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El arte. Auguste Rodin
Marc Montijano Cañellas
25/4/2004


 

El arte. Auguste Rodin. Entrevistas recopiladas por Paul Gsell. El espíritu y la letra, Editorial Sintesis, Madrid, 2000.


En 1911, Paul Gsell le propuso a Auguste Rodin (1840-1917) escribir al dictado sus ideas sobre el arte. Con estas entrevistas Gsell pretendia hacer ver a sus contemporáneos, cegados por la ciencia y los progresos técnicos, el error que cometían al prescindir del arte y la belleza.
El arte. Auguste Rodin, recoge el resultado de esas entrevistas articulado en once capítulos y un testamento artístico firmado por el escultor francés. Algo más de ciento cincuenta páginas en las que Gsell plantea una serie de cuestiones a Rodin y este, a modo de gran maestro y demostrando un amor casi maternal por su profesión, se las responde desarrollando un discurso muy enriquecedor a la vez que claramente orientado a hacer ver al mundo la importancia, la utilidad, del arte y los artistas. Por otra parte, esta obra constituye un instrumento de gran valor para llegar a entender a un gran artista y sobre todo para acercarnos un poco a la verdadera historia del arte, la que sólo puede ofrecernos el arte narrado en primera persona. En los talleres del Depósito de Mármoles, cerca del campo de Marte o en el Hôtel Biron. En su gran taller de Meudon o en una pequeña casa de comidas próxima a los Campos Eliseos. Estos encuentros nos ofrecen un rico paseo por su obra y su técnica. Un recorrido guiado de primera mano por la mente madura del escultor.

Rodin se declara en este texto un observador, un contemplador de la Naturaleza. Su método artístico le impide imponerse a ella, forzarla, se limita a esperar mientras se deleita con su belleza. Cuando llega el momento, armado con un poco de arcilla, el escultor penetra profundamente con sus ojos en el seno de la Naturaleza y le roban esa expresión, esa mirada, ese sentimiento, sin que ella apenas se percate, sin perturbarla ni modificarla. No puede corregir a la Naturaleza, considera que no hay nada feo en ella. Dentro del cápitulo segundo, titulado "Todo en la Naturaleza es bello para el artista", Paul Gsell y Auguste Rodin conversan acerca de una estatua que el escultor realizó a partir de una poesía de Villon sobre la Bella Heaulmière. Esta obra, impresionante al natural, representa con gran expresividad a una mujer consumida por la edad, devorada cruelmente por el tiempo. Rodin decia que solo es feo lo que carece de alma y verdad, lo que miente.

La ilusión de vida, la expresión de los sentimientos se alcanza en la escultura mediante un buen modelado y el movimiento. Rodin vuelve a plantear la disyuntiva entre modelado y tallado, enunciada por Miguel Ángel. Él, como Bernini o Canova, es partidario del modelado, no talla directamente la piedra como hacia el escultor florentino. En el transcurso de las entrevistas, Rodin analiza numerosas obras y a numerosos artistas para ilustrar sus explicaciones. Corregio, Rafael, Velázquez, Rembrandt, Tiziano, Corot, Roseau, Géricault, Watteau, desfilan entre otros por esta obra. Pero, sin ninguna duda, los nombres de Fidias y Miguel Ángel, tanto por la adoración que profesa hacia ellos, como por el espacio que les dedica en este libro, merecen una mención aparte. En el capitulo diez dedicado exclusivamente a estos dos maestros, Rodin, en un alarde de maestría, nos invita a asistir en su taller de Meudon a una demostración práctica en la que modela y comenta, para Paul Gsell, dos figuras de arcilla siguiendo los principios de sus dos grandes referentes escultóricos, Fidias y Miguel Ángel. Dos maneras geniales, pero totalmente distintas de entender y sentir la escultura.


Un tema en el que insiste mucho Rodin a lo largo de toda la obra y al que le da suma importancia -junto a sus dos grandes pilares: el amor por la naturaleza y la sinceridad-, es el del alma. Afirma que el cuerpo humano es el espejo del alma, y esa alma es la que le aporta al cuerpo su belleza. El artista debe fijarse en el alma, pues lo único que importa, la verda interior. El arte es solo sentimiento, por tanto da poco valor a la tematica, al igual que a la técnica, poseer una gran técnica es fundamental pero es solo un medio, " es preciso poseer una técnica consumada para disimular lo que se sabe".

Las últimas páginas de este texto las ocupa su testamento, que es, como el mismo dice, "el resumen de una larga experiencia". Y a la vez en este libro, es el resumen de los once capítulos que lo preceden. Sintetiza en pocas páginas todo lo que ha extraido de una vida dedicada al arte. Hace referencia a temas tan en voga entonces como ahora. Aconsejando a los jovenes que empiezan que no desesperen al contemplar a colegas suyos triunfar por medios más políticos que artísticos, que no esperen la ayuda de la inspiración, pues no existe. Lo único que tienen que hacer es amar su trabajo, ser francos con su arte y ejercitarse sin descanso.

Las entrevistas que se recogen en esta obra, como ya he apuntado, se erigen como un material valiosísimo a la hora de conocer a uno de los más grandes escultores de todos los tiempos, y poseen, por encima de cualquier manual, un carácter didáctico extraordinario. Pero si el acercamiento al entrevistado es prácticamente inmejorable, no ocurre lo mismo con el entrevistador. Se echa de menos en esta edición un buen prólogo que nos dé a conocer algo más que el nombre del olvidado Paul Gsell.