Elena Poniatowska,
Palabras cruzadas,
Biblioteca Era,
Ediciones Era,
México, 2013,
664 pp.
2013 marcó un año vital para Elena Poniatowska: no sólo
celebró seis décadas de haber debutado en el periodismo,
sino que también obtuvo el Premio Cervantes, el más prestigiado
de las letras hispanas.
En Palabras cruzadas (Ediciones Era), su más reciente
obra, se compila apenas un puñado de sus innumerables entrevistas.
Aparecen 35 personajes públicos pertenecientes a diversos ámbitos:
la literatura, el cine, la música, la danza, las artes plásticas,
el activismo social, la antropología, la arquitectura, la arqueología,
la historia y la filantropía.
Dichas figuras no sólo son de origen mexicano; también
hay nativos de Estados Unidos, Cuba, Argentina, Venezuela, España,
Francia y Polonia. La mayoría ya ha fenecido.
Los textos aparecieron antes en Novedades, Excélsior, Mañana,
La Jornada, El Financiero, El Nacional, Plural y Siempre!.
Resulta notable la evolución de Poniatowska en el oficio: de
haber ingresado jovencísima a él, por necesidad económica,
sin conocer siquiera los elementos indispensables para su tarea, pronto
se vuelve una referencia indiscutible en el ambiente periodístico,
al afinar su instinto.
El año en que debuta, aborda a Mario Moreno Cantinflas. El Mimo
de México se porta cortante con ella, quien goza al provocarlo.
Ella le llama 'Cantinflitas' y le hace preguntas incómodas, como
ésta:
-Oiga, don Cantinflitas, dicen que los argumentos de sus películas
son muy malos, ¿usted qué opina?
Cantinflas mira chueco y se suena:
-¿Qué quiere usted que le diga? Yo respeto la opinión
del público. Me gustaría que alguien viniera a traerme
aquí en vez de una crítica, un buen argumento (p. 110).
En contraste, la cantante María Victoria se muestra sencilla,
afable. Narra desde cómo surgieron sus vestidos de sirena hasta
cómo se refugió en el trabajo tras la muerte de su esposo,
el músico Rubén Zepeda.
Otras entrevistas disímiles entre sí son las de los escritores
Alejo Carpentier y Ricardo Garibay.
Carpentier estaba muy esperanzado con la Revolución Cubana. Cito:
“¡Escogí el momento más importante de la historia
de Cuba para regresar!” (p. 225).
Sorprende la autocrítica del cubano: denosta su ópera
prima, ¡Écué-Yamba-Ó!: “hice una novela
para negros, en la que no entendí para nada lo que es un negro”
(p. 237).
Garibay, en cambio, se muestra pesimista, iracundo: confiesa estar frustrado
por su pobreza; se encoleriza al declarar: “Se me acusa de estar
vendido al régimen y eso es mentira” (p. 568) –por
su amistad con Echeverría-; afirma, respecto a la situación
literaria del país: “el escritor mexicano tiene muy escasa
capacidad de creador (…) tenemos innumerables ejemplos de escritores
mediocres (…) y harto estériles” (p.572).
Quienes también se muestran muy críticos son los literatos
Salvador Elizondo y Jorge Ibargüengoitia y el exvocero del movimiento
#Yosoy132, Antonio Attolini.
Elizondo sostiene: “En el cine mexicano no hay cerebros que funcionen”
(p. 386). Y lo hace con conocimiento de causa: además de haber
sido hijo de Salvador Elizondo Pani, productor de ¡Vámonos
con Pancho Villa!, él mismo incursionó en el gremio, del
cual señala sus prácticas viciadas. Enfatiza la necesidad
de “la libertad y el dinero” para realizar cine en el país.
También hace aseveraciones contundentes sobre la literatura mexicana:
“Los escritores tenemos hambre, aunque queremos esconderlo (…)
estamos al borde de la anemia perniciosa” (p. 392); “El
tratamiento que se le da al escritor en México es realmente deplorable.
Se nos trata (…) con un desprecio profundo” (p. 393).
Los exabruptos de Ibargüengoitia resultan desopilantes: arremete
contra Luis G. Basurto: “Es un pésimo autor teatral. Ni
siquiera vale la pena hablar de él” (p. 397); contra Sergio
Magaña: “El Moctezuma es el furcio (churro) más
espantoso que se ha escrito” (p. 398); de Carlos Solórzano:
“es el padre del provincianismo en México” (p. 399).
Más aún, alega: “nadie en México sabe lo
que es el teatro mexicano, ni yo mismo, porque no existe” (p.
402); “en el fondo no creo que ninguno de nosotros esté
haciendo algo verdaderamente útil o necesario para México”
(p. 403). Declaraciones de las cuales se deslindaría.
Poniatowska le concede, mediante una extensa entrevista al jovencísimo
Attolini-quien fuera expulsado del movimiento estudiantil #Yosoy132
tras incorporarse a Televisa- su derecho de réplica. Lo cuestiona
sobre su presunta incongruencia; más aún, traición,
a los principios que solía defender. Attolini demuestra una gran
habilidad retórica, al argumentar que él se está
sirviendo de ese espacio para trasmitir sus ideales, y que, en caso
de que lo hayan ‘comprado’, lo que compraron en realidad
es “una voz crítica con argumentos sustentados con un rigor
científico” (p. 514).
Un par de entrevistas muy emocionantes son las efectuadas a la cupletista
española María Conesa y al Santo, el Enmascarado de Plata.
Si bien la Gatita Blanca a ratos se muestra voluble con Elena, llega
a encariñarse con ella y hasta le danza. Son exquisitas sus anécdotas:
cómo le regaló un fino abanico a la señora de Madero;
cómo osó arrancarle los botones de la guerrera al Centauro
del Norte; cómo le bailó a don Porfirio, al hallárselo
en París, ya desterrado; cómo recuperó, a través
de Agustín Lara, las alhajas antiguas que La Doña no le
devolvía…
La entrevista del Santo emociona, por las reacciones que provoca en
la gente. Comenta el luchador: “En Haití (…) filmamos
la ceremonia del vudú con personajes reales, porque todos querían
participar en mi película”; “en un hospital (…)
el médico director del sanatorio no sólo nos los prestó,
sino que actuó de zombie en la película, al igual que
sus enfermeras, sus internistas y sus laboratoristas con todo y laboratorio”
(p. 438). La propia Elena acude a verlo luchar, acompañada de
sus pequeños, Felipe y Paula, que al principio se horrorizan.
La niña luego se acopla, entusiasmada.
Otro personaje trascendental es Jaime Sabines, nuestro Benedetti mexicano:
hombre insomne, angustiado, modesto, tímido, llegó a ser
“ídolo de la juventud”, “poeta de multitudes
apoteósicas”, a decir de Poniatowska.
Sabines creía que “El poema debe ser vivencia. Si no es
carne y sangre y huesos de uno mismo, no vale la pena” (p. 446).
Julio Cortázar se desborda de ternura. Revela su infancia, en
la que no fue feliz porque vivía inmerso en la fantasía
y eso era incomprensible para sus compañeros. Mas, por ello mismo,
hay una fuerte presencia de niños y jóvenes en su obra
literaria.
Tierno también es Francisco Gabilondo Soler, Cri-Crí,
quien se inició como autor de canciones infantiles a instancias
de Emilio Azcárraga Vidaurreta. No obstante, jamás pudo
escribir por encargo. El Grillito Cantor se basaba en los recuerdos
de su niñez al lado de su abuelita. Su éxito fue tal que
Walt Disney le ofreció comprarle los derechos de sus composiciones,
a lo cual se negó rotundamente.
A Emilio El Indio Fernández conmueve saberlo solo y en la inopia,
pese a vivir en una casa opulenta, rodeado de obras de arte de Orozco,
Rivera, entre otros.
Nadie lo imaginaría melancólico y hasta lírico:
-Y usted, ¿cómo calificaría su propio cine?
-Ya ni me acuerdo de él. Supongo que como atisbos.
-¿Atisbos de qué?
-De un México que se está yendo.
(p. 356).
Consuelo Velázquez y Gabriel Vargas fueron dos ídolos
populares a quienes la fama tomó por sorpresa: mientras la autora
de Bésame mucho logró ser interpretada alrededor
del mundo, el caricaturista publicó durante décadas su
historieta La familia Burrón, donde satirizaba la miseria del
mexicano.
Destacan, por su compromiso social y político, las voces de Rómulo
Gallegos –quien llegó a ser presidente de su natal Venezuela-,
José Revueltas –que llegó a inculparse por el movimiento
estudiantil de 1968- y Fabrizio Mejía Madrid –quien recibió
amenazas por parte de Gustavo Díaz Ordaz Borja, tras escribir
una novela sobre su padre: Disparos en la oscuridad (2011), donde registra
los delirios que le produjo el poder.
Otros personajes que asoman en estas páginas son: Nicolás
Guillén, Yolanda Montes Tongolele, Pilar Rioja, Hanna Schygulla,
Cristina Rubalcava, Félix Candela, María Rojo, el padre
Chinchachoma, Alfonso Caso, Juan Gabriel, Alfonso Arau, Benita Galeana,
Oscar Lewis, Fernand Braudel, Chucho Reyes Ferreira, Renato Leduc y
Lola Beltrán.
En Palabras cruzadas, no sólo los personajes son revelados.
Poniatowska se revela, también, a sí misma: lúcida,
provocadora, juguetona, compasiva, perspicaz.
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DATOS DE LA AUTORA:
Elena Méndez (Culiacán, Sinaloa,
México, 1981).- Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas
por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Narradora. Redactora
de www.homines.com Subdirectora de www.revistaespiral.org Ha participado
en los talleres literarios de los escritores mexicanos María
Baranda, David Toscana, Cristina Rivera Garza, Andrés de Luna,
Federico Campbell, Anamari Gomís y Antonio Deltoro. Textos suyos
han sido publicados en España, Chile, México, Estados
Unidos, Brasil y Colombia.