Nacido
en el Puerto de Guaymas, en 1971, César Gándara es de
los autores sonorenses que comienzan a despuntar pero no por ello puede
decirse que se trate de un neófito pues lleva largo camino recorrido
como escritor: ha sido becario del Consejo para la Cultura y las Artes
de Nuevo León, estado donde cursó la carrera de Letras
Españolas, en la Universidad Autónoma; becario asimismo
de Jóvenes Creadores del FONCA y del FECAS de Sonora. Tiene una
maestría en Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona.
Aunque su trabajo se ha difundido a través de diversas antologías
y revistas de circulación nacional e internacional, recién
ha publicado su primer libro de cuentos, Es el viento, dentro del Programa
Editorial de Sonora. Como sabemos, el estado de Sonora ha sido más
prodigo en poetas que en narradores, no obstante su paternidad sobre
un clásico de la cuentística mexicana, el también
guaymense Edmundo Valadés. Otros narradores sonorenses de alcurnia
lo son también Armida de la Vara y Gerardo Cornejo. La narrativa
de César Gándara refleja, es verdad, la tradición
de sus ancestros, característica por su prosa de agreste belleza
cuyas metáforas parecieran fruto de la poesía y sin embargo
están circunscritas en el paisaje desértico. Con todo,
Gándara inyecta vientos frescos a la mencionada tradición
de literatura sonorense al universalizar la visión que enfoca
paisaje y circunstancias y remitirnos naturalmente a autores norteamericanos
como Truman Capote o Norman Mailer.
Compuesto
por doce relatos cortos, el oficio narrativo de Gándara denota,
a un tiempo, madurez, sensibilidad y malicia, siendo esta última
la que se impone. Esto último, quiero decir, es una auténtica
rareza tratándose de un escritor joven, pues la malicia es por
lo general la última y más difícil virtud en adquirirse
con base en la práctica, casi siempre con la edad y la experiencia.
Y César Gándara es un joven escritor cuya pluma rebosa
malicia de la buena, es decir, literaria. El término malicia,
de hecho, me remite a mi maestro Rafael Ramírez Heredia (qepd)
para quien este rasgo era el más urgente de cultivar por un escritor
en ciernes: malicia para saber por donde conducir un relato de manera
que la luz al final del túnel sea, o bien lo último que
vea el lector o que no la vea nunca, o lo bastante encandiladora para
desconcertar, fascinar, aturdir. Esa es la malicia en términos
de oficio literario.
Pero
lo más curioso de ‘Es el viento’, es que su autor
alterna los relatos con experiencias personales sobre su aprendizaje
en tanto narrador, de tal suerte que se asiste al proceso formativo
del que escribe, como cuando relata la obsesión de su abuela
por la historia de una mujer que asesinó a sus hijos por despecho
hacia una infidelidad del esposo. La misma anécdota sufre una
serie de mutaciones en boca de otros miembros de la familia y el mismo
narrador empieza a jugar con ella, percatándose de hasta qué
punto la realidad se sujeta a los caprichos de la imaginación:
‘(…) A veces digo que la leí en el periódico;
que conocí a la protagonista en una cantina; que el policía
que la arrestó era mi cuñado; cuento la versión
del marido, etc., hasta que llega un momento en que me harto y decido
inventar mi propia historia, totalmente novedosa y que no tenga nada,
absolutamente nada que ver con las historias que me contaba mi abuela.
Pero después de darle muchas vueltas al asunto, termino siempre
contando la historia que me contó mi abuela (…) Es la lección
que aprendí de mi abuela.’ (p. 58).
Esta
anécdota que cierra el libro, tan modesta en apariencia, resulta
sorprendente a la luz de la lectura previa de una colección de
relatos desconcertantes, compuestos en su mayoría por dos personajes
antitéticos que ejemplifican los altibajos de la amistad y de
las relaciones humanas en general, desde el favor hasta la corrupción.
Los personajes de Gándara recorren una rica gama de caracteres
humanos, pero los que mejor le salen son los anómalos, los que
albergan sentimientos oscuros e inconfesables, los que alteran la natural
rotación del mundo: los maliciosos, pues. Otro elemento que hermana
los relatos de Es el viento, es la capacidad de su autor para dejar
leer entre líneas lo que los personajes no quieren decir, si
bien algunos hablan más de la cuenta y aún en la más
grosera elocuencia mantienen un halo secreto que resulta harto inquietante.
De ahí la malicia que se aprecio en su estilo.
Algunos
relatos albergan una velada crítica a la impostura artística,
como en ‘Dedicatoria’: ‘(…) Nando le contó
que su máxima fantasía era llegar a ser un gran escritor
e irse a la cama con una chica y por la mañana desaparecer antes
de que ella lo despertara, dejándole un recado a manera de dedicatoria
en las páginas de su libro.’ (p. 30). Mesurado, reflexivo,
profundo, hábil para construir disímiles voces narrativas
y deconstruir la realidad a través del diálogo de personajes
antagónicos, César Gándara aporta con este, su
primer libro, un producto tan intenso como interesante. Sus relatos
dejan espacio a la reflexión e invitan a la relectura, porque
Es el viento es un libro para releerse y repensarse.
Es
el viento, sin embargo, es apenas el aperitivo de lo que vendrá,
lo cual no quiere decir de ninguna manera que esté subestimando
el magnífico debut de este joven escritor sonorense, antes bien,
se trata de una obra tan madura, tan acabada, que el lector no podrá
menos que desear leer, cuanto antes, lo que sigue... y lo que sigue…
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