La
confusa vida y muerte de un cómico o las lecciones de un dramaturguista
Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière, puede
considerarse como la cima de la comedia clásica en Francia y
de la commedia dell’arte adaptada a las formas convencionales
del teatro francés (y que el teatro occidental adoptó
como universales), para lo que unificó la sonoridad, ciertas
formas coreográficas (hasta entonces inéditas) y sobre
todo un texto que atendía las necesidades dramáticas de
los figurantes en la escena; en algunos casos, más que un dramaturgo,
Molière fue un dramaturguista. Privilegió casi siempre
los recursos cómicos, y fijó temáticamente el drama
en la hipocresía de su tiempo mediante la ironía que traspasaba
hasta la insolente crítica. Dramaturgo y actor (muchas biografías
pasan por alto su profesión cómica), destacó, ante
todo, por su sagacidad a la hora de crear caracteres vivos y reales.
Sin embargo, la muerte de Molière, ocurrida en febrero de 1673,
ha desvelado los afanes de críticos e investigadores hasta la
confusión histórica y el mito, no sólo por las
circunstancias de su muerte, sino por la afectación de su obra
en la sociedad francesa, así como su figura dramática.
El primer dato (de su muerte) dice que falleció el día
12 de febrero (pero fue enterrado hasta el día 17, por órdenes
de la Iglesia católica que consideraba la profesión de
cómico inmoral, y fue necesaria la intervención del rey,
aún así el actor fue sepultado de noche), aunque lo común
es recordar la muerte del dramaturgo el día 17 de febrero. La
fecha es lo de menos, puesto que la tesis histórica –sobrevaluada
después de la revolución francesa y plagada de romanticismo–
dice que murió en el escenario, cuando interpretaba un personaje
de su propia creación en El enfermo imaginario (¡Oh,
paradoja!).
Otra versión dice que al sentir extraños dolores en el
vientre, decidió dejar la puesta en escena y fue a morir a su
casa, unos minutos después de haber pisado el escenario, durante
la cuarta función de El enfermo imaginario. Se dice
que murió en París, aunque existe la versión de
que murió en un pueblo cercano –la cual ha sido desestimada
hace tiempo– justo cuando apareció otra dilucidación
de la muerte de Moliére, la que cuenta que había muerto
en el traslado de una villa cercana a París y su casa, antes
de comenzar la función, a causa de una súbita enfermedad.
No faltó también – especialmente en el siglo XIX–
quien culpara a la Iglesia de la muerte del cómico, y pusiera
en la mesa de las explicaciones históricas la tesis de que Moliére
había sido envenenado antes de comenzar la función, por
parte de un misario del clero.
Mi versión es que el desquiciado cómico francés,
poeta de la escena, no agonizó en un mugriento escenario de París;
existe su drama, y eso es lo que importa, por encima de las tildes biográficas
de especialistas, vive en la memoria de actores, directores, adaptadores,
lectores y espectadores. Se exageran las circunstancias en la muerte
del dramaturgo sólo para darle a su condición de actor
un carácter de exotismo, que no necesita, dada la altura intelectual
y el poder de su pluma. No podemos juzgarlo como actor, pero sí
como autor, y su muerte sólo es consecuencia de su amor por el
teatro, ¿o no?
Otra duda aparece: resulta que su ‘amor por el teatro’ puede
ponerse en tela de juicio, y entonces Molière pasaría
a la historia –en el mejor de los casos– sólo como
un ambicioso. Apologías y efemérides aparte, al parecer
(lo dice un filólogo francés en el libro El caso Molière)
tampoco podemos celebrarlo como dramaturgo. Denis Boissier, presentó
en el 2004 un libro donde indica que Molière no es más
que un impostor, y que jamás escribió una obra de teatro.
En El caso Molière, se ofrecen unas 130 conjeturas —no
pruebas concluyentes— de que el escritor francés Jean-Baptiste
Poquelin habría pagado a Pierre Corneille (1606-1684) para que
le escribiera en secreto las obras de la más trascendental y
conocida dramaturgia del teatro francés.
Boissier
asegura haber leído más de 300 textos y libros sobre ambos
dramaturgos y llega a la conclusión de que la atareada vida de
Moliére, en pleno siglo XVII, y su falta de estudios, son totalmente
incompatibles con el número y el calado de las obras de teatro
que se le atribuyen. Se apoya en la ausencia de trazas manuscritas de
las obras o al menos correspondencia que atestigüe el proceso de
creación. 'Molière no escribió nada en toda su
vida", afirma Boissier, "y el rey Luis XIV, que no era tonto,
dudaba mucho de que éste tuviese el tiempo de escribir, puesto
que pasaba sus días actuando, dirigiendo las obras, organizando
las giras provinciales de su compañía y divirtiéndose'.
¿Cómo es posible que Molière produjera tantas obras
en tan poco tiempo? ¿Por qué Poquelin decidió adoptar
de repente este pseudónimo tras pasar seis meses en Ruán,
donde vivía Corneille? ¿Por qué este último
nunca se pronunció sobre la obra de su colega?, son algunas de
las paradojas que Boissier explora en su obra. Lo que Boissier afirma
echaría por tierra la imagen del gran autor dramático,
libertino y genial, que la Revolución francesa encumbró
por sus manifestaciones anticlericales y ese desparpajo para hablar
contra la burguesía francesa.
Es probable que sea Molière el más importante escritor
francés y sin duda uno de los dramaturgos más sobresalientes
de la historia, sin embargo, esta propuesta histórica sobre la
veracidad de su estampa provoca desconcierto entre sus admiradores (yo
entre ellos). Por fortuna, Alain Niderst, profesor universitario experto
en Molière, considera que la tesis está ‘despojada
de credibilidad y de toda prueba formal’ y que Corneille nunca
tuvo la visión cómica del autor de El Tartufo
o El enfermo imaginario, pero consiente que el libro ‘abre
un problema interesante’. Quizá el problema reside justamente
en la condición de dramaturguista de Molière
(es decir, un tipo que escribe desde la escena y corrige según
los planteamientos y necesidades de un grupo actoral específico),
porque antes que ser un dramaturgo convencional (como hoy se dice, de
gabinete) que entregaba los textos a compañías establecidas,
se trataba de un actor, quizá poco instruido, pero con una gran
olfato escénico, y mucha intuición para los desarrollos
cómicos. Quizá este sea el problema que origina la confusión
histórica.
Lo cierto es que las indagaciones de Boissier se apoyan en la ausencia
de cartas y manuscritos, de referencias bibliográficas en la
época y de una larga suma de desconfianza de autores varios en
el último siglo, además de que alega complicidad entre
Molière y la corte (‘era un protegido del rey’) para
invitar a la sospecha. Ya en 1919 el poeta Pierre Loüys escribió:
'no es el estilo de Corneille, sino la firma de Molière la que
necesita de pruebas'. Una polémica a la que no han sido ajenos
otros grandes del teatro, como el propio Shakespeare, en quienes algunos
expertos han visto sólo la figura y el nombre de la obra dramática
de Francis Bacon.
¿Existió el Molière dramaturgo o sólo celebramos
al director de escena y actor? ¿Y cuándo y por qué
ocurrió verdaderamente su muerte? ¿Pudo ser el propio
Pierre Corneille harto de la fama ajena?
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DATOS DEL AUTOR:
Enrique
Olmos de Ita (Llanos de Apan, Hidalgo, México. 1984). Es dramaturgo,
narrador y crítico de teatro en Milenio diario.
Está publicado en varias antologías de dramaturgia y cuento
contemporáneo, entre ellos los trabajos No ganarás (Tierra
Adentro-Centro Cultural Helénico) , Últimas simientes
(Universidad Nacional Autónoma de México) Un curso de
milagros (Cd rom–Dramaturgos mexicanos) Ciudad catorce (Ficticia)
Huelga de bebés y Exaudi quaesmus Dómine (Fonca) y Perla
triste (Letras pachuqueñas), además del libro La voz oval
(Fondo Editorial Tierra Adentro), que contiene seis piezas teatrales.
Becario
FOECAH 2004, beneficiario de PACMYC 2006, becario FONCA Jóvenes
Creadores 2005-2006, becario por la Fundación Antonio Gala para
jóvenes creadores, en España 2006-2007, y del Consejo
de las Artes y de las Letras de Québec-FONCA 2007, en Montreal.
Radica en Córdoba Omeya, Andalucía, España.
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www.dramaturgiamexicana.com
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