Martín
Solares: Una presencia luminosa. Un escritor consciente de su oficio,
al punto de consagrarse durante 7 años a preparar su primera
novela, Los Minutos Negros.
Martín Solares nació en Tampico, Tamaulipas, en 1970.
Radica en París, Francia, donde está cursando un Doctorado
en Estudios
Ibéricos y Latinoamericanos en La Sorbona. Su tesis versará
sobre la novela mexicana en la década de los noventa.
En 1998 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Efraín Huerta
con una novela fantástica breve, El centro de la ansiedad
(aún inédita). En ella aborda el crimen de un candidato
a la Presidencia de México.
En el 2001
fue incluido en la antología Día de muertos [Nota
1], con el cuento 'Ajedrez' (selección y prólogo
de Jorge Volpi [Nota 2]
; Plaza y Janés); y en el 2004, en La littérature
mexicaine des treinte dernières annèes con el cuento
'El Planeta Cloralex' (Siècle XXI).
En el 2003 seleccionó los textos que integran el libro Nuevas
líneas de investigación. 21 relatos sobre la impunidad
(Ediciones Era ) [Nota
3]
Textos suyos han aparecido en importantes publicaciones a nivel nacional
e internacional, como Milenio, La Jornada, Replicante,
Proceso, Sololiteratura.com y Página 12.
Es integrante del Consejo Internacional de la revista Revuelta.
Actualmente
coordina dos talleres narrativos; uno en París, desde el 2002;
y otro en Oaxaca, que inició el año pasado y culminará
este año [Nota
4].
Su novela Los Minutos Negros (Mondadori, 2006), pronto será
traducida al inglés por Grove/Atlantic, y al alemán por
Lübbe; asimismo, también hay planes de hacer una película
basada en ella.
Dicha novela trata sobre la investigación hecha por el policía
Ramón Cabrera (alias 'El Macetón') para esclarecer el
homicidio del periodista Bernardo Blanco, efectuado en la imaginaria
ciudad de Paracuán, al norte de México. El periodista
investigaba el crimen de dos niñas ocurrido en los años
70; mismos que, aun resueltos por el detective Vicente Rangel, quedarán
impunes para proteger oscuros intereses, incluso a costa de las más
brutales acciones.
El ritmo es ágil y, pese a la violencia imperante, hay resquicios
de humor y de ternura que equilibran la trama.
Los temas que predominan en la narrativa de Solares son: el poder, la
corrupción, la impunidad [Nota
5] , la violencia y la muerte , mismos que aborda con
magistral ironía, discordancias temporales, alternancia entre
lenguaje culto y coloquial, elementos de la cultura popular y una profunda
crítica social.
Conocí
a Martín en Culiacán, el año pasado. Vino a presentar
Los Minutos Negros. Asimismo, participó a presentar
en una mesa redonda sobre Narcotráfico y Literatura.[Nota
6]
Aquel día me había citado con David Toscana [Nota
7]
en el lobby del hotel donde se hospedaba, para ir a desayunar. Se
acerca sonriente un chico de ojos verdes: Martín Solares.
Tenía muchas ganas de conocerte, me dice. He leído tu
blog; de ahí saqué una entrevista que le hiciste a Toscana;
me sirvió para presentarlo en París. Vente con nosotros,
ya me caíste bien, respondí. Desayunamos en un restaurante
de comida sinaloense, ubicado en un pueblito cercano. Pasamos una
mañana estupenda, hablando de narcocultura, fotografía,
García Márquez, La Sorbona...
Después estaría en la Feria Internacional del Libro
de Guadalajara [Nota
8]
y en el Taller de Narrativa de Oaxaca. Luego volvería a su
rutina parisiense.
Responde el presente cuestionario vía internet. He aquí:
-
¿Cómo
surge en usted la idea de incursionar en la novela negra?
Para ser sincero fue la novela quien me encontró a mí.
El origen de mi novela se lo debo a un encuentro y a una pesadilla.
Como narro en la única página autobiográfica de
mi novela, una vez soñé que una voz me preguntaba: ‘¿Verdad
que en la vida de todo hombre hay cinco minutos negros?’ La idea
me asustó tanto que desperté y me dediqué el resto
de la noche a beber agua, a mirar la luna y a revisar si ya había
cumplido con mi quinta cuota de minutos negros. La pregunta me obsesionó
durante años, y no hallaba manera de resolverla. Por esas fechas
me encontré a un amigo que se había dedicado a escribir
nota roja y me contó una experiencia impactante. Traté
de convencerlo de que la escribiera él en forma de novela, pero
no quería oír hablar del asunto. Me dijo: ‘Si estás
tan interesado, escríbela tú’. El tema se mezcló
con mi pesadilla y así surgió la novela.
Mi
primer intento fue escribir una novela sin ficción, y durante
un tiempo investigué como reportero, tratando de seguir los pasos
de mi amigo. El problema es que yo nunca fui periodista de nota roja,
y los resultados no me convencían. Durante años hice desfilar
sobre mi escritorio todas las posibilidades para contar esta historia,
hasta
que encontré el punto de vista ideal y la novela comenzó
a desarrollarse en territorio imaginario, lejos de las historias que
me habían contado. Empecé seriamente en 1996 y no dejé
de trabajar hasta finales de 2003: siete años de mi vida los
dediqué a escribir y reescribir este libro.
Me
interesaba que mi novela tuviera la consistencia de una pesadilla, y
que fuese contada por un policía mexicano. Al mismo tiempo quería
escribir prosa de novela, que rasguñara al lector. A diferencia
del periodista que me contó el núcleo de la historia,
yo no tenía experiencia como reportero de nota roja, ni había
conocido a un policía auténtico. Me dije que no podía
atreverme a escribir una novela negra que ocurriese en México
si antes no conocía a unos cuantos policías y hablaba
con ellos, de manera que me puse a investigar: entrevisté a unas
dos docenas de uniformados e incluso a un madrina, a fin de escucharlos
hablar y averiguar cómo viven. Desafortunadamente, más
que información me encontré evasivas y silencios del tamaño
de un lago. Uno de los agentes incluso se molestó con la posibilidad
de que alguien escribiese un libro sobre él, y no fue muy amable
en el transcurso de la entrevista. Pero el contacto con esas personas
lacónicas sin duda me ayudó a inventar personajes imaginarios
a partir de sus evasivas. Me propuse evitar comparaciones o recursos
muy literarios, que no hubieran funcionado, y preguntarme cómo
habría contado esta historia uno de los policías que entrevisté.
Digamos que construí la novela alrededor de lo que callaban,
y no quise traicionar su manera de hablar.
-
¿A qué atribuiría su interés por el tema
de la corrupción?
Más que por el tema de la corrupción, diría que
en los últimos años estuve obsesionado por esta pesadilla.
Cuando terminaba la última versión del libro me di cuenta
de que luego de tantos años de trabajo por fin me sentía
liberado, y que mi respuesta al enigma nocturno y lunar fue la escritura
de una novela diurna, calurosa y tropical.
- ¿A cuáles autores contemporáneos consideraría
más diestros en el tema de la violencia?
Decía el fotógrafo William Eggleston que el rojo es uno
de los colores más difíciles de trabajar, pero yo creo
que escribir sobre la violencia exige la misma imaginación y
disciplina que escribir sobre las flores o sobre un concierto de Bach.
Si el escritor no posee una historia que contar, un punto de vista sobre
el universo que presenta, si ignora la coherencia y los retos que exige
la escritura de una novela, su libro no va a mejorar porque incluya
muchas escenas violentas ni va a ser memorable. En lo personal no me
gustan las novelas violentas o que le apuestan todo a la adrenalina
y al susto, que son pasajeros. Prefiero las cavilaciones de un personaje
de Patricia Highsmith o Georges Simenon que sesenta novelas de asesinos
en serie. Más que los narradores que cuentan escenas violentas,
disfruto particularmente a aquellos que encaran a sus personajes como
si fueran seres humanos complejos, no soporto a los que explotan la
crueldad porque sí. Cuando escribía Los minutos negros
tenía una personal predilección por los escritores que
exploraban la imaginación y los sueños, o que con un solo
hecho insólito eran capaces de transformar el punto de vista
de sus criaturas: Bernardo Atxaga, Bohumir Hrabal, Roald Dahl, Rubem
Fonseca entre ellos.
- ¿Por qué presentar al detective Vicente Rangel como
obsesionado con el caso a investigar?
Porque
era el testigo ideal de esta historia: yo necesitaba a un personaje
hasta cierto punto honrado, pero no demasiado, que de repente se quedase
dormido y soñase con los sospechosos de su investigación;
uno que por razones muy peculiares se obsesionara con las víctimas
de este crimen, se viera tentado por la recompensa y decidiera hacer
algo al respecto. Pero todo esto te lo digo a posteriori, pues Vicente
Rangel y su tío llegaron por sí solos, luego de años
trabajando en otras direcciones que no llevaron a nada. Creo que te
lo conté en Culiacán: el día que tiré las
300 páginas que llevaba años corrigiendo me puse a escribir
sobre lo enojado que estaba, y luego de unas horas de trabajo empecé
a vislumbrar a un policía muy humilde, que atravesaba una plaza
de pueblo, y sin que él lo advirtiera lo iba siguiendo otro personaje
que estaba muerto y tenía más experiencia que él.
Desde que sintonicé a estos personajes el resto de la ciudad
y sus habitantes empezaron a girar en torno a ellos. Así surgió
Paracuán, y esta historia que ocurre en el Golfo de México.
Pero
gracias por invocar al investigador de mi novela. Sin duda alguna, el
detective es el personaje más difundido en la literatura y el
cine del siglo XX, pero en mi opinión ya no se puede seguir contando
novelas policíacas con los mismos detectives literarios de hace
ochenta o noventa años. Usualmente, el narrador de una novela
policial es, o bien el mejor amigo del detective, un testigo bien intencionado
pero con frecuencia muy poco inteligente, que parece ser el único
en toda la novela que no se dio cuenta de nada, como ocurre con Watson
o tantos personajes de Agatha Christie. Buena parte de las novelas con
un detective cerebral son contadas así: se trata de detectives
correctos, integrados a la sociedad y que utilizan el método
deductivo en medio de aplausos por sus destellos de inteligencia. El
otro modo de narrar es el que parece predominar a partir de Hammett
y Chandler: el narrador es el detective mismo, que nos cuenta una de
sus aventuras de manera sintética y visceral, con frases breves
y tensas, como si nos contase la historia durante una breve pausa entre
un caso y otro, o en un tiempo de espera mientras vigila y aguarda a
un sospechoso. Este narrador es aficionado a la exageración y
al sarcasmo, es divertido, bebe cantidades industriales de whisky y
no sólo fuma, sino que nos echa el humo a la cara. Además
siempre se muestra como el héroe de su propia aventura. El problema
es que cualquiera que intente seguir estos dos caminos producirá
una mala copia de estos modelos. Las novelas de Horacio Castellanos,
Rodrigo Rey Rosa o Mario Vargas Llosa te demuestran que no se necesita
ser Sherlock Holmes para olfatear la corrupción, y que no existen
los detectives independientes y heroicos, capaces de hacer justicia
contra todo un sistema podrido. Si alguien quiere escribir novelas policiales
sobre la vida en Latinoamérica no puede perder de vista que la
justicia obedece al dinero, y que los policías viven con un sueldo
insultante, que los expone a la corrupción y con frecuencia terminan
por asociarse con los criminales. Me parecen más creíbles
los personajes de las novelas policiales de Élmer Mendoza, Henning
Mankell o Rubem Fonseca que los clones de los detectives a lo Hercules
Poiroto a lo Philip Marlowe.
- Háblenos
acerca de la génesis de Paracuán como escenario ficcional.
Como te decía, Paracuán es una ciudad completamente imaginaria:
más que un espejo es un espejismo. Está hecha con recuerdos
de al menos tres ciudades en el Golfo de México: Tampico, Ciudad
Madero y Altamira, pero en sentido estricto no es ninguna de las tres.
Me propuse que los climas, calles, lagunas y ríos que atraviesan
estas ciudades estuvieran presentes en mi novela también, y que
cada vez que alguno de mis personajes percibiera algún aspecto
del paisaje, en realidad percibiese algo sobre sí mismo, reflejado
en el entorno. Creo que las ciudades que aparecen en mi libro funcionan
como espejos emocionales de los personajes.
Al
mismo tiempo, me interesaba que los personajes se movieran en los límites
de la ciudad, particularmente en la selva: de niño, el jardín
de mi casa terminaba en un largo terreno baldío, intransitable,
y todo el tiempo veías mapaches, serpientes y otros animales.
Había caballos pastando, y toritos. Supongo que a eso se debe
que desde el principio me propuse que, para resolver el misterio, el
policía que protagoniza la historia debiera meterse en una selva
enmarañada y oscura, que rasguñara al pasar. Paracuán
se fue construyendo como un reflejo distorsionado de la vida en el Golfo
de México, como los escenarios que se perciben en las pesadillas.
- La presencia de
Rigo Tovar [Nota 9]
como motivo recurrente en su novela ¿vendría a ser un
indicio del proceso de degradación del protagonista (recordemos
el declive de Tovar en sus últimos años de vida)?
No tienes idea de cuanto me sorprendió tu pregunta. En efecto,
al igual que Vicente Rangel –el único policía medianamente
honrado en Paracuán- yo creo que quien escucha a Rigo Tovar es
sospechoso de corrupción. En la novela hay dos detectives que
tienen actitudes distintas frente a Rigo Tovar: el Macetón lo
idolatra y Rangel lo detesta. Por eso son tan distintos.
- ¿El poder torna execrable al ser humano?
Por lo menos es lo que le ocurre al Travolta [Nota
10]: el poder parcial lo transforma parcialmente y el poder
total lo corrompe por completo. Pero en el caso de mis personajes nunca
me propuse demostrar una idea. Es inútil que uno trate de empujar
a los personajes en una dirección, son ellos quienes nos muestran
el camino. Si uno tiene que cargar a los personajes y llevarlos en una
andadera, la novela va a ser aburrida. Los buenos personajes te arrastran
por donde ellos quieren y te obligan a seguirlos por una zona de incertidumbre,
en la que poco a poco vas descubriendo cuáles son sus intenciones.
En la novela policíaca es dificilísimo crear esa zona
de incertidumbre. Hay que conocerlo todo, y luego olvidar lo que se
descubrió. El único que ve en la niebla, usualmente, es
el detective -pero no nos lo dice-.
- Platíquenos sobre la próxima traducción de su
novela al inglés y al alemán y su posible adaptación
cinematográfica.
Creo que uno de los días más felices de mi vida fue cuando
el novelista Francisco Goldman me dijo que mi novela no le había
disgustado, y que la recomendó al director de Atlantic, Morgan
Entrekin, quien felizmente la aceptó. Actualmente el mismo Frank
Goldman y la escritora Aura Estrada mejoran mi novela al traducirla
al inglés. Durante años yo platicaba de libros con Goldman
y me encantaba su punto de vista. Fue un honor inmenso saber que se
interesaba por mi novela.
Hace un par de meses la editorial Lübbe también se animó
a traducirla, y hay un director mexicano interesado en adaptarla al
cine, pero apenas estamos conversando al respecto. Sería divertido
ver a mis personajes interpretados por actores que me simpatizan, y
me encantaría que se filmara una película en los puertos
que conozco en
el Golfo de México.
- ¿Qué perspectiva sobre la literatura mexicana le otorga
el radicar en el extranjero?
No porque radique fuera de mi país, pero me parece que en los
últimos años me he vuelto más intolerante con las
novelas escritas con descuido o sin rigor y por el contrario, me entusiasma
encontrar libros con una prosa admirable, tales como El taller del
tiempo, Parábolas del silencio, Cóbraselo
caro, El desfile del amor, Hipotermia, La
jornada de la mona y el paciente, El rastro o El testigo
[Nota 11] -entre
los mexicanos-.
Creo que la prosa de la novela requiere una concentración particular,
una manera de absorber y presentar los materiales de que está
hecho el libro. La diferencia que hay entre un cuento y una novela es
la misma que existe entre un limón y una limonada: el cuento
es una experiencia breve, redonda y de sabor muy intenso, con una forma
geométrica impecable; la novela está hecha de diversos
ingredientes y una concentración particular, que depende de cada
novelista; el cuento es una carrera de cien metros que termina con un
salto al vacío, la novela se parece a un maratón en el
cual el autor lleva en hombros a su lector todo el tiempo, e incluso
se inclina a mitad de la carrera para recoger objetos y personajes con
que se encuentra a su paso. Más que ser intensas todo el tiempo,
las novelas deben ofrecer experiencias diversas, y construir espacios
que involucren todas las posibilidades del novelista, sus ideas y apuntes
sobre el mundo. Decía Isaak Dinesen: ‘preocúpate
por registrar lo visible, que eso te mostrará lo invisible’.
Yo quería que los cinco sentidos, pero también los sueños,
el pensamiento e incluso las alucinaciones formaran parte de mi novela
y eso fue lo que intenté.
- ¿Qué resultados se han obtenido en los talleres narrativos
de Oaxaca y París que usted coordina?
En ambos casos lo mejor ha sido crear un sistema de trabajo particular,
que te permite plantear objeciones a los textos de los colegas con todo
respeto pero sin complacencias, y exigirte mayores retos como narrador.
No ponemos ejercicios ni tareas: creemos que si alguien tiene algo que
decir, sin duda va a escribirlo con o sin taller; y que si tiene el
talento y la disciplina suficientes, terminará su proyecto algún
día.
Los
de París van más avanzados porque llevamos casi cinco
años trabajando de manera semanal (salvo algunas vacaciones)
y los de Oaxaca nos reunimos una vez al mes. El año pasado dos
miembros del Taller de París publicamos nuestros primeros libros:
Miguel Tapia [Nota 12]
y un servidor. Mis planes incluyen levantar la cosecha parisina este
año, pues al menos 3 cuentistas están a punto de terminar
un primer borrador de sus libros, y esperamos la última versión
de dos novelas: una traducida del francés al español y
otra escrita por completo en el taller. Me encanta trabajar con mis
colegas: creo que tanto en Oaxaca como en París hemos logrado
equipos de trabajo respetuosos y muy exigentes, que contribuyen a mejorar
el trabajo de los colegas.
(Entrevista realizada el 20 de febrero de 2007)
Nota
1: El resto de autores incluidos son: Eduardo Antonio Parra,
Rosa Beltrán, Mario Bellatin, Adrián Curiel Rivera, Alejandra
Bernal, Pedro Ángel Palou, Eloy Urroz, Ana García Bergua,
Pablo Soler Frost, Guadalupe Nettel, Ignacio Padilla y Guillermo Sheridan.
Nota 2: Escritor nacido
en México, Distrito Federal, en 1968. Becario de la Fundación
Guggenheim en el 2005.
Nota 3: El resto de
autores incluidos son: Mario Bellatin, Federico Campbell, Horacio Castellanos,
Andrés de Luna, Guillermo Fadanelli, Sergio González Rodríguez,
Mario González Suárez, Francisco Hinojosa, Hugo Hiriart,
Élmer Mendoza, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Juan Ríos,
Juan José Rodríguez, Daniel Sada, Guillermo Sheridan,
Subcomandante Marcos, David Toscana, Trino, Jorge Volpi y Juan Villoro.
Nota 4: Asesores en
Oaxaca: Sergio Pitol, Juan Villoro Álvaro Uribe, Mario Bellatín,
Margo Glantz, Ricardo Yáñez, Juan Villoro, Jorge Volpi,
Francisco Goldman, Hugo Hiriart, Élmer Mendoza, Leonardo da Jandra,
Daniel Sada y el propio Solares.
Asesores en París: Alejandro Jodorowsky, Margo Glantz, Mario
Bellatin, Guillermo Sheridan, Élmer Mendoza, Mario González
Suárez, Álvaro Uribe, Alberto Ruy Sánchez, Daniel
Sada, Adriana Díaz Enciso, Christopher Domínguez Michael,
Gabriela Vallejo, Alain-Paul Mallard, Antonio Sarabia, Carole Bernstein,
Francisco Goldman y Jorge Volpi.
Nota 5: Solares, en
entrevista a Héctor de Mauléon, niega estar obsesionado
con la corrupción e impunidad como temas: http://rancholasvoces.blogspot.com/2006/12/libros-con-los
-minutos-negros-martn.html
Nota 6: Esto, durante
la Feria del Libro Culiacán 2006, realizada del 13 al 18 de noviembre.
Los citados eventos se realizaron el día 15.
Nota 7: Escritor nacido
en Monterrey, Nuevo León, en 1961. Premio de Narrativa Antonin
Artaud 2005, otorgado por Francia.
Nota 8:
Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL): Instituida en 1986
y considerada la más importante de su tipo en habla española.
Nota 9:
Cantante popular nacido en Matamoros, Tamaulipas, en 1947. Murió
en México, D.F., en el 2005, rodeado de enfermedades y escándalo
debido al supuesto secuestro en que lo tenía confinado su última
pareja.
Nota 10:
Joaquín Taboada (alias el Travolta), comandante de la Policía
Municipal de Paracuán al momento de la narración.
Nota 11:
Cuyos autores son Álvaro Uribe, Eduardo Antonio Parra, Élmer
Mendoza, Sergio Pitol, Álvaro Enrigue, Mario Bellatin, Margo
Glantz y Juan Villoro, respectivamente.
Nota 12: Su primer
cuentario, Los Caimanes, fue editado por Almadía (2006).
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DATOS DE LA AUTORA:
Elena Méndez (Culiacán, Sinaloa, México, 1981).-
Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad
Autónoma de Sinaloa. Narradora. Ha participado en los talleres
literarios de los escritores mexicanos María Baranda, David Toscana
y Cristina Rivera Garza. Cuentos suyos han sido publicados en TEXTOS,
La Pluma del Ganso, La
Línea del Cosmonauta y Expreso; y en www.aviondepapel.com, www.letras.s5.com,
www.revistaespiral.org, www.homines.com
y
www.antilibros.com.