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La herencia de Pedro Páramo
Eve Gil
02/07/2007


Cóbraselo caro
Élmer Mendoza
Editorial Tusquets
México, 2005
123 pps.

Al margen de la estéril discusión iniciada en una prestigiada revista literaria acerca de si la literatura que se escribe en el norte es o no narcoliteratura (las generalizaciones, de entrada, son injustas, odiosas e indignas de quien se acredite como ‘crítico literario’), es un hecho que quienes con más orgullo exhiben su condición de hijos de Juan Rulfo, son, paradójicamente, los autores del norte y noroeste de nuestra república: baste echar un vistazo a Tierra de nadie, de Eduardo Antonio Parra; Duelo por Miguel Pruneda y El último lector, de David Toscana... ahí está también la sórdida belleza de Nadie me verá llorar, de Cristina Rivera Garza... y ni hablar del tijuanense Federico Campbell, declarado ¡hijo de Rulfo’, mientras que los autores del centro y sur de la república, incluyendo algunos jaliscienses, se complacen en renegar de su ‘rulfianidad’, particularmente los más jóvenes, según se demostró en una encuesta elaborada por Mayra Inzunza para otra publicación cultural de prestigio, con motivo del quincuagésimo aniversario de la publicación de Pedro Páramo.

Y en medio de tantos dimes y diretes, aparece Cóbraselo caro, cuarta novela del sinaloense Élmer Mendoza (Culiacán, 1949), uno de los autores multicitados (e incomprendidos) cuando se hace referencia a la llamada narcoliteratura. En esta, Mendoza rinde tributo a una obra que reconoce de capital importancia para su trayectoria: Pedro Páramo. Más que una reescritura, sin embargo, Cóbraselo caro es una virtual relectura de la obra de Juan Rulfo, es decir, al mismo tiempo que el autor plasma su propia experiencia de una incursión por Comala, nos hace experimentar una vez más la Comala inmortalizada por Rulfo, de tal suerte que el lector llega a sentir que está leyendo dos obras paralelas. Nicolás Pureco, 'Nick', el protagonista, es un próspero restaurantero chicano, especializado, sí, en comida mexicana (aunque 'de a mentiritas'), lo que de entrada pudiera sugerir cierta incongruencia respecto al mundo rural y caciquil de la obra referida. Nick, sin embargo, resulta ser hijo de dos de los personajes de la novela de Rulfo: Susana y Nicolás. Su mayor tesoro, por tanto, es un gastado ejemplar de la citada novela, al que le falta la primera página, circunstancia no carente de significado. Nick es, hasta cierto punto, el puente entre dos mundos aparentemente irreconciliables: el México del sur y el México del norte. Mendoza nos hace ver como al mismo tiempo que los escritores del centro han renegado del legado rulfiano, han pretendido que Pedro Páramo les pertenece en exclusiva pues, piensan, nada tiene que ver con el México de la frontera norte: '(...) que yo sepa ahí (Sonora/Sinaloa) no hay tradición de aparecidos, decapitados o mujeres vestidas de blanco, ahí la raza pistea, se pone loco y ya, no andan viendo fantasmas y si se arrepienten de sus pecados lo más seguro es que le recen a Malverde.' (p. 66). Contrario a lo dicho por este personaje, que bien podría ser una parodia de los críticos que insisten en estereotipar a los escritores norteños, Nick, descendiente directo de los personajes de Pedro Páramo, nos ayuda a localizar una serie de afinidades entre el universo rulfiano y el mundo que lo circunda a él, semi gringo de origen mexicano. Así, pues, aquejado por la misma enfermedad de Don Quijote y Madame Bovary, es decir, la confusión entre la realidad y la ficción literaria (y que en la novela de Mendoza se manifiesta como una enfermedad en forma, con todo y su sintomatología, como pudiera ser, se queja amargamente Lily, la esposa gringa de Nick, la pérdida total del apetito sexual) Nick Pureco se propone, más que simplemente encontrar a Pedro Páramo, reconstruirlo. 'Las dichosas piedras —se lamenta la gringa Lily, a un tiempo banal y poética —, ¿es posible que una novela ponga a alguien a buscar piedras por el resto de su vida?' (p. 70).

Nick emprende el vuelo rumbo a Jalisco, donde su búsqueda de Pedro Páramo inevitablemente se confundirá con la búsqueda del autor de Pedro Páramo, es decir, Juan Rulfo. Los elementos propios de la ficción rulfiana se amalgamarán con aspectos biográficos del escritor jalisciense, de tal manera que la hacienda de los Vizcaíno Arias se incorporará al espectro de Comala, y el jardinero Tiburcio Arias y el mundialmente célebre Tío Celerino (hasta Vila Matas ha escrito un conmovedor ensayo sobre él) convivirán con Pedro, con Fulgor, con Susana. Incluso el escritor argentino, Macedonio Fernández, mentor de Borges, tendrá vela en este entierro: ‘El poeta es un fingidor —dice el querido viejo Macedonio —, es su privilegio, no lo olvidés, no hay otra manera de moverse en el espacio de lo imposible, irás en busca, algo que no existe, que es creación intangible (...)’ (p.p 28 y 29). Y si bien Mendoza recurre, según exige todo homenaje a Rulfo, al realismo mágico, dicho recurso no le impide mantenerse dentro del género negro que lo ha hecho acreedor a una mención en la más reciente entrega del Premio Dashiel Hammett por su novela Efecto tequila. En medio de su labor de reconstrucción del hombre del que quiere vengarse (curioso: revivir a un muerto para reclamarle y volverlo a matar. Realismo mágico puro), Nick se percata de que a alguien en el pueblo le fastidia su intrusión. Empieza a recibir amenazas de muerte, llamadas anónimas que le exigen volverse de donde vino y dejar de meterse en lo que no le importa, pero Nick Pureco no está dispuesto a dejarse amedrentar.

Cóbraselo caro es, desde mi muy particular punto de vista, la gran novela que se perfilaba entre líneas en Un asesino solitario y El amante de Janis Joplin, novelas que los críticos insistieron en encasillar y sin embargo son algo más que simples novelas sobre narcos. De hecho, bien visto, el tema del narco es secundario en relación a los conflictos humanos en los que Mendoza ahonda con singular ingenio y sentido del humor. Con Cóbraselo caro no solo corrobora el entrañable lazo entre Rulfo y los escritores norteños, sino también su propia condición de heredero del autor de la más grande novela mexicana de la segunda mitad del siglo XX.

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