La mirada recorre las calles como páginas
escritas: la ciudad dice todo lo que debes,
pensar, te hace repetir su discurso, y mientras crees que visitas Tamara,
no haces sino
registrar los nombres con los cuales se define a sí misma y a
todas sus partes.
Italo Calvino
En New York,
en medio de la des-industrialización que tiene lugar desde fines
de la década de los sesenta y camino hacia una economía
de la información combinada con la erradicación de viviendas
consideradas como insalubres y obedeciendo a una regla de reurbanización,
artistas y personajes de toda índole se dieron cita unidos por
la atracción hacia lo visual y los distintos espacios al mismo
tiempo que abandonados, periféricos. En una zona urbana deprimida
y apta al mismo tiempo para todo tipo de usos (desde el arte a la escena
gay) surge la ocupación del espacio en Manhattan.
Es importante señalar que el cine experimental de los setenta,
junto a los registros ‘en bruto’ de algunas performances
o happening realizados en la época, retrataban y fijaban una
imagen de las tantas posibles que puede llegar a tener una misma
metrópolis. Se buscaba filmar distintos usos del espacio
que se activaban por medio de las acciones que fueron realizadas, de
manera más o menos espontánea y siempre incluyendo o teniendo
como telón de fondo la ciudad. Se documentaron a través
de fotografías o vídeos, distintas facetas de una misma
urbe, de su arquitectura, de sus habitantes; la multitud y su entorno
aparecen siempre en un constante movimiento, donde el original y su
copia (lo filmado o fotografiado) aparecen en esta realidad materializados
de igual a igual, se multiplican y la ciudad muestra también
su multiplicidad al ser –o poder ser- todos los lugares
(o incluso ninguno) al mismo tiempo.
Remitirse al vídeo –y
con ello al movimiento- donde se documentaron distintas facetas de la
urbe, desde las formas arquitectónicas a sus habitantes a través
del perpetuo movimiento y la multiplicidad de una ciudad contrastante,
a las fotografías por ejemplo de Peter Hujar tomadas en el West
Side de Manhattan en 1976 o a las de David Wojnarovics, especialmente
Rimbaud en New York o al trabajo directo sobre los restos de
la ciudad como en el caso de Gordon
Matta- Clark y Joan Jonas, requiere por supuesto de tiempo
y una buena cuota de reflexión, una cierta distancia espacio-
temporal, una buena cuota de memoria (a través muchas veces de
las autobiografías escritas por algunos de ellos) y saber entregarse
por completo ante las preguntas que sugerirá la imagen. O en
su defecto del recuerdo no vivido que seamos capaces de evocar
desde ellas, una vez que las cuestionamos y trabajamos sobre la idea
de que esa imagen que fue capturada en algún minuto.
Una mezcla imprescindible a fin de encontrar algunas respuestas o al
menos acercarnos a ellas e intentar tirar del hilo.
Indagar y reflexionar sobre ‘esos otros cuerpos’
Muchos de los cuerpos en las imágenes
propuestas por Nelson Sullivan (Drag Queens over Times Square,
1986) están completamente escenografiados y parecen instalar
las primeras respuestas acerca de un travestismo (identitario) que los
enmarca, los somete y los encasilla desde nuestra mirada. La manera
de hacer taxonomías sobre los cuerpos se hace evidente: imposible
no catalogar a quien describimos, ni hablar de lo que no ha sido ya
nombrado y catalogado anteriormente: lo queer, la homexualidad y los
placeres se hacen presentes de esta forma. Una suerte de hibridez estética
y de costumbres que fueron adoptadas de acuerdo a la nueva realidad
del lugar que ellos mismos proponían como suyo, se traslada luego
en los formatos de registro que nos cuentan su propia memoria: la fotografía
y su propia imagen en movimiento parecieran hablarnos y contarnos su
historia (y las microhistorias que aparecen escondidas, como en el caso
de Glenn Ligon y los relatos sobre sus viviendas, que inmediatamente
nos deja en la mente algunas imágenes, incluso sin haberlas visto
ni vivido en carne propia) en ese bajo Manhattan: las historias de amantes
en los muelles, las performances, los vídeos de tipo experimental
y la visualidad ya propia del lugar, se manifiestan. Las (micro)historias
corresponderían entonces a lo dominante que no forma parte de
la narrativa: una ausencia estructural que nos da las claves para entender
la relación entre imagen y lenguaje. Y aparecen los cuerpos que
la sociedad colonizadora ‘prohíbe’; se pasa
a un cuerpo que reprimen y se llega de igual forma a un cuerpo que desprecian,
pero que es el centro de este lugar, de estas imágenes presentadas
y donde no se concibe el espacio en su totalidad, sin ellos. A través
de esto, toma vital importancia la lectura y el discurso que se creará
desde la mirada del otro, del espectador, aquel que desde lejos testimonia
estas historias y sus registros, enmarcándolos en su vivencia.
Vernos como espectadores, nos re-sitúa
y hace ser parte también de la mirada del fotógrafo o
del cámara, que desea llevarse ese instante y que pasará
a formar parte –eventualmente- de su propia historia también.
Se nos despoja de toda actitud natural para dar paso a la idea que ese
otro espera que nos hagamos de ellos/as y que más adelante recordará
algún momento de su vida al haber sido el autor del registro
de la imagen (su propia microhistoria dentro de la historia de esa fotografía).
Como si se tratara de tener que retener ese testimonio y algún
tipo de materialización de esa memoria, de haber sido parte de
ese momento de la historia.
¿Están ahí realmente
esos amantes, o quienes fueron fotografiados o capturados a través
del vídeo? ¿O sólo corresponden a una construcción
que se pretenderá luego recordar como si hubiese sido real? El
discurso de la mirada sobre ese objetivo se hace presente,
el control del que aprieta el botón o el que graba y vuelve a
capturar ese cuerpo, resulta un arma poderosa. Es su mirada traspasada
hasta nosotros, es casi la consecuencia de un acto cometido de manera
caníbal, que los engulló y que nos atrapa ahora a nosotros
con su discurso sobre esos cuerpos y ese instante, que graficarán
como prueba real más tarde su (micro)historia. Se concilian en
cierta manera algunas de las ideas a priori creadas sobre el cuerpo
del otro. Son imágenes que cuentan una parte de su historia y
que se utilizan para acompañar un relato, los que a su vez,
actúan como un testimonio, una prueba irrefutable (se podría
llegar a pensar) de que la historia que se cuenta es verídica,
aunque tenga componentes de ficción ya que al hablar de una autobiografía
propia, común y/o también histórica, es inevitable
que ello ocurra. El cara a cara del que cuenta y el que escribe (aunque
sean la misma persona) se enfrentan y se produce la ficción de
la mirada, de la experiencia y del relato de la(s) (micro)historia(s).
Estas ideas creadas sobre los cuerpos
son mantenidas como recuerdo de un tiempo y son en cierto modo, característica
de una cultura ‘apropiacionista’ con toda imagen y con todo
cuerpo, que las/los toma prestadas/os convirtiéndolas/os en propias
e incluyéndolas como parte de una historia común, para
realizar el relato que es parte ya de una memoria viva. Estas imágenes
y la experiencia de vida junto a las historias que se generan alrededor,
hace que aparezcan una serie de historias desde esa imagen ‘creada
y escenografiada’ que nos explicaría por ejemplo muchas
de las costumbres del momento y de los modos de vida, reflejando una
inspiración extranjera si se quiere (casi a modo de etnógrafos)
no sólo en cuanto a la estética, sino que también
en el tipo de sujeto elegido para ser retratado (drag queen, drag king,
homosexuales, transformistas, etc.) y la estigmatización social
que existe sobre ellos, aunque también será inevitablemente
usada como un medio de clasificación e identificación
de esos cuerpos e individuos y esto por supuesto que se hará
siempre en función de la imagen elegida en cuestión, que
se sabe, será vista también por un tercero. Serán
imágenes diseñadas por la mirada del fotógrafo
para luego ser vistas por otros. Usadas y utilizadas para acompañar
–y retratar- un momento particular de la historia underground
y personal al mismo tiempo, en aquel Manhattan.
Historias e imágenes
a la deriva
El simple paseo –o deriva –
navegando por la ciudad, cámara en mano por aquel Manhattan de
la década de los setenta, al modo que nos propusieran los situacionistas
franceses, también estuvo presente y recogía las texturas,
las desigualdades sociales, la mirada subjetivada en las calles y la
homosexualidad abiertamente manifestada en aquellos paisajes marítimos.
Visualidad y sexo se unían en Manhattan a través de paseos
desordenados y serpenteantes, como quedan de manifiesto en las fotografías
de Peter Hujar (1976) o en el vídeo de David Hammons (Phat
Free, 1995).
Ocupaciones y usos del espacio para realizar performances, fotografías,
cine experimental e instalaciones, nos demuestra como se da la relación
entre arte y ciudad más allá del típico calificativo
de arte público o urbano. Aquí es concebida como parte
de un cuerpo que condena tanto las desigualdades sociales, como la apropiación
por parte del Estado y de la empresa privada sobre el/los territorio(s).
Se trata de un cuerpo y una urbe que se resisten a ser colonizados bajo
el manto de la reurbanización y el progreso. Aquí es el
espacio el que nos cuenta su propia historia, tal como lo hacen las
huellas y cicatrices que tiene un cuerpo; y al mismo tiempo, nos permite
reconocer ese espacio por medio de la historia que es contada
desde él
Han sido lugares de resistencia que
son ocupados para reivindicar los derechos sociales, que han sido epicentro
de desórdenes, tránsitos y acciones que son realizadas
en ellos para oponerse y contrarrestar las opresiones –y la peligrosa
inercia- que le han sido impuestas. Manzanas completamente demolidas,
lugares sin regla aparente fueron el imán que atrajo a una gran
cantidad de artistas, donde la cotidianeidad de la ciudad se manifestó
por ejemplo bajo la mirada de Stefan Brecht, Zoe Leonard y Christopher
Wool, al retratar el trayecto de un lugar a otro.
Ir a la deriva por la ciudad es también una manera de dejarnos
contar una historia. Es dejarse atravesar completamente por el espacio,
por el silencio y la memoria que posee la propia ciudad siempre tan
marcada por antagonismos, por la manera en que los poderes oficiales
han marginado las voces de determinadas comunidades considerándolas
como minorías. Es dejarse ir en rescate de la propia
memoria, de las huellas, de los sedimentos que nos deja la historia,
como tan bien los retratara –o capturara -Mathew Buckingham en
sus fotografías (One side of Broadway, 2005) dejándonos
un legado de la memoria histórica
La propia calle puede ser vista como
un espacio vacío, en contra incluso de su propia historia. Y
aquí es donde puede surgir nuevamente la noción de uso.
Del que eventualmente se le da al espacio urbano de la ciudad: el andar,
el caminar y el permanecer en espacios públicos, surgen entonces
como una reivindicación, como un derecho a usar la ciudad, de
habitarla, aunque sea momentáneamente. Se actualiza el espacio
a través de este andar y para el otro (aquel que anda) se re-significa,
al igual que para quien escribe acerca de ellos.
La historia es asociada a la estabilidad,
a lo conocido y aprendido, y es por eso mismo que muchos buscamos tenerla
siempre sujeta a revisión. La historiografía crea espacios
fijos y muchas veces nos encontramos con esas trampas temporales
en la misma ciudad, a través de los monumentos, de las ruinas
convertidas en tal, que son recordatorios de una historia que ocurrió
en algún lugar, pero que también se manifiestan bajo
la mirada del que cuenta. Y aquí es cuando se cruzan los
tiempos, entre lo conmemorativo y el recuerdo personal: ¿qué
tiempo mental se tiene al estar caminando cerca de un monumento o al
llegar a él?. La cuestión espacio/tiempo/lugar ha sido
una experiencia personal a través del viaje: ¿cómo
miramos el espacio que nos muestra la imagen? ¿cómo nos
situamos (como espectadores) dentro de esa (micro)historia? ¿No
obliga acaso al espectador a editar su propia experiencia respecto de
lo que ve?. La imagen nos sitúa de manera crítica frente
a lo que ella misma propone al hacernos cuestionar qué lugar
es, qué hora es, de qué está hablándonos
cuando la tenemos enfrente, etc. y quizá una de las más
importantes: ¿qué uso es el que se le está
dando y cómo ha sido usada antes?
Bibliografía
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Conferencia y exposición a cargo de Douglas Crimp y Lynne Cooke,
comisarios. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.
El arte y el silencio de la ciudad.
Conversación entre Rosalyn Deutsche y Johanna Burton.
Historia, memoria, Espacio.
Conversación entre Matthew Buckingham y Juan Antonio Suárez.
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and Textuality. Ed. Chris Tiffin and Alan Lawson. London: Routledge,
1994. pp. 70–85.
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Para
saber más
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DATOS
DE LA AUTORA:
Chile, 1981. Trabajadora en cultura. Actualmente
prepara su Investigación Doctoral en la Universidad Autónoma
de Madrid dentro del programa de posgrado vinculado al Museo Reina Sofía.
En su trabajo estudia y expone la problemática de los roles de
género y su relación con el poder, así como las
diferentes categorías en cuanto a ellos se refieren. Su obra
ha sido presentada en diversas exposiciones y festivales.