“Donde música hubiere, cosa mala no existiere”. Esta
frase de don Quijote aplica, perfectamente, para los afanes de Pablo
Espinosa (Córdoba, 1956), autor de La música, ese
misterio (Universidad Autónoma de Nuevo León, México,
2016).
Espinosa, melómano insaciable y musicólogo autodidacta,
confiesa haberse formado musicalmente en la Sala Nezahualcóyotl,
a la cual acudía, desde muy jovencito. Ese recinto artístico,
sede de la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma
de México, le inspiró un libro, escrito en coautoría
con Edith Silva Ortiz: Sala Nezahualcóyotl, una vida de conciertos
(UNAM, 1996), con el que homenajeó al lugar en su vigésimo
aniversario.
La música… coeditado entre la Universidad Nacional
Autónoma de Nuevo León y el Fondo Editorial de Nuevo León,
compila 27 textos periodísticos que el autor ha publicado en
los dos medios donde actualmente participa: La Jornada y Revista
de la Universidad.
La obra, dividida en los apartados “Escuchas” y “Voces”,
cuenta con un emocionado y emocionante prólogo del poeta Alberto
Blanco, donde se conmina a encontrar la música en todas partes.
Espinosa lo mismo puede hablar del
estruendo subversivo de Jimi Hendrix que de la búsqueda del silencio
en Meredith Monk; conducir al lector, cual moderno Virgilio, al infierno
de Janis Joplin; explicar, sin pedantería alguna, en qué
consiste la quironomia, ese movimiento de manos que controla toda una
orquesta; conmover y conmoverse ante la permanencia fugaz suscitada
entre Leonard Cohen y la Bruja Cósmica; azorarse y reír,
a la vez, con la ‘incomprensión’ de quienes interpretan
a Jean Sibelius; aspirar las gardenias derramadas en el tocado de Billie
Holiday, la doliente y luminosa Lady Day; regocijarse con la
ofrenda hiperbórea de Bobo Stenson; calarse el bombín
de Erik Satie, el rosacruz con singular sentido del humor; abrazar,
con palabras, a un desconsolado Anton Bruckner, al que sólo unos
cuantos pudieron descifrar en su momento; regocijarse con la ofrenda
hiperbórea de Bobo Stenson; festejar la vida en círculos,
como los balcánicos, o siguiendo a una moza de cuerpo dorado,
como Jobim y Moraes en la playa de Ipanema…
Entrevisto
a Espinosa por correo electrónico. Me lo imagino haciendo
mudras con las manos, sonriendo ampliamente, escuchando a su amado
Arvo Pärt, acariciando a un colibrí, jugando con su
Mozart de porcelana mientras piensa qué contestarme…
-¿Cómo fue que la música se volvió
una pasión para usted?
Antes de nacer ya había música en mi vida. Mi madre cantaba
siempre. Recuerdo que mi juego favorito de la infancia consistía
en pedirle que se sentara y cantara para mí. Yo ponía
mi oído izquierdo en su espalda y con él volvía
yo a escuchar su voz dentro de su cuerpo, como cuando la escuchaba mientras
estaba yo en su útero.
Con el oído derecho, mientras tanto, escuchaba su voz natural.
Y me gustaba juguetear tapando y destapando alternativamente mi oído
derecho y así escuchaba en estéreo, o monoaural, o bien
me separaba un momento del cuerpo de mi madre y escuchaba su voz en
todo el ambiente.
En mi casa había siempre música. Mis padres cantaban,
canciones populares, mientras en la radio sonaban las voces de Toña
la Negra, Emilio Tuero, Agustín Lara. Mi hermano mayor hacía
sus sesiones de escucha al anochecer y fingía que no se daba
cuenta que, la luz de su estudio apagada, yo me deslizaba subrepticiamente
y sentado en el piso cerraba los ojos y escuchaba el programa que había
elegido para esa noche, siempre en formato igual al de las salas de
concierto: una obertura (de Rossini), un concierto para piano (Beethoven,
el Concierto Emperador) y una Sinfonía, La Novena, también
de Beethoven. Otro de mis hermanos tenía una hermosa trompeta
plateada con la que alternaba voz y sonido y, pintándose el rostro
con zapote negro y enarbolando un pañuelo blanco, imitaba a Louis
Armstrong.
De manera que la música forma parte natural de mi vida. Es mi
manera de respirar, como me dijo Arvo Pärt cuando lo conocí.
-¿Cuál fue el primer disco que compró?
Mi primer disco contenía Una pequeña música
nocturna y la Sinfonía Praga, de Mozart. Me costó
60 pesos y con los otros 60 me compré unos tenis Superfaro. Fue
mi primer salario en mi vida, tenía yo ocho años de edad
y lo consagré íntegro a la música y al deporte,
mis dos pasiones junto con la lectura. Libros había siempre en
mi casa, en especial los clásicos. A esa edad leí por
segunda vez La Ilíada y La Odisea, de Homero,
lecturas que habrían de definir mi camino, pues desde entonces
suelo escuchar todos y cada uno de los sonidos que hay en los libros,
en aquel caso, por ejemplo, el plas plas plas de los remos de las embarcaciones
al llegar o salir de Ítaca, o cuando llegaron a la isla de las
sirenas, y aunque nunca me ha gustado la guerra, escuchaba el sonido
de las flechas rebotando sobre los escudos de los guerreros, luego de
silbar en su vuelo por los aires.
-¿Y el más reciente que ha comprado?
El disco más reciente que he comprado es Blue and Lonesome,
el mejor que han hecho en su vida los Rolling Stones. Pero casi nunca
compro un solo disco cuando voy a la tienda. Esta vez compré
también el soundtrack del más reciente filme de Woody
Allen, Café Society y también el nuevo disco
de Sting y una antología-homenaje a Prince y varios discos de
Ludovico Einaudi.
-“Del dolor nace la belleza”, aseguraba Vincent
Van Gogh. ¿Puede decirse que esos fueron los casos de Robert
Schumann, Bill Evans y Billie Holiday?
El dolor no es necesario para crear belleza. Se crea belleza a pesar
del dolor, contra el dolor, para disipar el dolor. Los casos de Schumann,
Evans y Holiday son extremos. El infierno en la mente de Schumann, la
ausencia de sonrisas en el rostro de Evans, el dejo de tristeza en el
gesto de Holiday, son ecos de existencias doloridas. Muchas veces me
he preguntado si hubieran sido felices ellos tres, hubieran producido
música de tanta belleza como la que hicieron, y siempre me respondo
que sí, porque en los tres casos se trata de expresiones de sus
almas. Pienso en Mozart, mi compositor favorito, que siempre está
de buenas, toda su música es sonrisas, pero eso no significa
que haya sido inmensamente feliz todo el tiempo. Mozart es mi compositor
favorito porque su música encierra todas las emociones, todas:
alegría, tristeza, preocupación, esperanza, todo. Pero
siempre con una sonrisa.
-Así como realizó una entrevista imaginaria a
Jean Sibelius, ¿qué le hubiera preguntado a Erik Satie?
¡Una entrevista a Erik Satie! ¡Qué excelente idea!
Sería absolutamente divertida. Le hubiera preguntado, entre otras
muchas cosas, si sus Verdaderos Preludios Blandos ya están
tiesos, si sus Tres Pedazos en Forma de Pera ya maduraron,
si su Sonata Burocrática sigue checando tarjeta, si
su Música de Amueblamiento ya la revisó el tapicero,
si ya usó sus más de cien paraguas que nunca abrió,
y si el gorrión con dolor de muela que menciona en una de sus
obras ya fue al dentista.
-¿Qué duetos o colaboraciones improbables se le
antojaría escuchar?
Como la mente es muy poderosa, me imagino a Volfi Mozart sentado en
el mismo taburete frente al mismo piano, interpretando el movimiento
lento de su Sonata para piano a cuatro manos haciendo equipo
con Arvo Pärt. También, a Johann Sebastian Bach tocando
el teclado para que su mujer, Ana Magdalena, cante y después
ella se sienta a tocar sus Seis Suites para Violonchelo Solo,
que ella escribió pero que la historia, machista como es, atribuye
a su marido. Y ya en esas, veo a Nannerl, la hermana de Mozart, triunfar
como compositora y concertista en la Philharmonie, la sede de la Filarmónica
de Berlín. También, veo a Monsieur de Sainte-Colombe tocar
la viola da gamba mano a mano con Jordi Savall, así como veo
sobre el podio a Beethoven, dirigiendo con un cucurucho de papel periódico
-La Jornada, de preferencia-, su Novena Sinfonía,
él ya completamente sordo. También, veo a Glenn Gould
tocar el piano para que Anna Prohaska cante hermosas canciones con el
tema de sirenas. Y veo también en mi estudio, en mi casa, a Olivier
Messiaen, ese gran observador de aves que salía al campo por
las mañanas a verlas y anotar sus cantos en papel pautado, contemplando
los colibríes que entran todos los días por mi ventana.
-¿Qué canción le hubiera gustado componer?
Cuando me siento a escribir, a veces resultan canciones. Sin rima, sin
estribillo, sin música, sin papel pautado. Porque me percato
que persigo el ritmo, la cantilación, las sinuosidades, el movimiento
de las sílabas que es idéntico a como se suceden las notas
en una obra musical. Muchas veces, de esa manera, siento que escribo
música sin partitura, palabras que tienen ritmo, armonía,
melodía y contrapunto, que son los cuatro puntos esenciales de
la música.
-¿Qué género musical desearía haber
inventado?
No me veo inventando un género nuevo, sino trasvasando, traspasando,
navegando, flotando entre los distintos géneros. Como reportero,
siempre busco los géneros más difíciles de conseguir,
que son la crónica y el reportaje y cuando los hago mezclo siempre
elementos de otros géneros, como el ensayo, de manera que la
escritura me resulta siempre una diaria invención.
-¿Qué compositor le provoca los más grandes
episodios de sinestesia?
György Ligeti, sin duda y en particular sus obras tituladas Lontano
y Lux Æterna, cuando las escucho mediante audífonos
profesionales y cierro los ojos. Mi experiencia sinestésica más
intensa me ocurrió en Guanajuato, durante un Festival Cervantino,
en el Templo de la Valenciana, cuando The Hilliard Ensemble interpretó
Stimmung, esa obra monumental, de 70 minutos, de Karlheinz
Stockhausen y entre la penumbra comencé a ver bellísimas
tonalidades lila, rosa, naranja, verde líquido. Toda una experiencia.
La sinestesia, hay que decirlo, al igual que la dislexia, son incomprendidas
y a quienes la experimentan los consideran anormales, cuando en realidad
se trata de capacidades muy poderosas
-Si su alma pudiera identificarse con un instrumento musical,
¿con cuál sería?
Con el oboe, porque posee un sonido único, tan lleno de ternura
y de misterio, de sensaciones agradables siempre. Crea entornos amables,
amorosos. Es un instrumento del amor. Su sonido siempre suena a amor.
Su cántico es de madera, muy vivo, latiente. Canto vegetal. Sabia
savia. Se emparenta en belleza con el sonido de la viola da gamba, la
abuelita del violonchelo. Y sabemos que la viola da gamba es el instrumento
que más se acerca a la voz humana. Así el oboe. Pero el
oboe se acerca del lado del corazón. Del lado del amor.
-Si alguien compusiera el “Corrido de Pablo Espinosa”,
¿qué elementos biográficos le gustaría que
tuviera?
Sería el corrido más corto de la historia de ese género:
“Amó”.
-¿Tiene pensado elaborar la biografía de algún
artista?
Desde niño me fascina leer biografías. Es de los géneros
más difíciles. Tanto, que una de las razones por las que
he escrito sobre la vida de algunos artistas, especialmente músicos,
es porque nunca he estado de acuerdo con la manera como los biógrafos
los esquematizan, minimizan, caricaturizan, desprecian sin quererlo.
El extremo lo recuerdo en mi infancia: la ‘vida’ de Chopin
llevada al cine e interpretada por el actor Dirk Bogarde: moribundo
de tuberculosis, se sienta ante el piano y en el movimiento lento y
un instante de silencio, una gota rojísima de sangre sale de
su nariz y pinta el marfil blanco de una tecla del piano y en la sala
de cine de mi pueblo, Córdoba, todos patalearon en coro contra
el piso.
Más que tener proyectos de escribir biografías, lo que
yo suelo hacer son retratos. De hecho uno de mis textos en la Revista
de la Universidad se llama “Cuadros de una exposición”,
porque puse una serie de retratos de compositores a mi alrededor y fui
escribiendo lo que cada rostro me decía, de acuerdo por supuesto
a los datos reales de sus biografías.
Hay personajes con quienes todavía no me atrevo. Por ejemplo,
ya llevo años estudiando a Nina Simone y no he tenido el valor
de sentarme a escribir, porque siento que todavía no estoy a
la altura de tan digno personaje. Igual me sucede con Alma Mahler y
con el Carefoca, Dámaso Pérez Prado, de quien
preferí guardar silencio frente a su centenario, que acaba de
ocurrir, a escribir sin que me sintiera satisfecho, pues él es
un excelente ejemplo de un personaje desconocido. Y no me refiero, insisto,
a sus datos biográficos, sino a su música. Mi manera de
acercarme a todos los compositores de quien he escrito retratos, es
a partir de su música, porque eso es lo que más fielmente
los retrata.
-¿Algún mensaje de budista a budista para Leonard
Cohen, recientemente trascendido?
OM MANI PADME HUM.
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DATOS DE LA AUTORA:
Elena Méndez (Culiacán, Sinaloa,
México, 1981).- Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas
por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Narradora y periodista
cultural. Autora del volumen de cuentos Bipolar (Linajes Editores),
considerado por el crítico literario Ignacio Trejo Fuentes como
una de las mejores obras de narrativa mexicana publicadas durante 2011.