Hace
unos días recibí una llamada telefónica, eran mis
buenos amigos de Homines.com para pedirme que colaborara con ellos.
El encargo, que he de reconocer me sorprendió, consistía
en realizar una serie de textos de crítica cultural, una columnita,
al estilo de cualquier dominical, donde analizar el mundo de la cultura
en su más amplio sentido. Por unos momentos me sentí feliz,
era una gran oportunidad para exponer mi visión del mundo, que
adelanto no es demasiado edulcorada. Me imaginé como mis admirados
Javier Marías o Pérez-Reverte tecleando mis pajas mentales,
fustigando con pluma y papel a todos los indeseables o marcando con
un hierro ardiente el trasero de más de un majadero. De pronto,
exhausto por la emoción, decidí irme a dormir.
Abstraído en otros menesteres
se esfumaron las semanas, hasta que recibí una nueva llamada
en esta ocasión más mundana, me pedían una fecha
concreta de entrega, el jueves 25 de enero. He de reconocer que me pilló
a contrapié, estaba fuera de casa, en Málaga, de viaje,
sin nada pensado y sin demasiado tiempo… por suerte o por desgracia,
el artículo se escribió solo.
Hacía una noche molesta, de
esas de viento frío y de almas dormidas por el ritmo de la urbe,
en las que por autodefensa florece la aspereza humana. Había
quedado con unos amigos que hacia tiempo no veía para “dar
una vuelta y tomar algo”, ese concepto vago que en mi caso suele
terminar siempre en desastre culinario. Tras callejear un poco, decidimos
entrar en un local llamado El Beato. La comida fue correcta,
pero el servicio nefasto, lamentable, horrible.
La camarera que no voy a pasar a describir
para no herir sensibilidades, nos trató con brusquedad, desagrado
y muy mala educación, le faltó pegarnos para completar
su insólita actuación. Una experiencia bochornosa que
está en consonancia con la calle en la que se ubica el establecimiento,
calle Beatas. Una callejuela sombría, que parecía que
hubiese sido arrasada por el ejército espartano. Un desastre
en pleno centro histórico de la ciudad, del que el ayuntamiento
debería tomar nota.
A pocos metros de ahí, que me
perdonen los malagueños por estos dos ejemplos, hace unos meses
me sucedió un episodio incluso peor de mala educación,
en el que además hubo desplante y bravuconería chulesca
de la camarera incluido. El local se llamaba Comoloco. Salads &
Pittas. Al igual que el anterior, lo recomiendo a todos mi enemigos.
Aunque lo relate con cierta ironía,
estoy exponiendo una tragedia. Las causas son demasiadas, y es difícil
determinar el origen de este giro social hacia la cochambre, pero tal
vez no me equivoco si afirmo que la televisión ha contribuido
bastante a normalizar la mala educación. Sólo hay que
mirar lo que se predica en nuestra nueva iglesia, la caja tonta, que
cada día es más idiota. Se reprime la mesura y la educación
llamándola hipocresía y se premia lo soez, zafio, grosero,
mediocre y vulgar bajo el título de sinceridad o autenticidad.
La televisión y el periodismo en general,
deberían hacer una reflexión muy seria sobre su influencia
en una sociedad moralmente cada día más deteriorada.
IMAGEN: Detalle
de la obra Serie Crucifixión nº 4., 2006, de Marc
Montijano.