Frida, en la
tormenta de sus días fue libre. No hay manera de aproximarse
a ella y su arte, a su intimidad tantas veces puesta en una subasta
pública, sin la palabra libertad. Libérrima, no aceptó
la subordinación, ni a su cuerpo le permitió que la anclara,
Frida sé reinauguraba cada día, era su propio movimiento.
Respiraba junto a sus cuadros, se dolía, no dejaba espacio a
la indiferencia en ninguna de sus posibilidades. Su libertad era también
su compromiso y ahí la ejercía, tal vez, con mayor energía,
decisión, porque abarcaba la vida misma.
Su
vida fue el arte de vivir, un puente inaugurado por la muerte antes
de tiempo, que cruzó sin cerrar los ojos, y agredida físicamente
por la enfermedad y un accidente, enfrentó un México desintegrado,
desgarrado como ella misma, con energía, valor, y ese amor que
le impuso al dolor mismo, hasta arrancarle la belleza interior y despojarlo
del grito y arrancarle el espanto.
La desgracia le alquiló un piso
completo en la corta vida que le dieron, pero ella la hizo a un lado,
la arrojó escalera abajo y un día comenzó a pintar,
a transformarse en la verdadera Frida Kahlo y a recoger los frutos del
dolor y el amor, esa mezcla de sueño burlón donde incluyó
su cuerpo, desde las uñas al cabello, y sobre todo, el hilo firme
de la esperanza que le unía a este mundo.
Amó en el amor y dolor, como
a todo en su mundo real, al pintor muralista Diego Rivera, y sus días
se extremaron, el lienzo se confundió con su propia piel. Vació
con sus ojos lo que el mundo le ofrecía, pero ella, la Kahlo,
construyó sus horas más felices y desgraciadas, y no las
adornó. Mi Diego/ espejo de la noche/ Tus ojos espadas verdes
dentro de mi carne/ondas entre nuestras manos/Todo tú en el espacio
lleno de sonidos/ En la sombra y en la luz... Así era en el amor
como en la guerra, no sabía de términos medios, sino de
entregas, de vicio amoroso en cada acto de su vida.
Mujer confesional, extrema, rosa cardiaca
con sus espinas, la Kahlo: mi cuerpo es en ti la naturaleza entera...
yo penetro el sexo de la tierra entera... su rocío es el sudor
de amante siempre nuevo...
Fue ella y nada más que ella, su olor, su propio espejo en la
tela. Se biografió la Kahlo en el color y trazo. Fue absorbida
por el feroz lienzo de la vida. Empujó los colores y sueños.
Se inmoló en la tela consciente, con humor, ironía. Un
yo rotundo. La Kahlo fue su fiesta, entierro, inauguración siempre,
el misterio dibujado en su sombra.
Frente a mí una postal que me
enviaron desde Estados Unidos, con todos los colores, las verdades,
ausencias, presencia de la Kahlo. ‘Observa sus ojos’, me
dice SC, quien me la envió, una ferviente admiradora. ‘Tristes,
lejos, dolorosos’, agrega la mensajera en el reverso de la postal.
‘Aquí me pinté yo, Frida Kalho, con la imagen del
espejo. Tengo 37 años y es el mes de julio de mil novecientos
cuarenta y siete. En Coyoacán México, lugar donde nací’.
Su
larga, clásica cabellera, le marca el rostro, aún más
en la ausencia, en la Frida múltiple, recogida en el presente,
cuyo pasado ese ella misma, un futuro irrepetible. Cejas Arqueadas,
marcadas, aire de gitana no con mucha suerte, ojos grandes como sus
ausencias, labios perfectos, deseables, mujer azabache, sin monta, atrapada
en el salvaje silencio des horas. El amarillo ocre y el rojo, conforman
su vestimenta en el autorretrato. Unas semillas verdes, le enmarcan
un fondo azul, como de pared con pequeñas piedras. Abajo, en
un pergamino horizontal, de su propio puño, se autobiografía
el momento.
‘Algunas veces creo que el espejo fui yo’, escribe SC, al
concluir sus palabras al reverso de la postal, y no está muy
alejada.
La otra postal que me envió,
está Frida desnuda de espalda, doblada, en una pintura de Diego
Rivera, con quien se casó dos veces. Hermosa pintura. SC, me
escribe al reverso: ‘Este es uno de los trabajos de Rivera que
me gustan. Pero creo que fue MUY poco para Frida’.
Frida nos dejó la fuerza genital de sus pasos, el sello Kahlo
que el destino le construía con el aroma de las diosas, un color
para cada día, todos los colores y ninguno, en el matiz, la sombra
que todo lo recoge finalmente.
Frida se sentía bien también
en el género epistolar, que la retrataba, y quizás el
tiempo la suspendía por lo que duraba la palabra. Soy Frida Kalho
se decía así misma, no un mural, sólo un cuerpo,
mi propio clavo pulsado en el madero. En su palabra estaba el acto confesional
de la escritura que la poseía.
Fue en Nueva York y San Francisco cuando
más escribió. Se pulsó así misma en la palabra,
su eroticidad, pequeñas confesiones de mujer, el humor, y todo,
sin límites, en tiempo Kahlo, con pasión Frida, humildad
y reencuentro. Estaba sumida en una fuerte depresión en San Francisco,
bajo tratamiento, tras el asesinato de León Trotsky. Ese año
exhibe en Nueva York y Boston, se da a conocer en Estados Unidos: Las
dos Fridas.
Frida
se retrató sin inhibiciones. Se documentó en su tiempo
e hizo historia dentro de la historia de México. Fue fuente innovadora
de sí misma en el Arte Frida. El mural más íntimo
de Diego Rivera, de carne y hueso, fue Frida colgada con sus propios
clavos en el aire, en el pecho, en el centro de su vida. Así
se amaron y se inventaron la vida. Pero fue Frida, con su inmenso dolor
y coraje que traspasó, rajó el lienzo. Rivera prefirió
el firme mural.
Mujer de entregas, dijo en su Diario,
poco antes de morir, un 13 de julio de 1954, hace medio siglo: Espero
que la salida sea gozosa y espero nunca más volver. Palabras
para estremecer las palabras. Y ahora se editan cartas inéditas,
más palabras del alma, llenas de cuerpo. Dos décadas de
su vida en esos textos, dicen los investigadores (1922-46).
Con motivo de cumplirse 50 años
de su desaparición física, se reeditará su libro
Escrituras, con 150 cartas y documentos inéditos. Expresa allí,
dicen los recopiladores de las misivas, de estos textos informales,
que son los del corazón, su ‘repudio a Estados Unidos y
amor a México’. Son palabras de Antonio Alatorre, prologuista
del libro.
Se expresó, siempre lo hizo,
ante el presente, su destino, la vida, la adversidad, todo, siempre
dijo.
Un día las emprendió,
en justicia, contra el presidente Miguel Alemán, quien sepultó
con unos tablones un mural de Diego Rivera. ‘Yo sí protesto,
y quiero decirle la tremenda responsabilidad histórica que su
gobierno asume, permitiendo que la obra de un pintor mexicano, reconocido
mundialmente (...) sea cubierta, escondida a los ojos del pueblo de
este país y a los del público internacional por razones
sectarias, demagógicas y mercenarias’. No dejó nada
por fuera, como acostumbraba.
Alatorre nos anuncia en esta nueva
edición, que Frida ‘supo combinar varias lenguas, y estos
textos muestran la habilidad de la pintora para jugar con el lenguaje,
el manejo de la ironía y su sentido del humor’.
Una misma y tantas, más
que las dos, esa santa, enigmática, inmaculada, diosa olímpica
que se reproduce en esta pintura: Diego Rivera en mi pensamiento.
Índice iconográfico
1. Autorretrato como tehuana o Diego en mi pensamiento
o Pensando en Diego, 1943.
2. Frida frente al espejo con dos perros, fotografía de Lola
Álvarez, 1952.
3. Frida en la cama, pertenece a la colección del Museo Frida
Kahlo, Coyoacán.
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