Para Karla
la luz
Primero, hay que remover la rosquilla
metálica de un foco, vaciar un poco de polvo, prender el encendedor
ubicando la flama en la concavidad de la bombilla. Soltar un suspiro.
Oler. Oler la combustión del cristal, lo absurdo de las sustancias.
Silencio. La marcha del tiempo mengua. Debes capturar el humo con parsimonia.
Segundo, ve a tu acompañante
chasqueando algunas palabras. Emite una risa mentirosa. Se levanta de
la silla con torpeza, se dirige al estéreo, pone algo de acid
jazz. Vuelve a sentarse frente a ti, habla de Burroughs, de Wells,
sobre sus manías y las drogas duras consumibles en los años
sesentas. Sientes la conversión del humo en infinidad de vías
lácteas, tu cuerpo como una estela desorbitada, las palabras
como quien ve constelaciones luminosas. No distingues la forma de los
objetos. Los personajes o aptitudes que adoptas a diario te asaltan
como múltiples yo. Te trasladas a un circo en el que domas fieras
con ansia de una conversación. El tiempo sigue su marcha.
Pegas de nuevo la boca en la bombilla
para evitar el sopor. Hay un punto, un centro en el mundo, ahora estás
en él, no hay movimiento, ni aire, nada. Olvidas el circo. Descubres
que estás despegando con lentitud. Vuelves a absorber el humo.
El foco es el seno, el atractivo de Cristy, la hermana de tu compañero
de viaje. Las miles de ideas que te rodean se disipan. Deseas sexo,
sexo gritan varías voces dentro de ti. No te importan para nada
los libros de tu alrededor. La biblioteca se ha convertido en un cuarto
oscuro con miles de anuncios luminosos. Las Vegas. La música
aumenta su volumen. Sigues deseando sexo.
Se abre la puerta del estudio, entra Cristy, da un beso en la resequedad
de tus labios y pregunta si aún hay más cristal. Pasas
la lengua por tus dientes para sentir la caries. Contemplas sus piernas,
sus circulares y diminutos senos. Sus ojos se ven como dos lunas resplandecientes.
Su rostro se ve ahíto por el influjo de los químicos.
Lleva puesto el uniforme escolar y en tu cabeza ha permanecido el deseo
de penetrarla con esa ropa. No respondes su pregunta. La tomas de la
nuca, inclinas su cuerpo en tus piernas y bajas tu pantalón hasta
las rodillas. Su hermano no se opone. La cambió por un poco de
ácido. Cristy acomoda su cabello a un lado y apunta los labios
a tu miembro, lo introduce de manera cariñosa a su boca. Tu pene
se convierte en una hidra y la saliva de Cristy está compuesta
por microsanguijuelas que se clavan en tu piel. Comienza a apretar tus
muslos con sus manos, acaricia tu abdomen, te hace cosquillas en el
glande con su lengua. Un sol rasga tu piel. El inmenso sistema solar
levita dentro de la biblioteca.
Lo construido por la droga se paraliza. Uno de aquellos leones de circo
se desploma. No hay Cristy. El estéreo toca Glory Box
y tu interlocutor habla y habla sin despegar su boca de la bombilla.
La combustión danza cerca de sus sienes. No entiendes nada. Su
balbuceo son golpes que te provocan un knockout. Giras tu cabeza para
buscar el pasado y construir el presente con él. Preguntas por
su hermana, dónde está. ‘Mi hermana no, mi hermano
sí. Cristy no, sí Cristy sí, el hombre delgadito,
hosco, incomprendido no, transformado sí, no hay pierde es tuya
no, todo tuyo sí’. Ríes, ríes como un ebrio.
Sabes que es una broma. Después habla de cambio de sexo: ‘Sufrió
como el jorobado, es el jorobado, lo encerramos en su recámara
y lo dejamos salir hasta que aceptara su monstruosidad’. Te carcajeas.
Su risa te confunde. Agrega que tiene los comprobantes y las fotos de
la operación. Que todos los novios de Cristy han caído
en la trampa. Vuelves a carcajear, ahora te atragantas con tu saliva.
Tus ideas se encuentran perdidas. Tu compañero sigue aferrado
con su soliloquio. Intentas seguir los pasos de su viaje. Suena estúpido
que Cristy sea un transexual, un engaño. Brota tu aversión,
el odio, el trauma hacia todos aquellos afeminados que caminan con ademanes
idiotas. Te causa asco. Crees que te han visto la cara. La droga desperdiciada
en este par de avionetazos no es más que una estrategia para
llevarte a un aterrizaje forzoso.
Inicia otro desdoblamiento. Aceptas sin reparar en nada. Le pides que
te lleve a ver a Cristy. Tu estómago comienza a revolverse. Náuseas.
Los síntomas del cristal no reducen su ímpetu. Te pegas
a la bombilla mientras tu interlocutor cruza la puerta de la biblioteca.
Lo sigues con el foco en la mano. Toma dos vasos y sirve un poco de
agua, te da el tuyo. Ambos beben, terminan rápido. Tararean una
melodía, no saben bien cuál es. Dejan los trastos en el
fregadero. Vuelves a seguirlo, ahora hasta la recámara de Cristy.
Antes hay un par de escaleras, las suben, siguen tarareando la canción.
Termina el desdoblamiento y piensas que todo puede ser una mentira y
seguirán quemando el cristal.
Un extraño silencio te estremece. Tienes un mal augurio. Faltan
dos pasos para que entres a la recámara de Cristy. Tu compañero
se detiene, te quita la bombilla y dice con palabras entorpecidas: ‘Pásele,
señorita, las damas siempre son primero’. Al cruzar la
puerta enfocas tus ojos a una cama, ahí se encuentra Cristy,
desnuda, con su pelo grifo y su sonrisa infantil.
Te sientes tranquilo. Ella te espera.
Das tres pasos más para abrazarla. Cristy sonríe, se para
y camina como si fuera una modelo de pasarela: mueve sus caderas, alinea
su rostro hacia el tuyo, sus manos las mantiene detrás del culo
como si ocultara un regalo. Corres hacia ella para tumbarla en la cama.
Sientes un tirón en tu espalda. El hermano te jala la camisa
con violencia, te amaga. No puedes hacer nada contra esos músculos.
Gritas que te suelte, así no había sido el trato. Gritas
que si no lo hace no habrá drogas. Volteas hacia Cristy, hacia
su rostro en pequeños close-up. Ella comienza a reír y
alza sus manos para descubrir un revólver que guarda tras su
culo. Lo apunta a tu frente. Su hermano te amaga para extraer la metanfetamina
que llevas en el bolsillo de tu camisa. Ves el cañón de
la pistola en medio de tus cejas. Cristy agrega más presión,
grita que si ya todo está bien, sonríe como un demonio,
sus manos tiemblan, el revólver cascabelea. Le dices que esto
no puede ser, que es un juego, un mal juego y que no puede ser así.
Todo lo que tienes será de ellos, repites, gritas. Pero un rugido
suena desde las entrañas del revólver…
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Para
saber más
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DATOS DEL AUTOR:
Joel Flores. 1984. Zacatecas, México.
Narrador. Durante el año 2002 al 2004 fue parte del consejo editorial
de la revista Finisterre (Beca Edmundo Valadés a Revistas Independientes).
Sus cuentos y crónicas han sido publicadas en Acento, de La voz
de Michoacán, Barca de Palabras, La cabeza del moro, Espiral,
Prisma volante, Homines, La Agenda Cultural; y en Son de marzo (Antología
de Escritores Jóvenes editada en Guanajuato). Su trabajo ha merecido
los siguientes premios y apoyos: La Beca del Fondo Estatal para la Cultura
y las Artes del Estado de Zacatecas (FECAZ 2004-2005), la del Fondo
Nacional Jóvenes Creadores (FONCA 2006-2007) y el tercer lugar
en el IX Concurso Nacional e Iberoamericano 'Leamos la Ciencia para
Todos' 2005-2006. Actualmente trabaja en dos libros de cuentos: Simulador
y Relatos reales.