sumario
palabras
contacta
 


.esfericidia.
Karla Villapudúa
08/07/2011


Empecé a escribir el esfericidio, porque ciertos humanos de mis tiempos, aún permanecían cegados ante la inmanencia del fragmento. Uno a uno, abogaban por pulir apellidos, en escalas de cyberespacio, resaltando importantes vorágines de conquistas jerárquicas y pomposas.

Así, los aplausos y la aprobación de la otredad, se convirtieron en medicamento imprescindible para subsistir. O al menos sobrevivir. Asimismo, el prestigio y voracidad por el primer lugar. Fueron el margen perfecto para la creación de cierta sintomatología denominada: micro-fascismo intelectual.

Sin embargo, en otro planeta un aforismo japonés viene volando en sentido contrario, y desaparece el intelectual-fascismo-micro. Hablar de elitismo, resulta una payasada más. Verdad. Argumento. Verdad. ¿Razón- Arazón? De tal ciclo, borra toda soberbia recién adquirida. La psique gime en otra dimensión. Y ya no le preocupa. Si la conocen o no la conocen. O sea, ¿y esa?, ¿quién es? No aparece en el Google. Ha de ser una looser cualquiera. ¿Tendrá dinero?

Tres segundos anteriores, tomé conciencia de los ángulos y las geometrías que, abocetaba durante el día. Lo local parvito de mis pasos. Las corazas que angulaban la territorialidad cósmica del momento. Así, cada uno de sus humores, coincidía, en cierto grado, con alguna manifestación de los míos diluidos en los suyos. Por eso, caminábamos juntos sin ponernos de acuerdo. Mejor aún: sin conocernos. Y en cada punto de mi cuerpo salía una química perfecta que dilataba todas las cuadraturas del instante. Y todos éramos uno. Y los demás también. Pero entender esto, nos costaba tanto trabajo, que volvíamos a la violencia del primer lugar.

Y la mentira del primer lugar, era algo tan ridículo, que los dioses nos mandaban tronar las piernas. Una a una, caían sobre artritis de asfalto, padeciendo el Leteo como un Tijuanicidio. Templando tierras, con la arrogancia presupuesta, de llegar al punto más alto. Sin que importen los demás. O peor aún: negando la otredad.

De ahí, los trastrocamientos de los dioses, la paradoja de la compasión. El perdón innato para el ego. La acepción numeral que indica la trayectoria a casa. La trayectoria al sí. El revocamiento perpetuo hacia una tiranía desembocada en arbitrariedades moneda.

Por eso, cuando el balanceo de bougambillias amarillas al amanecer. Cinco siglos posteriores, ejercía cierta exhalación, los dioses hilvanaban enunciados para resucitar piernas.

Nos enviaban a observar el movimiento de las parvadas de pájaros en el cielo, por siete días. Mirando todo pegado desde afuera del planeta. Tal y como Bohm, Krishnamurti y otros tantos lo han afirmado. Lo han mirado. La praxis metafórica se insertaba en los meridianos del cuerpo. Al salir de la tierra y experimentar el tatoamasi ficcional cumplíamos con el mandato plotiniano. Éramos uno. Somos uno. Iluminación instantánea. Gratuita, por supuesto.

Al sexto día, cinco segundos antes, del amanecer en siete. Seguíamos con las pupilas ancladas en los cielos. Nos metíamos al movimiento parvito de los pájaros. Luego, simulábamos parir conclusiones absolutas en una imagen a la Carrington. Éramos brujas tres momentos sin importar el sexo. El género era algo demasiado trivial como para discutir al respecto.

Las hipótesis nulas a las que llegué, después de experimentar el esfericidio, parecen murmurar lo siguiente:

Panthareipàjaroalaire.
Unritmounciclo.
El mismo.
Ninguno vuela más rápido que otro.
SabenEntiendenComprenden:

estamos pegados a nivel subatómico.

En gluòn

Porque una cosa es casi cierta:

Todos, en cierto momento, amamos a la humanidad, en estado inocente y suficiente. No obstante, llegar a esto es algo muy fuerte.

En la primaria, varias veces me dieron un cartón, que decía mi nombre y el primer lugar. Vinculado al concurso de alguna ciencia. O en su caso, de cierto andamiaje religioso. Mi ego niña se inflamaba bastante bien. Mi uniforme todo brillante y bien planchado. La cola de caballo perfecta, sin ningún cabellito fuera de lugar. Las fotografías con el cartoncito en mano, la directora religiosa y madre.

Las maestras decían que, era una niña diez.

Recibía aplausos. Los suficientes para poder colocar hormigas sobre la cabeza de mis vecinitas. Sin ningún remordimiento. Repito: el cartoncito decía que era una niña disciplinada, noble y religiosa. ¿A quién le iban a creer en caso de denuncia?

Así, fui acrecentando mi ego infantil. Y cuando los dioses decidieron exiliarme de su reino. Re-ven-tar-me. Ya no podía reintegrarme. (A todos nos sucede). Mienten aquellos que dicen estar todo el tiempo 'muy bien'.

El bombardeo sucedió de varias maneras. Entre los que, vale la pena relatar. La huída a Sinaloa. El abandono del colegio. Pues debo aclarar: Padre debía bastante dinero a unos narcos de la sierra. Y si, no nos íbamos rápido. Probablemente nos matarían a todos.

A los días, ya me habituaba a jugar con una máquina oxidada, abandonada en hortaliza de mangos. A los primeros agujeros de zapato. A los aullidos de una llorona imaginaria. Al rancho exiliado, sobre lugar perdido sin mar. No obstante, también en otro planeta, gemían aforismos alemanes en sentido contrario. Una escena amorosa, tres siglos posteriores, encajaba dudosa al atardecer. Un niño sin madre sonreía devotamente al nacer. Y la chica que pegaba hormigas en el cabello. Esculpía (e) ideas futuras en un escáner medieval.

El disco duro donde guardaba recuerdos de diez años anteriores ha desaparecido. Y al mismo tiempo, encuentra la aporía perfecta para desmenuzar. Un encuentro amoroso 2007 en 2011.

Asimismo, los vendedores ambulantes de claveles blancos –de los que cierto tiemp [U] también (èl) fui, y usted también-, descansan felices en su lecho de cartón, pues cierta dama de la caridad como momento no-fashion; les regaló –sin interés ninguno- una caja de vegetales frescos. Por ello, durante la secundaria, el agujero de zapato de la chica del primer lugar. Desaparece. Gracias a la aparición de unos zapatos Perestroika. En trayectoria retardada, con cierta explicación, del puro devenir; según la lógica del sentido en palabras de Deleuze.

Sin interés ninguno, significa que, no ejecutó acto publicitario, ante ningún panfleto. Y claro, no pertenece a ningún club de ositos, leoncitos, o payasitos.

La estadía semi-dantesca finalizó. La vida armónica resurgió. Al comprender sonidos, tales como las sonrisas de las hojas al medio día, o en su caso, al amar botas colgadas entre los cables de la sexta, y asumir que están enamoradas de una puerta roja. Y nada más.

Encajaron varias cosas. Desplomar. Reconfigurar vida otra vez. Desplomar. Levantar. Funcionar. Vivir.

Empecé a entender el esfericidio. Después de varios desplomes. Al emular ciertos halagos, honores, y toda la parafernalia al respecto. Vivía en la esfera de vez en cuando. Otras, encajada en la simulacria emancipación de mí misma.

Con todo, ciegas veces, caigo en la hipótesis batailliana de teoría de la religión. Otras, me deshago del maquillaje en turno. Procuro no mentir. Procuro no dividir. Comparar. Procuro no ganar. Procuro no perder. Tampoco analizar. Procuro.

El universo debería de parir más Withmans de vez en cuando.


__________________________

DATOS DEL AUTOR:

Karla Villapudúa (Culiacán, Sinaloa, México, 1979).- Licenciada en Filosofía por la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Textos suyos aparecen en Andante 26, Psikeba, Homines y Espiral. Directora de la revista electrónica espiral: www.revistaespiral.org. Habita en www.filosofika.blogspot.com.