Peter
Sloterdijk; Esferas I [Nota
1]
"Casa
sin paredes de los tonos, los seres humanos se han convertido en animales
que se escuchan juntos.”
Peter Sloterdijk
1.- Sobre la huida del mundo desde la perspectiva antropológica.
La
música que atesoramos, que nos habita y secuestra, provoca un
ahondamiento, una receptividad hacia emociones que de otro modo nos
serían desconocidas. Los intentos de desarrollar una psicología,
una neurología y una fisiología de la influencia de la
música sobre el cuerpo y la mente se remontan a Pitágoras
y la magia terapéutica, pasando por Schopenhauer y Nietzsche,
hasta llegar a Sloterdijk, quien plantea como basamento de este interrogar,
como pregunta estrictamente filosófica, exploratoria de la experiencia
musical: ¿dónde estamos, cuando escuchamos música?
A la que podríamos añadir ¿a dónde nos dirigimos
cuando escuchamos música? O, mejor aún, ¿hacia
dónde somos conducidos?
La
música puede invadir y sensibilizar la psique humana ejerciendo
una especie de secuestro del ánimo, con una fuerza de penetración
y éxtasis, tal vez sólo comparable a la de los narcóticos
o a la del trance referido por los chamanes, los místicos y los
santos. No es casual que la palabra alemana Stimmung signifique 'humor'
y 'estado de ánimo', pero también comporte la idea de
'voz' y 'sintonía'. Somos 'sintonizados' por la música
que se apodera de nosotros [Nota
2]. La música puede transmutarnos, puede volvernos
locos a la vez que puede curarnos. La importancia de la música
en los estados de anormalidad del ánimo es
un hecho reconocido incluso en el relato bíblico donde David
toca para Saúl. Las estructuras tonales que llamamos 'música'
tienen una estrecha relación con las formas de sentimiento humano
–formas de crecimiento y atenuación, de fluidez y ordenamiento,
conflicto y resolución, rapidez, arresto, terrible excitación,
calma o lapsos de ensoñación– quizás ni gozo
ni pensar, sino el patetismo de uno u otro y ambos, la grandeza y la
brevedad y el fluir eterno de todo lo vitalmente sentido. Tal es el
patrón, o 'forma lógica', de la sensibilidad, y el patrón
de la música es esa misma forma elaborada a través de
sonidos y silencios. La música es así ‘una analogía
tonal de la vida emotiva’[Nota
3].
La música
es el arte de la personificación, de la escenificación
de las emociones. La música cumple una función política
y religiosa, incluso ‘sagrada’, de cohesión del cuerpo
social; la utilización de medios de amplificación del
sonido se inscribe en una estrategia de ruptura con los códigos
identitarios, con la eclosión de la heterogeneidad, con la producción
de una animosidad colectiva. Los himnos han equilibrado la nostalgia,
han acallado el estupor e incluso enjugado lágrimas, evitando
la disolución de los sujetos y contribuido a la conservación
de lo humano en un solo cuerpo tonal. Así, en las edades, en
la sucesión histórica, en el progresivo deterioro de las
sociedades, en las épocas de fatiga y devastación, en
los tiempos de asolamiento, de la caída de imperios y la irrupción
de las hordas, cuando los tiempos amenazaban hacerse demasiado sonoros,
allí irrumpía el genio, el músico que insertaba,
contra el positivismo de orquesta y la obstinación de los compositores,
recogimiento, silencio y secreto. Restaurando la armonía global.
2.- El metafísico animal de la ausencia.
El
desarrollo sin precedentes de la música occidental sólo
se puede comprender desde la necesidad de producir un sucedáneo
de amplitud cultural convincente para el refugio perdido al que Sloterdijk
refiere cuando describe nuestra condición de expatriados que
el drama de la vida supone, ese forzoso y continuo abandono de los espacios
íntimos en los que habitamos seguros, como nuestro impremeditado
surgir y afrontar el mundo fuera del seno materno, extrañamiento
difícilmente analizable por los restos de memoria prenatales,
pero que nos acompaña con su eco sordo. Todos hemos habitado
en el seno materno un continente desaparecido, una ‘íntima
Atlántida’ que se sumergió con el nacimiento, no
en el espacio, desde luego, sino en el tiempo, por eso se necesita una
arqueología de los niveles emocionales profundos.
A
esto apunta Sloterdijk con su Trilogía Esferas [Nota
4] cuando comienza convocando los sentidos, las sensaciones
y el entendimiento de lo cercano; aquello que la filosofía suele
pasar por alto: el espacio vivido y vivenciado. La experiencia del espacio
siempre es la experiencia primaria del existir. Siempre vivimos en espacios,
en esferas, en atmósferas. Desde la primera esfera en la que
estamos inmersos, con ‘la clausura en la madre’, todos los
espacios de vida humanos no son sino reminiscencias de esa caverna original
siempre añorada de la primera esfera humana.
Sloterdijk,
dota de contenido el ser-ahí en el mundo de Heidegger. El miedo
originario es indicativo de una catástrofe de la audición;
el miedo frente a la muerte de la música congénita, el
miedo al espantoso silencio del mundo tras la separación del
medio materno. Este accidente auditivo original es el fondo sobre el
que se sitúa la posibilidad de toda nueva escucha musical. Si
durante las experiencias ‘esporádicas’ de gran miedo
nos sobrecoge la presencia de la nada, su sonido está oculto
y suprimido con lo existente en general. El ser-ahí en el mundo
quiere siempre decir un ser expuesto en una esfera donde, por primera
vez, la no-música es posible. El que ha nacido ha perdido el
tono del continuum acústico profundo del instrumento -organum-
materno. El penetrante estremecimiento del miedo proviene de la pérdida
de aquella música que ya no oímos más cuando estamos
en el mundo. Una lectura atenta del enigmático discurso de Heidegger
permite ver que el miedo del que se habla no puede ser otro que el miedo
a la muerte de la música congénita, el miedo al espantoso
silencio del mundo tras la separación del medio materno. Todo
lo que después haya de ser música creada proviene de una
música resucitada y reencontrada que también evidencia
el continuum hacia su destrucción. Música reencontrada
es reanudación del continuum hacia su catástrofe. Cuando
ya no son audibles el latido cordial y el susurro visceral del instrumento
musical primario, entra en escena la urgencia del pánico de existir.
Allá en la suspensión vacía ‘en el mundo’,
sólo se abre una vastedad inquietantemente silenciosa donde se
ha suprimido el continuum acústico de la música materna.
El trauma acústico del solitario ser parido lo mantiene en una
situación de extrañamiento, de nostalgia de aquel que
fue su propio y primer mundo sonoro, interior y total. Así, con
Sloterdijk, se entiende cómo es que Heidegger pudo abrigar la
convicción de que, tras los bastidores ruidosos del vivir activo,
‘duerme’ el viejo pánico, el miedo a un silencio
terrible.
Es
en este sentido que la música nos asiste terapéuticamente,
otorgándonos la posibilidad del repliegue, nos abastece en nuestra
necesidad de huida del mundo. La ofensiva sonora artística contra
el ruido del mundo exterior ha alcanzado en este siglo una intensidad
sin par en toda la historia de la especie. Pero, diversamente al desierto,
que ayudaba a liberar lo interior, la musicalización mediática
de todos los espacios inunda las últimas lagunas de interioridad:
olvido del ser desde todos los altavoces, [Nota
5] banal falta de mundo en cada casa y a todas horas del
día. Desde que hay auriculares, el principio de desconexión
del mundo progresa en el moderno consumo musical también a escala
de los aparatos. A partir de todo esto, va siendo cada vez más
próxima una evolución drogoteórica de todas las
formas de ambientes más ‘sutiles’ en la modernidad.
Hoy, difícilmente podría darse un fenómeno de cultura
contemporánea en donde no se manifestaran vestigios de técnicas
cuasi musicales de distanciamiento del mundo. El más moderno
acto que aísla u oculta del ambiente social normal; las emigraciones
masivas de sujetos modernos al inaccesible interior de retiros, juergas
y simbiosis, no sería posible sin la inmersión en el menú
tonal de la instalación sonora. Distanciamiento del mundo es
el mínimo común denominador de la sociedad poliescapista.
La
era de la falta de albergue metafísico, por recordar la definición
de modernidad de Lukács, generaliza el hábito de la huida,
de la evasión de no poder o no querer escucharse. Así
los hombres que no pueden escuchar su silencio carecen de aquella música
interior que vivifica de un modo supramundano. Es un repliegue no escapista
sino más bien de albergue acústico en el regazo espiritual
del eco de aquel soplo original mediante el cual fuimos forjados.
Luego
ya arrojados a un mundo que nos vela nuestra filiación, nos vemos
forzados a proveemos de nuevos pasaportes que nos permitan volver del
extrañamiento de nuestra patria, convirtiendo así la vida
en viaje, en un difuso periplo, donde el viaje mismo se torna instrumento
de gracia. Somos seres transidos, en circunstancia de viaje, de huida
o retorno.
3.- ¿Dónde
estamos cuando escuchamos música? 'La escucha de sí' (Sloterdijk).
¿Dónde
estamos cuando escuchamos música? La presencia no tiene por qué
ser algo que demos por supuesto. El hombre, como señala Sloterdijk,
es más bien ‘el metafísico animal de la ausencia’.
La
presencia se refiere a estar en el mundo y estar en el mundo de los
sentidos. Pero para poder apreciarla es necesario haberse ausentado
antes. Es como la vuelta a la naturaleza o a la vida en el campo. No
es apreciada o sentida como tal hasta que es ‘regreso’.
Podría ser la presencia como el darse cuenta del mundo exterior
sin pantallas intermedias. ¿Hay quién soporte eso de forma
continuada? Peter Sloterdijk habla de ‘la autoexperiencia pánica
del acto de presencia’.
Y
la ausencia sería como darse cuenta del mundo interior, igualmente
sin interferencias de una capa intermedia, como si esa zona de fantasías,
anticipaciones, deseos, etc, interviniera para mitigar la intensidad
de la presencia o de la ausencia. Casi sería posible pensar en
la evolución del hombre occidental como la historia de su alejamiento
del mundo externo y del mundo interno a través de la inflación
de esa capa intermedia. Esto reconocería a esa capa una función
que ha permitido el desarrollo tecnológico y científico
así como el arte, la literatura, la música, al igual que
los mecanismos neuróticos han tenido originariamente una función
adaptativa.
En
el momento actual se da una gran contradicción. No existen ritos
de ausencia validados [Nota 6]
como la práctica de subirse a una columna y permanecer ascéticamente
allí y, al mismo tiempo, existe mucha mayor ausencia de uno mismo
en la vida cotidiana. ¿Cómo estar comiendo y viendo la
televisión al tiempo, por ejemplo, con imágenes de cadáveres
desmembrados? No es extraño, por tanto, que la disociación
sea, en sus diferentes manifestaciones, una patología en auge.
Esbozadas las primeras notas, apenas señalados los primeros acordes,
parece que ingresara en un universo musical inexplorado e imprevisto:
todas las relaciones normales se subvierten, lejanas de nuestro universo
musical, remotas de todo canon armónico tradicional.
Algo
muy distinto de nuestra experiencia actual. ¿Cómo soportamos
una continua y forzada presencia en el mundo? En un mundo que aparece
como exigencia y demanda permanente. Tal vez con drogas, alcohol o música.
Con la musicalización mediática de la que habla Sloterdijk
cuando anuncia el ‘olvido del ser desde todos los altavoces’
[Nota 7] .
Aún en el máximo contacto se puede tener una gran dosis
de ausencia, como la soledad de las grandes ciudades. Nos encerramos
dentro de una campana sonora específicamente humana: devenimos
miembros de una secta acústica. Vivimos en nuestro ruido y, desde
siempre, el ruido común ha sido la realidad constitutiva del
grupo humano. Hoy, por primera vez en la historia, los humanos estamos
rodeados de aislantes acústicos. En otras palabras, el habitante
de cada departamento decide qué oirá o escuchará.
Uno
está abierto o cerrado a ciertas palabras y sonidos que nos introducen
a ciertas resonancias ‘y a cuya escucha se abre e inflama el oído’.
Soy conmovido por mi cadencia hímnica, por mi autofanfarria o
mi susurro interior. Por el sonido interior de la voz del pensamiento,
aquello que Sloterdijk llama ‘la escucha de sí’,
que es -nada menos- el fundamento de toda intimidad y por tanto lo determinante
de todo espacio propiamente humano.
Música
concreta y Filosofía contemporánea [1ª parte]
Nota 1: Registros
polifónicos de John Cage a Peter Sloterdijk http://www.homines.com/palabras/musica_concreta_filosofia/index.htm.
Nota 2: DORFLES, Gillo, Elogio de la
Inarmonía, Editorial Lumen, Barcelona, 1989, p. 38..
Nota 3: LANGER,
S. K., Sentimiento y forma, Universidad Nacional Autónoma,
México, 1967, p. 35.
Nota 4: SLOTERDIJK,
Peter, Esferas I Burbujas. Microsferología, Esferas II. Globos.
Macroesferología,. Siruela, 2004.
Nota 5: SLOTERDIJK,
Peter, Extrañamiento del mundo, Editorial Pre-textos,
Valencia, 2001, p. 119.
Nota 6: Hubo
tiempos en que la moda disociativa (es decir, la manera de ausentarse)
era subirse a una columna y permanecer ascéticamente allí;
representaba el triunfo sobre el mundo, el hombre extasiado sobre su
columna ya estaba n otro sitio; en este caso con Dios mismo.
Nota 7: SLOTERDIJK,
Peter, Extrañamiento del mundo, Editorial Pre-textos,
Valencia, 2001