Silvio, la memoria es tan larga y antigua,
que nada cae en el olvido,
ni siquiera la palabra no recuerdo,
y es más, todo lo que no se ha dicho,
que lo que tengas que decir,
la historia es tan larga y antigua,
que el sol de una mañana
no bastaría para contarla,
ni el canto de un niño asemeja
el tiempo del olvido,
nunca el tiempo fue lejano,
ni pasó de moda el verso libre,
la paloma que en la paz
envuelve su callada libertad.
Silvio, no digo no,
digo que el viento sin embargo
lleva el canto, la voz de lo inesperado,
el asombro de lo nuevo,
que nace porque nace,
de la mano del canto de un grillo.
La memoria es tan larga y antigua,
como la espuma crece el mar,
y rema sobre el olvido,
Habana, Habana ciudad,
un horizonte no es tan lejano,
si el tiempo no se cierra
en el puño de una mano.
Rolando
Gabrielli
En el 69 volaba mi juventud, mis ganas de conocer, saber, tocar y volar.
Me preguntaba en una esquina de Santiago, en esas noches, cuál
sería la sensación de traspasar la frontera. Un deseo
que superaba la corporalidad de mis palabras y sentidos. Dejaba el viejo
aeropuerto de Santiago una tarde de verano crepuscular montado en la
brisa, como si todo quedara atrás en una nube gaseosa que algún
día volvería a encontrar. Primer vuelo y directo al D.F.,
con una delegación de artistas, todos mayores que yo, un charter
de la época del siglo pasado. El D.F. nos recibió con
su impresionante mundo de asfalto iluminado ya en ese entonces, y el
avión descendió lentamente en la laguna de México.
Llegamos de madrugada y yo sólo
llevaba un billete de veinte dólares, que una prostituta de San
Camilo, ahí en la calle Santa Isabel, me había ido a vender
a mi casa en sus proximidades antes de partir. Al llegar al D.F. me
asocié con un compañero de viaje y nos fuimos a casa de
mi tío Alejandro, hermano de mi padre, en un taxi gigantesco,
escuchando la voz mexicana del conductor. Era un poco el tono de Negrete,
Miguel Aceves Mejía y Pedro Vargas. Llegamos en la acerada amanecida
de México.
Fueron unos días de conocer el D.F., vivirlo, comer, sentir su
altura, la asfixia de sus calles ya contaminadas, la riqueza de un pueblo
rico en tradiciones, la Plaza Garibaldi, Las mañanitas por mi
cumpleaños, toda la gracia de México absorbida a pleno
pulmón. Color, comidas exóticas, acento, rostros distintos,
calles nuevas. Las calles interminables de México y esos 22 años
clavados en el calendario A, bajo uvenzteca y Maya, bajo el dorado sol
de la juventud. El destino era La Habana y nos montamos en un vuelo
con dirección Caribe, hacia la Mayor de las Antillas, sintiendo
el vacío aéreo, otro tiempo y atmósfera. Al descender
las escaleras del viejo avión cubano sentí por primera
vez la atmósfera intensa del trópico, y no sabría
que sólo seis años después no abandonaría
hasta hoy día. Una cortina ascendente, directa, de humedad que
te envuelve de pies a cabeza. El trópico traspasa las últimas
reservas de tensión corporal, adormece como una máquina
del tiempo en cámara lenta y te absorbe para sí, petrificado
en un aceite de combustión suave. Comienzas a sudar como una
planta, te transformas en un vegetal, una planta, o terminarás
por chocar y sumirte como un pedazo de asfalto fuera del paisaje natural.
Amoldas las manos, tus piernas, costillas, la humanidad entera a esa
atmósfera que te encapsula en sudor y tú viajas en ti
mismo, desde adentro, ya no saldrás más de ti hacia donde
vayas.
A la hora estábamos en Malecón y Galeano, en el Douville,
un hotel de diez años que era casino, de parejas, una perla blanca
del azar y la prostitución en los tiempos del Sargento Batista.
Frente al Malecón de La Habana, en sus rompientes olas, las suaves
y limpias sábanas de la adolescencia aún, dormí
como un príncipe esa noche cargado de sueños, apagado
por las voces del trópico. Pensé largamente en Chile esos
días, y en mi bisabuelo catalán padre de mi abuela catalana,
Joan Serra, quien combatió en la larga guerra de Cuba durante
diez años contra Maceo y Martí. ¿La historia es
un tirabuzón de un solo corcho? Flota lo que no se hunde y el
río no será el mismo, oscuro, oscuro, manto de agua que
va y viene con tus palabras. El malecón habanero se sentía
en la rompiente ola, desde la ventana del cuarto la vista recorría
ese pedazo de tantas historias, un sitio para sentir La Habana desnuda
en su humedad y epílogo nocturno. Ciudad mulata, rebelde, detenida
en el tiempo.
Se sucederían los días
como si el tiempo pasara sobre un círculo detenido. Íbamos
por dos semanas o una, ya no recuerdo, y nos quedamos dos meses, porque
México, la puerta de entrada, se había cerrado y las visas
no llegaban. De alguna manera comprendimos el bloqueo, porque había
muchas actividades diarias y recorrimos buena parte del país,
mientras se levantaba la cortina en la Mexico City. Conocí a
R. Dalton, porque le llevaba La pobre musiquilla de las esferas
de Enrique Lihn, y a Eliseo Diego, porque le llevada Las crónicas
del forastero, de Jorge Teillier, que habían enviado ambos
autores a sus amigos. En medio de las actividades diarias, corte de
caña y trabajos en el cordón agrícola de La Habana,
unos rones nocturnos, la música cubana, el Coppelia con sus helados
nocturnos y en grandes filas. Zumbando la historia de esos días,
el Norte, el Sur, visitas de algunas autoridades y de pronto, una mañana
Silvio Rodríguez, con ‘La era está pariendo un corazón’...
Le he preguntado / a mi sombra / a ver cómo ando / para reírme,
/ mientras el llanto, / con voz de templo, / rompe en la sala / regando
el tiempo. / Mi sombra dice / que reírse / es ver los llantos
/ como mi llanto, / y me he callado, / desesperado / y escucho entonces:
/ la tierra llora. / La era está pariendo un corazón,
/ no puede más, / se muere de dolor / y hay que acudir corriendo
/ pues se cae / el porvenir / En cualquier selva del mundo, / en cualquier
calle...
Y después vino 'Fusil contra fusil'... El silencio del monte
va / preparando un adiós. / La palabra que se dirá / in
memoriam será / la explosión. / Se perdió el hombre
de este siglo allí, / su nombre y su apellido son: / fusil contra
fusil. / Se quebró la cáscara del viento al sur / y sobre
la primera cruz / despierta la verdad. / Todo el mundo tercero va /
a enterrar su dolor. / Con granizo de plomo hará / su agujero
de honor, / su canción. / Dejarán el cuerpo de la vida
allí, / su nombre y su apellido son: / fusil contra fusil...
Era en el 69, un año no muy
redondo, pero recién comenzaba en febrero, el mundo contaba con
sus propios patines de hielo durante la Guerra Fría. A partir
de esa mañana, quedaríamos de acuerdo en una entrevista
en su casa con Silvio. Y conversamos mientras pulsaba las cuerdas y
entonaba sus dos éxitos de esos momentos... Y la entrevista se
armó en torno a la música, Cuba, América Latina,
la juventud... y yo tomando notas mientras caían las palabras
del cantautor, sus notas, en la tibia Habana, amorosa Habana. Y me quedé
con la nota hasta la partida. En medio de la mañana y noche habanera,
de esos días delgados deslizados dimanados. Me encontraría
con Reinaldo Arenas y me regalaría su libro Celestino antes
del alba; Fayad Jamís, Nicolás Guillén, Cintio
Vitier, César López y Félix Contreras, entre otros,
quien me serviría de cicerone. El tiempo pasaba. El Caso Padilla.
Llegó a mis manos, luego de pedirlo, Fuera del juego,
de Heberto Padilla. La Habana Vieja, Varadero, Trinidad, Santa Clara,
Camagüey, Holguín, Santiago, Moncada, en fin, la historia
de los Rebeldes. México no cursaba las visas. Un paso adelante,
caballero, en las guaguas... pensando en el Beny... Hemingway, los mitos...
libros y más libros... Casa de Las Américas, Mariano el
pintor y Roberto Fernández Retamar, su director. Trabajo voluntario
envolviendo libros. Y con mis flamantes 20 dólares, hago mis
primeras compras. Dauville, 8:30 pm, alguien toca la puerta. Son de
Casa de Las Américas. Traen mi pobre billete rayado con tinta.
Lo veo y leo: Falso. Tiene más, me preguntaron. No, es el único.
Y expliqué su adquisición. No los conozco. Primera vez
que tengo uno. Provinciano de Chile y después viviría
con el papel dólar cada día para no olvidar más
su color, textura. Me miraron y rieron. Se dieron cuenta de que no venía
con la idea de desestabilizar la moneda cubana o estafar sus instituciones.
Llegó la visa. Muchas noches y días. Conversaciones de
literatura. Poesía. Un discurso largo de Fidel. 13 de marzo.
Y llegó el día de la partida. Fui donde mi profesor Antonio
Skármeta, periodista de la revista Ercilla, y le presenté
la entrevista de Silvio. ¿Quién es?, preguntó.
Un desconocido, pensó, y al archivo hasta hoy día. No
supe más. Nuevo gobierno y lo que vino. El tema quedó
colgando hasta el fin de los tiempos.
Afortunadamente Silvio no dependería de mi entrevista para seguir
llenado los estadios en Santiago de Chile.
_________________________
DATOS DEL AUTOR:
Rolando Gabrielli (Santiago de Chile, 1947).
Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció
hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal
Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional,
experto en la industria bananera, encargado de estrategias para los
ocho países de la región miembros de la UPEB, Editor de
la publicación científico-técnica y económica,
con circulación en 56 países, columnista de la revista
alemana D+C (1979-89). Escribe para varios periódicos panameños
como Analista Internacional y trabaja en el programa de la Unión
Europea-PNUD, Tips On Line, mercadeo de oportunidades empresariales
vía Internet. Asesor en estrategias empresariales, editor de
Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing.