Para hablar de un escritor hay que poner de manifiesto lo que su rostro
dice de sí mismo. Es tratar de expresar qué son los rasgos
que la vida le nombra. Descubrir cuáles son los tonos de las
máscaras, tras el pánico, el gozo, la ira o el orgullo,
la avaricia y la gula, reconocer la génesis de su esencia, su
primer grito, la caligrafía impresa de su propia meditación.
Las circunstancias mágicas y la leyenda tejida en torno a Henry
Miller, esa figura excéntrica que paseaba sin angustia por las
calles de París y, por otra parte, el oscuro opuesto del desprecio
que sentía por su patria, constituyen uno de los espasmos que
lo llevarían a desembocar en una cálida renovación
de la literatura americana.
Miller nace en el Brooklyn neoyorquino.
Es hijo de un sastre y se hace famoso con sus libros en la década
de los cincuenta. Llega al apogeo a mediados de los sesenta. De Miller
nace la generación beat americana, con Jack Kerouac
entre los jefes de la fila. Henry es el escritor más original
de varias generaciones americanas, un solitario, un raro, amante del
vagabundismo y de la experiencia erótica.
Trópico de Cáncer, Trópico de Capricornio,
la trilogía Sexus, Nexus y Plexus,
son algunos de los títulos de sus obras. Conocidas y popularizadas
durante su estancia en París al estar vetadas en Estados Unidos,
debido al puritanismo reinante en la época. Henry es conocido
mayormente por narrar los temas sexuales con un lenguaje domestico y
vulgar, esto es, sin la ornamenta del romanticismo clásico. Pero
pocos consideran la revolución gramatical que vino a llevar a
cabo. La literatura americana estaba contaminada por el conservadurismo
inglés, y permanecía en una especie de coraza tecnicista
que limitaba la explosión de un lenguaje instintivo.
Henry Miller trata de percibir lo
infinito humano, la belleza y el terror de vivir, el inevitable caos
que rodea nuestro ser en el mundo. Se trata del éxtasis de la
vida y el horror de la vida del que hablara Baudelaire. Y en esa travesía
más allá del bien y del mal, se cumplirá finalmente
un acto de apertura y celebración con el sorge [Nota
1] que le produjo su particular forma de escribir.
Que en París surgiera un escritor americano como Henry Miller
dentro de la década del 30 no es sino la consecuencia de un proceso
artístico intenso donde había la atmósfera energética
perfecta para que encontrara su curación. Además, la literatura
francesa estaba impregnada de la videncia infinita que experimentaron
poetas como Verlaine, Mallarmé, Rimbaud, que con ese pathos impregnado
de los aromas más ocultos y oscuros de una sensibilidad onírica,
lograron su propia transgresión. Esos vientos se quedaron allí
como una metáfora que decora secretamente la tierra que ha de
preparar el camino para los pasos de un Miller exiliado de la frialdad
y racionalidad americana.
Sin embargo, no puede negarse
el esfuerzo extraordinario de la sensibilidad de autores como Edgar
Allan Poe y Henry James. Ambos autores, aunque siguen con un tinte tradicionalista
–en cuanto a la forma- lograron escarbar dentro de la irracionalidad
del laberinto psicológico humano, mostrando un sentimiento de
suspenso y espera propio de aquellos que se desvanecen en la incertidumbre
de la noche.
La
curación por medio de la escritura tiene como propósito
liberar al pensamiento de la técnica y el esquematismo convencional.
Es lo mismo que sucede con la filosofía por ejemplo de Heidegger
del segundo periodo, necesitaba preparar las condiciones adecuadas del
pensamiento que pudieran señalar una nueva forma de pensar. Curarse
del método, a través de la exploración de nuevas
formas de jugar con la propia mente.
En todo momento la escritura en su 'forma sin forma' se piensa así
misma tal y como es. Piensa como piensa realmente nuestro cerebro -sin
un orden-, pone los pensamientos como le van llegando sin encapsularlos
en la estructura. Pues aunque la literatura trate de salvarse del academicismo
racional cartesiano y la moral, en ocasiones sigue contaminada de un
lenguaje esquemático.
En esto radica el doble triunfo de Miller. En lograr extirpar los demonios
de sí mismo por medio de la autoconfesión en la escritura.
Recordando su propia vida así como van surgiéndole las
reflexiones, sin tratar de maquillarlas o censurarlas. Y de este modo
logra acabar con la estructura imperante de su época: abriendo
la posibilidad de una nueva gramática, donde es posible expresar
la vida y el pensamiento tal y como fluyen en el flujo de la existencia.
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DATOS DE LA AUTORA:
Karla Villapudúa (Culiacán, Sinaloa, México, 1979).-
Licenciada en Filosofía por la Universidad Autónoma de
Baja California (UABC). Actualmente realiza estudios de posgrado en
la Facultad de Pedagogía. Textos suyos aparecen en Andante 26,
Psikeba, Homines y Espiral. Directora de Espiral (www.revistaespiral.org).