El arte. Auguste
Rodin. Entrevistas recopiladas por Paul Gsell. El espíritu y
la letra, Editorial Sintesis, Madrid, 2000.
En
1911, Paul Gsell le propuso a Auguste Rodin (1840-1917) escribir al
dictado sus ideas sobre el arte. Con estas entrevistas Gsell pretendia
hacer ver a sus contemporáneos, cegados por la ciencia y los
progresos técnicos, el error que cometían al prescindir
del arte y la belleza.
El arte. Auguste Rodin, recoge el resultado de esas entrevistas articulado
en once capítulos y un testamento artístico firmado por
el escultor francés. Algo más de ciento cincuenta páginas
en las que Gsell plantea una serie de cuestiones a Rodin y este, a modo
de gran maestro y demostrando un amor casi maternal por su profesión,
se las responde desarrollando un discurso muy enriquecedor a la vez
que claramente orientado a hacer ver al mundo la importancia, la utilidad,
del arte y los artistas. Por otra parte, esta obra constituye un instrumento
de gran valor para llegar a entender a un gran artista y sobre todo
para acercarnos un poco a la verdadera historia del arte, la que sólo
puede ofrecernos el arte narrado en primera persona. En los talleres
del Depósito de Mármoles, cerca del campo de Marte o en
el Hôtel Biron. En su gran taller de Meudon o en una pequeña
casa de comidas próxima a los Campos Eliseos. Estos encuentros
nos ofrecen un rico paseo por su obra y su técnica. Un recorrido
guiado de primera mano por la mente madura del escultor.
Rodin
se declara en este texto un observador, un contemplador de la Naturaleza.
Su método artístico le impide imponerse a ella, forzarla,
se limita a esperar mientras se deleita con su belleza. Cuando llega
el momento, armado con un poco de arcilla, el escultor penetra profundamente
con sus ojos en el seno de la Naturaleza y le roban esa expresión,
esa mirada, ese sentimiento, sin que ella apenas se percate, sin perturbarla
ni modificarla. No puede corregir a la Naturaleza, considera que no
hay nada feo en ella. Dentro del cápitulo segundo, titulado "Todo
en la Naturaleza es bello para el artista", Paul Gsell y Auguste
Rodin conversan acerca de una estatua que el escultor realizó
a partir de una poesía de Villon sobre la Bella Heaulmière.
Esta obra, impresionante al natural, representa con gran expresividad
a una mujer consumida por la edad, devorada cruelmente por el tiempo.
Rodin decia que solo es feo lo que carece de alma y verdad, lo que miente.
La
ilusión de vida, la expresión de los sentimientos se alcanza
en la escultura mediante un buen modelado y el movimiento. Rodin vuelve
a plantear la disyuntiva entre modelado y tallado, enunciada por Miguel
Ángel. Él, como Bernini o Canova, es partidario del modelado,
no talla directamente la piedra como hacia el escultor florentino. En
el transcurso de las entrevistas, Rodin analiza numerosas obras y a
numerosos artistas para ilustrar sus explicaciones. Corregio, Rafael,
Velázquez, Rembrandt, Tiziano, Corot, Roseau, Géricault,
Watteau, desfilan entre otros por esta obra. Pero, sin ninguna duda,
los nombres de Fidias y Miguel Ángel, tanto por la adoración
que profesa hacia ellos, como por el espacio que les dedica en este
libro, merecen una mención aparte. En el capitulo diez dedicado
exclusivamente a estos dos maestros, Rodin, en un alarde de maestría,
nos invita a asistir en su taller de Meudon a una demostración
práctica en la que modela y comenta, para Paul Gsell, dos figuras
de arcilla siguiendo los principios de sus dos grandes referentes escultóricos,
Fidias y Miguel Ángel. Dos maneras geniales, pero totalmente
distintas de entender y sentir la escultura.
Un tema en el que insiste mucho Rodin a lo largo de toda la obra y al
que le da suma importancia -junto a sus dos grandes pilares: el amor
por la naturaleza y la sinceridad-, es el del alma. Afirma que el cuerpo
humano es el espejo del alma, y esa alma es la que le aporta al cuerpo
su belleza. El artista debe fijarse en el alma, pues lo único
que importa, la verda interior. El arte es solo sentimiento, por tanto
da poco valor a la tematica, al igual que a la técnica, poseer
una gran técnica es fundamental pero es solo un medio, "
es preciso poseer una técnica consumada para disimular lo que
se sabe".
Las
últimas páginas de este texto las ocupa su testamento,
que es, como el mismo dice, "el resumen de una larga experiencia".
Y a la vez en este libro, es el resumen de los once capítulos
que lo preceden. Sintetiza en pocas páginas todo lo que ha extraido
de una vida dedicada al arte. Hace referencia a temas tan en voga entonces
como ahora. Aconsejando a los jovenes que empiezan que no desesperen
al contemplar a colegas suyos triunfar por medios más políticos
que artísticos, que no esperen la ayuda de la inspiración,
pues no existe. Lo único que tienen que hacer es amar su trabajo,
ser francos con su arte y ejercitarse sin descanso.
Las
entrevistas que se recogen en esta obra, como ya he apuntado, se erigen
como un material valiosísimo a la hora de conocer a uno de los
más grandes escultores de todos los tiempos, y poseen, por encima
de cualquier manual, un carácter didáctico extraordinario.
Pero si el acercamiento al entrevistado es prácticamente inmejorable,
no ocurre lo mismo con el entrevistador. Se echa de menos en esta edición
un buen prólogo que nos dé a conocer algo más que
el nombre del olvidado Paul Gsell.