Durante
mi adolescencia más que izquierdista, contestatario o vago frota
esquina sin duda fui Ferdydurkista. Por supuesto que en ese entonces
yo no me daba por enterado. Y asevero esto porque con apenas quince
años, junto con otros camaradas de lecturas y bohemia, editaba
una revista literaria llamada ‘Zikeh’. Era un cuaderno multigrafiado
de cien páginas que recopilaba, a grandes rasgos, nuestros poemas
y otros textos literarios, escritos con la rebeldía y la creatividad
urgente de las hormonas. No faltaban los insultos y las groserías
a las sacrosantas instituciones literarias del país y por supuesto
a sus santones literarios atrincherados en capillas y mafias.
Él
término Ferdydurkista lo descubrí muchos años después
cuando Zikeh dejó de imprimirse y el grupo editor se dispersó
en el torbellino de la vida normal y los horarios de oficina. Tiene
su origen a partir del título de la novela ‘Ferdydurke’,
escrita por Witold Gombrowicz (1904-1969). En su famosa carta a los
ferdydurkistas puede leerse: ‘…el ferdydurkismo no es más
que la voluntad de creación, y ferdydurkista es todo aquél
que exige que el Arte sea creador’.
Witold
Gombrowicz es lo que podría decirse un escritor inclasificable,
una rara ave en el zoológico literario de la Polonia de su tiempo,
en la que los escritores estaban compenetrados en hacer una literatura
comprometida con el partido, la historia y la realidad. Hijo de una
pareja de influyentes terratenientes, asume la literatura para clarificar
un poco ese enrarecido ambiente de su entorno familiar. El tema de sus
novelas, diarios y autoentrevistas son siempre los mismos: la inmadurez,
la estupidez humana, la inferioridad cultural, la superchería
artística emperifollada con frases rotundas y esa explotación
solapada que realizan los adultos de los jóvenes.
Aunque
obtiene en 1926 la licenciatura en derecho en la Universidad de Varsovia,
descuida sus estudios en el Instituto de Altos Estudios Internacionales
de París. Su padre le quita el suministro de dinero y él
sin analizarlo mucho se lanza a una vida irregular y desenfrenada. Se
rodea de amigos que se dedican a la trata de blancas y por poco es encarcelado.
En el año 1928 Gombrowicz esta urgido de dinero y para que su
padre se convierta de nuevo en su benefactor inicia una pasantía
en el tribunal de Varsovia, preparándose así para ejercer
la abogacía. Aunque, citando sus propias palabras, no lograba
distinguir a los jueces de los asesinos y terminaba, como en una comedia
de equivocaciones, estrechando la mano de los asesinos. En esta etapa
comienza a escribir un conjunto de relatos que formarían parte
de su primer libro publicado en 1933 y titulado ‘Memorias del
tiempo de la inmadurez’. En castellano el libro tiene por título
‘Bakakaï’. Conformado por relatos de una ironía
desenfadada y de un humor absurdo de gran versatilidad. Con un estilo
directo y ‘realista’ hace un retrato despiadado de la aristocracia
y de ese submundo de chulos y criminales que se conocía al dedillo.
Su
obra principal ‘Ferdydurke’ fue editada en el mes de octubre
del año 1937. La edición que poseo fue editada por la
Editorial Sudamericana en el año 1964 y tiene la virtud de venir
precedida por un prólogo escrito por Ernesto Sábato. La
palabra ‘ferdydurke’ no tiene significado alguno. Es una
novela algo disparatada, ensamblada de partes donde hay ensayo, metáfora
y absurdo literario. Sus páginas destilan veneno de gran factura
estilística y mucha ironía para desnudar esa pesadilla
grotesca que es a veces la existencia o como lo escribe Sábato:
‘… se le puede advertir al lector de este libro de choque
que trate de ver, en esta novela en apariencia algo descabellada, las
ideas básicas que son las típicas del existencialismo:
la angustia, la nada, la libertad, la autenticidad, el absurdo. Y, sobre
todo, o debajo de todo, el problema típico de Gombrowicz, la
categoría que es esencial en su concepción del mundo:
la Inmadurez; categoría íntimamente vinculada a otra que
le es obsesiva: la de Forma’.
En
‘Ferdydurke’ se pueden leer pasajes como el siguiente: ‘¡Oh,
el papel, el papel, oh, la letra, la letra! Y no estoy hablando yo aquí
de los dulces, tibios juicios familiares de nuestras tías queridas;
no, quisiera referirme más bien a los juicios de otras tías:
las tías culturales, aquellas numerosas semiautoras que expresan
sus juicios en los periódicos (...) ¡Tía, tía,
tía! ¡Ah, quien no se vio llevado nunca al taller de la
tía cultural y no fue operado por esas mentalidades trivializantes,
y que privan de vida a la vida (…)¡Como envidiaba a aquellos
literatos, sublimados ya desde la cuna y evidentemente predestinados
a la Superioridad, cuya alma ascendía sin cesar, como si alguien
con una aguja les pinchase las asentaderas, escritores serios que se
tomaban sus almas en serio y quienes con facilidad innata, con grandes
sufrimientos creadores, operaban dentro de un mundo de conceptos tan
elevados y para siempre consagrados que casi el mismo Dios les resultaba
vulgar e innoble! (…) ¿No será cierto que cada uno
es artista? …Cuando la doncella se pone una rosa, cuando en una
charla amena se nos escapa un chiste jocoso, cuando alguien se confía
al crepúsculo, todo eso no es otra cosa sino arte. ¿Para
qué, entonces, esa división tremenda: ah, yo soy artista,
yo creo el Arte, si más conveniente sería decir con sencillez:
yo, quizás, me ocupo del arte un poco más que otras personas’.
En
1939 Gombrowicz por azar viaja a Buenos Aires. Durante su estada en
la Argentina se desata la guerra y Polonia es ocupada. Su exilio en
la Argentina se prolonga durante veinticuatro años. Allí
vivió como pudo, escribía para algunos diarios argentinos
con seudónimo, jugaba ajedrez, tuvo algunos encuentros pocos
afortunados con Jorge Luis Borges y varias experiencias homosexuales
con jovencitos de los barrios bajos de Buenos Aires. Todo este periplo
argentino lo cuenta en su novela ‘Trasatlántico’,
publicada en 1952. Así mismo tenemos su diario y sus novelas
‘La seducción’ y ‘Cosmos’, con la que
obtuvo el premio de literatura Fomentor, también escribió
una pieza teatral, ‘Yvonne, Princesa de Borgoña’
y una comedia musical titulada ‘Opereta’.
Arthur
Sandauer ha escrito: ‘En una literatura patriótica y moralizante
como la polaca, Gombrowicz representa un fenómeno excepcional.
Basta con recorrer cualquiera de sus libros para convencerse de que,
en el lugar de patriotismo, lo que aquí domina es el egotismo,
que el único imperativo de esta obra es la fidelidad hacia sí
mismo.’ La escritura de Gombrowicz sacó de sus casillas
en primer lugar a los críticos que en Polonia le cerraron todas
las puertas. En segundo lugar zarandeó a una literatura sumida
en el sueño del realismo socialista; una literatura abocada a
enumerar las glorias corporativas de la patria y el partido. Gombrowicz
desmitificó la alta misión del escritor. En una entrevista
dijo: ‘Cuando estuve en Berlín hace cuatro años,
me invitaron a una escuela de escritores; y me pidieron que pronunciase
un discurso. Dije: Lo primero que tienen que hacer, si es que quieren
ser escritores, es salir de aquí por las puertas o por las ventanas,
da igual, pero huyan enseguida, porque no se puede aprender a ser escritor
y no se les pude dar consejo alguno, como tampoco se puede dar instrucción
a un escritor… El escritor no existe, todo el mundo es escritor,
todo el mundo sabe escribir. Si se escribe una carta a la novia, se
hace literatura; incluso diré más; cuando se habla o cuando
se cuenta una anécdota, se hace literatura, siempre es lo mismo.
Por lo tanto, pensar que la literatura es una especialidad, una profesión,
es una inexactitud. Todos somos escritores. Hay personas que no han
escrito en toda su vida y, de golpe, hacen una obra maestra. Los otros
son profesionales, que escriben cuatro libros al año y publican
cosas horribles.’
Si
hubiese leído esto a los quince años de seguro no me hubiese
convertido en un semiautor, en una tía cultural que escribe para
los periódicos, pero así es la vida. En esto de la escritura
llega un provocador, un perverso, un maldito como Gombrowicz a desalmidonar
la fiesta, el boato, la parafernalia envarada de ser autor y cosa. Viene
a echar por tierra los altares de la moral y la madurez, todo ello mediante
una escritura desaforada, desproporcionada, absurda y altamente erótica.
Leer (releer) a Gombrowicz es vernos en el espejo de nuestra inmensa
estupidez si nos atenemos a su pulverizadora frase: ‘El problema
no es la Historia, ni la Existencia, ni la Epistemología, ni
el Cogito, ni las Psique, ni cualquiera de los muchos problemas que
han invadido el campo de nuestra visión. El problema principal
es: Cuanto más inteligente se es, más estúpido’.