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El mundo de ocho espacios
Jaime Romero Robledo
25/02/2007


Javier camina en la banqueta a lo largo de una avenida que en realidad son tres calles. Antes había varias cuadras de casas, ahora sólo asfalto, corre, un motovector casi lo golpea, Javier va pensando qué será de la mujer del libro. De pronto se percata que la cara de la mujer que ha imaginado, no la sabe. Quisiera saber si esa mujer existe. Javier se ha sentado en un café a platicar consigo mismo y se abre la puerta y al volver la mirada Javier, nota que hay una mujer que ha entrado y que corresponde con la mujer. La mujer se acerca a la caja, pide un café, Javier piensa, la observa. Si no idéntica, es prácticamente la misma mujer. Javier va hacia a ella, no. Javier espera, la mujer se sienta, toma su café mientras lee el periódico. Javier piensa ¿es ésta la mujer en el libro? pero ¿cómo puede saberlo ahora que la ha olvidado? Sí, la mujer que entró a la cafetería debía ser ella.

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Javier toma su café pensando en detenerse, permanecer ahí hasta que la mujer salga, la seguirá hasta su casa, quisiera saber si la casa que imagina es la correcta. La mujer sigue leyendo el periódico, Javier quisiera ver qué es lo que lee, cerca de ahí donde está ella, más allá, está la puerta del baño, Javier disimula, se levanta, camina hacia ella, entra al baño. Al llegar Javier repasa lo que vio: me está mirando y no me doy cuenta. Javier sale del baño, regresa a su lugar, va a mirar pero no lo hace, en el momento que juzga correcto intenta de reojo verla, cree que la mujer lo ha visto, no sabe si en algún momento ella al mismo tiempo se dijo, me vio.

La mujer se levanta, deja un dinero en la mesa. Toma su bolsa, coloca ahí su cartera, Javier la observa, tres segundos antes lo ha decidido, la seguirá, discretamente, sin empujarla al miedo, sin impresionarla, intentará ser fantasma por hoy para acercarse, verla. La mujer sale, Javier espera un minuto, está seguro, es la mujer, es ella, cuarenta metros más allá, guardarse de sus ojos, en la calle así como ladrón no tiene caso. Javier pone atención, ¿en dónde me ocultaría si me viera? La ruta a pie resulta más corta que lo previsto, se detiene en la señal, llega un autobús, la mujer sube, Javier se apresura, ve a la mujer pagando, entre ventanas avanza hasta el lugar donde retira su bolsa del hombro y se sienta. Pasa otro autobús, a ver si la alcanza, Javier sube, en el camino va pensando, qué pendejo, debí correr y preguntarle algo. Ni pedo. Saca su libro de la bolsa, retira el separador y recomienza.

Hay cosas que ve que no están. Javier cierra el libro, no alcanzó a leer mucho, los sobresaltos del camión lo hacían leer una línea inconexa cada vez. Faltan todavía algunas cuadras para llegar a donde él baja. Cambia de postura y se sienta recargando su espalda en la pared y la ventana; no hay nadie en el otro asiento, extiende una pierna ahí, apoya la otra en el piso. Mira hacia los demás pasajeros. En la parte delantera del camión hay cinco ancianos, tres en diferentes lugares, dos de ellos platicando. En la parte trasera va una pareja, un hombre tatuado, cincuenta años, tal vez. En el fondo, en los asientos que creía vacíos, una mujer que lo ve. Javier cree estar en lo cierto, esa mujer lo está viendo, voltea, no, tal vez no ha sido así. Javier no voltea, la mujer mira a otro lado, hacia la ventana, deja de mirar, Javier espera, sabe que no es, que no es ella la mujer del libro, la que ya seguramente llegó a casa, quisiera Javier saber dónde vive aquella mujer, eso en silencio se dice cuando sus palabras a su visión regresan, de esta otra mujer no sabe nada, esa mujer que lo ve, se siente halagado, cosas así no pasan siempre. Javier está a una cuadra de llegar al punto donde debe bajar, qué hacer, la mujer, según cree, lo sigue viendo. El autobús se detiene, mientras bajan dos ancianos y la pareja, ida y vuelta la indecisión se invierte y vuelve a ser, el autobús continúa su recorrido, van tres ancianos, un hombre de unos cincuenta años, una mujer, y de nuevo, sentado, pensando, Javier. El camión el autobús lo va llevando por lugares que no recuerda haber visto en la ciudad. Se tranquiliza, está en la ciudad. Es esto la ciudad, se asegura Javier, la mujer lo ha visto las últimas tres veces que él hacia ella ha mirado. Está intentando comparar a la mujer, quiere saber si es ella la mujer del libro, no es ella, no; la mujer que vio tomando café, a la que siguió en la calle hasta que se fue en el primer autobús; es ésa la mujer; la mujer en el autobús donde Javier va sentado, lo sigue viendo. Es ésta la mujer, Javier intenta hacer un juego de memoria con su cara, es ésta la mujer. Javier va hacia ella, le dice algo para sentarse, la mujer no pretende sorprenderse, Javier se sienta, no sabe qué hacer, no sabe si hablar más o acercarse, continuar en la cadena de esfuerzos hacia el beso, la mujer se llama Victoria, qué nombre tan triunfal, le ocurre decir, en seguida se da cuenta del mal efecto de su frase, no debe decir mucho, piensa ella, o no lo piensa, me ve, me ve casi siempre a los ojos, Javier acerca su mano, no, en realidad pasa su brazo hacia atrás, lo coloca en el final del respaldo, no la toca a ella, pero ya existe alguna atmósfera que está más cerca del abrazo. Javier se queda quieto, no sabe si mover la mano hacia ella, o si debe rodearla con el brazo, no tocarla, aproximarse, un buen paso, Javier cae hacia esa boca, unta sus labios en los de ella, Javier le dice, disculpa, puedo sentarme, la mujer acepta, varios segundos pasan Javier intenta decir algunas frases, la mujer no habla mucho, le dice, mi nombre es Victoria, titubea, Javier cree que la mujer se ha inventado el nombre, ella corresponde, Y tú: Eduardo. Eduardo y Victoria, se hablan, platican el resto del camino. Javier dice, te acompaño a tu casa, ha subido en el mismo autobús de la mujer del libro, no quiere estropear su observación, su acercamiento, la mujer recorre la siguiente cuadra mirando poco hacia el lugar del acecho. Javier regresa a ser Eduardo, pregunta ¿Vives sola?

Sí.

La mujer mira a Eduardo pensando; si tu nombre es falso no vamos. Eduardo dice, soy Eduardo. Eduardo camina, mira hacia adelante, la ve a ella, está también a un lado, intenta conocer sus rasgos, ve sus piernas, Carmen reconoce que Eduardo la mira, Carmen tiene miedo, también le está gustando. El hombre la abraza, la está abrazando, ha puesto su brazo alrededor de sus hombros, la mujer no parece molestarse, la mujer se molesta, en su cara no se sabe, o le molesta, no mucho tiempo después dice ella, aquí es: abre la puerta, el cuarto primero es una sala que exploran, encontrándose, Eduardo, ardiendo, la besa, la abraza, se acercan fines y medios, se compenetran, se diluyen, se untan y entrelazan, se enaltecen y se abaten. Javier la ve a la cara, eres tú la mujer. Carmen duda si está en el cuarto correcto, prepara café; está feliz, no sabe bien, Carmen sale del cuarto, va a la cocina, le dice, no le dice nada, Carmen se sienta, ofrece de su café pero Eduardo no toma, está sediento, agua necesita, se levanta, pregunta, va y la consigue, Eduardo toma dos vasos de agua, piensa, qué hora es, tal vez son las diez o más tarde. Regresa a la sala, la mujer lo deja entrar a su casa, Eduardo no sabe si estará dispuesta a coger, lo piensa, que así sea, Carmen toma distancia, se sienta al otro lado, sin decirlo pregunta, qué me piensas hacer, Eduardo no espera la pregunta, dice, todo, al menos una parte del todo, ríe, Eduardo el muy cínico él, la mujer se sienta, Eduardo no sabe qué decir, nadie ha dicho nada, Javier y la mujer están sentados, se miran, ya no entiende cómo debe ser, la mujer le dice ven aquí, avanza hasta ella, deja su asiento, camina en sentido contrario al del autobús que los lleva. El hombre llega a donde la mujer, le dice algo, no le dice nada, le dice cualquier cosa, qué indeciso, Javier se acerca, la mujer sonríe sí, la mujer sonríe, un poco, en realidad... puedo sentarme, le pregunta.

Carmen recuerda los detalles, está buscando la secuencia correcta hasta llegar aquí, ver lo que ha sucedido con su vida, no recuerda algún tiempo, algún momento que haya pensado tanto como ahora, no sabe si aún está pensando lo mismo desde hace años, Carmen intenta recordar lo que ha pasado, unir los cabos hasta lo que hoy piensa. Carmen dice al hombre, ¿en realidad eres Eduardo, o tienes otro nombre?

¿Por qué me preguntas si soy Eduardo, si soy Eduardo?

Javier se queda quieto, está viendo a la mujer, su cara ante él cree que le dice, estamos intentando sernos, estamos actuando, aquí digo algo yo, tú lo siguiente, no es eso, Carmen indaga en su cara alguna seña, lo menos que quiere es un ser que no está sucediendo en el instante, o al menos el minuto, Carmen dice: ¿vives por aquí también? Javier ya no sabe dónde es aquí. Le dice, sí, también. De haber sido preguntado sobre calles y referencias de números, Javier mostraría que de todo eso sabe muy poco, entonces la pregunta: ¿en qué calle? Eduardo respondió: Vivo en la calle tercera. La mujer dijo, yo vivo a dos cuadras. Todo iba bien. Javier pensó dejar de ser Eduardo. Pero no hacía falta contrariarla ahora. Eduardo se acerca más a Carmen, está en el sofá, la mujer se sienta junto al borde, ha medido una distancia suficiente para un neutral encuentro, neutro nada, Eduardo se acerca, como una burbuja en donde entra, Eduardo se aproxima a un metro de ella, parece que la conversación sigue, se ven a los ojos por un momento y piensan si lo que hablan dice más que los ojos, hasta dónde esa visión llega, Carmen relaciona el momento que vive con otro que no sabe si antes ha vivido, Carmen sigue hablando, hablan poco, Javier sabe, la distancia está a muy poco de acabarse, Javier desliza su mano por su propio muslo y al llegar al precipicio que se abre ante la curva en su rodilla, sale su mano, su brazo exploratorio cruza entre ese espacio y se posa suavemente en el hombro de ella, su antebrazo rodeando su cabello. Carmen bromea consigo misma: en tres segundos llega; así sucede, tres segundos pasan y la toca, tres segundos llenos de no ser hasta el encuentro; Carmen observa, no dice nada, dice todo, dice muy poco, Carmen comenta cualquier cosa, sabe que el cruce al lugar donde todo interesa está empezando, se siente en una burbuja que está a punto de explotar, Carmen se encuentra con Eduardo frente a frente, el divagar de la mirada entre las líneas que se buscan encontrar, dejar de ser; está en silencio, la nada del hablar, cualquier cosa que no vuelva el momento común otra vez, Carmen no quiere perderse, quiere hacerlo, Eduardo la abraza, sus bocas se conectan, sus ojos se cierran, en la oscuridad aparecen sus lenguas, lamiéndose el agua con que se untan y como anfibios se recorren deslizándose, deteniéndose en misma rotación de movimientos, explorarlos, cambiar a otros, abrir los ojos, Carmen lo está viendo, cierra los ojos; más allá de sus bocas, sus lenguas, más adentro en cada uno una cueva, las lenguas danzan por ser ellas las que gobiernan la entrada, pero más allá, más al fondo un lugar que por oscuro infinito, se piensa como pantalla de la noche, como ausencia de la luz en las tinieblas.


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DATOS DEL AUTOR:

Chihuahua, Chih., 1974. Escritor. Premio Chihuahua de Literatura 1998 por Los cuentos de la mujer perdida (Ed. Solar); obtuvo una maestría en literatura hispanoamericana por la Universidad Estatal de Nuevo México, Las Cruces, NM, EUA. Fue becario de la primera generación del Laboratorio Fronterizo de Escritores/Writing Lab on the Border, convocado por el Fondo de Cultura Económica México-USA, y ha sido becario de varias instituciones, entre ellas: el Writer´s Room de Nueva York-Sogem (2003), por el primer libro de la serie de novelas El mundo de ocho espacios; Jóvenes Creadores del FONCA (2005-2006) por el libro de cuentos sobre migrantes La frontera de metal. Creador con trayectoria del estímulo David Alfaro Siqueiros 2005- 2006. Ha sido publicado en varias antologías nacionales: Sin límites imaginarios, cuentos del norte de México, UNAM (2006); Nuevos narradores mexicanos, Tierra Adentro (2005); Creación Joven 1979-1999, CONACULTA (1999); Trece escritores jóvenes del mero norte , Ed. Azar (1996). Ha escrito para cine y televisión. Director de la Revista Cultural Artificios. Ha impartido talleres de cuento, novela y guión cinematográfico en el Distrito Federal, Chihuahua y Sonora, y en Río de Janeiro, Brasil. Tiene un libro de testimonio (inédito) sobre la vida de un migrante en los EUA, La vida en otra parte.