El asesinato de Elena Garro
Patricia Rosas Lopátegui
Prólogo de Elena Poniatowska
Editorial Porrua
Universidad Autónoma del Estado de Morelos
2005, 436 pps.
Elena Garro era el chivo expiatorio ideal para desviar la atención
de las altas cúpulas del poder político, donde se instalaban
los verdaderos culpables de la matanza del 2 de octubre, y situarla
en la participación instigadora de los intelectuales a los que,
se afirmó, Garro señalaba como azuzadores de los jóvenes
masacrados en Tlatelolco. Dejó de importar la identidad del asesino
intelectual (el que giró la orden de disparar a mansalva contra
los manifestantes) pues quienes verdaderamente habían perpetrado
el crimen eran los alborotadores, los que mandaron a morir a los universitarios.
Y Elena Garro Ex de Paz los había denunciado a todos, entre otros,
Ricardo Guerra, Rosario Castellanos, Leopoldo Zea, Eduardo Lizalde,
José Luis Cuevas y Carlos Monsiváis (en realidad fueron
500 los nombres barajados). Sin embargo, y según pretende demostrar
El asesinato de Elena Garro, libro que sorprende desde el título,
lo anterior fue fruto de un complot perfectamente orquestado entre los
intelectuales y el poder, resentidos hasta el tuétano con la
‘lengua suelta’ de la entonces mejor conocida como periodista
Elena Garro, quien había exhibido sin empacho los crímenes,
las debilidades y las omisiones de ambos bandos, a los que invariablemente
asociaba.
La autora, Patricia Rosas Lopátegui,
biógrafa y estudiosa de la vida y obra de la autora poblana,
que protagonizara una sonada disputa con Helena Paz, hija y heredera
de Garro quien la acusó de haber extraído documentos del
desván de su madre, asume una defensa apasionada, por momentos
vehemente, de su personaje, de la que previamente publicó la
polémica biografía Testimonios sobre Elena Garro,
en la desaparecida editorial Castillo. En El asesinato de Elena
Garro se documenta con lujo de detalles aquella faceta ignorada
(¿deliberadamente?) de la trayectoria de Garro, que es la periodística,
y cuyo seguimiento contribuye a sembrar serias dudas respecto a la traición
de la autora de Los recuerdos del porvenir, a quien el mismísimo
Borges se refirió como ‘el Tolstoi mexicano’. Aunque
conocida, que no merecidamente reconocida como narradora, Elena Garro
fue también una combativa periodista que defendió, con
la pluma y con su vida, a las clases desprotegidas. De este activismo
social dio fe Elena Poniatowska, quien por cierto prologa este volumen
(aunque manifiestamente incrédula, como yo misma, de la exagerada
monstruosidad de Octavio Paz) en su libro Las siete cabritas,
donde relata la irrupción de aquella alta, espigada y rubia mujer
envuelta en un precioso abrigo, seguida por una turba de indígenas
descalzos en una elegante recepción en las instalaciones del
Fondo de Cultura Económica, en honor a Rómulo Gallegos.
El propósito de Garro era recabar firmas entre los invitados
al convite para que a sus acompañantes les fueran restituidas
sus tierras, ‘Allí, en la salota, estaban todos los intelectuales,
y cuando me vieron con todos los inditos, no me dieron ni la mano —narra
la propia Garro a Poniatowska, un 2 de agosto de 1962 —; todos
muy elegantes los intelectuales con sus whiskys en la mano y unas señoras
que escriben mucho y muy mal, que también sólo pelaban
los ojos (...) Todos los intelectuales se hicieron grupos, se pusieron
a hablar entre ellos... Les dieron la espalda a los campesinos’.
Ante tamaña ofensa, Elena Garro animó a sus tímidos
acompañantes a ponchar las llantas de los lujosos Cadillacs y
Mercedes, tarea a la que gustosos se sumaron los chóferes de
los invitados, ‘Lo que pasa —continúa Elena con esa
maravillosa sonrisa ponderada por María Luisa ‘La China’
Mendoza— es que entonces les parecía insólito que
alguien defendiera a los indios... Ahora lo que me da más risa,
eso que todos son pro-indios. ¡Eso es lo que me da más
risa!’ (El asesinato..., p.p 123 y 124).
Aunque este capítulo aislado pudiera sugerir que Elena Garro
sublevó a los indios sólo por ver las caras que ponían
los amigotes de su todavía esposo, Octavio Paz, los cientos de
artículos periodísticos del mismo periodo que componen
este voluminoso libro, publicados en la revista Presente! de Cuernavaca,
Morelos, prueban la vehemente defensa que durante años protagonizó
Garro hacia los campesinos indígenas despojados, a veces hasta
el asesinato, de su patrimonio, especialmente durante el sexenio de
Adolfo López Mateos (quien, por cierto, se propasó con
ella en una ocasión, según nos narra). Garro fue defensora
acérrima de Rubén Jaramillo mucho antes de que este cobrara
notoriedad, incluso fue alojado por Deva Garro, hermana de Elena, en
medio de una persecución de los militares. El asesinato de Rubén
Jaramillo, junto con su esposa e hijos, lo sabemos, conmocionó
al medio intelectual, pero la única que virtualmente lo defendió
con su cuerpo, fue Elena Garro. Ese fue el reclamo airado de la escritora
contra ‘los intelectuales’: ‘(...) los intelectuales
se pelearon, se insultaron, se arrojaron whisky a la cara, insultaron
al Gobierno, y se llamaron nazis en el nombre de la inteligencia, porque
no ganaron el premio de 20,000 pesos que era para uno solo. Entre ellos,
uno declaró a la revista Siempre! de la semana pasada,
‘que los mexicanotes enchamarrados, bigotudos y prietos le tenían
envidia porque él era güerito’. Esta noticia sensacional
merece páginas enteras, tinta y publicidad (...) Es consolador
saber que ellos se contentan con unos cuantos miles de pesos al mes,
migajas que les regalan los políticos, unos banquetes sabatinos
con calamares con arroz y unas frases dirigidas contra los políticos
mexicanos ladrones, de los cuales viven, y otras cuantas frases dirigidas
contra los imperialistas yankis a los cuales les sacan becas y viajecitos
regularmente (...)’ (Presente!, Cuernavaca, Morelos,
21 de febrero de 1965). Si alguien conocía a la clase intelectual
mexicana como a la palma de su mano, esa era la ninguneada (por emplear
un término acuñado por el propio Paz) mujer del futuro
Premio Nóbel de Literatura. ¿Es posible suponer, entonces,
que con estas incendiarias declaraciones Elena Garro cavó su
propia tumba?.
En realidad, previo al 68 a Garro se le había involucrado en
asuntos bastante peligrosos, como el asesinato de Kennedy, político
al que ostensiblemente admiraba. Al parecer Elena declaró haber
visto a Lee Harvey Oswald, presunto asesino del presidente estadounidense,
en la fiesta de un primo suyo. Estaba convencida de que a Kennedy lo
habían matado los comunistas (raza a la que Elena consideraba
espuria); incluso se había personado en la Embajada de Cuba para
gritarles ¡Asesinos! el mismo 22 de noviembre de 1963, y aseguraba
en privado que Silvia Durán, prima política de la escritora,
era comunista y amante de Oswald. Todo lo anterior se volvió
el pretexto ideal para hacerla objeto de una compleja labor de espionaje
por parte del FBI, cuyo verdadera inquietud se centraba en la alianza
entre la escritora y otro defensor de los derechos de los indígenas:
Carlos Madrazo, insólito líder priista, con claras tendencias
izquierdistas, lector asiduo de Balzac y muchas posibilidades de alcanzar
la silla presidencial, ¡enorme peligro que había que combatir!
El político tabasqueño habría de morir en un sospechoso
accidente de aviación en 1969, un año después de
que se intentó presentarlo como el principal instigador del Movimiento
Estudiantil.
La duda que queda en el aire es: ¿Mintió Garro para salvar
a Madrazo?, es decir, ¿demandó la garantía de protección
de su admirado amigo que acusara directamente a los intelectuales de
haber incitado a los universitarios? ¿O fue realmente una
soplona, por fastidiar a los amigos de su ex esposo? En artículo
publicado en días previos, el 17 de agosto de 1968 en Revista
de México, cuando nadie imaginaba siquiera el horror que
estaba por desatarse, no pudo ser más clara respecto a lo que
se estaba gestando: ‘¿Quienes son los estudiantes? Los
futuros intelectuales. Luego es justo que se lancen a la defensa de
los intereses creados por los actuales profesores, periodistas, locutores,
pintores, escritores, etc. Y, en efecto, a través del mundo democrático
se lanza a los menores de edad al incendio de ciudades y de políticos,
posibles contrarios a los intereses creados de los intelectuales en
el poder (...) El Complot de los Cobardes, ya que no son los complotistas
los que salen a dar las batallas callejeras y a enfrentarse con las
policías o con el Ejército en defensa de sus intereses,
sino que lanzan a millares de menores de edad a luchar por sus prebendas
y posiciones (...)’ (EAEG, p. 376). Elena Garro era, pues, una
mujer que sabía demasiado. Destruirla, asesinarla moralmente
se volvía imperativo para las clases política e intelectual
de nuestro país, y hacer de ella una especie de Judas de su gremio
era la solución ideal. El resto de la historia ya la conocemos:
la renuncia de Paz de su cargo como embajador de México en la
India; la huída de Elena Garro y su hija a París, etc,
etc. Finalmente, como nos hace ver Patricia Rosas Lopátegui a
través de diversos testimonios de testigos e involucrados, a
algunos de aquellos intelectuales ‘señalados’ se
les premió con creces durante el sexenio de Echeverría
(el primer responsable de la masacre en su posición de Secretario
de Gobernación) de quien Carlos Fuentes, sabido es por todos,
habló en términos por demás elogiosos. Señala
Luis González de Alba en declaración publicada el 28 de
septiembre de 1998 en el periódico Milenio: ‘Aquellos
aviones acarreados que llevaba Echeverría a sus viajes por Sudamérica
y demás, ¿qué hacían realmente? Entiendo
que vayan unos industriales para promover el comercio. Pero, ¿para
qué iban tantos novelistas, pintores, poetas?, ¿qué
pitos tocaban?’ La propia Elena, ya anciana y reivindicada por
escritores como René Avilés Fabila (que luchó para
traerla de vuelta a México), Ignacio Trejo Fuentes y Gustavo
Sáinz, le diría a Gabriela Mora: ‘Yo no vivo en
sociedad, vivo como un animal acorralado y no he hecho NADA, ¡NADA!
¡NADA! En cambio ellos viven en el Palace, andan en limusines
y HABLAN DEL PUEBLO, mientras el pueblo SE MUERE DE HAMBRE.’
Elena enojada, escribe su tocaya, Poniatowska, era un bello espectáculo.
Pues bien: Patricia Rosas Lopátegui recupera, a través
de El asesinato de Elena Garro, ese espectáculo en letras
de molde: el enojo, la indignación de uno de los escritores (‘he
de hablar en masculino para abarcar hombres y mujeres’, dice bien
su biógrafa) más grandes de la literatura mexicana de
todos los tiempos, la sin par y sin precio, Elena Garro.
_______________________
MÁS DE EVE GIL:
www.eve-gil.blogspot.com