«Me viene a la mente Roma,
mi casa y el deseo de todos
aquellos lugares y cuanto queda de mí en la ciudad que he
perdido», dice Ovidio en Tristes. Roma es también mi casa
y, en esta calle del mundo, la única en donde me reconozco,
busco cuanto queda de mí en lo que perdí.
Maria Zambrano
Generalmente los libros clásicos
de arte romano concedían mucha importancia a los sistemas romanos
de construcción y a su cronología de aplicación,
tal vez porque pensaban que los romanos no habían podido ser
originales en el arte y no encontraban materia de reflexión.
Para mayor confusión, los monumentos se publicaban mutilados
y sufrían el hecho de ser estudiado, no por artistas, sino por
filólogos y arqueólogos. Poco a poco, a medida que las
investigaciones han ido avanzando y los monumentos han dejado de ser
un campo de ruinas, se ha ido considerando que el arte romano es original
y que si bien las obras romanas repiten tipos griegos, lo realizan con
espíritu y belleza enteramente romanos y con personalidad propia.
Se acepta que la arquitectura romana, después de pasar por una
fase en la que es heredera de la arquitectura etrusca, desarrolla otra
en la que integra la influencia griega, a veces a través de la
etrusca, y es a partir del siglo II a.C. cuando inicia un fecundísimo
y largo periodo en el que la arquitectura romana es tan perfecta, que
se convierte en uno de los principales vehículos de romanización.
Refiere Plutarco que cuando los romanos llamaron al general Marcelo
para la guerra que se libraba en casa, él llevó consigo
la mayor parte y las más bellas ofrendas de Siracusa, que podrían
ser testimonio de su triunfo y adorno de la ciudad. Tras la conquista
del sur de Italia, de Sicilia y, sobre todo, de los territorios de la
Grecia, en el siglo II a. C., Roma quedó verdaderamente inundada
de estatuas, de pinturas y de obras de arte griego. Marcelo enseñó
a los ignorantes romanos a admirar y honrar las maravillosas y bellas
obras de Grecia, tras la conquista de Siracusa, como también
explica el mismo Plutarco. En ese momento comenzaron a alterarse los
valores tradicionales de un pueblo tosco y sencillo, bueno para las
grandes hazañas, que estaba acostumbrado solo a guerrear y a
cultivar la tierra y desconocía el lujo y la comodidad. Así
era caracterizado por el mencionado autor.
Si bien es cierto, pues, que el helenismo es un componente sustantivo
de la Arquitectura Romana, cada vez se va imponiendo más la opinión
de que ésta lo transforma y lo pone al servicio de unas necesidades.
En la Arquitectura Romana campea el más absoluto utilitarismo.
Los romanos hacen esfuerzos duraderos que, a la postre, no es sino ahorrar
esfuerzos. Con frecuencia quedamos asombrados ante la perfección
de sus monumentos. Aquellos hombres estaban convencidos de la inmortalidad
del Imperio. Lo corrobora aquí, un sorprendente puente, allí,
una sólida carretera, acullá, un monumental arco de triunfo,
todavía inhiestos, servibles y espectaculares, pese al tiempo
transcurrido. Esa es la mayor gloria de Roma.
A pesar de lo dicho, es importante
mencionar, que en el siglo II a.C. comenzó a utilizarse un nuevo
material de construcción que, tras el hundimiento de la civilización
romana, asombró a sus admiradores. Este material hasta entonces
desconocido era el que los romanos llamaron opus cementicium
(caementicium), que viene a ser lo que nosotros
llamamos hoy hormigón. Le dieron su nombre los caementa,
las pequeñas piedras que se disponían en un encofrado,
como los que hoy se hacen en la actualidad sobre las que se vertían,
también del modo como se practica hoy día, la argamasa
formada básicamente por cal y arena.
El otro material barato y dúctil, fue el ladrillo, a cuyo aparejo
los romanos llamaron opus latericium o testaceum.
Comenzó a extenderse en el siglo I a.C. y se generalizó
en el cambio de era. Su producción industrial normalizada, con
piezas estandarizadas que facilitaban su utilización en las obras,
se había producido antes de terminar el siglo I a.C.
Junto con la expansión de los
nuevos materiales, se produjo el desarrollo de una nueva arquitectura,
la abovedada. No solamente utilizaron la bóveda de cañón,
sino también la cúpula e incluso inventaron la bóveda
de aristas. De esta manera solucionaron el sistema de los abovedamientos
de un espacio cuadrado. Bóvedas se ven en arcos de triunfo, puertas
de ciudades, puentes, y otros lugares. Pero las soluciones más
bellas y osadas fueron conseguidas en los espacios cerrados. La arquitectura
romana alcanza sus efectos más asombrosos en los interiores.
El edificio romano se disfruta sobretodo por dentro. En eso se mostraron
colosales los arquitectos romanos, llegaron a levantar bóvedas
de un tamaño gigantesco. Para ello tuvieron que resolver el problema
de la erección de la bóveda y el de los apoyos. Antes
de levantar la bóveda montaban un armazón de madera, cimbra,
que tuviese la forma que deseaban darle. Una vez construida la bóveda,
desmontaban la cimbra. Sobre la cimbra se disponía una serie
de arquillos o nervios imbricados rellenos después de hormigón,
para dar mayor solidez al abovedamiento. Esto nos da idea de la firmeza
de los monumentos romanos. Los elementos de sustentación de estas
bóvedas tan pesadas, eran las pilastras y el muro. Ambos de grandes
grosores.
La columna en la arquitectura romana tiene un valor decorativo. De la
tradición itálica quedó en Roma el orden
dórico romano, es decir, la variante etrusca del dórico,
a la que denominaron orden toscano los hombres del
Renacimiento. Con la helenización de los siglos III y II a.C.
se introdujeron los demás órdenes griegos y la moda helenística
de utilizar preferentemente los más flexibles, ornamentales y
esbeltos: el jónico y el corintio. El uso generalizado en Roma,
fue el corintio, el más rico de todos, pero se utilizó
con la máxima libertad, combinando ménsula con dentículos
y otras bandas decorativas en el entablamento, e integrando motivos
ornamentales de diverso carácter entre las hojas de acanto del
capitel. Una de esas elaboraciones originó el llamado orden
compuesto, en el que las volutas del capitel jónico
se superponían a las hojas de acanto del corintio.
También los romanos tomaron de Grecia los tipos fundamentales
de sus edificios, pero igualmente mostraron su capacidad innovadora.
Cuando las refinadas obras griegas comenzaron a llegar a la ciudad de
Roma, los templos que albergaban los dioses romanos eran construcciones
de barro y de madera, de aspecto tosco y de proporciones nada elegantes,
con sus amplios vuelos y sus cellas anchas y recargados de ornamentación.
Respondían al tipo etrusco.
A comienzos del siglo I a.C. se empezaron a hacer templos de piedras,
más esbeltos y de acuerdo con la codificación de los órdenes.
La helenización fue casi completa. Los templos romanos conservaron
la elevación sobre un podio, la pronao muy profunda en la fachada.
No incorporaron el peristilo griego que quedó convertido en una
sucesión de columnas adosadas sobre los muros macizos de la cella,
para formar el tipo pseudoperípteros, característicos
de la arquitectura templaria romana.
En los tiempos de la república, bajo la dictadura de Sila, en
siglo I a.C. se había utilizado entonces la novedosa construcción
de cementium, con arcos y bóveda, en los complejos religiosos
de Júpiter Anxur, en Terracita, de Hércules
Victor, en Tívoli y de la Fortuna Primigenia
en Preneste, la moderna Palestrina. Los grandes conjuntos arquitectónicos
dispuestos en espectaculares elevaciones naturales que los romanos pudieron
contemplar en la Pérgamo helenística y en otros centros
del Oriente griego, se reprodujeron aquí a la romana, incorporando
los potentes medios que brindaban el nuevo sistema de construcción.
El llamado Maison Carré,
en Nimes, erigido en honor de Augusto, el año 16 a.C, en excelente
estado de conservación, ofrece todas las características
que separan el templo griego del romano. La caliza blanca en que fue
construido ha adquirido con el tiempo matices rojizos y ambarados que
acentúan, más aún, esta sensación de perfección
ilusoria.
En la época de Augusto, inmediatamente después de regresar
el Emperador de Egipto, procedió a restaurar templos de Roma,
‘Ochenta y dos templos de los dioses de la Urbe restauré
por decreto del Senado’. Edificó también un templo
en un Foro nuevo que construyó en Roma, cuyo santuario central
parece ser que fue el Templo de Marte, de Roma. Entre
las ruinas del Foro de Augusto destacan columnas que aun se mantienen
en pie, de este templo dedicado al dios de la guerra.
De excepcional importancia es el conjunto de los templos de
Baalbek, en el hoy maltratado Líbano. Su gran templo
de Júpiter que empezó a construirse a principios del siglo
I d.C., durante el dominio del Emperador Augusto, es muy parecido al
del Foro de Trajano, sin que se tengan datos de cual de ellos es el
modelo original. Puede presumirse que fue el templo de Baalbek el que
tomó su planta y disposición de monumentos romanos.
El Ara Pacis Agustae,
en el Campo de Marte, erigida por Augusto a su regreso de las campañas
pacificadoras en España y la Galia en el año 13 a.C. Tal
decía la famosa inscripción llamada Testamento de Augusto.
Es un edificio cuadrado alzado sobre un podium, y dos puertas, una al
Este y otra al Oeste que se abren en sus muros con relieves decorativos
e iconografíados de primer orden.
En España, los más importantes,
fueron el Templo de Marte, Mérida y el templo de Fabara, Zaragoza.
Esa gran cantidad de templos que Augusto construyó en Roma y
en su territorio, la pública magnificencia, representó
una adhesión cerrada a tradiciones mesuradas de la arquitectura.
Edificios grandes y ricos, de cuidada factura y de exquisita decoración,
eran símbolo de la solidez del Estado y de la política
prudente del Príncipe siempre partidario del clasicismo como
lenguaje representativo de su virtual reinado.
Esta moderación de la edad de oro de Augusto fue invocada más
tarde por Adriano, pero en el periodo de paz y seguridad que vivió
el Imperio bajo su poder, en el siglo II, hizo que se manifestara de
modo distinto, como lo demuestra un edificio religioso singular de Roma,
el símbolo por excelencia de la arquitectura imperial romana,
el Panteón de Adriano o Templo de todos
los dioses. Situado entre los cerros Palatino, Celio y Esquilino,
donde había estado el lago artificial de la Domus Aurea de Nerón,
hay misterios que envuelven su origen y son muchas las vicisitudes por
las que ha pasado. En este sentido tanto los historiadores clásicos
como la tradición medieval coinciden en atribuir a Agripa la
construcción del Panteón de Roma. Pero hace poco un arquitecto
francés que tuvo la oportunidad de hacer calas en el grueso de
los muros y en la bóveda del Panteón, encontró
en diferentes niveles ladrillos con marcas del tiempo de Adriano. Se
sabía que Adriano, quien sintió una extraordinaria afición
por la arquitectura e intervenía en la edificación de
sus principales edificios, había restaurado el Panteón,
pero lo que se ignoraba es que hubiese sido una verdadera reconstrucción.
¿Cuál es, pues, la conclusión que tenemos que sacar.¿Queda
algo de la obra de Agripa en el Panteón, o es por completo un
monumento de la época de Adriano?
Hay quienes afirman taxativamente
que el Panteón que Agripa construyera hacia los años 27
y 25 a.C. fue totalmente destruido por un incendió sufrido en
el año 80 y el actual fue completamente reconstruido por Adriano,
entre los años 118- 125 d.C.
En cualquier caso, lo cierto es que
en él culminan las investigaciones de los arquitectos romanos
sobre el espacio interior, en una solución armoniosa e imponente.
El uso que aquí vemos de la planta circular no constituía
una novedad. Ya se había aplicado en los complejos termales.
Lo nuevo consistía en su aplicación a un edificio religioso.
Y tampoco el empleo de la cúpula era inédito. El hecho
verdaderamente original deriva de las dimensiones gigantes, de la definición
del espacio interior.
Definición vital, obligada para
quien entra en el Panteón. Esta vitalidad está determinada
sobretodo por el amplio tambor cilíndrico y por la compleja estructura
de soportes mediante arcos que abrazan la cúpula en su empuje
sobre macizos pilares. De tal manera, que el vacío que hasta
entonces había sido considerado un elemento pasivo o negativo
en la arquitectura, adquiere un valor positivo, de ‘presencia’
que actúa, gracias a las perfectas correspondencias entre los
distintos elementos del imponente edifico. Correspondencias medibles
que captamos entre los distintos elementos y que se traducen en una
sensación de armonía y belleza. Por ejemplo, el diámetro
del Panteón y su altura, son iguales. Existe correlación
entre la línea de la planta y las infinitas curvas que forman
la cúpula. Los cinco círculos concéntricos de la
cúpula, decorados con casetones, que suben hacia la única
abertura, son también redondos. Todo ello, da la impresión
de una ligereza aérea. Estos resultados estéticos son
posibles gracias a la perfección técnica con que los constructores
romanos utilizan los materiales de construcción. Esta noción
de estabilidad inmutable que proporciona la composición del interior,
es la mejor plasmación de la seguridad imperturbable del imperio,
la materialización de su auge y la mejor evidencia de la madurez
del arquitecto.
Puede afirmarse, sin duda, que el Panteón
es el primer edificio en el que aparece el moderno concepto de arquitectura
como arte creador de espacios interiores. La arquitectura griega estaba
hecha para ser vista desde el exterior, donde se reunía el pueblo
para asistir al sacrificio litúrgico que se practicaba en el
altar situado siempre frente al templo. El Panteón, en cambio,
como arquitectura romana que es, crea un universo interior en el que
el pueblo se concentra para comulgar con los dioses, aislándose
del Cosmo exterior. No es extraño que el Panteón sea el
único templo romano que es hoy iglesia.
También los enterramientos funerarios tienen interés arquitectónico.
En Roma, las tumbas se disponían a lo largo de las vías
principales. Las sepulturas individuales modestas tienen un interés
reducido, pues no tienen más que un sarcófago formado
de tégulas de piedra o barro cocido. En cambio los enterramientos
de personas principales, los mausoleos si que poseen un enorme interés
artístico, servían al mismo tiempo de tumba y templo.
Podían tener planta cilíndrica, cuadrada o rectangular.
Algunos se coronaban por una especie de cono de poca altura. Parecen
derivaciones de las tumbas de cámaras etruscas. En las ciudades
eran corriente los enterramientos colectivos o columbarios
por la costumbre que había de incinerar cadáveres.
La tumba de Cecilia Metela, esposa de Craso, en la
Via Apia de Roma es la más antigua de estas grandiosas construcciones
sepulcrales de forma cilíndrica.
El mausoleo de Augusto
del año 26 a .J. era también circular. Decidió
construirlo para él y los suyos cuando sólo tenía
treinta y cinco años. El lugar escogido fue el campo de Marte,
y su forma, un túmulo sencillo sosteniendo un bosquecillo. Con
excepción de sus paredes circulares, queda poco del colosal túmulo.
Los muros de sostenimiento de las terrazas superiores tenían
que basarse en el suelo y esto obligó a que las plantas fuera
una serie de anillos circulares con galerías entre los muros
cilíndricos. Es posible que careciera del pórtico de entrada.
Los obeliscos son los que están hoy en las plazas del Quirinal
y de Santa Maria la Mayor. Allí entraron primero las cenizas
de Octavia y Marcelo, hermana y cuñado de Augusto. Después,
las de Agripa, Julia, Druso, Cayo y su hermano Lucio, y las del príncipe
Augusto. Más tarde, se abrió el mausoleo para recoger
las cenizas de Germánico, Livia, Tiberio, Agripina, Nerón
y hasta para la esposa de Septimo Severo, Julia Domna, que por pertenecer
a la gente Julia, se creyó con este derecho.
El citado Mausoleo de Augusto, que
visto los enterramientos, bien podía llamarse de los Julios,
fue imitado por Adriano. La llamada Mole Adriana, transformada en el
Castillo de Sant´Angelo, es todavía uno
de los monumentos más impresionantes de Roma. Su enorme masa,
enteramente desfigurada por las reformas, domina aún hoy la mitad
de la Urbe, en la orilla derecha del Tiber. Estaba formado por un poderoso
cuerpo cilíndrico de 21 metros de altura y 64 metros
de diámetro, con un recinto revestido de mármol. Un túmulo
de tierra con cipreses y otras plantas, probablemente remataba la cima,
mientras que coronando todo el monumento, se elevaba la gran cuadriga
de bronce dorado con la estatua del Emperador. Adriano fue sepultado
en el Mausoleo, un año después de su fallecimiento, en
el 139 d.C. cuando la obra fue terminada por el emperador Antonino Pío.
Con forma de torre, de planta
cuadrada, o tumba tipo campanile, está la de los
Julios en Saint-Remy, Provenza.De forma exótica
o caprichosa, son la Pirámide de Cayo Cestio
y la tumba del panadero Marco Virgilio Eurysaces, del
476 d.C. Ambas en Roma.
Artículos relacionados:
- Arte romano.
Arquitectura de poder (2ª parte)
Bibliografía
- Andrea, Bernard.: Arte romano, Barcelona, Editorial Gustavo
Gili, 1974.
- Bendala, Manuel.: El arte romano, Biblioteca Básica
de arte, Anaya, Madrid, 1990.
- Martín González, J.J.: Historia del Arte. Editorial
Gredos, Madrid, 1996.
- Robertson, D.S.: Arquitectura griega y romana, Ed. Cátedra.
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- Tarradell, M.: Arte romano en España. Barcelona, Ediciones
Polígrafa, 1969.
- Ward-Perkins, John B.: Arquitectura romana, Aguilar. Col.
Historia Universal de la Arquitectura, Madrid, 1990.
- Wheeler, Mortimer.: El arte y la arquitectura de Roma, Barcelona,
Ediciones Destino, 1995.
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DATOS
DE LA AUTORA:
Remedios García Rodríguez, Profesora
de Educación, Licenciada por la Universidad Complutense de Madrid
(1968), Licenciada en Psicología por la Universidad Pontificia
de Salamanca (1969), Master en Psicología por la UNED de Madrid
(2000). Inspectora de Educación en las Autonomías de Euskadi
y Andalucía desde 1980. Redactora de Homines.com.