ROBERTO BOLAÑO
Nocturno de Chile
Editorial Anagrama
Barcelona, 2001
Más
acá de la estrategia publicitaria que usa la muerte como materia
de la Historia de la literatura chilena –ni siquiera para rescribirla
en capítulos, sino para agregar uno que otro renglón a
ese párrafo sin puntos aparte–, en cada lectura la novelística
de Roberto Bolaño se sacude, se rasca, gruñe, viviente
en sus propias discordancias. Bolaño primero fue un nombre más
de aquella lista larga de escritores ilegibles porque se les comenta
antes en otras lenguas que en Chile, detrás de la Mistral, Donoso,
Droguett, Emar y Huidobro. Luego el periodismo creyó que lo entendería
en las ácidas opiniones sobre el medio literario nacional que
anotaba especialmente para ellos, en vez de darse el trabajo –el
gusto– de leer Los detectives salvajes; que ese autor
estuviera vivo interfería con la lectura de sus libros. En Nocturno
de Chile, Bolaño se pregunta con nosotros sobre el dilema
de que la voz de cierta prensa resuene con tanta profundidad en un país
cuya caja de resonancia aparentemente es tan reducida –‘si
no apareces en El Mercurio no existes’, me dijo alguna
vez un editor–, y suscribe estratégicamente la antigua
tradición grecolatina, inglesa, francesa y castellana del escritor
satírico para denunciar ante el lector que el periodismo –ese
índice del mundo que miente al querer ocultar o trasparentar
a aquella persona que anota, en vez del índice mismo– difícilmente
comprende la literatura. Para pedir por favor que no lo lean más
en revistas y en necrológicas, sino en sus libros. Estratégicamente,
añade su nombre a una imaginaria Historia de insolentes escritores
muertos (Plauto, Swift, Larra, Flaubert) cuya risa adolorida se
escucha en una estantería lejana, aunque simétrica en
su posición con respecto al lugar que en una biblioteca cualquiera
ocupa la Literatura Chilena.
Nocturno
de Chile aborda el delirante recuerdo que hace el cura y crítico
literario Sebastián Urrutia Lacroix en su lecho de enfermo. Este
recorrido biográfico está repleto de juicios –para
nada velados, para nada interpretables– a nuestra historia política
y literaria reciente, en un juego cuya primera regla es la sustitución
de los nombres del relato por nombres de personas en carne y hueso:
personajes de sí mismos, prendidos a su propia prédica,
estos periodistas –Omer Emeth, Raúl Silva Castro, Alone,
Ignacio Valente, la historia de la crítica literaria chilena–
serán narrados por la desmesura moral de los actos de sus vidas,
y no por la íntima justicia de una lectura compendiada de sus
críticas de prensa. Pero el juego de referencias es la virtud
más pasajera de todo buen polemista; la resonancia de Nocturno
de Chile es consecuencia del ritmo de su prosa, que no deja libre
al lector hasta la explosión escatológica de la última
página. En el contrapunto que se produce entre la progresiva
disminución de la fiebre del narrador Urrutia Lacroix y el aumento
de la temperatura de los hechos que nos cuenta, Bolaño vuelve
a torcer el curso de la discusión sobre periodismo y literatura,
sobre qué es lo que se puede decir: los más inimaginables
horrores suceden en la vida y no en las novelas, señala; pero
estas personas vivieron leyendo, escribiendo, rezando. Debe haber una
manera de contar la literatura chilena –y a Bolaño–
más allá de la mueca, del delirio, del monólogo
interior, de la muerte.
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DATOS DEL AUTOR:
Carlos Labbé (Santiago de Chile, 1977).- Se licenció y
obtuvo un Magíster en Letras, mención literatura. Es guionista
de cine y televisión, crítico literario y editor. Dirige
la revista electrónica Sobrelibros.cl. Compiló
la antología Lenguas (dieciocho jóvenes cuentistas chilenos)
(J. C. Sáez Editor, 2005) y es autor de las novelas Libro
de plumas (Ediciones B, 2004) y Navidad y Matanza (Periférica,
2007), además de la hipernovela Pentagonal: incluidos tú
y yo (www.ucm.es/info/especulo/hipertul/pentagonal). Como músico
publicó el disco solista Doce canciones para Eleodora
(Birdsong Netlabel, 2007); ha formado parte de las bandas Ex Fiesta,
Tornasólidos y, actualmente, del dúo Monicaco.