Javier Munguía: intenso, apasionado,
riguroso en su oficio: la literatura, donde sueña con llegar
a ser tan grande como Mario Vargas Llosa, su modelo a seguir.
Javier
Munguía nació en Hermosillo, Sonora, en 1983. Es Licenciado
en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Sonora. Actualmente
estudia la Maestría en Literatura Hispanoamericana en dicha institución.
Se desempeñó como editor de la revista literaria Manuel
en el 2002; y, en el 2006, de la página cultural Letrarte
del diario hermosillense Expreso. En el 2007 fue becario del Fondo Estatal
para la Cultura y las Artes de Sonora (FECAS) en la categoría
Jóvenes creadores, disciplina Letras.
Textos suyos han sido publicados en El Imparcial, La línea
del cosmonauta, Proemio, La Razón, Margen Cero, Ficticia, La
Movida Literaria, Bestiario, Proyecto Sherezade, Andante26, Enfocarte
y Homines.
Ha publicado dos libros de cuento: Gentario (Universidad de
Sonora, 2006) y Mascarada (Instituto Sonorense de Cultura,
2007). Con este último obtuvo el primer lugar en el Concurso
del Libro Sonorense, género cuento, en el 2006.
Entre
sus temáticas destacan la identidad, la violencia, el autoengaño,
el erotismo y las parafilias. Su estilo tiende a ser irónico,
breve, oscilante entre lo tierno y lo mordaz.
Conocí a Javier por internet, al leer sus comentarios en el
blog de un amigo mutuo. Me comuniqué con él tras leer
su apasionada defensa de la literatura. Pronto simpatizamos e intercambiamos
material narrativo. Tiempo después me compartió, emocionado,
su primer libro, Gentario, y posteriormente Mascarada. Al leer ambos,
me quedé pasmada ante la pasión que desbordan sus letras.
Pasión oscura y a la vez sublime.
He aquí sus palabras que viajan a través de la luz,
haciendo arder el espacio.
- ¿Cómo influye la obra
de Mario Vargas Llosa en lo que usted escribe?
Mario Vargas Llosa ha signado definitivamente mi relación con
la literatura. Quizá se escuche tremendista o exagerado, pero
me parece que no lo es. No sólo la obra de Vargas Llosa me ha
marcado, sino también su figura, su dimensión de intelectual
comprometido con la honestidad y con su realidad circundante.
Desde que lo leí las primeras veces y hasta la fecha lo he visto
como un modelo a seguir, como ‘el tipo de escritor que me gustaría
ser’, en palabras suyas dedicadas a Flaubert. Estas impresiones
han sobrevivido incluso a un encuentro no muy grato y francamente decepcionante
con el peruano. Pero vamos, es una ingenuidad, lo reconozco, pensar
que nuestro escritor favorito es tan simpático y buena gente
como lo imaginamos al leer sus libros. Incluso a veces se espera que
el autor pueda ver en el rostro de uno, como por arte de magia, tantas
horas de lectura asombrada y enfebrecida. Pensando en todas estas ingenuidades
de lector admirativo hasta la náusea es que escribí un
relato llamado ‘La traición de Mario’, donde narro
mi encuentro con el gran novelista y reflexiono veladamente sobre ese
tipo de encuentros.
A Mario le admiro mucho su relación apasionada con la literatura.
Es, antes que un gran escritor, un gran lector, y cree fervientemente
en el poder de la literatura para transformar las vidas de sus lectores,
aun no siendo esa transformación cuantificable. Cree, además,
en el simple placer de leer un libro que no se deja abandonar, que lo
coge a uno del cuello y no lo suelta hasta la última página.
Vargas Llosa, además, me descubrió a los 17 años
las posibilidades de la forma en la narrativa y cómo un mismo
argumento puede dar como resultado tanto una excelente como una pésima
novela, por ejemplo; es decir, lo que vale no es tanto lo que se dice,
sino cómo se dice. Quizá parezca una perogrullada, pero
de veras que fue importante para mí en aquel momento asimilarlo.
No sólo es un novelista sofisticado Mario, audaz, un gran arquitecto
de las estructuras literarias, sino que también tiene la suficiente
sensibilidad como para saber cuándo y cómo golpear emocionalmente
al lector. Estos dos elementos aunados, creo, que son los que me hacen
su obra tan entrañable y atractiva.
No sé si en lo que llevo escrito sea tan clara la huella de Vargas
Llosa, pero sin duda siempre está ahí en calidad de ‘demonio
tutelar’.
- ¿El final de un cuento se
obtiene por knock-out, como establecía Julio Cortázar?
La idea de Cortázar, una analogía entre narrativa y box,
es que la novela gana por puntos y el cuento por knock-out,
¿no?. No estoy muy seguro de la veracidad de esa afirmación.
Sin duda, cada cuento excelente que he leído ha sido un knock
out en mi vida de lector. Pero todas mis novelas favoritas están
llenas de sucesivos knock-out, uno y otro y otro y otro.
De hecho, no creo en una distinción muy tajante entre cuento
y novela. La extensión, probablemente, aunque hay textos a caballo
entre los dos géneros, como Los cachorros, Aura, El perseguidor,
tantos otros.
Pese a lo anterior, prefiero la novela al cuento. No es que una obra
maestra del cuento como ‘Un sueño realizado’, de
Onetti, me parezca inferior logro a una novela mayor como El obsceno
pájaro de la noche, de Donoso; pero me entusiasma más
leer novela, quizá debido a que por su misma extensión,
generalmente más amplia que la del cuento, permite presentar
un mundo particular, con sus reglas y limitaciones, de manera más
prolongada, y por lo mismo deja una impresión más viva
y duradera en el lector.
Para hacer más contradictorio el asunto, hasta el momento sólo
he publicado cuento, a pesar de que me veo más como novelista
que como cuentista.
- ¿Qué aportó el boom latinoamericano a la literatura
universal, según su perspectiva?
Viéndolo a la distancia, creo que el famosísimo boom
de la novela hispanoamericana aportó a la literatura universal
sobre todo tres o cuatro nombres esenciales para entenderla. Para Latinoamérica
significó que quizá por primera vez el mundo pusiera los
ojos en sus novelistas, quienes no sólo estaban al nivel de los
novelistas europeos, sino a la vanguardia de ellos, por lo que se convirtieron
en modelo de novelistas de Europa y de otros lugares del mundo. Algo
parecido a lo que ocurrió en el ámbito de la poesía
en el siglo XIX con Rubén Darío y su modernismo.
Es muy importante tener claro que el boom no fue un movimiento
literario (es frecuente que se dé esa confusión), ni una
tendencia. Fue una promoción de escritores que coincidentemente
publicaron algunas de sus grandes novelas en la década de los
60 y alcanzaron, en mayor o menor grado, reconocimiento universal.
El acierto más grande del boom en conjunto, si se puede
hablar en conjunto de ese grupo heterogéneo de escritores, es
que asimilan técnicas narrativas novedosas de las novelas norteamericana
y europea, y la aplican a sus obras, sin perder por ello su preocupación
por la realidad latinomericana. Dotada con estas características,
la novela del boom fue capaz de dar cuenta de la experiencia
universal del hombre.
- ¿Hasta qué grado puede hablarse de originalidad en la
literatura?
Permíteme decir una perogrullada más: no hay originalidad
total. El Ullyses de Joyce puede haber revolucionado de manera
definitiva la novela del siglo XX, pero sus antecedentes están
tanto en el psicoanálisis como en Dujardin, Dostoievski, Stendhal,
otros. Es decir, la originalidad no nace de la nada. En ese sentido,
tiene mayor oportunidad de ser original, de reelaborar de forma novedosa
lo ya hecho, de combinar de otra manera los elementos conocidos, quien
mejor conocer el ámbito del que se ocupa.
A pesar de esto, y acotado lo que me parece la originalidad, sí
creo una aspiración válida el buscar nuevas formas de
expresión. Es una aspiración mía, de hecho. Creo
que si la novela tuvo su revolución en el siglo XX, es plausible
pensar que lo tendrá en el XXI. Las novelas escritas en el siglo
XXI que he leído son una continuación de las del siglo
pasado, donde se les podría perfectamente ubicar. Pero seguramente
conforme avance el siglo se nos irán revelando los nuevos caminos.
- Se han señalado en algunas reseñas a sus libros (pienso
en la de Imanol Caneyada sobre Mascarada [Nota
1]) ciertas reminiscencias freudianas. ¿Estaría
usted de acuerdo con dicha afirmación?
La idea consignada por Imanol en su reseña de que en Mascarada
hay una obsesión por las infancias rotas, lo cual relaciona con
Freud, me ha resultado muy reveladora. Una amiga escritora, María
Antonieta Mendívil [Nota
2] ya me había hablado de que encontraba en el libro
varios cuentos sobre la pérdida de la inocencia. Es cierto: tanto
en Gentario, mi primer libro de cuentos, como en Mascarada,
el segundo, la infancia rota o pérdida de la inocencia es un
tema clave. Pienso en cuentos como ‘Sospechas’, ‘El
juego de Sarita’, ‘Cailleach’, ‘Recuento’.
También en mis cuentos los personajes se engañan para
recuperar la inocencia perdida, para hacerse creer que el mundo es menos
triste: ‘Jackie’, ‘Rosas para Anita’, ‘José
Luis’, ‘Mentiras de Glenda’.
Por tanto, el apunte de Imanol me parece un acierto.
- ¿Por qué predomina la violencia dentro de sus cuentos?
La violencia me interesa como tema literario en tanto situación
límite. La violencia muchas veces nos lleva al borde de nosotros
mismos y es en ese borde donde nos conocemos realmente, donde sabemos
hasta dónde somos capaces de llegar como individuos.
También me interesa ese proceso -tan intrigante como retorcido-
mediante el cual nos enamoramos de nuestros verdugos.
Sin embargo, la violencia sólo explica parte de mis cuentos.
De la otra parte da cuenta el amor, que -mal que me pese- es un tema
esencial en lo que llevo escrito. La búsqueda del amor, el encuentro
del amor, la pérdida del amor, la ilusión de un amor repetidamente
deseado y nunca conseguido, amor filial, amor carnal, amor platónico...
- ¿Mediante el erotismo se está realmente desnudo como
persona?
Yo diría lo contrario. El erotismo es el vestido que mejor nos
protege de las miserias cotidianas, de lo insustancial. Dice Vargas
Llosa: ‘El erotismo es un enriquecimiento del acto sexual y de
todo lo que lo rodea gracias a la cultura’. Me parece una estupenda
definición. Sin nuestra imaginación, nos asemejaríamos
más a los animales. El acto sexual no sería mucho más
que la obediencia del instinto, la satisfacción del deseo carnal.
Sin embargo, es, o puede ser, mucho más.
Lo que nos diferencia de los animales, además de la conciencia
de nosotros mismos, es nuestra imaginación. Somos capaces, a
través de esta poderosa arma, de transformar la realidad en algo
más rico de lo que verdaderamente es.
La cultura en general y la literatura en particular enriquecen nuestra
imaginación. Es por ello que Vargas Llosa aventura que un amante
culto es mejor que uno inculto. Esta idea puede provocar escándalo
y parecer disparatada a primera vista, pero pensándola bien tiene
sentido, al menos teóricamente. Quien más ha estimulado
su imaginación y sensibilidad con la belleza que la vida ofrece
y el arte sintetiza, está, o debería estar, más
capacitado para convertir sus encuentros sexuales en verdaderas celebraciones
de los sentidos y de las transgresiones de la imaginación a los
límites impuestos por la estricta realidad; o mejor, por el lenguaje
convencional, ya que estoy convencido de que nuestra realidad de alguna
manera es lenguaje y de que nuestro mundo es del tamaño de nuestra
imaginación y de nuestro lenguaje.
- Encontramos en usted una tendencia a presentar personajes ancianos.
¿Qué simbolizaría esto dentro de su obra?
Así como la violencia es una situación límite,
la vejez es un estadio límite. Veo la vejez como un umbral, como
una etapa de tránsito, quizá, entre la vida a la muerte,
como un saberse cada vez más cercano a ese ineluctable misterio.
Por ello me interesa. Además, me resulta absolutamente irresistible
la imagen de dos viejitos fogosos y enamorados. O la del protagonista
de La casa de las bellas durmientes: su cuerpo desastrado y
nostálgico junto al palpitante cuerpo de la joven narcotizada.
Esa nostalgia exagerada que yo imagino sentiré cuando sea viejo
sería suficiente estímulo para elegir ancianos como protagonistas
de algunas de mis narraciones.
- ¿Tiene planeado escribir novela?
Por
supuesto. Ya adelantaba en una pregunta anterior que me veo más
como novelista que como cuentista, aunque quiero frecuentar ambos géneros.
¿Por qué hasta el momento sólo he publicado cuento?
Antes de escribir Gentario y Mascarada, escribí
una novela que no creo vaya a publicar, pero que fue un muy buen ejercicio,
pues me hizo sentirme capaz de abordar y concluir textos más
extensos. Y es que escribir novela ha sido para mí hasta el momento
una fuente inagotable de miedo. Escribir en general es una sensación
de lanzarte al vacío sin red, pero particularmente la novela
te exige arrostrar constantemente la sensación de que lo que
escribes no lleva a ninguna parte. No me resignaba a esta sensación
parecida a una condena hasta que supe que no es desconocida para grandes
novelistas, aun en sus etapas de madurez. Esto me hace pensar que los
escritores que llegan a escribir novelas que valen la pena no son sólo
los talentosos, sino sobre todo persistentes. Soy un convencido de que
el talento literario no es algo innato, sino construido por uno mismo.
Claro, hay cierta sensibilidad y disposición propicias, pero
me parece una tontería pensar que uno nunca va a ser García
Márquez. Basta echarle una ojeada a los primeros cuentos o a
la primera novela del Nobel colombiano para saber que incluso él
no fue siempre ‘García Márquez’. De modo que
hay que persistir. Y eso es lo que pienso hacer.
- ¿A qué atribuye su interés por la narrativa y
no por otros géneros? Tenemos entendido, por ejemplo, que se
declara poco asiduo de la poesía.
Desde muy pequeño, desde antes de empezar a leer, cuando era
mi madre quien me leía los cuentos de una colección de
libros llamada Mi primera enciclopedia, sentí una muy
fuerte atracción por las historias. A fin de cuentas, es una
necesidad milenaria del hombre la de explicarse el mundo a través
de historias, ya sean reales o inventadas. Pero yo fui un niño
especialmente atraído por los cuentos. Recuerdo que cuando fui
capaz de leer por mí mismo la mencionada colección me
podía saltar los datos históricos, los poemas, lo que
fuera, pero jamás los cuentos. Estos atraían mi atención
de manera natural y espontánea.
Creo que de ahí resultó el que ahora yo sea un narrador
y no un poeta, aunque también escribí poesía de
niño y unos cuantos poemas no hace muchos años; poemas
que, por fortuna, nunca intenté publicar.
Siento que lo mío es la narrativa. La poesía me gusta,
pero en pequeñas dosis. Me puedo conmover hasta las lágrimas
con un poema de Blanca Varela, por ejemplo, o de Kavafis, pero difícilmente
resistiré leer un poemario completo de cualquier de los dos.
Me gusta más bien leer y releer varias veces los poemas que me
conmueven, paladear su lenguaje y las sensaciones que me provocan.
Mi relación con la narrativa, en cambio, es voraz y pasional.
Puedo pasar sin problemas jornadas de 12 o 14 horas leyendo cuando me
gusta un libro de relatos o una novela, como si en ello se me fuera
la vida. Eso sí: estoy muy lejos de esa idea borgesiana de que
el paraíso es una biblioteca. De hecho, la idea en sí
me parece monstruosa, ya que los libros nos hablan de la vida, de las
relaciones entre personas, de nuestros sueños más admirables
y disparatados. Y pues hay que cumplirle a esa otra amante, además
de la literatura, que es la vida, para poder escribir libros que valgan
la pena.
(Entrevista realizada el 28 de octubre de 2007)
Fotografía de
Javier Munguía por Jesús Ballesteros
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Para
saber más
Nota 1:
Dicha reseña puede consultarse en: www.elimparcial.com
Nota
2 : Autora nacida en Cajeme, Sonora, en 1971. Escribe poesía
y novela. Poemas suyos se han publicado en revistas y antologías
de México y España. Por más de quince años
se ha desempeñado como articulista y editora de revistas culturales
y de pensamiento en México y España. Como colaboradora
del portal español Sistema Observatorio de Internet (www.observatoriodigital.net
), sus artículos son reproducidos en medios virtuales de Latinoamérica
y Europa. Ha sido becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes
en dos ocasiones y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Tiene
tres libros publicados: en poesía, Cuenta Regresiva
(Instituto Sonorense de Cultura); y en novela, Otros Tiempos
(Equilibrio Editores) y más recientemente Duelo de noche
(Almuzara)..
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DATOS DE LA AUTORA:
Elena Méndez (Culiacán, Sinaloa, México,
1981).- Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad
Autónoma de Sinaloa. Narradora. Redactora de www.homines.com,
Subdirectora de www.revistaespiral.org.
Ha participado en los talleres literarios de los escritores mexicanos
María Baranda, David Toscana Cristina Rivera Garza, Andrés
de Luna y Anamari Gomís. Escritos suyos han sido publicados en
España, Chile y México.