Desde que tengo uso de razón me he preguntado
¿qué es el tiempo y donde reside su autentica esencia?
Esencia, que hoy en día para mí, sigue siendo un misterio
sorprendente y eterno.
Me he desesperado en su espera, me he angustiado con su rapidez y me
he obsesionado con poder detener su paso.
¿Quién determinó que debía existir semejante
abstracción, que nos somete a su causa y efecto, de una manera
tan subjetiva según se goce o se sufra? ¿Por qué
las horas, los minutos y los segundos cabalgan imparables hacia su destino?
Según la definición de algunos diccionarios, el tiempo
es una magnitud física que mide la duración de los acontecimientos
de nuestra vida terrenal que están sujetos a un cambio.
Tras leer una de tantas definiciones acerca de ese misterioso compañero
que nos custodia en nuestra muerte y en nuestro nacimiento, pensé
que el tiempo y su paso no son más que una impronta mental diseñada
por el creador en su plan evolutivo, en una plataforma de aprendizaje
lineal donde pasado, presente y futuro convergen en un mismo punto.
La dimensión del paso del tiempo absoluto pertenece al plano
tangible y el sistema relativista al plano intangible, programando los
sucesos de nuestras vidas con una precisión absoluta donde el
paso del tiempo es un movimiento imperceptible entre la nada y su todo.
De ese modo percibimos la franja horaria tan subjetiva, adelantándola
o retrasándola según las circunstancias de cada individuo.
Tal vez el envejecimiento y el miedo a la muerte sean dos de los factores
principales que aceleren psicológicamente el paso del tiempo
y hagan que las manecillas de nuestra alma corran a un ritmo trepidante
en la vida cotidiana casi siempre estresante, angustiándonos
por detener el paso de nuestro amigo incombustible de arrugas y llantos
en un cuerpo deteriorado y con recuerdos seniles.
Un buen día al levantarnos percibimos en la piel una decadencia
cutánea. Queremos salir a la calle ,corriendo, en busca de las
defensas necesarias en la lucha imparable contra el paso del tiempo,
queremos descubrir una formula mágica que lo detenga, que nos
devuelva la juventud perdida pero su azote nos persigue desde el alba
hasta el crepúsculo como un letal sueño, y en esa búsqueda
imparable de cambios físicos y fisiológicos, nos olvidamos
de agradecerle al paso del tiempo nuestro crecimiento personal y nuestra
transformación mental en el arduo camino evolutivo.
El paso del tiempo es la semilla
que plantamos en cada una de las etapas de nuestra vida: nos motiva,
nos permite ser felices e infelices, dudar, temer, desconfiar y recuperar
la fe perdida, nos hace entrar en crisis, nos hace odiar y amar, caernos
mil veces y levantarnos milagrosamente con la fuerza suficiente para
seguir hacia delante, porque lo difícil no es detenerlo sino
aceptarlo como un potencial de realización personal y dejar de
sentirlo como un enemigo poderoso para convertirlo en un aliado justo.
Los cambios son necesarios en el proceso de nuestra realización
interna y en nuestro ser más profundo mora la capacidad de transmutarlos,
el paso del tiempo nos conduce progresivamente a nuestro propósito
de vida percibiéndonos cada vez más a nosotros mismos,
y a medida que el tiempo pasa dejamos atrás una estela de aciertos
y fallos que nos convierten en una amalgama de sensaciones provechosas.
Dejarse llevar por él resulta tan beneficioso como doloroso dependiendo
de los retos a los que nos enfrentemos, pero aun sintiéndonos
vencidos en algunos momentos es inevitable recorrer el camino transitado
por obstáculos y regalos, risas y llantos, luz y oscuridad, principio
y final porque en la dualidad hallamos nuestra autenticidad, introduciéndonos
en un universo físico y mental donde cualquier cosa puede hacerse
realidad.
En nuestra realidad mental el tiempo se puede adelantar, corregir, paralizar
y retrasar. Retrasarlo, sin necesidad de utilizar retinoides, antioxidantes,
liposomas, alfahidroxioacidos y cirugía estética, como
sucede cuando nos sumergimos en la realidad física.
Suspendido en nuestra mente el tiempo y su paso no tiene dominio sobre
nosotros, es infinito, absoluto y relativo, no existe para nuestros
cinco sentidos, tan solo es una mera ilusión irreal del sexto
sentido: sentido que capta las verdades absolutas del universo y que
está en constante sintonía con el plano de la materia.
La materia se transforma al igual que nosotros vamos transformándonos
en individuos con más experiencia y sabiduría, con el
tiempo y su paso, en el plano físico, donde el tiempo y el espacio
se dan la mano para ocasionar acontecimientos, circunstancias y ocurrencias.
En el momento que nos adentramos en el mundo físico también
la franja horaria se torna física y deja de ser psicológica,
el reloj pasa de ser un simple objeto decorativo a transformarse en
un incordio continuo.
Sucesos sensoriales se deslizan por la esfera procesando sentimientos,
en un recorrido monótono de sensaciones que desencadenan en una
cascada de reacciones diversas, mientras nuestras neuronas perciben
de un modo peculiar el paso del tiempo, activando en el cerebro un sinfín
de relojes internos cada vez que nuestro inconsciente se concentra en
el pasar de las horas.
Nuestros pasos avanzan de un modo circular desde un principio hasta
un final, elevación y caída, y vuelta a empezar. Etapas
de coraje seguidas de épocas de desaliento y temor se suceden
progresivamente, transportando emociones en sabias agujas que no pierden
el tiempo conversando con el segundero.
Cada microsegundo encierra en el paso de su tiempo una verdad eterna,
y su movimiento se manifiesta en todo el universo, solapando inquietes
que se mueven en segundos, vibran en minutos y circulan en horas.
El día antecede a la noche y la noche persigue al día,
la primavera busca al verano y el verano corre al encuentro del otoño
que musitando en el carrusel del tiempo espera paciente al gélido
invierno, y así, sin descanso, circulan por el devenir de la
rueda cósmica una sucesión de cambios que en nuestra propia
piel notamos, y en nuestra alma añoramos, con la esperanza de
que nazcan nuevas ilusiones, crezcan nuevos sueños, lleguen a
su madurez nuestros pensamientos, decaigan nuestros fracasos y mueran
nuestros miedos.
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DATOS DE LA AUTORA:
EEn 1987, a Felicidad López Vila,
tras dudar entre matricularse en las facultades de Filosofía
o Psicología, un casual e imprevisto viaje le cambió el
rumbo de su vida y se interesó por el estudio de las terapias
alternativas, la metafísica y la parapsicología. Al tiempo
que cursaba estudios en la Escuela Oficial de Idiomas y desarrollaba
su faceta como pintora. En el trayecto, un desconocido le propuso escribir
un libro y aunque al principio se negó, finalmente acabó
accediendo al quedar fascinada por la dualidad abstracta de la existencia.