Paredón,
Ejido de Ramos Arizpe en Coahuila, México, fue una de las poblaciones
más afectadas por la privatización del ferrocarril y la
cancelación del tren de pasajeros, puesto que la economía
de sus habitantes, además de la agricultura y la ganadería,
estaba basada en el comercio y utilizaban este medio de transporte para
ofrecer sus productos en otros municipios.
A
la hora que pasaba el tren de pasajeros, las señoras se apresuraban
a ofrecer antojitos mexicanos: tacos, enchiladas, dulces típicos,
refrescos, botanas. Los pasajeros estiraban los brazos desde la ventana
para comprar comida envuelta en papel estraza y refrescos en vasos desechables,
todo a precios bastante accesibles.
‘El
pueblo vivía del ferrocarril, se vendía comida, se trabajaba
en el ferrocarril. Cuando lo quitaron la gente no tuvo más remedio
que irse a las ciudades’, comenta Alma Hernández, comerciante,
quien ha pasado toda su vida en Paredón.
‘Dicen
que lo van a poner, pero ya perdimos la esperanza. Nos quitaron la principal
fuente de empleo y el gobierno local nunca hizo nada’, añade
su esposo, Agustín Rodríguez.
Los
habitantes de Paredón hablan del ferrocarril con la nostalgia
de quien recuerda mejores épocas. El viento chifla en cada rincón
y ya no hay señoras, hombres o niños vendiendo comida
a los pasajeros del tren dos veces al día. Desde hace años
se dejó de escuchar el griterío de la gente: ‘¡Tacos,
enchiladas, cocas, chicharrones!’. Los colores que invadían
la estación han desaparecido: ahora este pueblo parece más
desierto que nunca.
Actualmente
el huésped principal es el mar del desierto, esa tierra rojiza
que al ser elevada por el viento simula el sonido de las olas del mar.
A lo lejos podían apreciarse niños cabalgando entre esa
polvareda roja, cegados por los remolinos y pese a eso avanzando seguros
porque conocen el territorio, les pertenece.
La
estación, emblema del estado, está siendo reconstruida
para montar un museo, pero esto nunca regresará a los habitantes
los años perdidos, al contrario, les recordará en cada
visita el tiempo en que todo estuvo mejor y cómo se les arrebató
la estabilidad.
La
alegría de este pueblo emblemático ya no es tan notoria
y sus calles están pobladas por las miradas perdidas de ancianos
que recuerdan los tiempos de trabajo en el ferrocarril. Ahora en torno
a las vías sólo quedan ruinas de ferrocarriles y máquinas,
trenes abandonados, pedazos de aluminio entre la hierba crecida, y un
par de guardias siempre atentos, a la defensiva, resguardando un tesoro
arrebatado.
Imagen:
Estación Patios, 1928, cortesía del Archivo Municipal
de Monclova.