El miedo a lo desconocido me parece que lo llaman y no andan desencaminados. ‘The great Yokai War’ narra las aventuras de un niño que se ve inmerso en una epopeya asombrosa de dimensiones fantásticas localizada por espacio de una noche en el universo de los monstruos Yokai. Pero que nadie se piense que todos los Yokai son crueles y malvados; es cierto que existen pérfidos gañanes capaces jugarse a su madre en una partida de póquer, pero también los hay majetes y campechanos y será esta facción de monstruos afables los que acompañarán al niño en sus insólitas andanzas. Es de agradecer la riqueza de caracterización y vestuario de los extraños seres que pueblan el mundo Yokai, cuyo universo bebe directamente del imaginario folklórico japonés.

El director Takashi Miike, galardonado en la edición pasada del festival con el premio del público, hace justicia a su fama de encandilador. Su propuesta logra transportar al espectador a una atmósfera caótica de gran potencia visual, en la que los efectos digitales se conjugan con una historia de carne y hueso provista de frescos diálogos y una potente carga cómica capaz de entusiasmar al supremo reticente. Un cuento infantil plagado de fascinantes aventuras hecho para que desde el más grande al más pequeño disfrute de lo lindo sin que le pidan nada a cambio. Tan sólo la entrada.


Cortos de Jim Henson – Cristal oscuro – Dentro del laberinto
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Uno de los homenajes del festival se dirigió a Jim Henson, ya fallecido pero representado por su hija que no tuvo problemas en ir a Sitges y mostrar los cortos (experimentales) de su padre. Piezas un tanto bizarras puesto que le sirvieron, a Jim, para entender mejor cómo expresarse con imágenes. Resulta curioso ver las canciones del 6 y del 8 de Barrio Sésamo animadas en stop-motion con las canciones escritas a lo hip-hop pero para niños por el propio Henson. Tras los cortometrajes se pudo disfrutar de la proyección de sus dos películas más aclamadas, en pantalla grande y en versión original, lo cual es de agradecer; Cristal Oscuro y Dentro del laberinto, que, pasados lo años, siguen sorprendiendo y siendo inmejorables. Verlo así deja claro que Jim Henson fue un genio, no solo haciendo estos magníficos films, sino también creando ese imaginario que ahora muchos poseemos, con barrio sésamo o los grandes Fraguel Rock que tanto nos enseñaron.

Cual muñequitos de Jimi Henson pasados por agua, nuestros valientes periodistas Duke y Del Toro se desplazaban tras la múltiple sesión de cine que se habían metido entre pecho y espalda por las callejuelas de Sitges. Comer no habían comido, pero habían disfrutado como niños mirando una pantalla. Tenían unas rebanadas de pan bimbo en el coche, de las que darían buena cuenta. Pero cuando llegaron, el coche no estaba. Lo primero que pensaron, conociendo los antecedentes de aquel poblado, que se lo habría llevado una riada. Fue cuando Duke, que era el más avispado de la pareja, reparó en una pegatina brillante que se hallaba adherida al suelo. ¡Mierda!, se lamentó Duke. ¡Se ha llevado el coche la grúa! En ese momento cayó un rayo justo donde estaba aparcado el vehículo. Comenzó a llover de nuevo torrencialmente y un señor que pasaba por allí les dijo que en Cataluña no sabía llover, porque las situaciones de aparente calma se sucedían con las de terribles tempestades a intervalos muy breves de tiempo. Ese mismo señor, informó a los periodistas de que su vehículo les había sido sustraído porque los chivatos de la zona azul se chivaron a la grúa. ¡Pero si es domingo! – se quejó Duke muy alterado. Sí, amigo, pero aquí las cosas funcionan de diferente manera. Es Sitges, pequeño.

CONTINUARÁ...