Buenos Aires se ve tan susceptible
ese destino de furia es lo que
en sus caras persiste.
Soda Stereo
Amanece y los rayos que penetran por la ventana te recuerdan tres momentos:
ocaso en Pie de la Cuesta, luz caribeña de Varadero, mediodía
en Santa Bárbara. Cuerpos pigmentados. De niño coleccionabas
antiguas calles, ya no queda más que la ruina del recuerdo. El
elevador y su rejita, del edificio que habitas, te causan gracia. Caminas
por Santa Fe hasta casa de Ella. Su edificio tiene un elevador y una
rejita aún más curiosa. Veintisiete golpes extensos a
la puerta. Ecos que como llamaradas predicen una tragedia. Esperas.
El portero cortésmente solicita que te retires. Piensas en volver
más tarde.
Quizá mañana. Por ahora
tiempo es lo que te sobra. Caminas de regreso por Santa Fe hasta el
departamento que te ha prestado El Hombre de la Pipa. Ring sorpresa:
Priscila baila un tango en el aeropuerto internacional de la ciudad
de Buenos Aires, también huye de su destino. Vas por ella. Ya
no te aplican la novatada de los veinticuatro dólares. Poco a
poco más argentino. ¿Cuántas veces se puede tener
a los buenos amigos cerca de las tragedias? Se estrenan con un paseo.
Es el sesenta y cuatro quien los lleva a La Boca. La ciudad comienza
a desnudarse y tú la fornicas hasta saciarte. El Clarín
llora la derrota del Boca Juniors en la Copa Libertadores. El fútbol
sustituye las guerras, piensas. Algún tango duerme en Constitución.
Hoy que has regresado a la Ciudad de la Mierda, te lamentas por no escribir
poesía en la sala del aeropuerto, tirar una siesta en el parque
Rivadavia, cazar taxis amarillo con negro en Corrientes. Hoy, viernes
trece, sólo te quedan estas fotos encontradas en el placard.
La música inglesa también es triste aunque los argentinos
odien el Reino Unido. Malvinas ha quedado en el recuerdo, y también
en el lamento. Fiebre en la carretera por la mañana. Amor y sexo:
peligrosa conjura. Atardeceres en Pie de la Cuesta que nunca volvieron.
La línea de la amistad pende de un hilo, entre las promesas y
lo estúpido.
Caminito, Buenos Aires. Callecita
al estilo Alicia en el país de las maravillas. Entras a un pequeño
establecimiento y tienes tu primer encuentro con el mate. Una pareja
baila un falso tango, que no es el que se baila en las casas de Belgrano,
a cambio de unas monedas. Tango convertido en una de las más
falsas poses de la Argentina contemporánea. Te alejas de la pose
turística. Te internas en el barrio, en la boca de La Boca. La
nostalgia apuñala tus sentidos: se parece tanto a tu México,
o por lo menos al barrio de donde provienes. Buscas La Bombonera, símbolo
del Boca Juniors, de la hinchada, de la ciudad, de la Argentina. Encuentras
calles tristes y gente hosca. En tu mente las imágenes se confunden
entre las ciudades pobres que has visto: La Habana, D.F., Lima, San
Salvador, Tijuana: todas parecen una sola, Latinoamérica kilométrica.
Latinoamérica nunca se acaba. El mate sabe tan amargo como tú
vida, por eso se caen tan bien. Demasiados datos en un mismo mediodía.
Capítulo perteneciente a la novela Negativos
extraviados en el placard.
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Para
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DATOS DEL AUTOR:
Rubén Don. Escritor y periodista.
Nació en la ciudad de México en 1977. Es Licenciado en
Ciencias de la Comunicación. Ha sido corresponsal en México
de la Agencia Internacional de Noticias Literarias Librusa, colaborador
del suplemento Arena del periódico Excélsior,
editor web y colaborador de las revista Conozca Más
y PC Magazine. Ha publicado la novela La consecuencia de
los días (UACM, 2005), Premio Nacional de Narradores Jóvenes
2005; y Negativos extraviados en el placard (Amarillo Editores,
2006). Actualmente es colaborador de la revista Swishy y escribe a cuatro
manos la novela Casa de campo con el escritor argentino Alejandro
Cavalli.