Málaga, 28 de diciembre de 2008
Taxidermias y otras conciencias
en formol
Finaliza el año con altibajos,
atisbando cierta esperanza en lo personal, pero en la calle cada día
huele más a servicio de gasolinera olvidada. Se ha hablado de
crisis, carteras vacías, de las pocas bondades que nos trae la
globalización, de contaminación y sobreexplotación;
se palpa el descontento, la decepción y el hartazgo de esa masa
de pagadores de impuestos que somos todos. Sufrimos el mal hacer de
políticos ineptos, que en años de extrema bonanza económica
han sido incapaces de ahorrar y mucho menos de preveer el descalabro
actual. Nos entregamos a unos gobernantes moralmente pobres que se entretienen
enfrentando a los ciudadanos para obtener un voto, dividiendo en vez
de sumando, creando conflictos y discordia. Sufrimos el desamparo de
una justicia ciega y politizada, que nunca morderá la mano que
le da de de comer. Y como colofón a este espectáculo,
contemplamos entristecidos los miles de millones de euros invertidos
en salvar una banca codiciosa y descerebrada… todo sea para que
la rueda del consumismo no deje de girar.
Es obvio que con este panorama resulta
absurdo disertar sobre arte, por eso no lo vamos a hacer, hablaremos
del británico Damien Hirst. Al pronunciar su nombre, resulta
inevitable pensar en aquella frase de Antonio Machado, que decía
algo semejante a ‘todo necio confunde valor con precio’.
Damien Hirst (n.1965), ha pulverizado todo los registros de recaudación
con cifras que llegan a marear, incluso para los que nos movemos en
este mundo de vanidades en el que nos estamos acostumbrando, con demasiada
ligereza, a hablar de millones y millones de euros/dólares. Unos
números que son sin duda hijos del mercadeo más sórdido
y que no van parejos de ningún modo al valor real de las obras.
Ya veremos dentro de unos años si quien ha invertido una pequeña
fortuna en un tiburón en formol, copia de la copia, no tiene
más que un trozo de carne flotando y medio descompuesto. Una
pieza de un museo de los horrores o de un aprendiz de taxidermista,
que no vale nada, es decir que no cuesta nada, porque valor artístico
nunca tuvo.
Y no debemos olvidar, más ahora
que la economía de medio mundo está hundiéndose
en los infiernos, que las burbujas son así, tarde o temprano
revientan. Lo que es un hecho indiscutible, es que Hirst le ha dado
la vuelta al mercado y a las reglas de juego con la complicidad de la
casa de subastas londinense Sotheby´s. Quienes ha organizado esta
timba para sacarle el dinero a millonarios poco leídos. El tiempo
dirá si es malo o nefasto para la reputación y credibilidad
de ambos este giro de codicia injustificado.
En torno al caso de Hirst se ha hablado,
e incluso discutido acaloradamente, de empresas fantasmas que pujan
para inflar precios, de una manada de piratas que sólo les preocupa
el botín, o poniendo nombres: de un agente septuagenario llamado
Frank Dunphy, de Charles Saatchi y de ese grupito de virtuosos creadores-comerciantes
conocidos como Young British Artists. Pero de lo que no se habla y se
debería hablar, es que no son más que el reflejo de la
podredumbre en la que nos movemos, en todos los niveles. Hirst y sus
‘entorno’ no han hecho nada extraordinario, simplemente
a ellos les ha salido bien lo que la mayoría de la gente pretende,
hacerse rico sin importarles el modo. Dejémoslo aquí.
A estas alturas del discurso, con el
tono a tragedia que ha adquirido, decir felices fiestas resulta chocante.
Pero de vez en cuando un paréntesis para forzar la alegría
como ocurre en Navidad, resulta agradable e incluso necesario.
Os deseamos a todos un feliz y próspero
2009.
Muchas gracias por todo.
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