El
pintor mágico
Ha
pasado tiempo desde que la ilustración se desvinculó
del terreno pictórico, cuando en verdad lo pictórico
nació de la ilustración mágica, un efecto
de boomerang que parece devolver el verdadero sentido de los principios
del arte a través de la obra de Mora.
La creación de Mora se podría definir con la ambigüedad
que la describe: “Mágico-curativa”, y nos remonta
al caleidoscopio de ideas que fluyeron de la mente del Bosco,
a los negros sueños de Goya, a los carteles de mercadillo
amarilleados por el padre tiempo, que se encargó de dorar
el ambiente de su recuerdo. Hablamos de sueños forjados
con caricia de pincel, donde la trigonometría del corazón
lleva la imagen de la razón a lo obtuso; donde juguetes
de cuerda se mezclan con monstruos tan reales como la propia existencia.
Sus cuadros sumen al espectador en lo onírico, aquí
el surrealismo deja de ser irreal para dar pie a un mundo nuevo:
digamos una realidad paralela, en dos dimensiones, con perspectivas
tan posibles como inciertas, como Magritte, nos abre puertas a
aquello que tenemos enfrente y nos convierte en viejos niños,
no en niños viejos. Esta obra supone ni más ni menos
que un empujón hacia la sonrisa esbozada de Mona Lisa,
a ciertas notas musicales que solo suenan con el instrumento del
recuerdo. La experiencia de una obra rica en matices, espléndida
en concepto... ¿ilustrativa o pictórica? Tan inocente
como salvaje, es la representación del vandalismo de la
inocencia, como ver a un niño arrancar la luna del cielo,
o alumbrar con la lupa un hormiguero...es obra digna de una canción.
Ramón
de Jesús
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