La quimera era de un color rosáceo,
como el agua por la que había yo viajado. Un lento declive me
llevó hasta el pie de la iglesia que yo había sentido
desde lejos. Tenía la forma de un océano rectangular,
y sobre la fachada estaban grabados algunos símbolos parecidos
a los que empleaban los antiguos sacerdotes celtas.
Súbitamente me encontré
estremecida. Mi chacra raíz empezó a dilatarse de una
manera inexplicable. Empecé a experimentar un orgasmo ilimitado
sin motivo alguno. La bóveda, los muros, la alfombra de la sala
daban la sensación de un vientre materno. Dos lienzos al óleo
pintados con mis muñecas favoritas de la infancia: una simulaba
un tierno abrazo de hermana menor con una Barbie, la otra pintura, a
la par, era la imagen de una muñeca astronauta devorada por el
paso del tiempo. En ese instante recordé que padres se negaban
a comprarnos muñecos masculinos –Kens-.
Explicación I
Padres nunca nos compraron un Ken debido al temor de despertar algún
sentimiento sexual en nuestros cuerpecillos infantes. Padres fueron
educados bajo la ideología cristiana. Cayeron idiotizados bajo
una perspectiva que no encuentra en el acto sexual pureza alguna, sino
por el contrario, lo consideran sucio aún en edad adulta. Es
esa noción de sexo sólo para la reproducción y
nulificación del placer. Muy al estilo occidental.
Explicación II
Al carecer de un falo en nuestros juegos infantiles, nuestras
mentecillas idearon la manera de conseguir un amante con el cabello
corto. Nuestro inconsciente infantil poseía la imagen de que
un hombre solamente podía ser hombre con el cabello corto, como
padre. Si padre hubiese tenido el cabello largo probablemente hubiésemos
dejado a la muñeca con su cabellera larga. No sentíamos
comodidad al poner a coger a las dos muñecas con el cabello largo,
debido a la perturbación producto de la imagen anterior. Alguien
debía simular al hombre.
Explicación III
Decidimos
rapar a la muñeca hawaiiana para efectuar la transmutación.
Hicimos una de esas cirugías de cambio de sexo que provocan divorcios.
Tomamos las tijeras sintiendo un infinito placer al ver caer los pedazos
de cabello rubio en el piso. Esperamos su transformación en hombre;
hasta ver desplomado el último pedazo de mujer. La muñeca
hawaiiana era una de esas muñecas tropicales vestidas con
un pareo de seda, collar de flores de plástico y la celebración
en su sonrisa. Una muñeca afrodisíaca y promiscua que
simplemente se la pasa tomando sol y bebidas de coco (las bebidas de
coco sirven para limpiar el estómago de la fauna intestinal.)
La muñeca hawaiiana pasó a convertirse en un
ken con cabello punk, porque las tijeras no tenían el suficiente
filo como para confeccionarle algún corte de pelo.
El sexo heterosexual llegó a las barbies. Seguían
de vacaciones eternamente. Aparece una memoria. Nuestras muñecas
no trabajaban, porque en casa padres desconocían esa ocupación:
trabajar ‘normalmente’. La vida de las barbies
era una vida totalmente hedonista. Se cierra la memoria.
Explicación IV
Ese era nuestro secreto; tras la prohibición erótica de
nuestros juegos. El nuevo personaje masculino no tenía falo,
pero no nos importaba. Lo fingíamos hombre.
Explicación V
Después de la transmutación sexual, la actividad erótica
de nuestras muñecas se incremento de una manera descarada. Parece
ser que con la implantación del estereotipo fálico,
se contaba con el debido permiso para seguir fornicando.
Explicación VI
Aquí se abre un recuerdo. Las fantasías eróticas
infantiles nos secuestraban tarde tras tarde como una cópula
incestuosa enramada en una adolescencia precoz. Aquí se cierra
el recuerdo.
El ken -antes la muñeca hawaiiana- se tira
a todas las muñecas de la comunidad –alrededor de veinticinco-.
Arma sus orgías sin ninguna connotación mística.
No usa condón. Es tan libertino que suele ofrecerle a todas sus
amantes citas en el mismo instante sin mortificación alguna.
Las balancea por las extremidades, esparciendo sus bellos músculos
de plástico alrededor de una adrenalina dilatada por panes de
mantequilla y chocomilk. Es el alimento favorito de las manejadoras.
Luego sucumbido por una vitalidad y conexión inexplicables se
pierde en la polaridad brillante de sus gritos. Se cambia de disfraz
sin culpabilidad alguna. Viene la siguiente. Las intenciones se repiten.
Cadera, brazo, cintura, ombligos. Dilataciones y derrumbes.
Las manejadoras empiezan a enloquecer. Tiran los colchones y arman un
parque de diversiones ficticio. Brincan del tocador de la habitación
hacia la montaña de colchonetas y cojines. El delirio sabe a
la estrella de seis puntas. Miran películas de terror. Viene
la siguiente. Rosa, menta y almizcle. Desconocen el peyote. Viene la
siguiente. Comienzan lapidándose la cicatriz en medio del pecho.
Nada de errores.
Luego terminan posesionándose del ánima de las veinticinco
muñecas y el ken hawaiiano. Persiguen una connotación
mística ignorándola en sí misma. La manejadora
número uno se encontraba embriagada con esteroides debido a un
disfuncionamiento renal. La manejadora número dos se encontraba
tratando de madrearse el corazón para llamar la atención
de padres.
Explicación VIII
Si esas muñecas son un éxito en el mercado hasta la fecha
es porque su diseño provoca placer sexual en las niñas
que las consumen. Si no, desde cuándo hubiesen sufrido la bancarrota.
Los mercadológos lo saben de una manera callada. Aquí
se abre una fantasía erótica. Imagina todas las niñas
que han ejecutado su fantasía sexual en este instante. Aquí
se cierra la fantasía erótica.
Explicación IX
Las manejadoras entraron en la adolescencia, les dolió en exceso
deshacerse de sus muñecas. En la secundaria seguían jugando
a escondidas. La manejadora número uno evitó el crecimiento
oportuno de sus pechos y retrasó su menstruación lo más
que pudo. La manejadora número dos empezó a sobrevivir
sin los esteroides y el Laxin. Su cuerpo puberto soldó las desviaciones
de los conductos renales. Circuló la sangre como tenía
que circular para mantenerse viva.
La manejadora número dos se encuentra esperando un transplante
de riñón en el otro lado del charco, sabe que lo de la
rinosis es una ficción, pero es adicta a esa fragilidad que le
provocan los esteroides. Ambas se han reconciliado gracias a la valentía
que otorga el Internet para decirse las cosas sin verse.
Imagen: FLORES, Sandra, Barbie.
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MÁS DE KARLA VILLAPUDÚA:
filosofika.blogspot.com
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DATOS DEL AUTOR:
Karla Villapudúa (Culiacán, Sinaloa, México, 1979).-
Licenciada en Filosofía por la Universidad Autónoma de
Baja California (UABC). Directora de Espiral (www.revistaespiral.org)