SIGFRIED
GUIEDION.: El Presente Eterno 2: Los Orígenes de la Arquitectura
, Editorial Alianza S.A., Madrid, 2002
El
arte mesopotámico y egipcio, a pesar de ser particularmente distintos,
tienen elementos comunes, ya que se desarrollaron contemporáneamente.
Egipto era una franja de tierra cultivable gracias a la labor combinada
del hombre y de las aguas del río Nilo, que, una vez al año,
inundaban los campos depositando sobre ellos el fértil limo que
hacia posible la cosecha. Donde no llegaba la influencia del río
se imponía el desierto.
Pero esta inundación anual había que controlarla, lo que
hacía necesario mantener toda una red de canales y que existiera
un poder político fuerte y unificador que coordinase el trabajo
en toda la zona. De esta manera surge la figura del faraón, dueño
y señor de los hombres y de las tierras de Egipto y acaparador
de toda la riquezas allí producidas. Actuaba como un monarca
absoluto.
La institución faraónica duro más de tres mil años,
hasta la ocupación griega, primero, y romana después.
El faraón, entre otros títulos, tendrá el de rey
del Alto y del Bajo Egipto, será Horus e hijo Ra. Era, por tanto,
dios en persona e hijo de dios. Siempre se creyó que después
de muerto sobreviviría asimilado a una divinidad, Ra u Osiris,
y conservaría así su poder sobre la naturaleza. Una de
sus misiones en la tierra debía ser conseguir que se respetasen
a los dioses, para que ellos le garantizaran la eterna tranquilidad
y prosperidad del país. Esta idea será de gran influencia
en el arte egipcio, pues se convertirá en un arte fundamentalmente
divino y funerario. El faraón ordenará la construcción
de templos y se hará representar en ellos en actitud de adoración
a las divinidades. Consagrará las estatuas y se convertirán
en objeto de culto cotidiano. Fue aquí donde apareció
la figura del sacerdote, para guardar y atender el templo.
La historia de Mesopotamia ( mesos=medio y potamos=río ) aparece
unida a una serie de hechos geográficos, el principal de los
cuales sería el estar rodeada, como su nombre indica, por dos
grandes ríos, el Tigris y el Eúfrates. Sin embargo, los
montes de Anatolia y Diran, al nordeste, el desierto, al oeste, y el
Golfo Pérsico, al sur, no sirvieron de obstáculos para
invasiones militares.
Fueron los sumerios los primeros pobladores, los cuales crearon los
canales de desagüe. Se organizaron en pequeñas ciudades-estado.
El desbordamiento incontrolado de los ríos, trajo consigo la
presencia de templos y de sacerdotes, que poco a poco se hicieron dueños
de todas las tierras.
El autor del libro, uno de los investigadores más destacados
sobre cuestiones relacionadas con la prehistoria y las primeras civilizaciones,
nos ofrece en esta obra una recopilación de datos de su anterior
libro: El presente eterno: los comienzos del arte, pero ahora contrastando
con nuevos datos y con otras nuevas civilizaciones, es decir, con Egipto
y Sumer. La mayoría del libro engloba todo aquello que merece
ser destacado acerca de las aportaciones de estos pueblos en pintura,
escultura y, sobretodo, como su propio título indica, en arquitectura.
En la primera parte, Guiedion establece las semejanzas y diferencias
entre Egipto y Sumer, y lo hace desde la perspectiva que cada pueblo
tiene ante la muerte; Egipto se muestra optimista y vive para asegurarse
una mejor vida en el más allá, por lo tanto es un arquitectura
funeraria
donde los progresos son más visibles. Por el contrario, Sumer,
es un pueblo muy pesimista ante la vida y la muerte, pero sobretodo
ante esta última. Fue en Sumer donde se expresó por primera
vez la tragedia de la existencia humana y el destino fatal que cada
cual debe soportar, por ello, es en los palacios donde es más
importante su desarrollo arquitectónico. En la segunda, tercera
y cuarta parte, el autor nos hace una contraposición entre estos
pueblos y el hombre prehistórico, como ha evolucionado y lo que
ha mantenido de este. Nos habla de la veneración del animal,
que es importante para estos tres períodos de la humanidad, y
como se va transformando esa veneración a la veneración
del hombre, pasando por la veneración de seres híbridos
y antropomórficos. Estos seres son indispensables para estos
dos pueblos, sobre todo para los egipcios, ya que todo lo realizaban
(los templos, las tumbas), en función de sus dioses, es decir,
para los egipcios, todo estaba relacionado con el culto a sus dioses,
cuyo último descendiente es el faraón, y por la preocupación
de la vida de ultratumba, es decir, la eternidad. Este deseo de eternidad,
les hace labrar sus obras en piedra, para que reproduzcan la impresión
de serlo por medio del volumen y de la masa, es el inspirador de sus
principales creaciones estéticas. Para los sumerios los monumentos
principales no son, como en Egipto, el templo y el sepulcro, sino el
palacio. El monarca más que el hijo de los dioses que rinde culto
a sus divinos padres y piensa en su vida eterna es, ante todo, el dominador
de los pueblos y caudillo de expediciones guerreras.
Los dioses sufrieron varias transformaciones hasta convertirse en "hombres",
pero nunca perdieron algunos atributos de su forma anterior: en Egipto,
la diosa Hator, la madre nutricia universal, quien, aún cuando
adoptó cuerpo humano nunca perdió totalmente los signos
de su forma animal (era una vaca). En Sumer, la diosa Inanna, antes
de que asumiera la forma humana, aparecía como un haz de cañas
atadas junto a una sacerdotisa y saliendo de las techumbres de los establos,
en prueba de que era la protectora de los animales domésticos.
También refleja Giedion la gran diferencia entre las creencias
de estas dos civilizaciones: en Egipto los dioses son protectores y
hay "buenos" y "malos", en cambio en Sumer hasta
la diosa del amor tiene maldad.
Con respecto a la representación plástica, poco a poco
se va descubriendo el cuerpo humano, y comienza a representarse, con
numerosas particularidades, dando mayor importancia a ciertas partes
del cuerpo, y a la figura femenina.
En las sucesivas partes del libro, el autor expone los porqués
de las diferentes formas arquitectónicas, basándose en
ejemplos muy concretos como pueden ser: la necrópolis de Tepe
Gaura, el templo de Amón, el templo de Hatsepsut... Por último,
comenta de forma más general, toda la evolución de la
arquitectura, con sus diferentes elementos, concepciones y formas.
Se trata de una recopilación rigurosa desde el punto de vista
académico tanto por el número de estudios revisados como
por su analítica e interpretación, pero su visión
no es muy esclarecedora ya que se contraponen muchas de sus afirmaciones
con las de otros autores.
En resumen, este libro supone un interesante recorrido por las civilizaciones
de Egipto y Sumer, que es muy interesante conocer, para contrastar con
los conocimientos e investigaciones actuales, para registrar y ampliar
también las formas nuevas que los historiadores están
encontrando.