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El Chico Molina, nuestro Pound de bolsillo
Rolando Gabrielli
28/06/2017


Al Chico Molina Ventura/Inédito hasta la sepultura/confesándose en el Vaticano/de ser autor del Mito de Chile/Él, más Lobo Estepario/que Herman Hesse. Del libro Los Poetas de Chile (Rolando Gabrielli).

• Rojo como el sol del ocaso

Qué quieres que te diga, inefable lector: sí, conocí al Chico Molina y no a Neruda. Yo vivía la noche santiaguina, poetas, alcohólicos, musas, vino rojo sobre las mesas de madera y los salones en la semi penumbra. Neruda levitaba y nosotros desamparados por las calles de Dios, escuchábamos las hazañas, leyendas, la fantástica y profunda pirotecnia literaria de un duende: el Chico Molina. (Eduardo Molina Ventura).

Las noches con el Chico Molina viajaban en su propia alfombra mágica. Rojo como el sol del ocaso, su rostro vivaz, con uno de sus ojos extraviado hacia otras realidades, parlaba en la exquisitez de la palabra que dimensionaba con su expresión corporal y extendía el verbo con sus manos aguzadas. Un susurro en la nocturnidad de Santiago, ya en los preparativos de la clandestinidad y del silencio. Venía dando zancadas el Apagón cultural del Capitán general, la jugada tenebrosa del lugar teniente de la muerte.

La literatura francesa le brotaba de los poros, las mangas, siempre en la degustación del vino y las palabras. Eran las tertulias en la SECH, Sociedad de Escritores de Chile, Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Efraín Barquero, a veces Braulio Arenas, Estela Díaz Varin y algunos observadores de paso en Simpson 7. Estábamos en los predios de ese editor de raza argentino, Armando Menedín, quien publicó algunos clásicos de la poesía chilena en su colección original, El Viento en la llama. Cofrades circunstanciales en la taberna de la SECH. Pero también visitantes de bares y casas de amigos, tertulias en la gran noche santiaguina, palabra por palabra. Una nueva generación despuntaba al alba.

Eduardo Molina Stella Díaz Varín y Eduardo Molina Eduardo Molina

• Como un espejo de infinitos espejos

El Chico Molina operaba con su propia magia, siempre vestido de corbata, impecable, un Dandy que se movía sigilosa y lentamente, entre palabras y risas, gestos, una suerte de mini escenario que montaba en el imán de su poética de espejos y mitos. Simplemente instalaba su cátedra sin ofender a nadie. Citaba, recomendaba, opinaba, decía, sugería obras y autores, con ese hilillo solemne de su voz muy chilena, este personaje que venía hablando de literatura desde los años 30, convertido él en un libro más. Había atravesado la historia literaria del siglo XX chileno. Venía con su propia música tocando la flauta de la poesía en su espíritu mágico, propiciando ese encuentro con la palabra a cambio de nada, solo por el encantamiento.

Un verdadero gourmet de la conversación, degustador a tiempo completo, encantador de la palabra y mentor de clásicos y curiosidades, lazarillo de poemarios ajenos en proceso, decantador de versos, sí, nuestro Pound de bolsillo. Generoso como pocos, solidario, ajeno a la figuración, le bastaba la tertulia amical y se entregaba a un conversatorio sin fronteras. Qué manera de viajar en la palabra y la amistad. Hombre de afectos espontáneos de fácil conducción verbal.

Un formidable mitómano, con un gusto exquisito por la literatura, sugería, cambiaba versos, siempre opinaba sutilmente, desbordante, alegre, enrojecido por su elocuencia y carcajadas casi silenciosas. Desfilaban autores universales emblemáticos, referentes, personajes que brillaban en las noches del Chico Molina como si estuvieran allí, vivos o muertos, presentes de palabra y versos. Era toda una escuela y aún lo tengo presente en la memoria, como un espejo que repetía otros espejos infinitos. Un maestro, sacerdote provinciano y universal de la palabra. Sabía ganarse sus pequeños y selectos auditorios, y cuando ya llamaba a cierre el administrador de la taberna, se perdía en la noche santiaguina, en sus inviernos clásicos, fríos, con lloviznas, verdaderamente invernales y que sabían guardar los secretos del Chico Molina. Después supimos que se recogía en un antiguo caserón, propiedad heredada y que había convertido en un sitio de hospedaje gratuito a cambio de algunos servicios domésticos que aliviaban su existencia. Con una sonrisa se instalaba su sombrero sobre la cabeza y dejaba el lugar en la noche -noche con una sonrisa. Èl había escrito antes que Hess El Lobo estepario, más clásico que cualquier clásico.

Eduardo Molina Eduardo Molina El Chico Molina dejó su herencia poética a un amigo: José Miguel Ruiz, su Max Brod chileno, quien le publicó un libro póstumo intitulado Del otro lado del espejo (Ediciones Overol, 2016).

Chile, en atención a su historia y relación con los escritores, y en homenaje a Roberto Bolaño, su personalidad, vida y obra, debiera crear el Premio Diáspora. Bernardo O`Higgins, el reconocido Padre de la Patria, murió en el exilio en Perú.
El Premio Diáspora tiene sentido para conmemorar los 200 años de la República, porque escritores relevantes, emblemáticos, indispensables en la literatura chilena pertenecen a la Diáspora. Gabriela Mistral, Hernán Díaz Casanueva, Rosamel del Valle, José Donoso, Efraín Barquero, Oscar Hahn, Isabel Allende, Ariel Dorfman, Luís Sepúlveda. Cineastas como Raúl Ruiz, pintores como Raúl Sotomayor, SOTELO. Iconos de las artes como Claudio Arrau y Roberto Matta. Y ya regresaron a Chile, Antonio Skármeta, Gonzalo Rojas, Gonzalo Millán, Omar Lara, Armando Uribe Arce, la lista es larga, incluye a músicos, cantantes, actores de teatro, cine...

• De lo metafísico a lo cotidiano

El Chico Molina era un barco navegado, venía de las tertulias de la casa de Vicente Huidobro, el vanguardista y pájaro de lujo de la poesía chilena. Iba y venía de lo metafísico a lo cotidiano, un bypass natural, indoloro, como si el tiempo no tuviera que dar ninguna explicación en esta ni en otra época. Atemporal el Chico Molina en toda su magnificencia. Crecía en su silencio barroco cuando sorbía de la copa el vino y degustaba la atmósfera que creaba y compartía. Un modesto gigante de la noche, donde fuera y se encontrara. Su norte era la atmósfera nocturna que propiciaba a sus alrededor. J. Teillier era uno de sus más grandes animadores, le motivaba y buscaba que el Chico Molina recurriera a sus más viejos repertorios e improvisara nuevos acordes. Tenían una química especial basada en la poesía y una secreta complicidad en la admiración mutua del oficio. Tengo entendido, que continuaron estas eternas conversaciones en el mítico bar La Unión Chica, donde un grupo de artistas bohemios, sobrevivía el golpe en pleno centro de Santiago, bebiéndose prácticamente el mar rojo de Chile. Un refugio también para olvidar el olvido del mismo Chile por algunos chilenos.

(En esa ola de rumores, mar de fondo en que se había convertido el país, Neruda iba y venía en sus viajes, con su protagonismo tácito, real, y todos los caminos de la poesía castellana, en ese entonces, conducían a Isla Negra. Su poesía residenciaria, amorosa, "materialista", geográfica, cotidiana, popular, de denuncia, nunca pasó desapercibida en Chile, en América latina, ni en el mundo. El propio personaje ponía el cuerpo y eso se expresaba en titulares, opiniones que cruzaban más allá de la geografía santiaguina. No todos comulgaban con Neruda, pero a su muerte, hasta los hijos de Residencia en la Tierra, comenzaron a apuñalar al padre como si fuera César. No es una novedad en el mundo literario. Tú también, Bruto, hijo mío...

Después comenzarían los libros sobre el personaje más admirado y criticado de la poesía chilena y del habla castellana. Adiós, Poeta, El cartero de Neruda, Nocturno de Chile,películas, anécdotas, citas, críticas repetitivas desde estalinista a versificador sin lìmites. El novelista Jorge Edwards, compañero diplomático y de juergas en Isla Negra y en otras fiestas, ha anunciado que está escribiendo una nueva novela sobre el Vate. Al parecer la obsesión nerudiana está a la altura del impacto, trascendencia, interés por su obra y vida íntima. Desde luego los réditos para los autores están a la vista. Mientras escribo estas líneas, he visto un anuncio en la televisión, en un programa internacional, la vieja sombra de la imagen clásica nerudiana y se habla del poeta de la libertad. La novela en gestación cuenta del amor birmano del joven cónsul de Rangoon con la famosa Maligna de sus residencias, Jossie Bliss, el ángel enigmático de su juventud. El famoso Tango del viudo,pertenece a esta historia y gran poesía. Me seguiré viviendo, dijo el autor de 20 Poemas de amor y una canción desesperada y su profecía se cumple al pie de la novela. Sus amigos, enemigos, críticos, admiradores, lectores, levantan el icono desde lo más profundo de sus sentimientos nerudianos y antinerudianos y lo agitan de acuerdo a sus visiones e intereses. La bandera de una poética desmembrada por la geografía de Chile, Neruda clavó sus picas en las profundidades de la poesía del siglo XX. Un poeta para distintas estaciones. Una suerte no haberlo conocido)
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• Bienaventurado el Chico de Lo Gallardo

El 73, el año de la República asesinada, no encuentro mejores palabras que el verso rokhiano, nuestro singular personaje desapareció, como mucha gente que nunca más volvimos a ver ni saber de ella.

El inefable Chicó Moliná, más afrancesado que Napoleón, soñaba con visitar París, guiñar un ojo al Senna, y redescubrirse en la ciudad luz y sus autores favoritos. como Saint-John Perse era un deseo a cumplir. Conocía las calles parisinas mejor que la Maga de Rayuela de Cortázar, antes que el Cronopio siquiera escribiera esa biblia de mi generación.

Qué le había contado Huidobro, qué sueños le habría sembrado, aunque sus lecturas le enviaban señales ineludibles, necesidades imperiosas de visitar el lugar fundacional de sus placeres literarios.

Así fue como el Chico Molina apareció por esas fechas del 73 en su amado y soñado París, y cuenta la leyenda real, que lo recibió solemnemente el cineasta chileno- francés Raúl Ruíz y el novelista Jorge Edwards. Ruíz le llamó en la Francia de París es una fiesta, el pequeño Hemingway, tal vez por su rostro barbado y la grandeza del personaje que había conquistado todas las literaturas sin escribir tal vez una sola palabra. Era un cazador de clásicos, de poetas en formación, momentos grandiosos, de esa literatura de todos los tiempos, un poeta real donde la palabra impresa es secundaria y sucumbe al hechizo de la voz. El Chicó de Lo Gallardo beneficiado en el sueño por una mecenas se asomaba en tiempos difíciles, de terror y exilio, a la capital gala y no sabemos de su itinerario, como suele ocurrir con las leyendas que alcanzan una dimensión desconocida. El pequeño Ernest era un cazador de piezas míticas y de la noche bohemia.

El Chico Molina se retiró inédito de este mundo, virgen de palabras escritas, sin pompas de ninguna especie, bombos ni platillos, allá en Lo Gallardo, la costa chilena, en el año 1986, Cuentan, rodeado de mujeres y flores. No fue un profesional de la palabra en el mal sentido de la palabra, solo un espíritu libre y siempre se caracterizó por ser un buen compañero en el juego de la poesía. Nunca se le vio haciendo antesala para editar algún verso, ni se hizo querer por los administradores de la cultura. En cambio, vivió la poesía sin mayor explicación que el acto de fe diario que le imprimía a su vida y la palabra.

Se fue habitando un poema de Jorge Teillier, que le fascinaba y que el poeta de Lautaro, finalmente se lo dedicó:Cuando todos se vayan. La poesía tenía caminos trazados y escritos solo para el Chico Molina, un personaje que será recordado también por este poema.

El poema incluido, a continuación en esta nota, (In Memorian) es de Eduardo Molina, bienaventurado sea el Chico Molina y su poesía escrita por sobre el silencio. Texto dedicado a Rosamel del Valle, unos de los grandes de la poética chilena. Es su sello oculto en la oscuridad de los tiempos. No le bastaba con derrochar vida a los vivos, se preocupaba de atender los muertos, rendirles el culto de la flor solitaria y asignarles, a quienes nos dejan, la reciprocidad del afecto. Los últimos dos versos nos hablan de la profundidad del pulso lírico de Eduardo Molina Ventura. Desde la orilla del camino de la vida hacia la muerte, se descubre algo más deslumbrante cuando intercambias un guijarro y te devuelven el interior de una montaña. Son los secretos que espera un niño, un aventurero, cualquier persona que imagina un mundo nuevo y desconocido. Le petite Moliná inicia su texto con una suerte de advertencia: No olvides a los muertos que jamás olvidan y son tu sombra viva, precisa. Quiere decir que te acompañan, y si les das simples gestos como una sonrisa, una mirada, todo cuanto les des te lo agradecen, pero estos generosos del más allá todo lo devuelven con creces. Los muertos nos retornan vida, después de todo y tienen tanto tiempo que son capaces de convertir el tiempo en un cerezo florido.

No olvides a los muertos que jamás olvidan
y son tu sombra viva
Todo cuanto le des te lo agradecen y devuelven
ellos los delicados los generosos muertos
Dales una sonrisa una simple mirada
y ellos te darán un cerezo florido una pradera de nieve
Dale al muerto una rosa una sola rosa
húmeda aún del temblor de tu corazón
y él te la devolverá
pero rodeada de un tiempo puro
de un espacio sin mácula
Dale al muerto un guijarro uno solo
y él te devolverá el interior de una montaña.

Pero el Chico Molina dejó su herencia poética a un amigo: José Miguel Ruiz, su Max Brod chileno, quien le publicò un libro póstumo intitulado: Del otro lado del espejo (2016 ediciones Overol) Al final de sus días, presentó sus cartas más íntimas, aquellas que celosamente guardó del otro lado del espejo, donde su imaginación le permitía volar.

LAS ELUCUBRACIONES DE LA MENTE

Las elucubraciones de la mente
El escondido olor de la violeta
El juego complicado de los átomos
Una vaca mirando pasar el tren
Los diamantes de la Liz Taylor
Las lágrimas de los pobres
La pluma del escritor famoso
La pala del labriego
El anciano de huesos caducos
Una muchacha fresca como un huevo del día
El abrazo de los enamorados
Una carretilla llena de estiércol
El auto cerrado del Primer Ministro
Un niño jugando al aro
La montaña y el vilano
A todos
La Tierra lleva por igual
Silenciosa y ajena.

• Epilogando al Chico Molina

El poeta Jaime Gómez Rogers, Jonás, asiduo contertulio de la mesa de los poetas de Nueva York 11, en el bar La Unión Chica, rindió un homenaje a sus compañeros de ruta, con este poema donde también se cita al inefable Chico Molina.

Es mediodía en el bar "La Unión"
y los parroquianos comienzan
a embriagarse
de la ciudad que bulle.
Todo sucede alrededor
de la velocidad
de portafolios
cuentas
deudas
compromisos.
Pero en esta mesa de madera
en que la vida dejó claras huellas
el tiempo se detiene.
Allí están
El Chico Molina
Iván y
Jorge Teillier
Rolando Cárdenas
Pablo de Rokha que saluda desde una mesa vecina,
Vicente Huidobro que pasa volando
Neruda se aproxima
y Vallejo
desde su sombra antigua hace una seña
a Wenche
pone otra botella de tinto
sobre la mesa. (Jaime Gómez Rogers).



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DATOS DEL AUTOR:


Rolando Gabrielli (Santiago de Chile, 1947). Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional, experto en la industria bananera, encargado de estrategias para los ocho países de la región miembros de la UPEB, Editor de la publicación científico-técnica y económica, con circulación en 56 países, columnista de la revista alemana D+C (1979-89). Escribe para varios periódicos panameños como Analista Internacional y trabaja en el programa de la Unión Europea-PNUD, Tips On Line, mercadeo de oportunidades empresariales vía Internet. Asesor en estrategias empresariales, editor de Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing.