Los
conceptos
Cuanto más analizo la cultura más me convenzo de que toda
evolución social es una disminución de las potencias del
hombre y acuerdo con Nietzsche en que el hombre moderno más se
asemeja a un mono que a un superhombre.
Aunque la epidemia de la racionalidad no se corresponde exclusivamente
con la edad moderna pues toda la era griega está generada a partir
de la racionalización de nuestra existencia.
Aquello que denominamos cultura es precisamente la racionalización
de los conocimientos humanos, conocimientos acerca de la existencia,
que se ampliaron a los aspectos de la convivencia, una particularidad
de la vida que acabó por tenerse por absoluta, lo cual implica
negar otras formas de existencia y, por cierto, las formas superiores.
Las ideas sobre la justicia, el orden social, la jerarquía, la
autoridad, el bien y el mal, y todo aquello necesario para asegurar
el valor de la vida en colectividad precisaba de justificaciones que
no existían en la naturaleza y la lógica las encontró.
Antes de la aparición de la
cultura, lo cual no fue un proceso natural sino un proceso artificial,
el hombre poseía ideas acerca de valores universales. Estas ideas
se concretaron mediante la lógica y la lógica adquirió
un valor superior al que le correspondía y amplió su aplicación
a otras áreas, áreas que precisaban de una racionalización
para adquirir valor, como la ciencia, la cual no existe sin la lógica
deductiva, o como la sociedad que precisaba de una justificación
para regularse.
Entendemos la cultura como el conocimiento racional, y por lo tanto
trasmisible, de ideas acerca de la existencia y del hombre, incluida
la existencia en colectividad. Y entendemos por civilización
las manifestaciones que el hombre desarrolla a partir del mismo pensamiento
con el que genera la cultura: a) tanto las instituciones: de gobierno,
de justicia…; b) como las formas de comportamiento: los buenos
modales, la correcta vestimenta…; c) como la adecuada expresión
de tal sentir: el baile, el canto, las artes plásticas…
Se objetará que prácticamente no hay diferencia entre
lo que es cultura y lo que es civilización, y, efectivamente,
cultura y civilización son dos aspectos de la misma cuestión,
por lo que la distinción dice más de quien valora que
del hecho en sí. Saber quién pregunta por cultura y quién
por civilización nos sirve para conocer el punto de vista de
quien pregunta, su posición, su perspectiva. Podríamos
decir que uno de estos elementos es el cuerpo y el otro el alma. El
ser sería el conocimiento, o las creencias, sobre la realidad
que no poseen existencia sin esa doble vertiente de su manifestación.
Antes de esta manifestación cultural existía un tiempo
que podríamos definir como pre-cultural, no porque se careciese
de manifestaciones sino porque es preciso diferenciarlo de un tiempo
más antiguo aún en el que solo había conocimiento,
el cual podremos denominar con propiedad a-cultural, y en el cual, muy
posiblemente, ese hombre, del cual el bueno de Eurípides podría
decir que obraba inconscientemente, estaría muy próximo
a un sileno y poseyera la mayor belleza de su historia.
Con las manifestaciones pre-culturales, todas ellas intuitivas, como
sus conocimientos, incluida la escasa ciencia inductiva, el hombre comienza
su rebajamiento, su aprecio por lo concreto. Es cierto que vive mejor
y que abre el camino hacia un 'progreso' sin límites, pero a
cambio del precio de escindir su ser en dos, lo divino y lo natural,
para poder comprender con mayor facilidad su realidad.
No por deseo consciente sino por necesidad del método, la racionalidad
volvió a unir, en el tiempo de la cultura, ambos aspectos, pero
siendo la razón solo una interpretación del hombre y no
una valoración completa, entendió las partes separadas
solo parcialmente y su unión no podría haber producido
nada perfecto; así pues creó, como consecuencia necesaria
de ese error de cálculo, al mono en lugar del ser superior que
esperaba, tal como le ocurrió al famoso doctor de la ciencia
ficción con su creación, y el resultado, como en el drama
socrático, más se presta, en quien posee en el alma algo
más que un resquicio del antiguo sileno, a la incomprensión
que a la compasión.
La paz social
Pero, cada vez que miramos a un pasado
inmediato, nos damos cuenta de que, en realidad, la vida colectiva ha
mejorado y, cuanto más atrás miramos, mejor percibimos
que la evolución de las costumbres sociales ha suavizado la convivencia.
Si ya revisamos la vida de Roma o de Atenas, basta recordar la esclavitud,
la sumisión de la mujer y de los hijos al hombre, así
como costumbres o creencias que hoy nos resultan tan bárbaras
como las guerras o el pillaje como forma de subsistencia o las targelias
como medio de expiación de culpas o el rigor de las sentencias
judiciales.
Sin embargo, si Eurípides se jactaba de haber enseñado
al pueblo a razonar, con el mismo método también le enseñó
a mentir lo que llevó, con el tiempo, a convertir a todo ciudadano
en juez moralista de los actos ajenos. Ya ellos ejercían constantes
burlas contra el hombre que caía en desgracia pero por hechos
ciertos y no por la valoración social de su conducta. Como nos
recuerda Hegel, los griegos no tenían un especial sentido del
honor puesto que el honor es un concepto derivado de valores sociales
y ellos, los griegos, eran conscientes de que tales valores habían
sido instaurados para evitar situaciones concretas, no por un valor
propio y real: Los dioses no habían surgido del monte Olimpo
sino de la polis de Atenas. Los griegos lo sabían, pero sus herederos,
el mundo occidental, aprendieron la letra de las historias sin haber
oído su música.
Cuando esta fiebre racional pase, pues todo tiene un tiempo, llegaremos
a una era post-cultural, no porque haya un final de la cultura sino
porque se alcance la comprensión de otras formas de expresión
y conocimiento que no sean solamente lógicas, como consecuencia
de la decepción del hombre por la razón.
De las formas culturales
Del porcentaje empleado de cada uno de los componentes en cada manifestación
cultural dependerá que tal cultura posea un carácter trágico,
artístico o socrático, según la definición
nietzcheana.
Pero, a la vez, cada tipo de cultura sufrirá una evolución,
en mayor o menor grado y a mayor o menor velocidad, con variaciones
de sus mismos componentes, de forma similar a como en la naturaleza
existen animales pequeños, medianos y grandes, que evolucionan,
desde que nacen, de pequeños, a jóvenes y adultos.
Por eso, no consideramos adecuada la distinción de Hegel de una
cultura hindú, una griega y otra gótica, ya que la clásica
y la medieval serían estadios de la cultura occidental; y la
descripción que hace de la cultura india es una cualidad general
de la cultura oriental, aunque en esos ejemplos se distingan los tipos
que pretende afirmar. Para comprender definitivamente el error de Hegel
basta preguntarnos cuándo en occidente hubo un arte simbólico,
la respuesta, contundente, es: en la prehistoria. Por otra parte, su
teoría no es válida para el arte 'romántico' con
el que Hegel identifica el arte religioso, pues no existe un arte religioso
y, plagiando a Nietzsche, podríamos decir que lo que existe,
y lo que Hegel hace, es una interpretación religiosa del arte.
De lo expuesto no debe deducirse una clasificación de la cultura
aunque se nos haya acostumbrado a tener por tal cualquier agrupación
de tipos según su descripción. La clasificación
exige identificar el sentido de su generación, lo que no es nuestro
actual objeto.
La disolución de occidente
No solo las percepciones sensibles que están al alcance de cualquiera
sino también una deducción teórica nos conducen
a pensar en un próximo cambio cultural de consecuencias inconcebibles
para el mundo occidental. Próximos a agotarse los cambios posibles
en la evolución de la cultura de la era griega, bien conocidos
por nosotros, de la cual la existencia del mundo occidental no solo
es deudora sino, lo que resulta más terrible en este momento,
que esta constituye su fundamento sin el cual tendría que desaparecer,
resulta que no es posible concebir un final cultural sin suponer que
nadie pretenda ocupar ese vacío.
Entre las evidencias, unas son internas, la falta de fe en sí
misma, junto con la creencia de que nada de cuanto se haga en su contra
la podría anular y que se podría reponer como si el resto
del mundo precisase su supremacía por tradición y no precisamente
una fuerza directora de cualquier índole.
Entre las externas, la fuerza de sus rivales y una fuerza que se manifiesta
en varios aspectos, el económico, en un mundo en el que las guerras
comerciales tienen mayor importancia que las militares; y el social,
por el deseo de conquista de un mundo al que sus rivales odian pero
envidian.
Entre las razones culturales, la renuncia a todo ideal, el exceso de
confianza en la evidencia y en los logros materiales que recuerdan cómo
el helenismo, con su excesivo realismo, anunció la llegada de
un imperio romano más diestro en el manejo de los valores materiales
que se hizo cargo de la dirección de la historia del mundo.
Y, sin embargo, hoy, como entonces, resulta imprescindible que esto
ocurra para que la máquina del tiempo traiga un nuevo mañana
cada vez que ese reloj de la historia nos anuncia la medianoche.