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Frida Kahlo es la Libertad
Rolando Gabrielli
17/06/2007


Frida, en la tormenta de sus días fue libre. No hay manera de aproximarse a ella y su arte, a su intimidad tantas veces puesta en una subasta pública, sin la palabra libertad. Libérrima, no aceptó la subordinación, ni a su cuerpo le permitió que la anclara, Frida sé reinauguraba cada día, era su propio movimiento. Respiraba junto a sus cuadros, se dolía, no dejaba espacio a la indiferencia en ninguna de sus posibilidades. Su libertad era también su compromiso y ahí la ejercía, tal vez, con mayor energía, decisión, porque abarcaba la vida misma.

Su vida fue el arte de vivir, un puente inaugurado por la muerte antes de tiempo, que cruzó sin cerrar los ojos, y agredida físicamente por la enfermedad y un accidente, enfrentó un México desintegrado, desgarrado como ella misma, con energía, valor, y ese amor que le impuso al dolor mismo, hasta arrancarle la belleza interior y despojarlo del grito y arrancarle el espanto.

La desgracia le alquiló un piso completo en la corta vida que le dieron, pero ella la hizo a un lado, la arrojó escalera abajo y un día comenzó a pintar, a transformarse en la verdadera Frida Kahlo y a recoger los frutos del dolor y el amor, esa mezcla de sueño burlón donde incluyó su cuerpo, desde las uñas al cabello, y sobre todo, el hilo firme de la esperanza que le unía a este mundo.

Amó en el amor y dolor, como a todo en su mundo real, al pintor muralista Diego Rivera, y sus días se extremaron, el lienzo se confundió con su propia piel. Vació con sus ojos lo que el mundo le ofrecía, pero ella, la Kahlo, construyó sus horas más felices y desgraciadas, y no las adornó. Mi Diego/ espejo de la noche/ Tus ojos espadas verdes dentro de mi carne/ondas entre nuestras manos/Todo tú en el espacio lleno de sonidos/ En la sombra y en la luz... Así era en el amor como en la guerra, no sabía de términos medios, sino de entregas, de vicio amoroso en cada acto de su vida.

Mujer confesional, extrema, rosa cardiaca con sus espinas, la Kahlo: mi cuerpo es en ti la naturaleza entera... yo penetro el sexo de la tierra entera... su rocío es el sudor de amante siempre nuevo...
Fue ella y nada más que ella, su olor, su propio espejo en la tela. Se biografió la Kahlo en el color y trazo. Fue absorbida por el feroz lienzo de la vida. Empujó los colores y sueños. Se inmoló en la tela consciente, con humor, ironía. Un yo rotundo. La Kahlo fue su fiesta, entierro, inauguración siempre, el misterio dibujado en su sombra.

Frente a mí una postal que me enviaron desde Estados Unidos, con todos los colores, las verdades, ausencias, presencia de la Kahlo. ‘Observa sus ojos’, me dice SC, quien me la envió, una ferviente admiradora. ‘Tristes, lejos, dolorosos’, agrega la mensajera en el reverso de la postal. ‘Aquí me pinté yo, Frida Kalho, con la imagen del espejo. Tengo 37 años y es el mes de julio de mil novecientos cuarenta y siete. En Coyoacán México, lugar donde nací’.

Su larga, clásica cabellera, le marca el rostro, aún más en la ausencia, en la Frida múltiple, recogida en el presente, cuyo pasado ese ella misma, un futuro irrepetible. Cejas Arqueadas, marcadas, aire de gitana no con mucha suerte, ojos grandes como sus ausencias, labios perfectos, deseables, mujer azabache, sin monta, atrapada en el salvaje silencio des horas. El amarillo ocre y el rojo, conforman su vestimenta en el autorretrato. Unas semillas verdes, le enmarcan un fondo azul, como de pared con pequeñas piedras. Abajo, en un pergamino horizontal, de su propio puño, se autobiografía el momento.
‘Algunas veces creo que el espejo fui yo’, escribe SC, al concluir sus palabras al reverso de la postal, y no está muy alejada.

La otra postal que me envió, está Frida desnuda de espalda, doblada, en una pintura de Diego Rivera, con quien se casó dos veces. Hermosa pintura. SC, me escribe al reverso: ‘Este es uno de los trabajos de Rivera que me gustan. Pero creo que fue MUY poco para Frida’.
Frida nos dejó la fuerza genital de sus pasos, el sello Kahlo que el destino le construía con el aroma de las diosas, un color para cada día, todos los colores y ninguno, en el matiz, la sombra que todo lo recoge finalmente.

Frida se sentía bien también en el género epistolar, que la retrataba, y quizás el tiempo la suspendía por lo que duraba la palabra. Soy Frida Kalho se decía así misma, no un mural, sólo un cuerpo, mi propio clavo pulsado en el madero. En su palabra estaba el acto confesional de la escritura que la poseía.

Fue en Nueva York y San Francisco cuando más escribió. Se pulsó así misma en la palabra, su eroticidad, pequeñas confesiones de mujer, el humor, y todo, sin límites, en tiempo Kahlo, con pasión Frida, humildad y reencuentro. Estaba sumida en una fuerte depresión en San Francisco, bajo tratamiento, tras el asesinato de León Trotsky. Ese año exhibe en Nueva York y Boston, se da a conocer en Estados Unidos: Las dos Fridas.

Frida se retrató sin inhibiciones. Se documentó en su tiempo e hizo historia dentro de la historia de México. Fue fuente innovadora de sí misma en el Arte Frida. El mural más íntimo de Diego Rivera, de carne y hueso, fue Frida colgada con sus propios clavos en el aire, en el pecho, en el centro de su vida. Así se amaron y se inventaron la vida. Pero fue Frida, con su inmenso dolor y coraje que traspasó, rajó el lienzo. Rivera prefirió el firme mural.

Mujer de entregas, dijo en su Diario, poco antes de morir, un 13 de julio de 1954, hace medio siglo: Espero que la salida sea gozosa y espero nunca más volver. Palabras para estremecer las palabras. Y ahora se editan cartas inéditas, más palabras del alma, llenas de cuerpo. Dos décadas de su vida en esos textos, dicen los investigadores (1922-46).

Con motivo de cumplirse 50 años de su desaparición física, se reeditará su libro Escrituras, con 150 cartas y documentos inéditos. Expresa allí, dicen los recopiladores de las misivas, de estos textos informales, que son los del corazón, su ‘repudio a Estados Unidos y amor a México’. Son palabras de Antonio Alatorre, prologuista del libro.

Se expresó, siempre lo hizo, ante el presente, su destino, la vida, la adversidad, todo, siempre dijo.

Un día las emprendió, en justicia, contra el presidente Miguel Alemán, quien sepultó con unos tablones un mural de Diego Rivera. ‘Yo sí protesto, y quiero decirle la tremenda responsabilidad histórica que su gobierno asume, permitiendo que la obra de un pintor mexicano, reconocido mundialmente (...) sea cubierta, escondida a los ojos del pueblo de este país y a los del público internacional por razones sectarias, demagógicas y mercenarias’. No dejó nada por fuera, como acostumbraba.

Alatorre nos anuncia en esta nueva edición, que Frida ‘supo combinar varias lenguas, y estos textos muestran la habilidad de la pintora para jugar con el lenguaje, el manejo de la ironía y su sentido del humor’.

Una misma y tantas, más que las dos, esa santa, enigmática, inmaculada, diosa olímpica que se reproduce en esta pintura: Diego Rivera en mi pensamiento.  


Índice iconográfico

1. Autorretrato como tehuana o Diego en mi pensamiento o Pensando en Diego, 1943.

2. Frida frente al espejo con dos perros, fotografía de Lola Álvarez, 1952.

3. Frida en la cama, pertenece a la colección del Museo Frida Kahlo, Coyoacán.


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