La controversia entre el Ayuntamiento
de Málaga y Unicaja motivada por no habérsele concedido
a esta última la gestión del Centro de Arte Contemporáneo
pone sobre el tapete algo más que un simple e inexplicable conflicto
entre entidades públicas.
Sólo conozco del asunto lo que han informado los medios de comunicación
pero me da la impresión de que hay una cuestión esencial:
¿qué pinta una entidad financiera administrando un museo?
Se me dirá seguramente que las cajas de ahorro tienen la obligación
de llevar a cabo obras sociales, pero ni siquiera ese sería un
argumento convincente. Primero, porque el propio Centro se concibe como
una mixtura de interés público y privado, es decir, como
obra social pero también como actividad mercantil, y ésta
bastante distinta de la de intermediación financiera que corresponde
a las cajas. Y segundo, porque lo que parece lógico, en todo
caso, es que las cajas de ahorro, como su propia Confederación
decía en un reciente informe sobre sus obras sociales, sirvan
al interés público sin convertirse ‘en entidades
gestoras de un servicio público de modo permanente’.
El conflicto expresa, en mi opinión, la deriva bastante negativa
en la que se hallan las cajas españolas desde hace tiempo, incapaces
de crear su propia lógica financiera y convertidas, en consecuencia,
en meras imágenes reflejas de la banca convencional. Para ensalzar
su labor se suele argumentar que realizan una obra social de extraordinaria
importancia, a la que dedican una gran cantidad de recursos y en las
que se crea un elevado volumen de empleo.
Y es verdad. En 2006 invirtieron en obras sociales unos 1.500 millones
de euros, casi la misma cantidad que recibió España de
los fondos de cohesión europeos. Nadie puede negar que se trata
de una aportación decisiva para que se hayan podido llevar a
cabo innumerables actividades en el campo de la asistencia social, de
la cultura, la atención a las personas inmigrantes, de la educación,
la investigación o el deporte. Y eso, aunque no sea toda la inversión
social que se habría podido hacer, pues hasta el propio Banco
de España ha tenido que animarlas a que destinen mayor proporción
de beneficios a obra social.
Pero, en cualquier caso, lo que hay que señalar es que la envergadura
de este tipo de obra social muestra, paradójicamente, que las
cajas no están realizando la mejor obra social que tienen al
alcance de sus manos: contribuir en mayor medida al desarrollo económico
y a la creación de riqueza y no dedicarse sólo a obtener
beneficios con la misma lógica que los bancos privados, que es
lo que vienen haciendo.
Y esto es especialmente negativo si se tienen en cuenta los cambios
que se han producido en los últimos años en el sistema
bancario y financiero.
Lo que era
habitual en la economía es que la cantidad de dinero circulante
fuese más o menos proporcional al volumen de transacciones que
realizamos los consumidores y las empresas. Pero en los últimos
decenios, la cantidad circulante de medios de pago, de dinero, ha crecido
mucho más debido a factores como la subida de los precios del
petróleo, la multiplicación de beneficios de las empresas
multinacionales, la aplicación de nuevas tecnologías o
el gran poder que tiene Estados Unidos para emitir dólares casi
sin control. Eso ha creado una especie de universo monetario, de espacio
financiero en donde el dinero ha dejado de ser un instrumento al servicio
de las transacciones para pasar a ser objeto mismo del intercambio.
Para que lo entiendan mejor los lectores: antes, la mayoría de
las divisas, por ejemplo, se compraban para invertir o ir de turismo
o comprar productos extranjeros. Hoy día, para especular con
ellas, para comprarlas y venderlas y así ganar dinero.
Al aparecer estas nuevas formas de hacer negocios con el dinero, los
bancos han cambiado de naturaleza. En el viejo régimen financiero,
se dedicaban preferentemente a intermediar, para trasladar el ahorro
a los inversores empresariales que trataban de poner en marcha nuevas
actividades productivas o de ampliar las existentes. Ahora intermedian,
pero lo hacen preferentemente desde los ahorradores al espacio financiero
especulativo, y no al productivo.
Entre otras consecuencias, eso ha traído consigo tres grandes
efectos: abundancia de recursos financieros pero escasez de fondos para
la inversión productiva, exclusión financiera porque se
privilegia la inversión de alta rentabilidad y mucha volatilidad
e inestabilidad, porque los nuevos productos financieros con los que
se comercia son sólo papel, muy rentables pero altamente arriesgados,
como está demostrando la crisis hipotecaria actual.
Las cajas de ahorros españolas han asumido esta lógica
financiera. Es verdad que dedican una parte de sus beneficios a obras
sociales, pero esas ganancias proceden básicamente del mismo
tipo de actividades que las que llevan a cabo los bancos privados. Incluso
a veces, del mismo tipo de inmorales actividades que éstos últimos
realizan en paraísos fiscales, financiando a corruptos o ilegalmente
a partidos políticos, generando productos financieros opacos
y tratando de sortear al fisco para que sus clientes más poderosos
se eviten pagar impuestos.
Al asumir esa lógica, las cajas han renunciado de hecho a convertirse
en los ejes de un nuevo tipo de intermediación financiera al
servicio de la sociedad y la actividad productiva, en las fuentes de
recursos que privilegien la creación efectiva de riqueza y el
empleo y, por lo tanto, en el soporte del desarrollo socioeconómico
sostenible que es hoy día tan necesario.
¿No es un contrasentido aberrante que las cajas de ahorro andaluzas
hayan sido las promotoras y financiadoras del irracional boom inmobiliario
que tanto daño va a hacer a la larga a nuestra economía,
mientras que nuestra industria o nuestro interior se desertiza económicamente?
¿No es un despropósito increíble que mientras nuestras
cajas han financiado con los ojos cerrados a empresarios y empresas
corruptas, sigan poniendo nada más que dificultades o pidiendo
todo tipo de garantías a mujeres o jóvenes que necesitan
unos pocos miles de euros para emprender un negocio que los saque del
paro?
Para colmo, la lógica que guía hoy día a las cajas,
no sólo deja necesidades financieras sin satisfacer y equivoca
el destino preciso de los recursos. Además, crea un poder indeseable
que debilita a la propia democracia, pues ésta deja de existir
cuando la voluntad de quien tiene el dinero se impone sobre las decisiones
de las instituciones representativas. El gobierno andaluz, que no ha
podido nunca domeñar a los dirigentes de las cajas, sabe mucho
de esto.
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Para
saber más
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DATOS DEL AUTOR:
Nacido en Granada en 1954. Doctor
en Ciencias Económicas y Empresariales. Profesor Adjunto de Economía
Política y Hacienda Pública (1983) en la Universidad de
Granada. Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad
de Málaga desde 1986. En esta Universidad ha sido Director de
Departamento, Vicedecano y Decano de la Facultad de Derecho y Vicerrector
de Ordenación Académica y Profesorado. Ha sido también
Secretario General de Universidades e Investigación de la Junta
de Andalucía.