Eve Gil,
La nueva ciudad de las damas,
Textos de Difusión Cultural,
Serie El Estudio,
Coordinación de Difusión Cultural/
Dirección de Literatura/
Universidad Nacional Autónoma de México,
México, 2009,
431 pp.
Eve
Gil (Hermosillo, 1968) además de ser una prolífica
narradora, ha incursionado también con éxito en el periodismo
cultural. Baste mencionar su columna 'Charlas de café', que se
publica en el suplemento La Cultura en México, de la
revista Siempre!, donde entrevista a importantes personajes
de la actualidad.
Otro de sus logros periodísticos ha sido la columna ‘La
Trenza de sor Juana’, la cual apareció en el fenecido
suplemento cultural Arena, del diario Excélsior,
durante 2001-2005.
El título de su columna alude –según ella explica-
a la trenza que su idolatrada Décima Musa ‘cercenó
para que (…) no estorbara sus ideas’ (p. 9).
Saberse consultada por innumerables lectores ha impulsado a Eve para
proseguir su titánica (y no remunerada) tarea desde su blog,
www.trenzamocha.blogspot.com,
surgido en cuanto desapareció el citado suplemento. Asimismo,
para buscar compilar estos ensayos biográficos en forma de libro.
De esta manera aparece La nueva ciudad de las damas (UNAM,
2009), cuyo título homenajea a una obra de Cristina de Pizán,
polemista y crítica literaria francesa que en pleno Medievo consiguió
ser la primera mujer remunerada por su escritura. A ella le consagra
la primera trenza de este volumen.
Seleccionar a las 32 autoras incluidas metió a Eve en un predicamento
pues, hasta el momento de la edición de este libro, había
abordado ya la vida y obra de casi 300 literatas.
Embrollo del que sale airosa, al abarcar a escritoras de diversos orígenes
y periodos históricos, de quienes exalta su calidad de pioneras
y, por ende, de transgresoras, no sólo por invadir el medio intelectual,
acaparado por varones, sino por las temáticas que abordan en
sus obras y las causas por ellas abrazadas.
En sus Trenzas, Eve realiza una celebración del genio
femenino a manera de ‘cruzada’ personal: demostrarle al
mundo que existen muchas y muy buenas escritoras, contrario a lo que
afirmaba su maestro de literatura española en la universidad.
Cruzada que asumió ‘por rebeldía, por no sentirme
tan sola en mi ambición de ser escritora que me impulsaba a buscar
una genealogía, aunque eso no lo comprendí entonces’
(p. 8).
El triunfo de este reto autoimpuesto se refleja, por ejemplo, en el
empeño que puso en reunir a todas las ganadoras del Premio Nobel
de Literatura (exceptuando a la rumana Herta Müller, puesto que
aún no se le concedía este galardón).
Se extraña, sin embargo, la presencia de la judía alemana
Nelly Sachs, a quien se anuncia en el prólogo; no por omisión
de la autora, sino del editor.
La calidad de pioneras/transgresoras de estas literatas les ha acarreado,
muchas de las veces, censura, exilio y muerte. Cito los casos de la
somalí Aayan Hirsi Ali, la Nobel italiana Grazia Deledda, la
judía alemana Hanna Arendt, la Nobel noruega Sigrid Undset y
la rusa Anna Politkovskaya; mientras que sobre la primera pesa una fatwa
por denunciar las brutalidades que el Islam permite contra las mujeres,
la segunda huyó de su pueblo por la desaprobación que
sus libros ocasionaron en el mismo; la tercera debió exiliarse
por el 'delito' de ser judía; identidad que siempre defendió,
pese a haber acusado la colaboración de los judíos con
el nazismo. Ello nunca le sería perdonado por dicha comunidad,
ni aun ya muerta; la cuarta también se vio forzada a escapar
de los nazis, por atreverse a criticarlos, y la quinta fue arteramente
asesinada por órdenes de Vladimir Putin, quien se ensañara
durante su régimen contra el pueblo checheno; infamia expuesta
por la valiente periodista.
Otro caso verdaderamente dramático es el de la otra Anna rusa:
la Ajmátova, perseguida sin tregua por Stalin, quien devastaría
todo lo que ella más amaba, en un delirante ciclo de amor-odio
hacia la poeta, cuyo origen noble y formación intelectual desdeñaba.
Sobre la censura, que Eve conoce muy bien, ésta sostiene: ‘(…)
es otra forma de asesinato, acaso más terrible: la víctima
contempla su propio cadáver llena de impotencia’ (p. 129).
Por su parte, la Nobel iraní Doris Lessing, crítica del
apartheid y el colonialismo, ha sido proscrita tanto en territorio africano
como en el británico; y otras dos Nobeles, la sudafricana Nadine
Gordimer y la austríaca Elfriede Jelinek, han padecido también
el veto.
El carácter subversivo de estas damas no se limita sólo
al mundo de las ideas, sino también al de la acción: verbigracia,
la nicaragüense Gioconda Belli empuñaría las armas
durante la guerrilla sandinista; la inglesa Mary Wollstonecraft sería
encarcelada por ligarse a la Revolución Francesa; la Nobel norteamericana
Pearl S. Buck se tornaría defensora de sus congéneres
y de la igualdad racial; Adrienne Rich, judía norteamericana,
se uniría a la lucha sandinista y al feminismo; y la estadounidense
Susan Sontag realizaría una incansable labor pacifista.
Si bien no tan radical como las anteriores, la mística alemana
medieval Hildegard von Bingen predicó contra el clero corrupto
y los enemigos de la fe católica. Aun así, se vio exenta
de castigos a su osadía; antes bien simpatizó, incluso,
con el emperador Barbarroja.
Otras intelectuales, igual de precursoras y de osadas, son la japonesa
Murasaki Shikibu, quien con Genji fundó el género novelístico;
Aphra Behn, la primera autora inglesa en ser remunerada por su labor
(lo cual la emparenta con Pizán); la polaca Johanna Schopenhauer,
cuyas ‘novelas de renuncia’ constituyeron auténticos
best sellers en pleno siglo XIX; la ardiente y procaz vietnamita +Ho
Xuan Huong, que optó por escribir a la manera de su pueblo; la
sueca Selma Lagerlöf, primera mujer en obtener el codiciado Premio
Nobel; la inglesa Ivy Compton-Burnett, quien privilegiaría los
diálogos en su narrativa; la mexicana Rosario Castellanos, que
ya anunciaba, desde su tesis universitaria, la gran feminista que sería;
la Nobel polaca Wislawa Szymborska, cuyo énfasis en la individualidad
resultaría innovador para la generación de poetas a la
que pertenece; y la norteamericana James Tiptree, Jr., a cuyo singular
éxito de ventas contribuiría el seudónimo masculino
con que firmaba sus novelas policiacas.
Entre este selecto grupo de literatas hay quienes
sortearon los más íntimos cataclismos para sobresalir
en las letras: la neozelandesa Janet Frame, sobreviviente de un atroz
(por erróneo) diagnóstico de esquizofrenia, cuyo tratamiento
fue avasallante; la norteamericana Natalie Clifford Barney, que asumió
su condición lésbica tanto desde su apariencia como desde
su obra; la francesa Simone de Beauvoir, que declinó su entorno
burgués en pos de la libertad; la Nobel estadounidense Toni Morrison,
primera mujer negra en acceder a la universidad en Washington, así
como la autora de color más importante actualmente; la Nobel
chilena Gabriela Mistral, quien se topó con incesantes pérdidas
personales, que, empero, nutrieron su dolorida creación; y la
norteamericana Alice Walker, cuya discapacidad visual, origen negro
y orientación homosexual no fueron un obstáculo para triunfar
como narradora.
En contraste con todas ellas, una autora que parece habérsela
pasado muy bien en la vida es la estadounidense Gertrude Stein, mecenas
de reconocidos colegas y anfitriona de fabulosas tertulias. Ello, sin
embargo, no merma sus afanes transgresores, visibles en las rompedoras
técnicas narrativas utilizadas por ésta.
Todas estas mujeres, subversivas, iniciadoras, audaces, han sido un
ejemplo para Eve Gil, forjadora de estas Trenzas que ya constituyen
un género en sí mismas. Esto la vuelve, también,
una lúcida precursora en su ámbito, digna de admiración.
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DATOS DE LA AUTORA:
Elena Méndez (Culiacán, Sinaloa,
México, 1981).- Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas
por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Narradora. Redactora
de www.homines.com Subdirectora de www.revistaespiral.org Ha participado
en los talleres literarios de los escritores mexicanos María
Baranda, David Toscana, Cristina Rivera Garza, Andrés de Luna,
Federico Campbell, Anamari Gomís y Antonio Deltoro. Textos suyos
han sido publicados en España, Chile, México, Estados
Unidos, Brasil y Colombia.