Georg Trakl
Palabras claves:
Poesía
– arquitectura – espacio - nostalgia – historicidad
- naturaleza - intimidad - habitar – occidente - decadencia –
Hölderlin - Trakl – Heidegger – Teillier.
Para
hablar con los muertos
Para hablar
con los muertos
hay que elegir palabras
que ellos reconozcan tan fácilmente
como sus manos
reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad.
Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la madre
después que se han ido los invitados.
Palabras que la noche acoja
como los pantanos a los fuegos fatuos.
Para hablar con los muertos
hay que saber esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un niño.
Pero si tenemos paciencia
un día nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto,
con una llama de súbito reanimada en la chimenea
con un regreso oscuro de pájaros
frente a la mirada de una muchacha
que aguarda inmóvil en un umbral.
Jorge
Teillier
La
poesía como nostalgia
La poesía de Georg Trakl, de estilo abrupto y violento, poseía
una rara densidad, en ella se une la nostalgia de la ternura y el presentimiento
del fin del mundo. Sus premoniciones de desolación no podían
ser comprendidas por sus coetáneos, confiados todavía
en las apariencias del esplendor finisecular. Tampoco se podía
comprender la videncia del poeta ruso Andrés Biely, el que escribía
en 1921: ‘El mundo volará / por el estallido de una Bomba
Atómica / en gavillas de electrones. / Descarnada hecatombe!’.
En Trakl aparece un mundo de nostalgia y decadencia. Ya en 1917 Rilke
escribía: ‘la poesía de Trakl es para mí
el más conmovedor de los lamentos ante un mundo imperfecto’.
La
de Trakl es una poesía que alude con melancolía a la casa
de sus antepasados; a su ciudad natal, al paisaje de la comarca. Allí
aparece un mundo de nostalgia y decadencia, propio de una ciudad que
durante la Edad Media había tenido un gran esplendor, y que vivía
de un pasado irrecuperable. Por oposición a la ciudad, Trakl
se vuelve a la naturaleza, a la que ve exenta de la culpa de la caída
[Nota 1].
Así la ciudad de Trakl es imagen de la decadencia del mundo occidental
que está relacionado con la figura poética del forastero,
el solitario, el apátrida, cuya culpa radica sólo en el
hecho, por lo demás inevitable, de existir en este mundo donde
sólo habitan exiliados.
En
contraposición a este tipo de nostalgia, la obra del poeta Jorge
Teillier -el fundador de la tendencia conocida como poesía lárica,
giro que denomina un tipo de escritura que pone énfasis al recuerdo
del ‘paraíso perdido’ de la edad primigenia, en la
tierra ancestral, indagando los orígenes primordiales del ser
humano- hace alusión constante al terruño, a la infancia,
al hogar y al paisaje rural, pero como el lugar idílico al qué
volveremos, de allí su particular nostalgia, la nostalgia del
futuro. La forma de representación del mundo lárico es,
en Teillier, el idilio, que se despliega como representación
estática de una particular forma de vida -donde los habitantes
de la aldea establecen relaciones de cooperación, correspondencia
y armonía consigo mismo, con la colectividad y la naturaleza.
Una unidad de vida y paisaje preservada sólo por el poeta, por
el guardián del mito.
Ahora
bien, como señala la investigadora Carolyne Wright en ‘In
Order to Talk with the Dead: Selected Poems of Jorge Teillier’
[Nota 2] a diferencia
de otros poetas latinoamericanos, en la obra de Jorge Teillier hay una
curiosa e interesante ausencia de tópicos políticos. La
violencia sobre el históricamente (re)fundado mundo de La Frontera
- los conflictos con las comunidades indígenas que habitaban
esas tierras y que fueron relegadas a territorios marginales, sintomáticamente
llamados reducciones, de manera análoga a la reducción
de los restos humanos en las tumbas, para hacer lugar a otros- no aparece
en la poesía de Teillier. Esta ausencia no puede atribuirse a
un descuido del poeta - que era profesor y gran estudioso de la historia-,
sino a una condición poéticamente necesaria para hacer
posible y verosímil el ensueño de una comunidad en que
estén conciliados la naturaleza y la cultura, el pasado y el
presente, el hombre y su prójimo.
Jorge Teillier
También
la poesía de Trakl alude profusamente a la melancólica
casa de sus padres, donde era un niño que al claro de luna salía
a dar de comer a las ratas. El paisaje decadente del otoño, la
infancia, la muerte, serán los grandes temas de su poesía.
Trakl,
se sabe, fue un alumno mediocre, y al llegar la adolescencia se tornó
poco sociable, hablaba corrientemente del suicidio y se aficionó
al uso de las drogas. Algunos de sus biógrafos sugieren que pudo
aficionarse a éstas por influencia de su madre, la cual era opiómana.
Probablemente
estudió farmacia a fin de tener un más fácil acceso
a las drogas. Estudió dos años en la Universidad de Viena
y de este entonces parece datar su repulsión a las grandes ciudades.
En
1953, en su estudio sobre Georg Trakl, Martin Heidegger lo llama ‘poeta
del occidente aún oculto, de una nueva generación renegada
que sucederá a la actual’ [Nota
3], considerándolo el sucesor de Hölderlin. En
su análisis de Trakl, Heidegger señala que el destino
histórico de occidente es también el destino del linaje
humano. Para Heidegger, es el habla la que habla a través de
nosotros. Habría un recíproco destino entre humanidad
y lenguaje. Es allí donde la noción de lugar es también
la de reunión. Pues tanto como existe en lo humano una extrañeza
del mundo, existe en el mundo una extrañeza del hombre, del cual
el lenguaje guardaría un residuo inasible.
Heidegger,
en este texto, vuelve la mirada a un idílico estado preindustrial,
mirada que se corresponde con la sensibilidad neorromántica de
los poetas láricos como Trakl, quienes están constantemente
intentando regresar a la aldea –al pueblo natal– como muestra
de rechazo (velado o inconsciente) de la ciudad moderna, creando un
mundo imaginario en el cual declara verdaderamente habitar, y en donde
se da el verdadero arraigo, la vuelta al mundo de la infancia y la confianza
en la memoria y la leyenda. La memoria como dimensión del inconsciente
de la modernidad, el momento en que acontecimiento y experiencia se
singularizan en un momento único y a la vez fundante.
En
la obra de Heidegger se está constantemente buscando retornar
al origen, ya sea por el camino hermenéutico, ya por las señales
de ruta dejadas en el devenir etimológico de las palabras o mediante
la reconstrucción de sentidos primigenios a través de
ejemplos tomados M.
Heidegger de
una vida de aldea, en la cual se puede percibir una gran nostalgia,
la misma que él –Heidegger –reconoce en la poesía
de Trakl. Una nostalgia por aquel mundo del orden inmemorial de las
aldeas y de los campos, en donde siempre se produce la misma segura
rotación de las siembras y las cosechas, de sepultación
y resurrección, tan similares a la gestación de los dioses
propios de la poesía de Hölderlin. En las obras de Heidegger
vemos las cosas dotadas de vida, las cosas vividas, el trato con las
cosas cotidianas, con las cosas admitidas en nuestra confianza, esto
es lo que Heidegger entenderá como el ser de lo útil.
Poesía, naturaleza e historicidad.
Los
poetas son fundadores del ser; son, por lo mismo, los depositarios de
los mitos fundacionales de un linaje, de una familia y más tarde
de un pueblo, son los únicos capaces de revelarnos el origen
y la esencia en cuya pérdida andamos arrojados en una existencia
que nos vela su manifestación. La poesía es el nombrar
fundacional del ser y de la esencia de todas las cosas, un decir por
el cual sale a lo abierto por primera vez todo aquello con lo cual luego
tratamos en el lenguaje cotidiano. Por eso la poesía nunca toma
el lenguaje como una materia prima preexistente, sino que es la poesía
misma la que posibilita el lenguaje [Nota
4]. La poesía es fundación del ser por la palabra.
La poesía es el lenguaje prístino de un pueblo histórico.
Un pueblo al que el poeta, como sobreviviente de un paraíso perdido,
quisiera regresar, como testigo visionario –hoy forzosamente marginal–
de esa edad dorada de lo humano. El mundo del verdadero arraigo, donde
‘la jornada de trabajo en el molino y el lugar de residencia del
campesino reciben el saludo (…) Donde el molino prepara el grano
que sirve para la preparación del pan’ [Nota
5]. En atención al pan piensa el poeta en ese lugar
de trabajo; el lugar del trato cotidiano con las cosas, donde acontece
el cuidado de lo humano.
Es
así como el dominio de la poesía es el de las palabras
fundacionales de lo humano, palabras que preservan una forma de vida.
La poesía es, pues, una ocupación. Su labor, como guardiana
del mito, es instalar constantemente al hombre en su origen, en su pertenencia
a la tierra, entendida ésta como la provincia, en oposición
a la vida de la urbe, donde con el advenimiento de la técnica
ha acontecido el oscurecimiento del ser (Ge-stell).
Ese
ver la tierra como el lugar del origen, primer y último reducto
de la lucidez, implica una reverencia religiosa ante el mundo, un temblor,
una sensación de —para decirlo con Rudolf Otto, que ejerció
cierta influencia sobre Heidegger— estar bajo la dependencia absoluta
de lo sagrado.
Aquí
pues, la tierra es entendida como aprendizaje. Aprendizaje que tiene
lugar en el trato con las cosas mismas en su cotidianidad y el mundo
es comprendido como la resolución de la ‘intimidad’.
La intimidad se resuelve en el lenguaje, en el lenguaje sentido a la
vez como amenaza y como inocencia. La amenaza a través de la
posibilidad del ocultamiento (pseudos); la inocencia, a su vez, como
la descuidada apertura al natural transcurrir de los días corrientes,
en el uso del mundo del lenguaje, y de las palabras como instrumentos.
Ese particular arraigo y sentido de pertenencia hace del hombre un ser
histórico. ‘El hombre –como dirá Ortega [Nota
6]– no tiene naturaleza sino que tiene historia’.
El hombre es lo que conserva en sí, lo que acumula. ‘El
hombre tiene la edad de su primer recuerdo’ [Nota
7]. El hombre es quien hace que dentro de él, eso
que fue, siga siendo en la forma de haberlo sido [Nota
8].
El
habla es pues, un acontecer que funda, que coloca un mundo, que ‘pone’
el ser del hombre. Este ser, es un ser dialogante, un ser que porta
la existencia como diálogo porque éste es la unidad del
ser histórico, que reúne lo que permanece con lo que se
ha ido [Nota 9]. Existir
en el tiempo es pues sentir nostalgia; una gran nostalgia, no sólo
del pasado sino también del futuro. Es así como el poeta
no es el que escribe poesía, sino el que habita poéticamente
el mundo. El morar fundante del poeta consagra un modo de vida ya ido,
pero que el reproduce y recrea constantemente, todo esto en la esperanza
de que algún día seremos leyenda [Nota
10].
Nota 1: TEILLIER,
Jorge, ‘Georg Trakl, el profeta de occidente’, En El Mercurio,
Santiago (11.02.1962), p.12.
Nota 2: Carolyne
Wright, In order to talk with the Dead, -Para hablar con los
muertos- University of Texas Press, 1993
Nota 3: HEIDEGGER,
Martín, Interpretaciones de la poesía de Hölderlin,
Barcelona, Ariel, 1983.
Nota 4: HEIDEGGER,
M., Interpretaciones sobre la Poesía de Hölderlin, Ed. Ariel,
S. A., Barcelona, 1983,p. 63.
Nota
5: HÖLDERLIN,
Recuerdo, Poema (IV, 61 ss.), aparecido por primera vez en
el Almanaque de las Musas de Seckendorft, el año 1808.
Nota 6: ORTEGA Y GASSET, Historia como
sistema, VI, p. 40, Revista de Occidente, Madrid, 1958.
Nota 7: BARQUERO, Efraín, En artículo
‘Los Poetas de los Lares’ escrito por Teillier y Compilado
por Ed. Sudamericana como ‘Jorge Teillier, Prosa’, Santiago,
2001.
Nota 8: Aquí, ante el peligro de
concebir al hombre como un ser constituido fundamentalmente de pasado
– ‘el hombre es lo que ha sido’-, cabe aclarar que
en el marco de la concepción existencialista, tanto de Ortega
como de Sartre, el hombre aparece también como proyecto y porvenir.
En este sentido son clarificadoras las afirmaciones de Sartre en El
Ser y la Nada, ‘Soy el ser por el que el pasado viene al mundo,
pues para que ‘tengamos’ un pasado es preciso que lo mantengamos
en la existencia gracias a nuestro proyecto hacia el futuro’ (L’etre
et le néat, p. 580), de modo que es el futuro el que decide si
el pasado esta vivo o muerto.
Nota 9: Aquí queda abierta otra
reflexión, la de los ‘no lugares’ y su relación
con la absoluta simultaneidad –lo que en otro apartado llamo La
era de la llegada generalizada-. Al respecto cabe decir, de manera sucinta
(dado que el paso de lo real a lo virtual nos sitúa en otro imaginario),
que en la realidad virtual, la transparencia absoluta converge con la
absoluta simultaneidad. Esta instantaneidad de todas las cosas en la
información global es lo que –con Baudrillard –llama
‘tiempo real’. ‘El tiempo real puede verse como el
Crimen Perfecto (Baudrillard, J. Barcelona 2000) cometido contra el
mismo tiempo: porque con la ubicuidad y la disponibilidad instantánea
de la totalidad de la información, el tiempo alcanza su punto
de perfección, que es también su punto de desaparición.’
Y, esto por supuesto, porque un tiempo perfecto no tiene memoria ni
futuro.
Nota 10: TELLIER, J. ‘Noreste’(Periódico
de poesía, Santiago, 1989):'Tener nostalgia es tener patria en
el tiempo'.