Sobre el mantel de la mesa había una mancha que, a juzgar por
su trazo, guardaba íntima relación con las fibras del
mismo. Sobre el mueble, cuatro codos recargados contrariaban a las dos
bocas que no dejaban de moverse.
—Comía como si en realidad fuera culpable, ¿eh,
Rojo? —dijo el hombre que sobre el pecho traía una sobaquera
manchada por el cloro.
—Ya
era hora que descansara el maldito. Hicimos bien en ayudarle ¿no?
Bringas —dio por respuesta el calvo y enseguida se bebió
de un trago el resto de cerveza que quedaba en la botella.
El setenta y cinco watts disfrazaba, corrientemente, la mugre de las
paredes del cuarto en el que los dos hombres se encontraban.
—Espero que Sagrado no se haya molestado con nosotros, no es tiempo
de tomar vacaciones —dijo el calvo al momento de destapar otra
botella.
—Y si se enoja ¡qué!, ya te he dicho que Sagrado
no es el mismo de antes. Está cansado, por eso jamás anda
solo ahora.
—Eso es lo que me preocupa, eso es lo que me preocupa —habló
para sí Rojo.
Se escucharon pasos en el pasillo, la puerta del cuarto se abrió
intempestivamente, tres hombres entraron y de inmediato se sentaron
junto a Bringas y Rojo.
— ¡Dile a una de tus bestias que cierre la puerta, Sagrado!
¡Carajo! Parece que traen cola, negros —les gritó
Bringas y al instante uno de los hombres que acompañaban a Sagrado
se levantó y cerró la puerta.
—Ya supe lo del Gordo. Les dije que no se metieran —dijo
Sagrado de manera firme—. Y dame una cerveza, el elevador no sirve
y tuvimos que subir por las escaleras.
—Entonces para qué te acompañan estos, si no es
para cargarte —intervino Rojo al momento de pararse para alcanzarle
una cerveza a Sagrado.
—Ah, ya lo estás educando, ¡eh!, Bringas, ¿ya
quiere morder el cachorro? Los colmillos de rata se afilan muy pronto.
—El cachorro ya muerde, que la mordida infecte, lo veremos después
—le respondió Bringas rascándose el sobaco izquierdo—.
¿Por qué tan inquieto, Sagrado? No me digas que ahora
sólo peleas con las escaleras.
—Agarren una cerveza muchachos, éstos no pasaron de primer
grado, es injusto pedirles un poco de cortesía... Si no la tuvieron
para con el Gordo.
Los hombres de Sagrado tomaron dos cervezas, cada uno, y después
de recargarse, uno en la puerta del refrigerador y el otro en la puerta
de entrada, comenzaron a beberlas alternadamente.
—Si así educas, Sagrado...
—Cierra un segundo la boca, Rojo —lo interrumpió
Bringas—. Déjalos que beban sus cervezas, estoy seguro
que después de eso los señores se marcharán.
El chillido de varias sirenas opacó el ruido de las cinco gargantas
que pasaban tragos y eructaban al unísono.
—Vamos a batallar para salir, el tráfico… —dijo
uno de los hombres de Sagrado, como para callar el ruido de las sirenas
que subía de intensidad, cual si en vez de pasar de largo subiera
por las escaleras.
—El Gordo no tenía la culpa —Sagrado rompió
el silencio.
—Jamás quiso demostrar lo contrario —le respondió
Bringas.
Los hombres que estaban de pie se enderezaron de inmediato.
—Las instrucciones fueron giradas —habló, de nueva
cuenta, Sagrado.
—No pertenecemos a la misma zona —replicó Bringas.
Rojo volteó hacia los dos hombres y colocó sus manos bajo
la mesa.
—Si no vinieron a nada más... Ya se terminó la cerveza
—concluyó Bringas.
— ¡Crees que crucé la ciudad sólo para tomar
una cerveza contigo! —gritó Sagrado mientras golpeaba la
mesa.
Los tres hombres que se encontraban sentados se incorporaron de un golpe.
Justo cuando los otros dos hombres también reaccionaban, el teléfono
timbró.
Rojo lo descolgó de un manotazo y asintió. Colocó
el auricular sobre su pecho y dijo:
—Es de parte del Gordo, ¿quién toma la llamada?.
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Para
saber más
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DATOS DEL AUTOR:
Alfonso Corral (Navojoa, Sonora, México, 1979). Psicólogo
y bibliotecario por las mañanas y maestro por las tardes. En
2001 publicó la plaquette de poesía La balada de los
comunes (Editorial La Cábula). En 2005 ganó el IV
premio nacional de poesía Alonso Vidal y publicó Aire
de Caín (Instituto Municipal de Cultura y Arte de Hermosillo).
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