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Eva le dice que no a Adán. El
hombre siempre la ve caminar entre vueltas boscosas, por las esquinas
de cualquier lugar. La enfoca y se olvida del encuadre llamado razón.
Adán piensa en la gloria. Eva piensa en los infiernos bíblicos
y reniega del tacto. Después se incluirá, quiera o no,
porque es mujer, porque es el peso de su historia, porque lo tiene escrito
en la sangre: amarás.
Porque
Eva fue concebida. Engendrada, no creada de la misma naturaleza del
Padre, por quién todo fue hecho. Y que, por su salvación,
el Adán bajo del cielo. Fue (es y será) crucificada en
éste y en todos los tiempos de relatos usados, padeció
(padece y padecerá) y fue (es y será) sepultada.
Ella quiere que le besen los pies. Que la ahoguen en sudores. Ella desea
el cuerpo rojizo de Adán, del mismo color de las manzanas de
las que siempre huye. Desde que era niña y su madre le decía
que no debía dejarse morder por una serpiente, le prohibía
treparse a los árboles del inmenso patio para sus ojos oblicuos.
Siempre encerrada con sus senos, necios.
Se muerde el labio inferior, ansiosa. Eva se ha dado cuenta. Eva busca
el aliento del Adán que aún no la besa, que aún
no la toca, que aún no la siente. Él sólo la mira.
La ha mirado, entonces, desde siempre. Desde que ambos nacieron. Él
para poseerla. Ella para tolerarlo. Porque Eva fue creada por un par
de costillas imaginarias de un Adán infeliz, en el paraíso
de un Dios inexistente. Que nunca existirá.
Eva desea entrar al jardín de las delicias. Eva no sabe que al
despertarse a un lado de Adán volverá a tener el cuerpo
vejado. Ellos sólo viven para el árbol que sostiene el
Cosmos. Pero lo que no entiende es que la serpiente está a su
servicio; en busca de la destrucción de su propio Universo. Adán
piensa que la orfandad es inexistente; el abandono es imposible. Piensa
que siempre ha sido deseado, que los abrazos tan eternos y amorosos
desde su nacimiento lo apegan al seno y al vientre de Eva.
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Un descanso
dominical. Es domingo, día sagrado, día siete. El Domini
Illuminati. Domingo de Ramos. Domingo de fecundación. Santificarán
su fiesta arrebatándose el cuerpo, rompiéndose los dedos
y atragantándose sus fluidos corporales. Se olvida que Eva padece
de hidrofobia (se debe a su educación laica, hemos de suponer).
Odia el agua bendita de su Adán, de su Judas, de su Cristo. Escribirán
un nuevo testamento entre sábanas. El recreo de la luz y de un
Génesis.
El enemigo que odia está enfrente, conducido por los méritos
de su pasión y la cruz de ella.
Y se hace la luz.
Eva sigue buscando el milagro pero ella no se deja buscar.
Se libra la batalla de la creación. Se están leyendo pasajes
del primer libro bíblico. Entona el introito con su juego sensual.
A veces dice todo sin decir mucho, sin decir nada. Sin decir: Adán,
¿dónde estás? En la nada. Y él está
sobre ella. Eva se sumerge en la nada de Adán. Insegura, fastidiada.
No se da cuenta de los detalles de esas cosas, distraída. Habla
de estrellas fusiladas y orgasmos imperecederos mientras escucha a los
demonios de las paredes. Se delata ella sola, se acuerda de oraciones
y plegarias desencontradas. Se le ha olvidado hincarse. Eva, con su
nombre terrenal y las huidas de manzanas rojas comete un sacrilegio.
El plexo solar es infernal en la Tierra, aunque comparado al de su inframundo,
sólo le queda rezar: No me dejes caer en la tentación,
no me dejes caer en tu tentación. No me dejes caer con la Nada
(Adán escrito al revés).
Eva vuelve a decirlo. Otro no. Diferente el tono, símil de la
significación perenne. Renovada, Eva se aleja del Adán.
Se aleja de Dios, se aleja del Diablo. Eva siente que sabe más
que Dios mismo cuando está en su soledad desencontrada. Que es
omnipotente. Que lo sabe todo.
***
Adán inclina la cabeza colocando
esa mirada hacía sus pies y a Eva, de repente, y se le desvanece
todo lo que había anidado su cabeza. Se ha rendido, nuevamente
para pasar al miedo. Eva lo resiente en ese mismo paso, en la escalera
fija y en una mano prometedora. Adán procura recostar su cabeza
en el vientre de Eva, a ratos. Para sorber esa codicia de huida, para
calmarla.
Eva siente que lo ha vencido. Pero aún tiene miedo de ciertos
días, de otros meses, de las estaciones ajenas. Adán puede
ser su mensajero divino. El enviado para fastidiarla, para entorpecerla,
para cegarla y arrebatarle sus pasos. Eva busca al poeta. Busca a la
flor y sus posibilidades infinitas. Busca a la mujer. Eva busca, a todas
horas, a un Adán que no existe y sin embargo está presente.
Su frente es la misma. Lo maldice. Se busca ella, también, a
todas horas y se maldice. Maldice a su madre que la parió.
Comienza a tocar el cuerpo de su dios.
Eva sonríe mientras repasa los cuatro Evangelios. El
libro de la palabra de Dios está en Adán. Su Mesías
la penetra. Santa es, santo es el Señor, Dios de las alturas
y un Aleluya se escapa de su boca. Se gesta hasta el final de la creación.
La costilla arrancada no es traicionera, no puede serlo, viene de Adán.
Otra complicidad, otra misa, el mismo tañido de las campanas
y la misma Eva que asciende a los cielos.
Eva está sentada a la derecha del Padre, inundada en su lago
artificial.
Adán se acerca. Trae un crucifijo. Trae una corona de espinas.
Eva se levanta
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Eva
canta In Gloria Excelsis Deo mientras la flagelan. Aprieta
las cuentas de su rosario de madera. Le colocan clavos en las muñecas
y en sus pies. Comienzan a sangrar esas llagas nacientes. Son heridas
vírgenes.
Después de proferir un Hosanna se da cuenta de que Dios
la ha abandonado. Y dice: 'Perdónalo, Señor, que no sabe
lo que hace'. Su rugido de ojos inyectados y el ruido seco de un golpe
se agolpa en sus oídos. Ha blasfemado. Y luego el Adán
se convierte en Judas y compra su cuerpo por unas 30 monedas (que no
son de plata, pero están corrompidas). Ya ha dado el diezmo.
Entonces se aparece el Cristo, sólo que ella es la crucificada
y no la virgen María. Y él tampoco la salva.
Huele el incienso y la celeridad del momento. Tan fúlgido.
Los ojos no decían para siempre en esa noche, Eva. No, no
lo dicen nunca. Sólo tú te lo figuras. Y a fuerza vivir
de suposiciones, esa imaginación te está matando del dolor.
Él no te ilumina, Eva. ¿No lo entiendes? Él sólo
resurge para asustarte.
Con sus afectos demolidos, Eva se recuesta con su temblor y el cuerpo
hecho ruinas. Perseguida por la agresión eterna, salvó
la vida y está en su tumba con la piel remendada. Se acuerda
del Vía Crucis anterior y sólo quiere dormir. Ha sido
lapidada su alma con sus cicatrices zurcidas.
*****
Al octavo día
de ficciones (día en que Dios no está, no trabaja, sale
a descansar), cuando abre los ojos, es el mismo cuerpo. Eva seducida,
Eva seductora. Ella sabe que quién coma del Árbol de la
ciencia no morirá, sino que será como Dios. Eva distingue
el bien y el mal, y Dios la expulsa del paraíso mientras se arrastra
hacia su hombre por su deseo. Besa al Adán dormido y rasga con
las uñas esa herida cosida por la mano de Dios y sus hilos divinos,
hiriéndolo. Las costillas están en el barro del cuerpo,
ahí siguen. En ese fango de aversión, Eva ha sido condenada
a parir hijos malditos.
Un Satanás está en ventre sa mère. En
su vientre. ¿Multiplicará los peces?, ¿caminará
sobre las aguas? ¿Curará tullidos y ciegos? ¿Salvará
prostitutas? ¿Se acostará con Evas? ¿Será
Caín, será Abel? ¿Traidor o traicionado? Su madre,
que no es la virgen María, santificó la casa y concibió
a otro Hefesto sin ayuda. Piensa arrojarlo al océano putrefacto.
Ya, Eva, tampoco eres María. Ni Hera, ni Perséfone.
Ni Parvati ni Kali. Ni Astarté. Ni Izanami, ni Amaterasu. Mucho
menos Lilith. Sólo sabes de matanzas y Diosas.
Él, en cambio, es Dios. Es el Diablo. Es Zeus y Hades. Es Shiva-Rudra.
Es Bal. Es Izanagi, es Adán, es...
Lo amas tanto que se convierte en odio. Se te olvida que a Él
(o él) sólo le gustan esas cosas porque las puede romper.
Se hace la oscuridad.
Eva cierra los ojos otra vez.
Eran mortales, era verdad.
El sanctosantorum se desmorona.
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Para
saber más
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DATOS DE LA AUTORA:
Karen Á. Villeda (1985). Autora de La caja de los recuerdos
o la instrucción para recordarnos. Ganadora del Premio Estatal
de Poesía Dolores Castro 2006 con Prostituta de estreno (ex-virgen
a punto de suicidarse) y del IV Premio de poesía para niños
Narciso Mendoza. Estudiante de Relaciones Internacionales en el Tecnológico
de Monterrey, campus Ciudad de México. Colabora en Complot
y ha publicado poemas en revistas como Arquitrave. Su poemario,
Leopoldo y los siete gatos, aparecerá pronto bajo el
sello editorial de Alfaguara Infantil.