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Poemas
Manuel Parra
10/10/2008


TRAJE DE VERANO

Qué mujer tan más extraña eres Mapar Ramírez,
muchacha del flash de fotografía, voyeurista y a veces locutora de radio.

De mi amistad te olvidarás todas las tardes
                    // bang//
pero será posible mi reflejo en un culo de vaso.

En la noche de hostal serás señorona
leyendo cartas picantes sobre el temblor de tu sexo.

No olvides lavarte las manos después con Palmolive.

Antes de llegar al Salón Corona hay un muchacho que imagina rodearte la cintura.
Te enviaría una tanga amorosamente,
versos de Catulo en servilletas de colores, coyotas y mazapanes,
direcciones opuestas de boulevares y fulanas que se pasean en bicicleta por Reforma.

¿Qué fue de tu amiga la rubia que aún es mi consentida?
A las cinco y cuarto de la tarde
los poetas de manos peludas te saludan desde el Salón Corona/
                                               /y también su poesía

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TODO SE CONTRUÍA BAJO el humo,
en el eco de los coches y pitidos también,
o tal vez en el volumen del televisor a medio dormir del vecino.
Creo que calladamente,
del otro lado de las paredes ocres,
todo era fundado en un amor tan tierno que ofrecía su mano cerrada;
en el alba todo era reflejo ciego
antes de tocar el suelo con la planta del pie.
Conozco las horas que se quedan.

Alguien de cuyo nombre ignoro se asomó a mi cuarto.
Tomó el despertador y dijo que ya era la hora. Así se construyó todo.
Luego al intentar darme una ducha el olor a viejo no se desprendía de mí.
Entre tú y yo estaba el mundo. Te pregunté por teléfono si vinieras…

Yo conozco las horas que van quedando.

Me sobrevivo algunas veces, que son todas las que quiero.

A tiempo de terminar abril
                      –porque abril continúa siendo el mes más cruel–
llega el diario.
Abro la puerta
y el vecino: ‘Mirá vos lo que veo’.
Árboles enormes y viejas casas grises.
Las turistas se pasean en bicicleta por la avenida Lavalle
hasta llegar a Constitución
y me saludan todavía.


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HOMBRES PUESTOS DE PIE y mal vestidos,
ventiladores que desgajan el silencio,
el espejo y su cuidado, el sabor a papas fritas.
¿Quién trajo los colores del River? Risas. Mujeres que
por desgracia no conocen mi nombre
–me llamaría de otra manera sin remordimiento–.
Casa disfrazada como un signo que no logro entender.
El hombre de la tabaquería también usa un pulóver amarillo
casi a punto de parecer cualquiera, diríase con cierta cordialidad en su trato.
Tampoco es inglés y ríe como si lo fuera.
Ah, pero este día, este día, como si en este día no
me hubiese echado agua de colonia.
Me cercan los oídos líricos. Una nalgada de amistad que suena multiplicada por tres.
Oigo en los otros lo que está por venir en este día.
El reflejo de luces artificiales cruza en aumento por mis ojos.
Hay un departamento que rento con dos hermanas, primas de una amiga a la cual
no saludo por temor a equivocarme.
Ya casi me salen ojeras… Alrededor de tres meses…
MTV.


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LUEGO DE ALGUNAS HORAS en la pensión decidí salir a pasear.
Tomé mi cámara con delicadeza
después de darme una ducha y hacerme un consabido cambio de ropa.
Llevaba varios minutos en el jardín público observando las flores blancas
y rosas entre todo lo verde.

Mi camisa estaba mal planchada por no recuerdo qué razón.

Una pareja de enamorados me miró cuando crucé por la avenida.
Yo caminaba por ahí con la cabeza desnuda. Pedí que no lloviera a pesar del poco sol
y de las nubes en diferentes tonos morados.
Y sin embargo, el viento gris y redondo trajo la suerte que no esperaba
al levantar la minúscula falda de la muchacha.

Juro que no he visto rodillas más hermosas.

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ME ENCONTRÉ CON tus ojos que leían novelas picantes en aquel café. Recuérdalo.
Entonces las historias de amor y desencanto sucedían en los cafés. Mi reflejo
en el escaparate me dijo por primera vez de mi calvicie y traté de ocultarme las entradas.
A destruir mis planes llegó Ernesto con Elena, quien arregló su escote

cuando las pupilas de otros hombres la devoraban, terriblemente la devoraban.
Yo apenas conocía a Ernesto. Él también me amó después. Él también me odió después. El

mesero se fingió galante al regalarnos caramelos que ocultaba en sus sobacos. Del tamaño
exacto tus pies te levantaron a saludar a otros amigos en distintas mesas. Ciertas personas te

saludaron de mano y te alejaste y casi te elevabas y dijiste que no era el momento
de hablar de cosas insalvables. Luego pasaron segundos, lentamente, como no volvieron a
pasar. Fue Elena quien propuso caminar por las avenidas para contar los anuncios públicos

sin ningún resultado. Así fue como te olvidamos en aquel café, y sin querer nos olvidamos
de tu cumple, del invierno en el sur y tus fotos de ciudades imposibles. De las violetas
y la seguridad nacional ni hablamos. No hubo tiempo.



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DATOS DEL AUTOR:

Manuel Parra Aguilar (Hermosillo, 1982). Comerciante y mecánico automotriz. Realizó estudios de Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Editor de la sección poética de la revista literaria La línea del cosmonauta.
Blog: www.dondevaparartodanariz.blogspot.com.