Socorro Venegas: Un aire melancólico.
Una prosa teñida de lirismo, inmersa en agonías y desasosiegos.
Socorro Venegas nació en San Luis Potosí, San Luis Potosí,
1972; radica en Cuernavaca, Morelos. Es Licenciada en Comunicación
Social por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Actualmente
escribe su tesis de la maestría en Literatura que cursó
en el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades de Morelos
(CIDHEM).
Ha
sido becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (periodo
1995-1996); del Centro Mexicano de Escritores y del Fondo Nacional para
la Cultura y las Artes -FONCA- (periodos 1997-1998 y 2000-2001). Fue
escritora residente en el Writers Room de Nueva York, Estados
Unidos. Ha impartido diversos talleres literarios en Morelos.
Escritos suyos han aparecido en importantes publicaciones como Tierra
Adentro, ‘El Ángel’ de Reforma, Universo
de el Búho, Ficticia, Los Noveles, Blanco Móvil, Literal,
Concho River Review, The listening eye, Arabesques, The Modern Review,
Proyecto Sherezade, Vetas, El Nacional, El Universal y La Jornada
(en cuya edición morelense coordinó el suplemento cultural
‘El Farolito’).
Ha sido incluida en las siguientes antologías:
Cuentistas de Tierra Adentro III (Fondo Editorial Tierra Adentro
-FETA-, 1997); Apocalipsis (Compilación y prólogo
de Agustín Cadena, Times Editores, 1998); Antología
de Letras y Dramaturgia, Jóvenes Creadores (CONACULTA, 1998);
Creación Joven. Narrativa (Ídem, 1999); Bestiario
contemporáneo (FONCA/UAM, 1999); Generación del
2000 (Prólogo de José Agustín; Selección
y notas de Agustín Cadena y Gustavo Jiménez Aguirre, FETA,
2000); Nuevas voces de la narrativa mexicana (Joaquín
Mortiz, 2003); Los mejores cuentos mexicanos (Selección
e introducción de Eduardo Antonio Parra; Joaquín Mortiz,
2004); Novísimos cuentos de la República Mexicana
(Selección, prólogo y notas de Mayra Inzunza, FETA, 2004);
Nosotras, vosotras y ellas (Selección y prólogo
de Raúl Brasca, Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos
Cooperativos de Argentina –IMFC-, 2006) y Atrapadas en la
madre (Compilación y prólogo de Beatriz Espejo y
Ethel Kolteniuk Krauze, Alfaguara, 2007)
Ha publicado los cuentarios Habitación (H. Ayuntamiento
de Cuernavaca, 1996); La risa de las azucenas (Fondo Editorial
Tierra Adentro, 1997 y 2002); La muerte más blanca (Instituto
de Cultura de Morelos, 2000); y Todas las islas (Universidad
Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, 2003; Premio Benemérito
de América 2002); y la novela Será negra y blanca
(Premio Nacional de Novela Ópera Prima Carlos Fuentes 2004; próximamente
será traducida al inglés por Toshiya Kamei).
Entre sus temáticas se encuentran la infancia, la soledad, la
desintegración familiar, el alcoholismo y la muerte; su estilo
tiende a la frase breve, la ironía y la presencia de atmósferas
angustiantes.
Descubrí
a Socorro Venegas al leer su cuento ‘Últimas voluntades’,
en la citada antología Novísimos… Me
impresionó la manera en que abordaba el tema de la muerte,
con una aparente neutralidad rayana en lo perverso. Decidí
buscar más libros suyos para conocer mejor su obra, y me encontré
con textos que dejan una poderosa melancolía, cual luz crepuscular.
Abordo a la autora vía internet He aquí su palabra:
- ¿Por qué ese afán
de negación en su obra -manifiesto en el uso constante del 'no',
'nunca', 'nadie', etc.-?
Creo que escribir desde la negación es afirmar desde un mundo
inhóspito para el amor, para la ternura, para la fe. Me parece
que en mis cuentos sí hay esas negaciones como una manera de
limpiar de un manotazo el tablero del juego para empezar desde ahí.
Desde el solitario espacio donde se recomienza. Una niña que
comprende a su padre alcohólico a través del alcohol –y
lo comprende a cabalidad–, que inventa una nueva vida desde la
desesperanza más absoluta es una afirmación de que la
vida puede florecer en los lugares más áridos. La mujer
que sabe que no verá a su amante otra vez, que quema naves porque
no es capaz de querer algo, de formular un deseo.
Aun donde no hay esperanza se manifiesta el poder de la vida, de los
instintos y esto me interesa mucho. Hace poco entré en una tienda
de autoservicio y ahí estaba un hombre al que le faltaba la pierna
derecha, llevaba muletas y cargaba sobre la espalda una enorme mochila.
No le pidió nada al encargado, fue y vino por cada cosa que necesitaba
con un gran esfuerzo. Había tanta dignidad en su actitud y en
su rostro, que a mí me resultaba imposible no pensar en cuántas
veces había querido rendirse. Tal vez lo había hecho.
Se había enfrentado con sus ‘no’, sus ‘nunca’,
sus ‘nadie’. Y ahí estaba, de vuelta a torear la
vida.
- Encontramos en su narrativa un aire
melancólico. ¿A qué se debe esto?
Alguna vez Agustín Cadena escribió que en mis cuentos
siempre alguien se está yendo o algo se está perdiendo,
en fin, que hay una especie de movimiento triste, siempre para despedirse
de algo o para ver cómo se va. Supongo que me ocupa la ausencia,
escribo de ella porque he dicho adiós muchas veces, y soy de
los que miran atrás también muchas veces.
Dice Pedro Juan Gutiérrez, el autor de Trilogía sucia
de La Habana: ‘amo las cicatrices, no las heridas’.
Una frase con la que comulgo. Hay algo placentero y quizá también
un poco enfermo en admirar los cadáveres que habitan el clóset.
- ¿Qué simbolizaría la infancia dentro de su escritura?
Es un territorio que frecuento, que me parece especialmente rico como
tema literario. Es ahí donde suceden los hechos fundamentales
de cada persona. Una infancia feliz o infeliz determina al adulto, y
hay quienes dicen que de lo último es de donde nacen los artistas.
Es algo que puede parecer romántico, quién sabe. Es increíble
y perturbadora para el razonamiento adulto la manera como los niños
pueden enfrentar las peores desgracias: aceptan la vida como viene,
como lo más natural del mundo. Es cuando crecen cuando se van
contaminando y amargando porque comienzan a juzgar lo que les sucede.
Los niños no juzgan. Viven una especie de eternidad, de espacio
maravilloso donde todo podría ser posible, donde se conjuga su
inocencia con la cara desencajada de un mundo que no parece estar listo
para ellos. Un mundo que no es capaz de protegerlos a cabalidad.
- Al leerla, nos parecería que plantea la angustia como condición
inherente al ser humano. ¿Esto es intencional?
Creo que la angustia es una especie de garganta roja, es de este color
porque se ha gritado hasta escupir sangre o, por el contrario, se han
contenido los gritos hasta desgarrarla. Es así, una locura o
una parálisis. Me parece que sí es inherente al ser humano,
que casi todos se han roto al menos una vez en su vida, que ha habido
preguntas esenciales sin respuesta, miradas al vacío. Veamos
la creciente dependencia de la humanidad en las drogas, las armas, los
líderes espirituales, en fin, la eterna necesidad de algún
tipo de refugio. Son necesidades gestadas en la angustia de vivir.
- Observamos que usted tiende a presentar a personajes alcohólicos.
Generalmente, esto se vincula con el abandono, sobre todo familiar.
¿Podría hablarnos al respecto?
Digamos que como personajes me encantan los niños y los alcohólicos.
Parece extremo, pero en ambos encuentro mi veta y a menudo incluso los
relaciono. No creo que lo vea desde un punto de vista idílico,
una de las peores cosas que le puede pasar a un niño es tener
un padre o una madre alcohólicos, es terrible y también
ocurren cosas increíbles: los roles pueden cambiar y entonces
los niños serán los que protejan, los que cobijen, y en
esa extraña inversión de los papeles cabe la literatura.
Debo decir que siento ternura por los alcohólicos, y no me refiero
a los borrachitos, sino a los que ya están perdidos y se cagan
de risa cuando les hablan de Alcohólicos Anónimos. Ésos
que beben sin tregua, que buscan en el fondo de la botella algo que
han olvidado que buscaban. Son suicidas, son estúpidos, son temerarios,
son grandes destructores, son colosales, son escoria, son dolientes,
no tienen ninguna esperanza y esa caída libre es fascinante.
- Vincent van Gogh afirmaba: 'Del dolor nace la belleza'. ¿Estaría
de acuerdo con ello?
Sí, en parte. A veces, el dolor es sólo eso, y no siempre
genera cosas bellas. También origina venganza, resentimientos.
Que engendre belleza dependerá de lo que se hace con el dolor,
ahí es donde importa quién traduce la experiencia recalcitrante,
quién es capaz de convertirla en algo bello.
Me parece que asociar al dolor con la belleza puede ser romántico,
pero poco verdadero. Silvia Plath escribió sobre algún
episodio de locura que vivió y dijo que cuando estaba loca sólo
podía estar loca, no había espacio ahí para el
arte. Es un proceso donde el tiempo es esencial: a la manera de Quiroga,
que sugería que antes de escribir sobre la emoción se
la dejara morir para luego resucitarla por artes literarias.
Lo bello surge del inframundo, se trae una flor de ese lugar, pero para
eso hay que salir, sobrevivir al dolor y no siempre se logra; y si se
logra, no siempre es posible traducirlo en algo bello. Y con esto no
quiero decir que en las cosas horribles no haya posibilidad para el
arte. Al contrario: veamos como ejemplo Cuatro horas en Chatila,
una devastadora crónica de Jean Genet sobre la matanza de un
pueblo entero. Nos cuenta lo que vio, una parcela del infierno. Y hay
algo hechizante en su relato, es hermoso, la mirada de Genet logra la
belleza en donde menos cabría esperarla.
- Usted ha sido incluida en numerosas antologías. ¿Considera
que estas recopilaciones brindan una idea cabal de la literatura escrita
por una generación dada?
Una idea cabal, no. Una aproximación. Un panorama. Un avistamiento.
Una especie de dentellada que a veces ni siquiera es representativa
de lo que un solo autor escribe: si por casualidad el texto incluido
en una antología no tiene relación con el resto de la
obra, hay el riesgo de que se considere que todo lo que un autor escribe
es como eso. Las antologías son apuestas, dejan la moneda en
el aire. El trabajo de cada autor será el que convenza o no,
felizmente la última palabra la tiene el lector, no el antologador.
- Hallamos un enorme pesimismo en la narrativa de autores mexicanos
nacidos en los setenta, como usted. ¿Estaría de acuerdo
con esto? en tal caso, ¿a qué lo atribuiría?
No pienso en mi escritura en términos de pesimista u optimista.
Lo que escribo es lo que pienso del mundo. No digo que sea el mundo.
Soy consciente de mi proclividad hacia la tristeza, hacia el desencanto,
sé que en esos terrenos encuentro mis temas, simplemente no se
me ocurren otras cosas. Como dice Amos Oz: ‘La alegría
no es un tema literario interesante’.
En la vida, por lo demás, prefiero mantener una actitud, digamos,
no tan pesimista. Esto es porque tengo un hijo y eso es algo que me
hace sentir obligada si no a la dicha, por lo menos a un recatado optimismo.
Uno no puede decir que el mundo es una mierda y luego tener hijos. Sería
un grave sinsentido.
- Platíquenos sobre la próxima traducción al inglés
de su novela Será negra y blanca, por Toshiya Kamei.
Toshiya Kamei ha sido un verdadero hallazgo. Por alguna razón
le gustaron mis cuentos y comenzó a traducirme hace un año
o algo así, además ha publicado todas las traducciones
de mis cuentos en revistas de Estados Unidos y Canadá, lo que
ha sido una experiencia muy gratificante porque ha significado la oportunidad
de llegar a lectores de muy diversas procedencias. Toshiya me pidió
la novela a la que te refieres y ha empezado a trabajar en la traducción.
- ¿Cuál es su perspectiva acerca de la narrativa potosina
actual?
No pienso mucho en los autores en términos de su lugar de origen,
el lugar de nacimiento de uno, como otras tantas variables, es un asunto
accidental. No creo que haya una ‘narrativa potosina’ en
el sentido de que tenga rasgos peculiares que la distingan de otras
narrativas. Esto sí sucede con autores como Luis Humberto Crosthwaite
[Nota 1], Élmer
Mendoza [Nota 2],
o Eduardo Antonio Parra [Nota
3], donde sí puedes distinguir que son autores del
norte del país y, concretamente, de la frontera del norte del
país. De San Luis Potosí he leído a Ignacio Betancourt
[Nota 4], a Armando
Adame [Nota 5], a
David Ojeda [Nota 6],
a Eudoro Fonseca [Nota 7]. Y
también conozco a los que no viven en San Luis Potosí
y también son excelentes como José Abdón Flores
[Nota 8] o Jaime Alfonso
Sandoval.
(Entrevista realizada el 20 de agosto de 2007)
Fotografía
de Bárbara Colio
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Para
saber más
Nota
1: Nacido en Tijuana, Baja California, en 1962.
Nota 2: Nacido en Culiacán,
Sinaloa, en 1949.
Nota 3: En realidad
Parra nació en León, Guanajuato, en 1965. Se le considera
autor norteño por haber radicado algún tiempo en Monterrey,
Nuevo León; asimismo, por recurrir a temáticas y escenarios
de la frontera norte del país.
Nota
4 : Nacido en San Luis Potosí, en 1948. Premio Nacional
de Cuento del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) en 1976. Es
investigador literario en el Colegio de San Luis.
Nota
5 : Nacido en San Luis Potosí, en 1948.
Nota 6:
Nacido en San Luis Potosí, San Luis Potosí, en 1950. Premio
Casa de las Américas en 1978. Actualmente se desempeña
como asesor de Jóvenes Creadores en FONCA, Categoría Cuento.
Nota 7:
En realidad Fonseca nació en Aguascalientes, Aguascalientes,
en 1956. Radicó en San Luis Potosí. Obtuvo en 1989 el
Premio de Poesía Ramón López Velarde.
Nota
8 : Nacido en Río Verde, San Luis Potosí, en 1967.
En 1994 ganó el Concurso de Cuento Carmen Báez, otorgado
por el Instituto Michoacano de Cultura.
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DATOS DE LA AUTORA:
Elena Méndez (Culiacán, Sinaloa, México,
1981).- Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad
Autónoma de Sinaloa. Narradora. Ha participado en los talleres
literarios de los escritores mexicanos María Baranda, David Toscana
y Cristina Rivera Garza. Escritos suyos han sido publicados en TEXTOS,
Acequias, La Pluma del Ganso, La Línea del Cosmonauta, La Prensa,
Expreso, Milenio, Universo de el Búho, Replicante,
Avión de Papel, Letras.s5.com, Miel y Amoniaco,
Espiral, Espéculo, Baquiana, El
coloquio de los perros y Homines.