Duelo de noche
María Antonieta Mendívil
21/07/2007
Eran
ríos de gente los que corrían para despedir a los pescadores
que se iban al camarón. Se celebraba misa en el malecón,
debajo de la estatua a El Pescador, y las niñas del colegio nos
uníamos a la ceremonia para cantar y despedir a los barcos camaroneros
con pañuelos blancos.
Ese año Marijose tenía un papel especial. Las monjas,
motivándola en su vocación, la asignaron para dirigir
la oración y para arrojar al mar la corona de flores de la Virgen.
Algunas compañeras del colegio eran hijas de pescadores y cuando
los barcos empezaron a partir, haciendo sonar sus sirenas de despedida,
empezaron a llorar mientras agitaban los pañuelos. Yo agitaba
el pañuelo imaginando que me alejaba por el mar. Marijose regresó
con lágrimas en los ojos. Imaginé que estaba emocionada
con la ceremonia. Pero ella me dijo con la poca voz que le permitía
el llanto: Algún día tendré que despedirme. La
abracé y le confesé: Algún día quisiera
despedirme.
Regresó a su fila, y al poco tiempo ese mar de gente volvió
a agitar su marea. Automóviles, niños, policías,
jovencitas, autoridades, vendedores de dulces y helados, bicicletas,
ancianos, monjas, motos y más automóviles tratando de
abrirse paso entre la gente. Todavía se escuchaban las sirenas
entre el bullicio de la gente. Un frenazo de coche aquí y allá.
Un frenazo más intenso, un golpe seco y gritos. Por las crestas
de esa marea de gente corrió el rumor: Atropellaron a una alumna
del colegio.
La imagen de Marijose con sus ojos abiertos, impávidos debajo
del mar, me abrió paso entre la gente como un llamado irracional.
Y así la encontré. Tirada en la calle, con sus bellos
ojos abiertos viendo hacia la nada del cielo, hacia la nada de la vida,
viendo sin luchar, viendo sin ver. No hay sangre, señalé
con esperanza. La monja que a su lado gritaba me avisó: No hay
pulso.
Me subieron a la ambulancia junto con Marijose y la monja. La torreta
roja daba vueltas con una locura imposible de detener; la sirena permanecía
en silencio. Nunca había sabido el esfuerzo que significa respirar,
hasta ese momento en que sentía cerrados los pulmones, la tráquea,
la garganta, la nariz, el corazón, la vida. Un sollozo subterráneo
se arrastraba en mi interior, de la nariz al estómago, como si
a su paso abriera con cuchillas el camino, hiriendo, matando, reviviendo.
La vida parece entonces un enemigo con el que luchas cuerpo a cuerpo.
En la cara me golpeaban las preguntas, ¿dónde está
el manto divino que protegería a mi familia? Y veía a
Marijose desmontar la corona de la Virgen y arrojarla al mar. ¿Por
qué ella que llevaba como un peso su futura despedida, se iba?
Y veía al paramédico aplastando una y otra vez su pecho.
¿Por qué ella se iba? ¿Por qué ella se iba?
Llegamos al hospital. Cuando en pleno pasillo veían las descargas
eléctricas en el pecho, todo mundo desaceleraba el paso, enmudecían,
me miraban con prudencia. Un hospital no está hecho para los
muertos, pensaba mientras Marijose se alejaba en la camilla. A un hospital
no se lleva a los muertos, fue mi consuelo, hasta que los vi cubrir
la mirada abierta de mi hermana con una sábana.
Mamá y Rafa llegaron quince minutos después. Me preguntaban
lo que se pregunta en un hospital, si Marijose estaba bien, si yo la
había visto, si había hablado con ella, si estaba muy
golpeada, si había visto cómo sucedió todo. Yo
alternaba el no sé con el no, el no sé con el no. El tiempo
pasaba denso y me preguntaba quién tendría que decir la
verdad. La monja había desaparecido con los doctores.
Mi madre se hundía en preguntas: ¿Qué están
haciendo, Sara? ¿Y el doctor? Quiero pasar, ¿a dónde
se la llevaron?
Se la llevaron, solté un hilo de voz, a Marijose se la llevaron.
No está aquí. Marijose murió.
Así es la vida, a veces
parece que cumple los sueños de golpe, como si saldara las
largas deudas. Pero nada es mágico, todo lleva su esfuerzo.
Por eso siempre les digo que no esperen a que las cosas les caigan
del cielo; o que se esfuercen, porque el flojo siempre trabaja doble.
Tu padre así se esforzaba, trabajando doble turno y ahorrando
como hormiguita, porque tenía muchos sueños por delante.
Un buen día, Beto llegó en una camioneta y nos
llevó a pasear fuera de la ciudad. No hagas preguntas todavía,
me pidió. En silencio paseaba como si desde siempre hubiéramos
tenido esa camioneta, como si nunca hubiera tenido que acarrear
baldes de agua, como si nunca hubiera tenido que robar gallinas,
como si nunca se nos hubiera caído el techo de la casa. Me
concentré en sentir el viento en mi pelo, acariciando mi
cara. Me concentré en cerrar los ojos y sentir la libertad
de quien no conduce.
Cuando llegamos, vi un campo
sombreado por un gigantesco árbol, tan viejo que las raíces
salían abultadas de la tierra. La sombra hacía más
intenso el verde de la hierba. El viento agitaba con alegría
las ramas, las hojas, el pasto. Frente a mí tuve la visión
de mis columpios de lianas con flores en los que paseaba de niña
en mis alucinaciones febriles.
Beto me explicó: Vendí los taxis con los permisos
de concesión, compré la camioneta y alquilé
esta parcela para sembrar. Don Rómulo me prestará
la maquinaria y me echó la mano para conseguir crédito
en el banco rural. Quiero empezar ya.
Reí feliz. Beto me tomó en los brazos y corrió
conmigo por los prados. Yo seguía con los ojos cerrados,
los brazos de Beto eran mis columpios que me alejaban de la tristeza,
de la tragedia, de la soledad. Me recostó en la hierba, y
desabrochó mi blusa. Abrí los ojos en alerta. Cubrió
mis labios. Los niños están jugando, no nos encontrarán;
nos oculta la hierba.
Hicimos el amor. No importaba nada de lo que hubiera sucedido en
mi vida. Ese momento me decía que valía la pena vivir
y sufrir hasta el extremo, si los seres humanos éramos capaces
de sentir amor.
Aquí sembraremos cártamo, me anunció, y más
hijos.
Ese fue el inicio de la vida
que tenemos ahora. Ese fue el día de borrar el pasado e iniciar
de nuevo. Ese fue el día que tu padre inició su camino
como agricultor. Ese fue el día en que concebimos a María
José.
*Fragmento de la novela homónima (Editorial Almuzara, 2006)
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Para
saber más
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DATOS DE LA AUTORA:
María Antonieta Mendívil (Cajeme, Sonora, México,
1971).- Escribe poesía y novela. Poemas suyos se han publicado
en revistas y antologías de México y España. Por
más de quince años se ha desempeñado como articulista
y editora de revistas culturales y de pensamiento en México y
España. Como colaboradora del portal español Sistema Observatorio
de Internet (www.observatoriodigital.net
), sus artículos son reproducidos en medios virtuales de Latinoamérica
y Europa. Ha sido becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes
en dos ocasiones y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Tiene
tres libros publicados: en poesía, Cuenta Regresiva (Instituto
Sonorense de Cultura, 1992); y en novela, Otros Tiempos (Equilibrio
Editores, 2000) y más recientemente Duelo de noche (Almuzara,
2006).
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