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Fiebre
Rubén Don
30/06/2007


Buenos Aires se ve tan susceptible
ese destino de furia es lo que
en sus caras persiste.
Soda Stereo


Amanece y los rayos que penetran por la ventana te recuerdan tres momentos: ocaso en Pie de la Cuesta, luz caribeña de Varadero, mediodía en Santa Bárbara. Cuerpos pigmentados. De niño coleccionabas antiguas calles, ya no queda más que la ruina del recuerdo. El elevador y su rejita, del edificio que habitas, te causan gracia. Caminas por Santa Fe hasta casa de Ella. Su edificio tiene un elevador y una rejita aún más curiosa. Veintisiete golpes extensos a la puerta. Ecos que como llamaradas predicen una tragedia. Esperas. El portero cortésmente solicita que te retires. Piensas en volver más tarde.

      

Quizá mañana. Por ahora tiempo es lo que te sobra. Caminas de regreso por Santa Fe hasta el departamento que te ha prestado El Hombre de la Pipa. Ring sorpresa: Priscila baila un tango en el aeropuerto internacional de la ciudad de Buenos Aires, también huye de su destino. Vas por ella. Ya no te aplican la novatada de los veinticuatro dólares. Poco a poco más argentino. ¿Cuántas veces se puede tener a los buenos amigos cerca de las tragedias? Se estrenan con un paseo. Es el sesenta y cuatro quien los lleva a La Boca. La ciudad comienza a desnudarse y tú la fornicas hasta saciarte. El Clarín llora la derrota del Boca Juniors en la Copa Libertadores. El fútbol sustituye las guerras, piensas. Algún tango duerme en Constitución. Hoy que has regresado a la Ciudad de la Mierda, te lamentas por no escribir poesía en la sala del aeropuerto, tirar una siesta en el parque Rivadavia, cazar taxis amarillo con negro en Corrientes. Hoy, viernes trece, sólo te quedan estas fotos encontradas en el placard. La música inglesa también es triste aunque los argentinos odien el Reino Unido. Malvinas ha quedado en el recuerdo, y también en el lamento. Fiebre en la carretera por la mañana. Amor y sexo: peligrosa conjura. Atardeceres en Pie de la Cuesta que nunca volvieron. La línea de la amistad pende de un hilo, entre las promesas y lo estúpido.

      

Caminito, Buenos Aires. Callecita al estilo Alicia en el país de las maravillas. Entras a un pequeño establecimiento y tienes tu primer encuentro con el mate. Una pareja baila un falso tango, que no es el que se baila en las casas de Belgrano, a cambio de unas monedas. Tango convertido en una de las más falsas poses de la Argentina contemporánea. Te alejas de la pose turística. Te internas en el barrio, en la boca de La Boca. La nostalgia apuñala tus sentidos: se parece tanto a tu México, o por lo menos al barrio de donde provienes. Buscas La Bombonera, símbolo del Boca Juniors, de la hinchada, de la ciudad, de la Argentina. Encuentras calles tristes y gente hosca. En tu mente las imágenes se confunden entre las ciudades pobres que has visto: La Habana, D.F., Lima, San Salvador, Tijuana: todas parecen una sola, Latinoamérica kilométrica. Latinoamérica nunca se acaba. El mate sabe tan amargo como tú vida, por eso se caen tan bien. Demasiados datos en un mismo mediodía.


Capítulo perteneciente a la novela Negativos extraviados en el placard.

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Para saber más

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DATOS DEL AUTOR:

Rubén Don. Escritor y periodista. Nació en la ciudad de México en 1977. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Ha sido corresponsal en México de la Agencia Internacional de Noticias Literarias Librusa, colaborador del suplemento Arena del periódico Excélsior, editor web y colaborador de las revista Conozca Más y PC Magazine. Ha publicado la novela La consecuencia de los días (UACM, 2005), Premio Nacional de Narradores Jóvenes 2005; y Negativos extraviados en el placard (Amarillo Editores, 2006). Actualmente es colaborador de la revista Swishy y escribe a cuatro manos la novela Casa de campo con el escritor argentino Alejandro Cavalli.