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Si la lluvia lo permite
Joel Flores
03/07/2007



Escribo para ti. Para los días en que estás ausente y no hay noticia del regreso. Te traigo a casa con palabras. Y las cuatro paredes del estudio se derrumban, se me vienen encima. Y todo está muerto. Los muebles de maderas húmedas: cadáveres fermentados por el amoniaco. El piso deslucido. El reloj corriendo su segundero: una vena que se desangra. Los esqueletos de las flores tirados en el jardín. Basta escuchar los goznes de las puertas de la cocina al rechinar. La angustia se yergue como un muro de sal en mi garganta y luego un nudo. Un nudo grueso, áspero, que me ahoga. La casa es un acantilado y me precipito a su vacío. Caigo y tus palabras me ciñen, mariposas calcinadas que no amortiguan mi descenso. El impacto de mi cuerpo contra el lago es sordo. Estoy en el fondo. Dentro todo es frío, el frío dentro de un ataúd. El agua colma mis pulmones. Con esfuerzo me incorporo para tomar aire. Te descubro de espaldas. Frente a ti hay un bosque de grandes árboles, un horizonte oscuro, de neblina adensada, un largo camino para alcanzarte. Te marchas. Veo tu espalda como se ve la envidia y la arrogancia y la soberbia. Yo anclada al lago y tú en la orilla. Sigues sin mí. Nado para seguirte, los ojos ya no alcanzan a mirarte. Mis miembros se congelan. Grito, y los gritos se ahogan en mi tráquea.

Escribo para ti y las horas se convierten en navajas que surcan mi carne. Lento, detenidamente me desangro. Y también detenidamente pasa la noche y todo es angustia. Una angustia como si se nos hubiera muerto un ser querido y su cuerpo se estuviera corrompiendo en esta casa. La sensación de que estás por cruzar la verja me invade. Recojo la persiana del estudio, para que entre el aire a esta habitación; la luz de los faroles cala en mis ojos. Decido esperar frente a la ventana. Las gotas de la lluvia se desploman ante mis ojos. Afuera hay ruido. Un ruido provocado por los transeúntes a toda prisa, la velocidad de los automóviles, sus ruedas, la sirena de una patrulla, el viento que mueve el tronco de los árboles y el televisor del vecino apaciguando su soledad. Hay un par de hombres cerca de la verja. Parece que esperan a alguien igual que yo. O no es así, quizá sólo están pensando en cómo refugiarse de la lluvia. Tal vez también te esperan a ti porque son tus compañeros de trabajo. Me duele la cabeza al pensar en estas posibilidades y otras tantas.

Pasa otro hombre frente a ellos. Lo rodean, intercambian palabras que no escucho, lo avientan, forcejean y vuelven a aventarlo hasta que cae al piso. Desde la ventana no puedo saber si son conocidos, si están jugando. Seguro es un pleito callejero. Está oscuro. El puño de uno de los hombres brilla como el cobre y se entierra en el abdomen del que golpean. Luego escucho un alarido agónico que parte el silencio. Un pistoletazo. Un metal golpeado contra el suelo. Que se maten, pienso, todo lo que hay afuera de esta casa es mentira. Pero el alarido me sorprende, huyo del letargo y retrocedo.

Me vuelvo a hundir en la angustia, como si encima de mí estuviera un bulto de arena y no pudiera levantarme, con el sudor en la frente, las amígdalas hinchadas y la lengua tronchada. Y sobra decir que escribo para ti, después de que el mundo se me ha caído en pedazos y recojo las cuencas para reconstruirlo. Aunque a nadie le importa lo que una mujer como yo pueda hacer con su diestra, escribo. Escribo para erigir con palabras y palabras el puente que te traerá a casa. Aunque sea por instantes y prometas volver la siguiente noche, sólo a llenar un espacio de mi cama. Y por la mañana te vistas con premura porque tienes mucho trabajo, debes viajar con urgencia y las excusas sobren y hables y hables pidiendo que yo también me vista, para despedirte con un beso fuera de casa.

Quisiera besarte hasta arrancar tu lengua y tragarla.

Mi vida se detiene después de que subes al vehículo. Me encierro de nuevo en esta prisión de puertas, de muros, de habitaciones. Y me convierto en la muñeca de ropas raídas, que vive en un armario abandonado, en la cautiva del viejo castillo, un árbol que se aferra a echar sus raíces en la cama y se deshoja con el tiempo.

Me he acostumbrado a que sólo vengas de noche.

Has llegado. Escucho el cobre de la llave penetrando el metal de la chapa. Suspiro. Mi corazón comienza a descongelarse. Los goznes de la puerta rechinan. Caminas rumbo a la cocina. Estás aquí, cerca de mí, en el mundo que hemos construido. Puedo sentir tus pasos, rescoldos que vuelan junto al aire y llegan a mis piernas, a mi vientre. Puedo sentir tu respiración, el aspirar de tu nariz en mi espalda. Después cruzarás la puerta del estudio donde te escribo esta carta y te asiré con mis brazos y te hundiré en mi pecho y navegaré en tu cuerpo hasta memorizarlo. Hasta que mi lengua marque un mapa de tu frente a la punta de los pies y mi espalda se aglutine a tu abdomen y mi pelvis a las sábanas y cierre los ojos y desaparezca de esta habitación, de esta casa, de esta ciudad, de este cielo, del mismo cosmos, de la misma vida, hasta que tu tranquilidad me haga convertirme en pez, en roca, en veneno.

Escucho tus pasos, sinuosos, detenidos, casi torpes. Podría decir que a la expectativa de recibirme o de que piensas que no estoy, que me cansé de las promesas, los obsequios. Que ahora estoy en otra ciudad, en otra calle, en otra casa y dejé esta carta para que supieras que el corazón se me estaba ahogando. Estás en la cocina. Vienes empapado. Se oye cómo se escapa el agua de tus zapatos, cómo rechina la suela contra el piso, cómo giras en tu propio eje y te desesperas porque no he ido a recibirte.

Alcanzo a escuchar, también, cómo caen las gotas de tu ropa al suelo. Y tiemblas y respiras agitado. Corriste para evitar la lluvia. Abres el refrigerador y buscas algo de comer. No hay nada. No importa. Estás aquí. Y me sacarás de esta casa abandonada aunque sólo sea cuando cierro los ojos. Abres la alacena y revuelves los cubiertos. Ruido de metales y aluminio. Hurgas con precaución, como si estuvieras tomando algo que te es ajeno.

Eres tú. No quieres despertarme, pero estoy despierta, como una estatuilla en un templo, un ave blanca en su campanario. Siempre llegas con hambre. Seguro quieres que cocine algo. Por qué esta vez no me buscas tú. Estoy perdida en un bosque, detrás de los árboles, desnuda.

Sigues caminando. Has entrado a nuestra alcoba. Lo has descubierto, no estoy envuelta en las sábanas de la cama. Gruñes mientras te diriges al estudio. Traes un par de rosas en tu diestra. Tu sombra, antes de cruzar la puerta que me aprisiona, lo delata. Se ha hecho costumbre encubrir las mentiras con obsequios, resolver los problemas con obsequios. Vienes vestido diferente. ¿O los pasos que has dado de la cocina a mi habitación y de la habitación al estudio te han vuelto distinto? Quisiera cerrarte la puerta y separar mi mundo del tuyo, salir corriendo de esta casa, huir a otro lugar sin detenerme siquiera a mirar atrás, correr hasta no sentir las piernas y perder los sentidos y encontrar un refugio, donde la lluvia lo permita, un refugio, donde no esté más tu nombre. Pero estás aquí, haciendo esta puerta a un lado, como si la misma puerta fuera un cuerpo humano. Te acercas a mí mientras estoy de espaldas escribiendo las últimas palabras que darán noticia de nosotros…

Es extraño, murmuró el ladrón a su cómplice, la mujer recibió la hoja metálica como si esperara un abrazo.



‘Si la lluvia lo permite’ es parte del libro inédito de cuentos Simulador, próximo a publicarse.


Fotografía: 'De negro', Sandra FLORES.


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Para saber más

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DATOS DEL AUTOR:

Joel Flores. 1984. Zacatecas, México. Narrador. Durante el año 2002 al 2004 fue parte del consejo editorial de la revista Finisterre (Beca Edmundo Valadés a Revistas Independientes). Sus cuentos y crónicas han sido publicadas en Acento, de La voz de Michoacán, Barca de Palabras, La cabeza del moro, Espiral, Prisma volante, Homines, La Agenda Cultural; y en Son de marzo (Antología de Escritores Jóvenes editada en Guanajuato). Su trabajo ha merecido los siguientes premios y apoyos: La Beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Zacatecas (FECAZ 2004-2005), la del Fondo Nacional Jóvenes Creadores (FONCA 2006-2007) y el tercer lugar en el IX Concurso Nacional e Iberoamericano 'Leamos la Ciencia para Todos' 2005-2006. Actualmente trabaja en dos libros de cuentos: Simulador y Relatos reales. Y habita en www.bunker84.blogspot.com.