La batería es un lagarto agazapado, en cualquier momento te deja
sin velocidad, muere en tus manos para inmovilizarte y te aprisiona
con su silencio de esponja seca, su silencio devastador. El tiempo comienza
a deslizarse como una barra de hielo. Es liso, inasible, incomprensible,
se convierte en un líquido memorioso. Esa noche dejé el
Sótano tardíamente y una luz cegadora de un reflector
me despertó en la calle. Había un movimiento de máquinas
y ese olor del asfalto que impregna la atmósfera de una rara
y lenta asfixia nasal. Se movían unos hombres en las densas sombras
de la noche. El tráfico automotor no circulaba por este tramo.
Las máquinas con sus rodillos, sin personalidad, lentas, iban
dejando caer el líquido negro y otras pasaban sobre el asfalto
nuevo, una capa que la noche confundía con su propia cara. No
había siquiera murmullos sobre los implacables rodillos. Avancé
buscando un taxi por estas
calles tomadas por la noche, repetidas en el rostro del asfalto y me
encontré con una de las arterias principales cortadas. Fue cuando
comprendí que estábamos en la víspera del Carnaval
2007, una fecha sagrada en Panamá. Seguí mi marcha con
el ruido del Carnaval en mi imaginación y ya se descolgaban los
vehículos por la Tumba Muerto, una vía no involucrada
en la fiesta del Dios Momo. Me interné en la noche a la ventura.
Venía con el noticiero en la oreja, los duendes de un destino
casi misterioso contaban las aventuras en y de la ciudad. Los pasos
previos y perdidos antes del Carnaval, donde lo real ficciona y viceversa,
ese límite que nadie conoce cuando el cuerpo reclama una incesante
lluvia de estímulos y goces que superan la voluntad. La cinta
la ha comenzado a rodar el Carnaval, un rollo que terminará el
miércoles de cenizas, con un recuento que pudiera tener más
sentido en lo personal, porque la ruta del universo de la fiesta de
la carne es conocida cada año por las estadísticas. Se
pueden superar así mismas, pero traducen un mismo tono. La ciudad
se explica en su historia casi inventada y respira como puede. El Sótano
ya era una realidad muda, silente en la página de un día
concluido. Las computadoras negras, las columnas negras, el piso negro
del pasillo, la luz tenue desplazada sobre las mesas de los arquitectos,
enmudecían aún más el silencio y sólo el
papel sketch amarillo brillaba en la cercanía de los ojos, descolgado
como un final de fiesta. Recordé como las fechas coinciden para
concluir coincidentemente un capítulo de algo. Nada se trunca
sin historia, todo concluye en el espeso ejercicio de la memoria.
El paisaje de las calles y avenidas ha cambiado, porque han aparecido
los policías y los tranques se han incrementado. Solo queda esperar
que esta madrugada sigan abandonando miles de automovilistas la ciudad
hacia el interior del país, donde los carnavales tienen un mayor
atractivo para la gente, que aprovecha de ver a sus parientes. Es un
país de bolsillo, de 3 millones de habitantes y solo queda atravesar
el Puente de las Américas para desentenderse de lo que se deja
detrás del puente. Un puente tiene dos vías y la imaginación
lo corta o reconstruye a la medida de las circunstancias. La ciudad
se disuelve ante el Carnaval, se arrastra como una comparsa, se somete
al ritmo de un nuevo dios.
La noche ya está en Carnaval y todo se ha detenido ante su marea
que no cesa de avanzar y desplazarse durante cuatro días muy
eufóricos, donde puede perderse la vida y algo menos. Sol, agua,
música, alcohol, carros alegóricos, reinas, orquestas,
son los principales ingredientes del Carnaval, que está en las
cuatro esquinas con su estridencia y ubicuidad. El Carnaval va en la
piel, sentimientos, el cuerpo lo registra, torea y se deja cornear por
la bestia indómita del evento más serio del país.
El Carnaval se vive y se muere en la carne, y después vendrá
la resurrección si el cuerpo quedó en la ruta para contarlo.
El Carnaval vivirá estos días de manera independiente,
crecerá como una flor, un pez en el agua, una lluvia de sol,
la hamaca flotando en la campiña, un carro alegórico sonando
con su música, los pies en las pistas de los hoteles y casinos,
porque tiene vida propia, su cabeza y cuerpo es la multitud danzante
que no reconoce lugar, ni fechas, ni tiempo, más que el pedazo
de tierra o pista, el minuto ardiente de sus sentimientos, que tienen
principio, pero no fin. Un Carnaval pareciera ser, el compromiso total,
una manera de vivir a fondo el intervalo entre la vida y la muerte.
Yo pensaba en otro Carnaval cuando abandoné el Sótano
sin más esperanza que encontrar un pedazo de cielo y de noche,
esa armonía que no tiene espejo, ni otra luz que el neón
solitario o la luminaria callejera titilante. Divagaba en el Carnaval
de Bolaño, la gran fiesta de la literatura que organiza un grupo
de jóvenes poetas chilenos audaces, en un homenaje y reconocimiento
a un escritor chileno, latinoamericano, universal, que reencantó
la novela en idioma castellano y puso a respirar más profundamente
a Chile en ese díscolo género. Bolaño ‘le
hincó el diente al género’, y trató de no
dejar tela para cortar. Desde donde lo arrastraron las circunstancias,
Chile, México y España, escribió y nos contó
a su manera las historias que traspasaron su realidad, los mundos más
allá de la palabra, esos encuentros y desencuentros, plazos fijos
de un espacio que habito a pulso con su utopía bajo el brazo.
Su literatura lo trasciende, sin duda, pero la espiral de sus sueños,
la utopía que desgranó en el corazón del D.F. hacia
América latina, lo humaniza definitivamente.
Poeta,
cuentista, novelista y polemista, Bolaño no se escondió
debajo de las letras, ni posó en el altar de la fama, siendo
uno de los escritores más premiados en vida y muerte. Más
bien arrastró su carpa con el circo y todo, el lenguaje, lúdico,
fabulador, crítico, como un anarquista solitario, consciente
de sus espantosas limitaciones y de las grandezas de un oficio que no
tiene patria, como la literatura verdadera, la de Bolaño. Un
escritor que supera la insularidad, el gesto náufrago de la atorrancia
local, la voz trivial de la "patria", sobre la frontera del
claustro pena la palabra de Bolaño, en la frontera circular del
planeta. Las muchas voces en la voz de Bolaño, como en un Carnaval,
donde los coros suelen ser largos monólogos y también
bumerang de sus silencios, caminos iniciáticos, búsquedas
incesantes, un giro a la nada y el infinito. La novela chilena se había
quedado en el Obsceno pájaro de la noche. Bolaño entró
con su propia carpintería, materiales de zapador y encontró
su única salvación, que es ninguna definitivamente.
El Carnaval tiene movimiento, colorido, vitalidad, es expresión
popular, mantiene a la realidad con los ojos abiertos, balbuceante,
insomne, un poco menos real que la ficción, algo más ficcional
que si misma. Así fue la literatura de Bolaño, un límite
dentro del límite, el horizonte inacabado, lo que siempre está
para ser contado.
Lo original del Carnaval dedicado a Bolaño, es que se trata de
jóvenes poetas que buscan re-descubrir a un autor importante
olvidado por la banda sonora del cine mudo chileno. El Carnaval en la
palabra de Bolaño, pensado por poetas chilenos que creen en la
palabra renovada, en memoria de una estrella distante, presente, un
poeta de la diáspora. Si Chile supiera que la diáspora
existe, que Chile es más que un invento geográfico, o
que Chile es una larga pared montañosa y de agua, en cuyos extremos
crecen el desierto y los hielos antárticos. Al centro, un Valle
de humo y frutas, pero en toda su geografía se mezcla inexorablemente
la palabra. La palabra se cuela por el largo intestino de Chile, sobre
su espinazo rocoso, se instala con sus caderas saladas en el desierto,
pero no ignora que la palabra es un río que no cesa de alimentar
la palabra. En el Carnaval de la memoria, Bolaño mira por la
cerradura de Chile, nos deja su hilo, Los Detectives Salvajes, 2666,
Llamadas telefónicas, Amberes, Estrella distante, Nocturno de
Chile, Amuleto.
Son más los libros, pero uno sólo el delito: la literatura.
Bolaño no se bañó una vez, sino mil veces en la
misma palabra, que arrancó cortada en verso, poética,
aunque en prosa también hizo poesía, pero desde el origen
primitivo de su poética, arrancó con sus personajes, el
hilo conductor de sus cuentos y novelas, como un viejo puzzle.
El Carnaval dedicado a Bolaño en Chile, cuya idea surgió
en la imaginación de poetas chilenos admiradores de su obra,
postura de ‘intelectual’ comprometido, quien fuera cuidador
de un camping catalán llamado Estrella de Mar, cubrirá
cuatro ciudades, tres principalmente y la capital, si el itinerario
llega a feliz término, porque toda ruta física es susceptible
al cambio.
En noviembre arranca este festival Bolañístico que cruza
Chile de Norte a Sur, un encuentro con la primavera chilena de Bolaño,
autor excepcional de la diáspora que vivió como latinoamericano
en tres países: Chile, México y España. Son 5 poetas
mosqueteros los que pondrán a soñar a Chile y América
latina con este gigante fabulador, en las ciudades de La Serena, Concepción
y Puerto Montt. El poeta Nibaldo Cáceres Carreño, principal
organizador y promotor de la fiesta, me ha informado lo siguiente: ‘Los
invitados son el novelista argentino radicado en España y amigo
de Bolaño, Andrés Neumann; la periodista y escritora argentina
radicada en México y también amiga de Bolaño, Mónica
Maristain; el escritor chileno amigo de Bolaño Roberto Brodsky;
y probablemente el poeta mexicano amigo de Bolaño Orlando Guillén
y usted, por supuesto’.
Son más seguramente los que se sumarán al Carnaval, con
su palabra, máscaras, trucos, la gracia de una fiesta popular
que supera la dimensión de los festejos, porque el homenajeado
trasciende los destellos de la usual retórica, el flirteo o el
amague frente al espejo, un verdadero juego de sombras ante la pared.
(Yo ví esa noche en el Sótano, cuando ya la ficción
sometía la noche, a Herralde y Parra, pedir un minuto de silencio
por la literatura chilena, vestidos de negro, llenando de autógrafos
el auditórium, como si arrancara de sus manos un arcoiris).
Tres universidades chilenas serán la sede de los foros, mesas
redondas, reuniones, actos poéticos y musicales, a saber: Universidad
de La Serena, Universidad de Concepción, Universidad San Sebastián
(Puerto Montt).
Son los kilómetros de la literatura de Bolaño que recorrerán
Chile en la espléndida geografía de su palabra. Es justo
y necesario, por la dimensión de su obra y no decimos nada nuevo,
porque Susan Sontag, como la crítica francesa y posteriormente
la prensa norteamericana, se han desecho en elogiosos comentarios.
En Literatura la apuesta es sobre una hoja en blanco, como el futuro,
Bolaño no desconocía este principio, nunca lo desestimó,
apostó, jugó, ganó en la misma derrota de un oficio
que impone desde su partida el fracaso, ejercicio que requiere el pulso
de un oso frente a un panal. Todo lo demás, inclusive el miedo,
el bosque, lo que no se ve y deja ver, lo que se encuentra y pierde,
la respiración bajo el blanco papel, es en realidad ficción.
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