Sabido es que en los países
del mundo desarrollado la expresión artística se ha convertido
en uno de los elementos de la cultura de masas y no, precisamente, de
los de menor importancia. Los exorbitantes precios que se alcanzan en
las grandes subastas son una prueba de ello. Igualmente, cualquier ciudad
que se precie dispone hoy, al menos, de un centro artístico relevante
y, si puede ser, levantado por un arquitecto de prestigio. Los gestores
políticos han descubierto que el arte puede ser una inversión
rentable, al menos desde el punto de vista de las repercusiones mediáticas
que alcanzan las inauguraciones de obras, de edificios o de grandes
exposiciones. Capitalismo y arte parecen ir, hoy más que nunca,
bien cogidos de la mano.
Pero, ¿qué ocurre más
allá de los países del primer mundo? ¿Qué
sucede donde no hay grandes circuitos artísticos o donde el arte
aún no ha impregnado la cultura de masas? En esas zonas los artistas
quedan confinados a ámbitos muy reducidos y su producción
resulta escasamente difundida. Frente al arte global de la sociedad
del consumo, aquí se mantiene un arte local, que apenas dispone
de vías para ser conocido mucho más allá de los
lugares en los que surge.
Sin embargo, este panorama está
empezando a modificarse: la simple existencia de Internet permite a
cualquier artista, en cualquier parte, colocar sus obras en la red y
disponer, al menos potencialmente, de unas audiencias insospechadas
hace unos años. Es de esta forma como hemos conocido la pintura
de Paula Martins, una artista mexicana cuya producción se incardina,
fundamentalmente, dentro de esa corriente abstracta que desde Kandinsky
llega hasta nuestros días con éxito diverso.
Siendo México, como es, el vecino
pobre de los Estados Unidos, parece como si la historia del arte mexicano
se desarrollase a grandes saltos. Así, del espectacular arte
de los pueblos prehispánicos de la zona se pasaría al
del periodo colonial y de este, casi sin solución de continuidad,
a la ingente obra de los pintores muralistas que alcanzaron fama internacional
en las primeras décadas del siglo XX. Pero después de
ellos (y, con ellos, de Frida Kahlo) puede tenerse la impresión
de que el arte, sobre todo en lo que a la pintura respecta, se hubiese
sumergido en una suave penumbra de la que no emerge ni en los momentos
actuales.
Sin embargo, en México se hace
arte, se pinta y se pinta bien. Las semillas de aquellos muralistas
no cayeron en el desierto, de modo que la pintura mexicana actual presenta
numerosos matices, multitud de tendencias, en algunas de las cuales
podemos observar la influencia evidente de planteamientos de raíz
expresionista. Otra cosa es el arte abstracto. A un observador distraído
podría parecerle como si la gran revolución pictórica
que supuso en los Estados Unidos el desarrollo tras la Segunda Guerra
Mundial del expresionismo abstracto no hubiese tenido su correlato al
sur del río Grande. Parecería, pero sólo eso. Tímidamente,
en los años 50 del pasado siglo se desarrolla en México
una escuela de pintura abstracta que, de alguna manera, sigue los ritmos
que llegan desde el vecino del norte, reelaborándolos y reinterpretándolos
y alcanzando al mismo tiempo, sus propias conclusiones. Más tarde
y con fortuna diversa, el abstracto se ha mantenido presente en el arte
mexicano, como ha sucedido también en muchos otros lugares.
Es en esas raíces en las que
(quizás sin que ella misma lo pretenda) deben buscarse los orígenes
de la producción pictórica de Paula Martins.
Nuestra artista nació en Lisboa (1958), lo cual desde luego es
una gran fortuna, aunque motivos familiares la llevaron a trasladarse
a México en plena juventud. Allí reside desde entonces,
afincada en la ciudad de Hermosillo, capital del estado de Sonora, al
noroeste del país. Curiosa mezcla ésta la de una mujer
de alma lisboeta que se hace mexicana y acaba estudiando Psicología,
al tiempo que desarrolla también estudios de arte, sin que éstos
tuviesen un carácter estrictamente académico. En esos
años, Paula indaga en la pintura de Kandinsky y Klee y se sumerge,
como en una atracción fatal, en los universos de la abstracción.
Descubre, pues, el mundo fascinante del color, de la forma y de la línea
y comienza a trabajar con estos elementos desde una perspectiva absolutamente
personal e intimista que se irá consolidando con los años.
Desde entonces, se va abriendo camino lentamente en el mundo del arte
mexicano: pequeñas exposiciones individuales o colectivas que
se suceden a un ritmo irregular, así como dos becas concedidas
por las autoridades de su estado avalan esta trayectoria.
Como, seguramente, en México
serán pocos los artistas que logran vivir de su propio trabajo,
Paula Martins combina su vocación por el abstracto con una actividad
profesional: renuncia al ejercicio de la Psicología y opta por
la docencia en el campo de las técnicas artísticas, ejerciendo
su labor en centros educativos en los que consigue de sus alumnos resultados
verdaderamente espectaculares.
El tercer eje que vertebra la producción
pictórica de Paula Martins es una serena reflexión sobre
la realidad basada, en cierta medida, en sus lecturas poéticas,
que la pintora afirma realizar para “entender la vida, para entender
a los otros y, finalmente, para entenderme y entender las cosas que
hago”. Viendo sus cuadros esta relación entre pintura y
poesía aparece de manera evidente ante el espectador. Hay un
profundo sentido lírico en las obras abstractas de esta autora,
que trabaja sin prisas y que parece mostrarse ajena a los fastos del
mundo del arte; que se decanta más por buscar en su público
un cierto efecto de sorpresa, aunque sea a base de unas sorpresas sencillas,
como ella misma tituló la exposición de una serie de sus
obras que se clausuró hace unos meses en Hermosillo, auspiciada
por el Instituto Sonorense de Cultura.
Desde la introspección y la
reflexión de raíces poéticas Martins crea unas
obras ciertamente personales. En muchas de ellas es nítidamente
apreciable un modelo de organización del espacio pictórico
que podría resultar, a primera vista, tendente a la geometrización,
como ocurre en aquellos cuadros en los que líneas verticales
parecen compartimentar el espacio, dejando que sea el color el que nos
descubra otros ámbitos bien diferenciados. En algunos casos,
este modelo parece aproximarse a ciertas obras realizadas por Bradley
Walter Tomlin y Adolf Gottlieb en los años de eclosión
del expresionismo abstracto. Sin embargo, en otros cuadros las formas
parecen diluirse y el resultado del trabajo artístico se aproxima
más al dripping de Jackson Pollock, aunque a diferencia de éste,
la pintora no coloque el lienzo en el suelo, sino que lo disponga verticalmente
“para dejar chorrear la pintura sobre el papel o la tela”,
dejándose “llevar por las miles de posibilidades y por
lo que el agua y la pintura me van diciendo”.
Pero, en el fondo, si una primera mirada
descubre en los cuadros de Paula Martins un ambiente cercano a lo geométrico,
una visión más detenida y sosegada, sin prisas, alcanza
a encontrar el verdadero nervio central de su pintura, la clave de bóveda
de su particular forma de entender la obra de arte. Cualquiera de sus
cuadros nos sitúa ante un ritmo de naturaleza poética,
una verdadera invitación al sosiego y la introspección.
Y así se desenvuelve el universo
creativo de esta artista, por lo demás dotada de un sentido especial
para la captar lo fugaz en una imagen fotográfica. Interesada
en la luz y en el color; amiga de la línea y de la relación
entre ambos elementos; asombrada permanentemente por la capacidad creativa
de sus propios alumnos, de los que afirma aprender casi de manera permanente.
Paula Martins no tiene marchante ni ninguna galería de arte que
comercialice de manera permanente su obra. No vive en una gran capital
del mundo del despilfarro artístico. Pero crea arte de primera
calidad, pintado desde el alma y con el alma.
Decía Borges, a quien
tanto valora nuestra artista, que “a mi sólo me inquietan
las sorpresas sencillas”, pero en el caso de Paula Martins sus
“sorpresas sencillas”, aun vinculándose
a la obra borgiana, no resultan inquietantes. Por el contrario, la inquietud
de la artista durante el acto pictórico se resuelve en beneficio
del propio espectador. Paula Martins se interroga a sí misma
para provocar respuestas en nosotros. La sorpresa agradable, en definitiva.
La vida, vista desde los ojos de una mujer volcada al arte en un país
que pugna por subirse al tren del primer mundo. Por eso su obra se acerca
más a la de Mark Rothko, pese a las distancias formales, quien
afirmaba que “todo el arte es el retrato de una idea”. Ideas
poéticas en nuestro caso. El abstracto poético.
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Para
saber más
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DATOS DEL AUTOR:
Juan Diego Caballero Oliver (Sevilla,
1957), dedicado a la enseñanza desde 1980, es catedrático
de Geografía e Historia en el IES Néstor Almendros de
Tomares (Sevilla), donde ocupa el cargo de Jefe del Dpto. de Geografía
e Historia. Tiene diversas publicaciones destinadas al alumnado de Educación
Secundaria y ha sido Director, Vicedirector y Jefe de Estudios en varios
IES de Cádiz y Sevilla. Además es el autor del blog ENSEÑ-ARTE.