Un vacío siempre lleno
Maricruz Castro Ricalde y Aline Pettersson (editoras)
Tecnológico de Monterrey
CONACULTA, FONCA, 2006
157 pps.
La
de Josefina Vicens es de esas obras que por poco que se reediten, es
objeto del interés y hasta de la veneración de los críticos
pero, muy especialmente, de escritores. Su novela, El libro vacío,
primera de dos que conforman su magra producción literaria, es
lectura obligada para quienes ejercen la escritura. Recientemente, el
Fondo de Cultura Económica rescató y reunió en
un solo volumen la obra antes citada y Los años falsos, novela
que publicó más de veinte años después de
El libro vacío.
La escritora tabasqueña nacida
en 1911 y muerta un día después de su cumpleaños
número 77, el 23 de noviembre de 1988, es el excelente pretexto
que reúne a un grupo de escritoras e investigadoras en la antología
crítica Josefina Vicens, un vacío siempre lleno,
editada por una académica, Maricruz Cruz Ricalde, y una escritora
asimismo prestigiada, Aline Pettersson, quien fuera amiga y alumna de
la autora homenajeada. Y si bien la mayoría de los textos están
firmados por académicas, hay que señalar que no se trata
de complejos y sesudos estudios, sino de escritos sumamente ágiles
y amenos que enfocan la vida y obra de Josefina Vicens desde múltiples
aspectos, insospechados la mayoría. Así pues, no solo
accedemos a la Vicens novelista, sino también a la guionista
de películas memorables como por ejemplo Los perros de Dios;
a la cronista de toros que firmaba como Pepe Faroles y a la activista
que peleó por la causa de la dignificación de las mujeres
en el terreno laboral, cosa que desmentiría su afirmación
de no ser feminista quizá porque entonces la actitud misma de
las feministas dejaba mucho que desear y Josefina fue, ante todo, una
mujer prudente.
Maricruz Castro Ricalde, Aline Pettersson, Gabriela Cano, Adriana González
Mateos, Rose Lema, Graciela Martínez-Zalce, Eve Gil, Enid Álvarez,
Ute Seydel, Laura Cázares Hernández y la propia Josefina
Vicens, componen este libro asombroso. Asombroso por el cúmulo
de dudas que resuelve sobre la autora y su obra, pero sobre todo por
las interrogantes que deja abiertas: ¿Vicens lesbiana? ¿Vicens
feminista? ¿Vicens travestida? Lo único que queda claro,
todas las autoras coinciden en ello, es que Vicens fue una combatiente
de los estereotipos, aspecto que pudiera explicar cómo, al mismo
tiempo que sus narradores varones son absolutamente verosímiles,
divergen de la voz masculina tradicional de la literatura latinoamericana,
y es que tanto José García de El libro vacío,
como el Luis Alfonso de Los años falsos, repudian la
prepotencia de los machos y la sumisión de las mujeres que los
rodean. Al respecto nos dice Aline Pettersson en su bello texto anecdótico:
'Si bien es cierto que tuvo muchas amistades femeninas, no lo es menos
que ella se sentía muy cómoda entre hombres. Admiraba
su arrojo viril para ponerse en la vida y era discreta en público
al comentar la actitud –que detestaba –de sumisa abnegación
de las mujeres de su tiempo. De ahí, tal vez, la elección
de narradores masculinos en su obra.' (p. 25).
A través de estos textos, reconstruimos a la enigmática
autora de El libro vacío: muchacha clasemediera de la
colonia Roma que determina ser libre e independiente, aunque sea estudiando
comercio, única carrera considerada legítima para una
‘señorita bien’. Josefina saca el máximo provecho
de sus estudios que sus actuales estudiosos consideran exiguos y a base
de talento va escalando peldaños dentro de la burocracia llegando,
sin duda, a padecer los mismos trastornos existenciales de su José
García, un oficinista para quien el único momento excitante
del día es cuando enfrenta la página en blanco de su cuaderno
secreto. Pero lejos de lamentarse, y en esto sí poco se parece
a su frustrado personaje, Josefina disfruta del trajín de oficina;
disfruta sobre todo la noción de ganarse limpiamente el sustento.
Su vocación literaria la llevará, no obstante, a explorar
el periodismo y, posteriormente, el guionismo, ‘(…) Ganarse
el sustento ‘con pasión’ era una de sus alternativas
vitales –nos dice Maricruz Castro, haciendo hincapié en
la mayor cualidad de Josefina, rara de encontrar en un artista, y ella
indudablemente lo era: su carácter práctico, su renuencia
a despegar los pies del suelo- (…) Cuando se le preguntaba qué
había hecho en el cuarto de siglo que separa a El libro vacío
de Los años falsos, ella contestó lacónica:
‘vivir’ (…)’ (p. 63).
Admirable
el texto de la narradora Adriana González Mateos, más
próximo al relato que al ensayo. En él establece las similitudes
entre Josefina y su José García, basándose en una
serie de fotografías de la autora. El que Josefina asumiera una
actitud masculina, incluso en su arreglo, pudiera deberse no tanto a
una orientación sexual (aunque Adriana es bastante franca al
respecto) como a un afán de escapar a los estereotipos de feminidad
y masculinidad, como hemos apuntado con anterioridad. En la época
de Josefina, una mujer no podía permitirse el lujo de ser ‘femenina’
y al mismo tiempo desarrollarse en un ambiente de hombres y ser apreciada
por sus dotes intelectuales, y esa podría ser la explicación
de las grandes solapas, el pelo corto y la pipa de la escritora. No
obstante, su prudencia, su virtud más alabada por quienes la
conocieron, le impedía abrirse demasiado. A decir de Adriana,
la también llamada ‘Peque’ protegía ante todo
su intimidad y de ningún modo hubiera participado en una marcha
del orgullo gay o algo semejante, aunque sus desplantes pudieran desvelar
el lado secreto de su personalidad. Josefina ni siquiera se amedrentó
cuando, en la época en que firmaba sus crónicas taurinas
como Pepe Faroles, fue requerida por el ofendido admirador de Carlos
Arruza, sobre quien la cronista había escrito algunas líneas
plenas de ironía. Cuando lo que el lector encontró fue
una mujercita pequeña y delgada, esta lo encaró diciendo:
‘¿Cuándo empezamos?’
Un vacío siempre lleno incluye, además, un relato
de Josefina nunca publicado en forma de libro, posiblemente el único
que escribió, titulado ‘Pepita’, escrito a partir
de la impresión que le causó el retrato de una niña
muerta surgida del pincel de Juan Soriano, pintor que tuvo oportunidad
de tratar a las más admirables escritoras mexicanas del siglo
XX: ‘Cuántas veces –escribe Vicens en ‘Pepita’
-, cuando el pintor en un gesto automático extiende la mano para
tomar un cigarro, yo siento que de ella se cayeron y se perdieron para
siempre la manzana o la rosa perfectas. Y cuántas veces a solas
he violentado, he torturado mi mano para que produzca una línea
grandiosa, un pequeño, ágil trazo…’ Incluye
también varios poemas inéditos.
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