Georges Bataille y Pierre Klossowski, ferozmente religiosos.
Introducción
Se publican por primera vez en español los cuatro números
de la legendaria revista ‘Acéphale’ —‘Acéfalo’—
fundada en 1936 por Georges Bataille, Pierre Klossowski y otros pensadores,
donde luego participan André Masson, Michel Foucault e, indirectamente,
Maurice Blanchot, quienes bajo el signo de Nietzsche, se oponían
a limitar al hombre a una existencia estrictamente racional. El presente
texto, testimonia, además, la encendida ‘Discusión
sobre el pecado’, que mantuvieron —entre otros— Bataille,
Sartre y Jean Hyppolite en 1944. Aquí, un recorrido por esos
materiales que todavía encienden furiosas polémicas.
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‘Somos ferozmente religiosos y, en la medida en que nuestra existencia
es la condena de todo lo que hoy se reconoce, una exigencia interior
reclama que seamos igualmente imperiosos. Lo que emprendemos es una
guerra. Es tiempo de abandonar el mundo de los civilizados y su luz.
Es demasiado tarde para pretender ser razonable e instruido, pues esto
condujo a una vida sin atractivos. Secretamente o no, es necesario convertirnos
en otros o dejar de ser’. El 24 de junio de 1936, con el título
de ‘La conjuración sagrada’, Georges Bataille, Pierre
Klossowski y Georges Ambrosino se declararon con furia en contra de
la modernidad en momentos en que Europa estaba por entrar en la peor
de sus pesadillas: ese año Mussolini ya lleva trece en el poder;
Hitler, tres, y estalla la Guerra Civil española.
La
revista Acéphale (‘Acéfalo’), que tuvo apenas
cuatro números y no duró más allá de 1939,
fue el órgano de esta proclama. Con eso le alcanzó para
convertirse en una experiencia mística para sus autores y mítica
para la historia del pensamiento contemporáneo. Las críticas
furibundas y los efusivos elogios que recibieron los miembros de Acéphale
de varias de las principales figuras intelectuales del siglo XX imitan
la intensidad de su apuesta.
La
publicación de la revista completa en español en formato
de libro, con las ilustraciones en facsímiles, marca el lanzamiento
de la editorial Caja Negra. Acéphale integra una colección
que se completa por ahora con El arte y la muerte y otros escritos de
A. Artaud y Nietzsche, filósofo dionisíaco de E. Martínez
Estrada.
La comunidad secreta.
‘Acéphale sigue ligado a su misterio. Los que participaron
en él no están seguros de haber formado parte de él.
No han hablado, o los herederos de su habla han mantenido una reserva
todavía firmemente sostenida’, escribió Maurice
Blanchot en La comunidad inconfesable (1983).
Si
bien participaron varios autores (Roger Caillois, Jules Monnerot, Jean
Rollin, Jean Wahl), Acéphale se apoyó en Bataille, Klossowski
y André Masson, cuyos grabados muestran, en toda la revista,
escenas de ese individuo desnudo sin cabeza, las piernas abiertas y
los brazos en cruz, con una granada en una mano y un puñal en
la otra, un cráneo en lugar de sexo, las tetillas convertidas
en estrellas y un dédalo por vientre. Ese ser acéfalo
era para Bataille y Klossowski la representación más cercana
al superhombre nietzscheano: si hay un signo bajo el que se despliega
la aventura, es el de Nietzsche.
Sin
embargo, la publicación acéfala sí tenía
cabeza, y era Bataille. Hacia 1936, su figura había alcanzado
relieve en los medios intelectuales franceses. Para entonces, había
creado varias revistas. Había militado en el surrealismo hasta
pelearse con André Breton. Había pasado al Círculo
de Comunistas Democráticos. Pero también había
publicado artículos cuya pertenencia al pensamiento de izquierda
era al menos dudosa. En especial dos: ‘La noción de gasto’
y ‘La estructura psicológica del fascismo’, publicados
en La critique sociale en 1933. En ellos Bataille intentó hacer
algo improbable para la época, marcada por el marxismo más
tradicional: ‘trasladar la discusión a las arenas de los
procesos simbólicos y retrotraerse a un punto de mira que no
podía comenzar con el capitalismo y la modernidad’, como
dice en el prólogo al libro su traductora, Margarita Martínez.
Se
trata de un punto de mira vinculado a la religión. No es algo
demasiado excepcional. Desde Max Weber hasta Emile Durkheim, pasando
por su principal alumno Marcel Mauss, la sociología construyó
sus categorías extrayendo la modernidad de los análisis
de las religiones. Por eso Bataille decide acompañar la vida
de Acéphale con un Colegio de Sociología, anunciado en
el nø 4/5 de la revista, que se dedicaría ‘al estudio
de la existencia social en todas sus manifestaciones en donde se haga
presente la presencia activa de lo sagrado’.
Lo
que generaba asperezas era la definición de lo sagrado. El paso
por distintas militancias y la difícil recepción de sus
escritos habían convencido a Bataille de que su pensamiento no
podía ser tamizado por la discusión franca en la plaza
pública. Se convenció, y trató de convencer a los
demás, de que había que llevar a fondo la máxima
nietzscheana de revelar la verdad a unos pocos cuya comprensión
del mundo no sería sólo intelectual sino vivencial, en
una suerte de ‘comunidad de afinidades electivas’. ‘Convertirse
en otros de manera secreta’: esto es lo que el filósofo
Jean-Michel Heimonet llamó ‘la criptopolítica’
de Acéphale.
Como
la revista, la vida del Colegio de Sociología será breve,
no sólo porque esas ‘afinidades electivas’ se formaban
con la misma rapidez con que se disolvían, sino también
por la llegada de los nazis a París en 1940. En las sesiones
del Colegio, el escritor fascista Pierre Drieu de La Rochelle compartía
asientos con Walter Benjamin, quien —huyendo de los nazis—
dejó a Bataille sus últimos papeles antes de emprender
el camino hacia la frontera franco-española, donde se suicidaría.
Tras
imbuirse del espíritu de Acéphale, Benjamin espetó:
‘Ustedes trabajan para el fascismo’. El malentendido que
rodeaba a Bataille seguía intacto. Y crecería aún
más cuando en 1943, durante la ocupación de Francia, el
mismo Jean-Paul Sartre lo acusa de ser ‘un nuevo místico’.
Bataille le responde: ‘A usted no lo enloquece ni lo embriaga
ningún movimiento’. Como en la declaración fundacional
de Acéphale, se trata para él de rechazar con todas las
fuerzas ‘pretender ser razonable e instruido’ y llevar ‘una
vida sin atractivos’.
Ocurre
que Bataille, y en menor medida Klossowski, veían en la política
y la economía capitalista —fascista o no— la proyección
de lo sagrado y el drama de la ‘muerte de Dios’ que no termina
de comprobarse más que en la vida y obra de Nietzsche. La democracia
como política y el capitalismo como economía buscan por
todos los medios destruir lo sagrado, asociado no con las religiones
establecidas, sino con los cultos de otras creencias; por ejemplo, los
sacrificios aztecas.
‘El
mundo de los civilizados’ expulsa lo trascendente para erigir
la racionalidad como único criterio de vida, y se equivoca, no
porque Bataille y Klossowski no estén de acuerdo, sino simplemente
porque el movimiento de la humanidad es el de la energía, una
energía cósmica que no puede ser ahogada en mandamientos
de rectitud y mesura.
En
los dos artículos de La critique sociale, Bataille había
partido de esta base para afirmar que, en lo esencial, el fascismo es
un movimiento original en la medida en que asume el carácter
de lo sagrado en la política y que ‘gestiona’ la
energía social interrumpida por el juego racional democrático.
En Acéphale son frecuentes las críticas al movimiento
antifascista que pretende escudarse en los ‘valores democráticos’.
El fascismo es hijo de las democracias occidentales, pero no por las
razones que se solían invocar desde la izquierda.
Si
la argumentación se detuviera aquí, el ataque de Benjamin,
el menosprecio de Sartre, la furia de Breton podrían tener asidero.
Pero Bataille no da lugar a dudas, aun en su ambivalencia, acerca del
carácter abominable del fascismo. Sorprendería la acusación
de Benjamin en caso de que haya leído lo que el lector de Acéphale
hoy podrá leer, porque los artículos más meticulosos
de la revista, apiñados en el número 2, están enteramente
dedicados a denostar al fascismo como el peor de los caminos: es ‘la
gestión militar y religiosa’ de esa energía social.
El fascismo reconduce el potencial de liberación en una idea
torpe de lo sagrado, concentrada en la adoración al líder
y consagrada a transformar a la sociedad en una maquinaria nihilista
de muerte a través de la guerra.
Es
cierto que en el último número de Acéphale, en
‘La amenaza de guerra’, se lee: ‘El combate es lo
mismo que la vida. El valor de un hombre depende de su fuerza agresiva’.
Es cierto que el último artículo de Bataille se llama
‘La práctica de la alegría frente a la muerte’.
Pero no se trata de la glorificación fascista de la muerte. El
fascismo es el manejo racional de lo irracional, una astucia que la
democracia no podía exhibir en esos años de guerra y contra
el cual no cabe, para Acéphale, balancearse hacia lo racional
sino reivindicar aquella 'otra parte' para sacársela de las manos
a los fascistas. Quizá la gramática simplificada de la
lucha entre el fascismo y el antifascismo dificultaba la comprensión
de este tipo de intervenciones. La ‘criptopolítica’
de Acéphale era inentendible para las trincheras ideológicas
de la Europa de las guerras.
Bajo el signo de Nietzsche
En el marco del antifascismo no democrático de Acéphale
se acomoda el extenso ejercicio de pensamiento y de vida alrededor de
la figura de Nietzsche. Bataille muestra en toda la revista una obsesión
particular por rescatar a Nietzsche de la utilización nazi-fascista.
Klossowski, en cambio, mucho más allá de las urgencias
teóricas de la hora, escribe verdaderas piezas de arte acerca
de la vida del filósofo y sus resonancias con el pensamiento
de Sade y de Kierkegaard. Despuntan allí no pocos hilos de lo
que será su libro Nietzsche y el círculo vicioso, publicado
en los 60.
Los
demás (Monnerot, Caillois, Rollin) buscarán en Dioniso
el nexo entre la filosofía nietzscheana y esa existencia sagrada
soterrada en todas las épocas. Hay lugar también para
una interpretación de Jean Wahl, cuyo pensamiento no es próximo
al de Acéphale, y para reseñas de los libros de Karl Löwith
y Karl Jaspers sobre Nietzsche.
Por
sus temas, por las firmas, por la referencia a pensadores contemporáneos,
Acéphale podría ser vista hoy como una revista de vanguardia
en su época. Pero la potencia y densidad de sus escritos, la
oscuridad y el exceso de sus palabras la hacen también atemporal.
Como dice Martínez en el prólogo, hay en Acéphale
‘una rara cinética del espíritu capaz de oscilar
entre lo sagrado arcaico y moderno para entrar en una espiral vertiginosa
que eleva de un golpe la locura del exceso y el afán de gloria
al rango de primer motor inconfesable’.
La
aventura de Acéphale tuvo que esperar un tiempo para que aparecieran
las voces que la destacaran. Quien habló más fuerte en
este sentido fue Michel Foucault. Su "Prefacio a la transgresión",
homenaje a Bataille en ocasión de su muerte, es una oportunidad
para realzar en su figura lo que puede ser extensivo a la revista, la
última de sus criaturas colectivas: la elevación del exceso,
la transgresión, la tensión hacia los límites del
lenguaje para expresar lo inexpresable, la experiencia. Más tarde,
hace un homenaje a Klossowski, con la edición de La moneda viviente.
En ambos casos, Foucault señaló una tríada de ‘pensadores
malditos’: Bataille, Klossowski y Maurice Blanchot, quien no participó
de Acéphale pero fue muchas veces el extremo del cono donde se
desató el remolino de la revista.
Al
reivindicarlos, al atacar luego a Sartre, Foucault quiso a la vez fijar
un nuevo linaje del pensamiento contemporáneo que tuviera a Nietzsche
como faro. Bataille mismo había escrito en Acéphale que,
así como los nazis habían querido apropiarse de Nietzsche,
el fascismo en general obedeció mucho más al movimiento
del pensamiento de Hegel; una nueva provocación para el pensamiento
de izquierda.
Como
lo expresó Foucault, el desgarro de esa ‘comunidad de afinidades
electivas’, menos cálida que desoladora, alcanzó
la escritura. Los textos de Acéphale son espesos, difíciles
de asir incluso en su lengua. Martínez escribe con pudor: ‘La
traducción es otra forma de la hermenéutica; tanto más
si los originales juegan al claroscuro de lo ambiguo’. Pero otros
traductores se han quejado de tal dificultad. Fernando Savater lo hizo
acerca de Sobre Nietzsche, de Bataille, y el argentino Axel Gasquet,
de La moneda viviente. Los miembros de los que no querían tener
cabeza, los que se consideraban prójimos de Nietzsche —y
de Sade—, buscaron llegar con la escritura a las puertas de la
locura que atravesó el pensador alemán. Y la lengua rechinó,
del mismo modo en que los sujetos que la extremaban sucumbían
a la experiencia de un rayo. Así como se constituyeron, se disolvieron.
Se opusieron a una época en la que las oposiciones eran distintas
a las que ellos planteaban. Y abrieron un camino difícil de divisar,
pero fácil de intuir. Aún hoy.
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DATOS DEL AUTOR:
- Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica
de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento
de Filosofía IV, Teoría del Conocimiento y Pensamiento
Contemporáneo. Áreas de Especialización Antropología
y Estética. Profesor del Programa de Postgrado del Instituto
de Filosofía de la PUCV; Profesor de Antropología Filosófica
en la Escuela de Medicina de la UNAB.
- Director de la Revista Observaciones Filosóficas http://www.observacionesfilosoficas.net/.
- Secretario de Redacción de PHILOSOPHICA, Revista del Instituto
de Filosofía de a PUCV.
- Editor Asociado de Psikeba, Revista de Psicoanálisis y Estudios
Culturales, Buenos Aires http://www.psikeba.com.ar
- Miembro del Consejo Editorial Internacional de 'Cuadernos del Seminario'
- Revista del Seminario del Espacio ISSN 0718-4247 Vicerrectoría
de Investigación y Estudios Avanzados Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso.
- Director del Consejo Consultivo Internacional de Konvergencias, Revista
de Filosofía y Culturas en Diálogo, Argentina.