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Salinger: fuga, deserción y olvido desde el Sótano kafkiano
Rolando Gabrielli
08/02/2011


Se sumergió y consumió en sí mismo como el pez banana. La realidad busca explicaciones más allá de sus capacidades. El silencio nos hace pensar equivocadamente que las palabras sobran. Es un dicho viejo y pegajoso, repetido. Me distancio de las palabras que sobran. Jerome David Salinger, terminó aparentemente con todo lo que le sobraba, la vida que no quería cargar como un cuerpo independiente, silvestre, al aire libre.

Se encajonó en su propia distancia y se ausentó hasta el final de sus días, a su manera. Casi lo volvió a ver solamente su espejo y su contacto mayor, más íntimo, pasó a ser su inodoro. Ese mismo que se subastó reluciente como si nada hubiese pasado, después de su muerte: flamante, útil y que podría transmitir lo que sus fanáticos seguidores buscaban en un Salinger que no necesitó de despedidas para cumplir con el ritual del misterio. No borraba huellas ni pistas, simplemente guardó el mundo en la caja vacía de los recuerdos por olvidar. Al final solo vimos un inodoro blanco, albo, tradicional, como si todo lo escrito después de El Guardián entre el centeno (The Catcher in the Rye) lo hubiese lanzado por el desagüe de la vida.

    

Nadie debiera rendir cuentas a nadie, si no es un funcionario público. Y desde luego son los que menos rinden cuenta. Y un escritor, después de todo cuando hace uso público de su palabra, ya no puede borrarla. ¿Este es el pasajero que debiera entrar en el tren de Kafka? ¿Viajar como la nube errante que también te lleva a paraderos desconocidos? ¿El no espacio, no lugar, no tiempo? Nadie debe escribir por ti la última palabra. ¿JD Salinger convirtió en humo sus palabras? El mito crece a expensas del misterio, de lo no dicho ni actuado, aparentemente el rumor es la ola que se apodera de lo que pensamos es o se ha transformado el personaje.

El era pasajero de su propio misterio, huía de sí mismo, no solo de la gente y ni a él parecía importarle lo que venía por delante después de entrar a la gloria literaria, que abandonó por sentirla un compromiso quizás más pesado que la Segunda Guerra Mundial, donde combatió y se trajo todo el abandono que pudo acumular y vivir por el resto de su larga, compleja, frustrada, impenetrable solitaria y huraña vida. ¿No salió de de asombros abismal? Quizás comprendió que la deshumanización del ser humano que poblaba la humanidad y se sacaba sus ojos cuervos en el frente de batalla y en los sórdidos campos de matanza y concentración, era una realidad que tomaría cuerpo, no de paz, precisamente, con el correr (roer) de los años.

Toda descripción especulativa afirmada en algunas anécdotas, declaraciones, desplantes del personaje, puede terminar en retórica pura, aunque los hechos sean reales, se repita hasta obsesionar al público lector o a quien realice una pesquisa para descifrar algo que pertenece a una compacta madeja de hilo.

Yo esperaba El Tren de Kafka, cuando El Sótano adquiere su verdadera y real personalidad y comienza a soñar la sombra como si la luz existiera para contradecirla o justificarla. La máquina circular de la infancia resoplando un viaje a la gran memoria donde el oso hiberna y sueña blancos sueños sin un libreto que los respalde. Una cosa es la etiqueta y otra que lleva el envase, que sucede cuando se agita y pasa el tiempo. Cada cerebro tiene su manera de procesar el medio que le rodea, sirve y agrede. Hay un gran depósito, bolsones diseminados de soldados post conflictos armados que navegan con sus antiguas brújulas, sobrevivientes tocados por el mortal y esquizofrénico gusano de la guerra. Deambulan en psiquiátricos, bares, en sus hogares solitarios y suelen atacar en supermercados, universidades, escuelas, aeropuertos o aviones. No se descuelgan jamás del frente de batalla, la trinchera perdida, la selva, el desierto, los lugares más extremos donde se pierde casi todo cuando se termina con vida.

Detalle de la fotografía inédita de Salinger perteneciente a Shane Shalerno. Donald Hartog y J.D. Salinger, en Londres en 1989  J.D. Salinger en New Hampshire, 1988

J.D.S. cuando regresó de la segunda gran guerra planetaria, probablemente le preguntaba a cada día cuando se miraba al espejo que hacía ahí acompañándole con exactitud y puntualidad. Especulo sobre su encierro y la patada que le dio al mundo después de la gran fama que tuvo con la venta del Guardián. Imposible saber donde se perdió o recobró finalmente, por qué huyó sin parar desde que se subió al Queen Elizabeth en 1951, rumbo a Londres, cuando su libro entraba en la ruleta del azar del mercado. Todo fue tan exitoso que no lo aguantó. No puedo saberlo, si desconozco por qué no encuentro el otro par del calcetín aunque he comprado varios pares iguales. Aún así pierden a su hermano. Son los misterios más simples.

Yo recuerdo haber perseguido una vez por la carretera aledaña al Canal de Panamá al Queen Elizabeth, el crucero que cruzaba por las Esclusas de Pedro Miguel, como si llevara flotando una pequeña ciudad por las aguas. Ahora se que ahí estuvo J D Salinger, en una fuga sin fin. A mí el verano se me descolgaba por las orejas. El trasatlántico, que formaba parte de la saga de las Queens, flotaba, solo flotaba ante mis ojos fluidamente y unas manos se despedían desde lo alto de la cubierta. ¿Todos somos pasajeros kafkianos? Atrás, la selva nos recordaba que estábamos en tierra. Todo esto es parte de la memoria y el paisaje. Se cumplió un año de su muerte, nada sabemos si escribió algo más, y Kenneth Slawenski acaba de publicar una biografía en la editorial Galaxia Gutenberg. El título de la obra es casi un chiste: J.D. Salinger: una vida oculta. Y ese fue su ejercicio de vida, una constante en la espiral de su silencio, esconderse, taparse con su sombra y crear una atmósfera de misterio alrededor de él y su obra. ¿Qué estará escribiendo y haciendo Salinger?, se preguntaba la prensa y la gente e inclusive sus amigos que fueron quedando en el camino. Algunas vagas señales rescataban los paparazzis, como esas fotos que reflejan la angustia del solitario personaje, algo le molestaba aparentemente y el gesto lo traducía. Quienes se han detenido en sus personajes y en el mismo, atribuyen su comportamiento a los traumas de la guerra, a una visita que hizo a los campos de concentración nazi, a su concepción del arte: literatura y espiritualidad, porque Salinger se sumergió en El evangelio según Sri Ramakrishna, y aprendió el Vedanta y la meditación. De esto da cuenta en una nota Daniel Verdú. A su regreso del horror, se casó con la alemana Sylvia Welter y a los ocho meses canceló ese compromiso. Una relación fulminante. ¿No estaba preparado para tanta realidad? ¿Ya afloraba el irascible, díscolo, huidizo, gelatinoso J.D.S.? Entraba y salía de un imparable proceso de fugas y contrafugas contenidas por la fragilidad misteriosa de si mismo. Verdú precisa, citando tal vez la biografía: ‘Salinger se peleó con su mentor Whit Burnett, quien había publicado The Young Folks, su primer relato; se enemistó con medio gremio editorial, exigió que su foto no apareciera en la contracubierta de sus libros y acabó enfadado con sus mejores amigos (como su editor inglés James Hamilton). Al publicarse la novela, se pasó las horas deseando que desapareciese de las listas de los más vendidos’.

Kenneth Slawenski, J.D. Salinger: una vida oculta  The Young Folks, el primer relato de Salinger  J. D. Salinger, Nueve cuentos, 1953  J.D. Salinger, Franny y Zooey (1961)

Difícil dar con la cara de la moneda de algunas personas. Desbrozó un bosque de 36 hectáreas en Cornish en búsqueda de sol y paz. Ahí se atrincheró con Claire, su segunda esposa, y dos hijos. Se relacionó con los jóvenes de su entorno, apunta Verdú, -ya lo sabíamos, es historia vieja, la de un soldado agotado por su existencia y fama,- y al ser traicionado por un estudiante que publicó un trabajo destinado para una escuela, volvió a su concha. Su misticismo para algunos, olía a enajenación. Sentía el medio hostil que se filtraba por sus coyunturas y no podía ablandarse ante las amenazas de muerte. Rechazó una invitación de Jacqueline Kennedy a la Casa Blanca, lo que no es poco decir, y seguramente, ya estaba ausente. Su ego, de acuerdo con sus lecturas Zen, rechazaba esos actos mundanos, quizás. Pero una frase Zen también dice que cuando llegues a lo alto de una montaña, sigue ascendiendo. Todos los fuegos ya eran artificiales probablemente para J.D. Salinger.

(Una biografía son datos, pesquisas, revisión de la obra del personaje, todas las anotaciones y superficialidades posibles sobre un autor. Se ahonda solo en lo que se ve. Lo que está detrás del espejo, resulta ser lo más valioso en un autor. Jerry, al parecer, de acuerdo con una conferencia revelada ‘despuès de la biografía, no era una persona tan huidiza, se relacionaba con sus vecinos hasta donde pudo, seguramente, y viajaba a fiestas con un amigo en Londres. ¿Más letra menuda para el mito?).

Salinger y su mujer, en una de sus pocas apariciones públicas.  J.D. Salinger J. D. Salinger muy enfadado Vater de J.D. Salinger que fue subastado en Ebay

Las fotos robadas a la imagen de Salinger, dan la impresión que quería darle una patada en el culo al mundo. Se distanció del mundo y del mercado. Puso las vallas interiores contra las de la publicidad. Difícil entrar en ese cuerpo largo, huesudo, apartado del mundo exterior, vivo como un árbol alejado del bosque. Sonny o Jerry, le decía a algunos de sus allegados, que cosa tan rara o común, en verdad da lo mismo. Lo que debemos atender finalmente, es su obra. Que haya tenido de novia a la frívola de Oona, hija del dramaturgo Eugene O Neill, a quien no amó y después se casó con Charles Chaplin, es más bien anecdótico. Pesa, tal vez, a la hora de los recuentos frustrantes, y porque Carlitos Chaplin, fue un personaje grande en su siglo que pudo haberle irritado. No debió ser pena de amor, sino simple ego. En esa época podía tenerlo.

Curiosamente, en el anecdotario referido a Salinger, el asesino de John Lennon, Mark Chapman quería ser famoso y hacerse notar. En la mañana del 8 de diciembre compró en Nueva York un ejemplar de El Guardián entre el centeno- tenía varias copias- e hizo guardia en el edificio Dakota. Lo demás es historia.

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DATOS DEL AUTOR:


Rolando Gabrielli (Santiago de Chile, 1947). Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional, experto en la industria bananera, encargado de estrategias para los ocho países de la región miembros de la UPEB, Editor de la publicación científico-técnica y económica, con circulación en 56 países, columnista de la revista alemana D+C (1979-89). Escribe para varios periódicos panameños como Analista Internacional y trabaja en el programa de la Unión Europea-PNUD, Tips On Line, mercadeo de oportunidades empresariales vía Internet. Asesor en estrategias empresariales, editor de Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing.