La exigencia de exaltar el sentido
del espacio, nacida en Roma, encuentra otra estupenda realización
en la Basílica. Desde los tiempos republicanos al ocaso del Imperio,
la basílica constituye, sin duda, una de las expresiones arquitectónicas
más importantes. Constituían, según los casos,
salas de reunión, bolsas de comercio y tribunales de justicia.
El tipo es originario de la Grecia helenística. Constaba de planta
rectangular y tres naves longitudinales. En un extremo se colocaba la
tribuna para los magistrados. La pared de fondo tenía forma semicircular,
de ábside. Generalmente la nave central estaba más levantada
que las laterales, lo cual permitía la colocación de ventanas
que iluminaban el interior de forma parecida a como ocurría en
los templos egipcios.
Había dos tipos de basílica. Una respondía al tipo
griego, con entrada por el lado corto y naves en sentido longitudinal,
de la que según algunos se derivó la basílica cristiana,
como la basílica de Pompeya, de la que han quedado
numerosos restos.
Otra, el tipo oriental, presentaba la entrada por el lado mayor
y un ábside en cada extremo, como la basílica
Julia en Roma. Ambas pertenecientes al periodo republicano.
Fue a comienzos del siglo IV cuando
se planificó la Basílica Majencio también
llamada Basílica Nova, en el foro romano. Iniciada
por Majencio y terminada por Constantino, su sucesor, la imponente nave
central estaba cubierta con bóvedas de aristas, y se contrapesaban
mediante bóvedas de cañón en las naves laterales.
Un terremoto en 1349 derrumbó las maravillosas bóvedas.
Sólo una de las ocho columnas, de veinte metros de altura, adosadas
a las pilastras, quedó en pie hasta el año 1614, cuando
el Papa Pablo V la trasladó, con sesenta caballos, a la plaza
de Santa Maria la Mayor.
La civilización romana, que
está esencialmente relacionada con la ciudad
y las exigencias de los ciudadanos, se desarrolla con realizaciones
de máxima funcionalidad. Las ciudades construidas de nueva planta
por los romanos se trazan con un plan geométrico Una vía
dispuesta de Norte a Sur, el cardus, y otra perpendicular,
de E. a W. el decumano, distribuyéndose el interior
en más vías de secciones rectangulares. Algo tradicional
en los establecimientos militares, de los que habían surgido
muchas ciudades. Algunas fueron añadiendo a este planeamiento
regular, un ensanchamiento al azar, quedando rodeadas de murallas de
trazado irregular y originándose un espacio libre o pomoerium.
En cualquier caso, el centro de la ciudad es el foro,
la plaza griega, el ágora, que suministra el punto de partida
para la formación y gran desarrollo de este, donde se agrupan
los edificios públicos y religiosos. Los templos, las basílicas,
la curia, el archivo, los hitos históricos y los monumentos conmemorativos,
hicieron del foro romano un aglomerado incoherente de instituciones.
Este espacio tiene para los romanos carácter sagrado. Cuando
la ciudad es regular, el foro puede tener planta cuadrada, pero lo más
frecuente es la forma rectangular. Y si la ciudad se ha ido formando
paulatinamente, sin un plan preconcebido, el foro es semi-irregular.
En Roma durante el siglo II a.C. la
construcción de las primeras basílicas sobretodo la Basílica
Emilia, subrayó el carácter de centro de la vida política
y administrativa del Foro Romano que cobró paulatinamente
su fisonomía política definitiva.
La necesidad de ampliar el viejo centro político y administrativo
de la ciudad y del Estado y brindarle un aspecto más imponente
y más noble de origen, a fines de la edad republicana, dio origen
a la creación de esos maravillosos conjuntos llamados Foros
Imperiales.
El primero es el foro de César comenzado en
el año 51 a. J. Se trataba de una plaza rectangular y cerrada
a los pies de la Roca Capitolina, con ábside para las estatuas
de culto y rodeado por columnas. Al fondo preside el templo de Venus
Genitrix, divina progenitora de la estirpe de César y madre de
Eneas, quien se había casado con Lavinia, hija del rey Latino,
con la que tuvo un hijo, Julio, antecesor de los Julios. La ordenación
regular del foro fijó un tipo para los subsiguientes edificados
en Roma.
Su hijo Augusto edificó su foro
formando ángulo recto con el suyo, inaugurado el año 2
a. de C. Al fondo, un nuevo templo, Marte Vengador construido en mármol
de Carrara, rodeado también por ocho columnas en la fachada y
otras tantas laterales en las exedras. Bajo los pórticos se colocaron
estatuas de héroes y grandes generales de la república,
anunciando una solución que luego adoptará el foro de
Trajano.
Vespasiano, después de triunfar en la guerra contra los judíos,
entre los años 71 y 75 , dispuso la construcción, a poca
distancia del foro de Augusto, del Templo de la Paz,
que podía considerarse como una continuación de los dos
foros anteriores.
Posteriormente, Domiciniano utilizó el escaso espacio libre entre
el Templo de Augusto y el Templo de la Paz, para construir el foro
de Nerva, o Transitorium. Por su función de
trámite, se formó un conjunto único y orgánico
sin solución de continuidad.
Al oeste del foro de Augusto, se realizó
el foro de Trajano, el más completo, suntuoso
y espectacular de todos, finalizándolo en el siglo II. En realidad,
los anteriores se concibieron como grandiosos atrios de los templos
con los que formaban unidad. Sin embargo, este no es un templo el que
se articula con la plaza, sino una gran basílica, la
Basílica Ulpía, cuyo eje se sitúa transversalmente
respecto al eje general del conjunto. Se entraba por un arco de triunfo,
y en el centro se alzaba la estatua ecuestre del Emperador. A los dos
lados de la columnata, dos exedras inspiradas en el foro de Augusto,
y al frente, la fachada lateral de la basílica, cuyos ábsides
riman con las exedras. A sus espaldas, se alzaba la gran columna del
Emperador, dos bibliotecas, griega y latina, y el templo con un nuevo
patio porticado. El constructor de todo el conjunto fue Apolodoro de
Damasco. Era casi de una grandiosidad oriental. Del Foro de Trajano
proceden un sin número de fragmentos de sorprendente belleza
diseminados por las iglesias y los museos de Roma.
En definitiva, desde las ciudades
de Italia y Francia, colonizadas en primer lugar, hasta los más
remotos territorios del Imperio en las costas del mar Negro y en los
confines de Escocia, lo que permite distinguir inmediatamente y con
seguridad como romana una instalación, es la presencia del Foro,
al que se abren los servicios públicos y los templos, los cuales,
pierden su propio valor autónomo para insertarse en un conjunto
más amplio. La sociedad romana se hizo mucho más compleja
que la que dio origen al arte griego.
Las termas eran centros importantes para la higiene
y el asueto de los romanos. Refiere Plinio que, en la época de
Augusto, Agripa ‘abrió ciento setenta baños gratuitos’
en Roma. Pero en el reinado de Vespasiano, este número había
aumentado hasta el infinito.
Los conjuntos termales estatales llegaron
a ser extensísimos, grandiosos y muy confortables, según
interesaba a la propaganda imperial. El apoditherium era lugar
para desnudarse. Con arreglo a la temperatura de los baños, existía
el caldarium, el tepidarium y el frigidarium,
los cuales respectivamente tenían agua caliente, templada y fría.
Otra sala, laconicum, era para conversar. Pero las termas acabaron
por ampliar sus instalaciones con salas de juegos, bibliotecas y otras
dependencias, de forma que llegaron a ser grandes casinos provistos
de baños. Más que ningún otro tipo de monumentos
romanos, fueron las termas las que obligaron a construir grandes bóvedas.
En las basílicas romanas se reunían solo parte mínima
de la población. En cambio, en las termas eran para todo el mundo.
Se reunían en ellas multitudes inmensas y había que hacer
salas espaciosas, cubiertas con bóvedas gigantes.
Muestras de ellas son las termas
de Estabianas del siglo II a.C. resto termales más antiguos.
De las de Agripa, primeras termas de Roma, no queda nada más
que informes paredones detrás del Panteón. De las de Nerón
sólo se conserva el recuerdo de su emplazamiento. Las de Tito
están enterradas debajo de construcciones posteriores. Aun no
se sabe exactamente la situación de las de Trajano. Las de Caracalla
inauguradas en el 216, fueron comenzadas por Septimo Severo. Unicas
que conservan algo de su estado primitivo. Todavía hoy las bóvedas
de las termas de Caracallas, rotas y destrozadas, son un testimonio
heroico de la capacidad de los arquitectos romanos para construir bóvedas
colosales. De las de Diocleciano, las partes mejor
conservadas, han sido incorporadas a la Iglesia renacentista de Santa
Maria de los Angeles y al Museo Nacional Romano. En la calle puede observarse
el resto de las termas. La columnata semicircular de la actual Plaza
de la República era parte de la antigua exedra de las termas.
Los teatros derivan de los teatros griegos.
Difiere, no obstante, porque el graderío o cavea, se dispone
en forma semicircular y no de herradura. La entrada se efectúa
por unas grandes puertas laterales o aditus. En la parte central
había un espacio semicircular llano, la orchesta, para uso del
coro. Frente al semicírculo se disponía primero el proescenium,
en el que los actores esperaban su turno. Luego, ya sobre un zócalo,
se colocaba la scena, cerrada por detrás y adornada
con decoraciones. En esta se verificaba la representación. En
algunos teatros había un lugar destinado a las autoridades o
pulpitum, delante de la escena. El escaso papel que tiene el
coro en la comedia latina explica la reducción de la orchesta.
A veces, se disponían los teatros en el llano, en otras ocasiones,
se aprovechaba un desnivel para levantar la cavea. El exterior de los
teatros presentaba dos o más pisos de arquerías adornadas
con diversos órdenes.
En estas construcciones de varios pisos, es donde los romanos emplean
los órdenes clásicos con arreglo a su resistencia, es
decir, de abajo a arriba se sucedía el toscano, el jónico,
el corintio y el compuesto, disposición que quedó como
canóniga para la posteridad
El teatro Pompeyo,
primer teatro de piedra, no inaugura esta superposición, la encontramos
ya en el Tabulario, de fachada plana y de dos pisos, construido por
el Cónsul Lutacio Catulo en el año 86, en el Foro Romano.
Todavía sus formidables muros forman el telón de fondo.
Pero el teatro de Pompeyo, cuyos restos en el Campo de Marte han permitido
su reconstrucción, es de tres pisos y con fachada circular. En
ella vemos adoptado sin vacilaciones estos tres órdenes, algo
que nunca los griegos se atrevieron a realizar. El genial arquitecto
se lanzó a esta aventura logrando resultados técnicos
admirables que encontraremos en otros teatros y anfiteatros romanos
de Italia. Es, pues, una solución romana. Como lo es, así
mismo, que la pared circular de fachada sostenga las gradas para los
espectadores, permitiendo así edificar teatros dentro de las
ciudades, sin necesidad de apoyarlas en una colina, como los griegos.
Importantes ruinas se conservan en
Roma del Teatro Marcelo comenzado por Julio César
y terminado por Augusto. En él se combinan los sistemas arquitrabados
y abovedados, observándose la jerarquía de órdenes,
con tres cuerpos, de 55 arcadas cada uno. En la actualidad se observa
que la base corresponde a las ruinas del teatro, pero los dos pisos
superiores fueron transformados para viviendas por la familia Samelli,
que lo adquirió y le dio forma de palacio renacentista.
La necesidad de cerrar todo el espacio
para celebraciones de espectáculos dio lugar al anfiteatro, que
presenta una escena circular y una cavea continua más o menos
redonda. Las plazas de toros españolas vienen a representar una
imitación de aquellos edificios romanos. La cavea se dividía
como en los teatros, en tres anillos circulares y se llamaba inma,
media, y summa cavea. El anfitestro es quizás
el tipo de arquitectura civil más característico de los
romanos. Destinado a las luchas de gladiadores y a la caza de fieras,
en ellos se realizaban sangrientos espectáculos públicos,
especialmente en la época paleocristiana. Unos y otros venían
de todas las partes del mundo sometido a Roma, y era esto lo que le
confería a aquellos espectáculos su sentido triunfalista,
símbolo de la grandeza imperial. De ahí la casi identificación
de Roma con el Coliseo o Anfiteatro Flavio.
Surgió en el centro del valle situado entre los cerros Palatino,
Celio y Esquilino. Comenzado en el siglo I por Vespasiano, fue inaugurado
por Tito en el año 80 y restaurado por Septimio Severo.
Es una construcción exenta,
apoyado en una serie de galerías concétricas abovedadas
en las que descansa la cavea, que podía alojar a más de
50.000 espectadores. Subdividida en tres sectores sobrepuestos de graderías,
rematados en lo alto por un pórtico, que comprendía un
cuarto orden de gradas de madera para los espectadores de pie. Cada
sector de la gradería se hallaba reservado a una particular categoría
de ciudadanos, quienes, en cualquier caso, gozaban todos del derecho
de entrada gratis. De sus gigantescas dimensiones podemos precisar algunas.
Casi 50 metros de altura del anillo exterior, 188 metros de largo del
eje mayor de la elipsis y 56 metros de largo del eje menor.
El exterior está dividido en cuatro plantas, tres de ellas con
arcos y la superior adintelada con superposiciones de órdenes
en las columnas que decoran los pilares, toscano, jónico, corintio
y el último, un muro liso articulado por pilastras compuestas,
que se añadió en la época de Tito. Todo el sistema
va rematado por una gran cornisa de ménsulas en la que se fijaban
los mástiles y desde los que se extendían el toldo que
cubría el interior, protegiendo a los espectadores de las inclemencias
del tiempo. Las arquerías del piso segundo y tercero cobijaban
estatuas.
Toda la obra era de travertino, aunque también se utilizó
el tufo y el hormigón para muros y bóvedas. El mármol
se aplicó para revestir las gradas y decorar sus partes más
importantes. En la planta baja tiene un pórtico monumental del
que arrancan las escaleras que conducen a los pisos superiores. Una
combinación muy hábil de estas escaleras, permitía
la salida en pocos minutos de los cincuenta mil espectadores que podía
albergar el edificio. El 7 de julio de 2007, entra a formar parte de
las siete nuevas maravillas del mundo elegidas a través de una
votación mundial por Internet y teléfono.
Los circos servían para celebrar carreras de
carros y caballos. De planta alargada, con un extremo semicircular,
tenían un muro central, spina, en cuyos extremos se situaban
dos postes o metas en torno a los cuales debían girar los carros.
En Roma se encuentran el Circo Máximo que, según
Plinio, tuvo en su origen capacidad para 250.000 espectadores. La última
reconstrucción fue obra del emperador Trajano a principios del
siglo II., ampliado por Caracalla y restaurado por Constantino.
La gradería se hallaba dividida
en tres secciones, en sentido horizontal. Estaban interrumpidas en el
lado hacia el Palatino por el gran palco imperial, unido a los palacios
que surgían sobre las laderas del cerro. Con el tiempo sufrió
la expoliación y sus estructuras comenzaron a hundirse. Los dos
obeliscos que yacían en el suelo, en el 1588, fueron colocados
en la Plaza del Pueblo y en San Juan de Letrán, donde se encuentran
actualmente.
La vivienda romana debe sus principales elementos a
etruscos y griegos. De la casa etrusca tomó el atrium,
aquel patinejo porticado y sostenido por cuatro postes. Se llamaba complubium,
a la abertura del tejado inclinado hacia dentro. Por allí penetraba
el aire y la luz. Las aguas de la lluvia se recogían en un estanque
o impluvium. En la parte posterior ofrecía la casa romana
un jardín, a imitación de la huerta etrusca, estando protegido
el lugar por un pórtico en sus cuatro lados, derivación
del peristilo griego, pero sin que estuviera pavimentado el espacio
central como este. Al exterior las casas no presentaban casi huecos.
En el interior, entre el conjunto de las habitaciones en torno al patio,
alae, destacaba el tablinium, una especie de sala
de recepción o sala rica, con las imágenes de los mayores,
representativa de la idiosincrasia familiar, que se encontraba siempre
centrada en el lado opuesto de la entrada. Era más amplia y alta
que las demás y conectaba con el atrio a través del pórtico.
Había un triclinio o comedor, cubículos para
dormir y otras dependencias propias de una casa.
En la ciudad, la domus
era una vivienda para las clases altas, exactamente como sucede hoy
en día. Las casas de pisos, las insulae, era
la solución para quien no tenían rango social elevado
o una disponibilidad económica acorde con él.
Se conservan magnificas casas en Pompeya, como la imponente y lujosa
Casa dei Vetii. En el Palatino de Roma está
la Casa de Livia, morada del propio Augusto, que había
permanecido en ella sin necesitar más. Se conservó después,
por respeto, englobada en las grandes construcciones posteriores.
No es difícil imaginar en nuestro
tiempo, la función que desempeñaban en Roma las villas
urbanas para quienes tenían la suerte de poder evadirse
circunstancialmente de una populosa ciudad. A veces meras residencias
de placer y otras, a la vez, centros de explotación de propiedades
agropecuarias del dueño. Estaban configuradas de un modo especial.
A veces carecen de los elementos representativos de la casa romana por
lo que no es verdaderamente típica de esta arquitectura doméstica.
Un ejemplo tenemos en las villas en el agro de Pompeya, en Boscoreala.
De los Palacios imperiales
hay pocos restos. El primer palacio imperial, propiamente dicho, fue
construido por el sucesor de Augusto, Tiberio. Es la Domus Tiberiana,
situada en el ángulo sudeste del Palatino, de la que quedan grandes
restos de paredones con pasadizos y galerias decorados con estucos de
tipo helenístico.
Nerón edificó la descomunal
Domus Aurea. Su nombre obedece al lujo en la decoración.
Sería la residencia imperial en el Esquilino. El Emperador había
viajado por el Asia y había congeniado con los grandes de aquellas
lejanas provincias, pero los arquitectos de la Domus Aurea debieron
ser romanos. Posiblemente Celer y Severus que no parecen traducción
de nombres griegos. Su concepción arquitectónica era muy
parecida a la posterior villa Adriana de Tívoli. De esta espléndida
mansión se conserva algunos relieves.
Domiciano volvió a fijar sus
miras en la colina venerable, el Palatino, donde Roma había comenzado
y expropió la mayor parte del mimo para construir la Domus
Flavia, sin respetar los derechos de la gente. Allí
se alojaron los emperadores sucesivos, añadiendo dependencias,
pero sin alterar el núcleo central del Palacio de los Flavios.
Ha sido excavada completamente y con las ruinas descarnadas se han construido
las estancias, por lo menos en el papel. Era una mansión de tipo
nuevo, no latino. Pero la trascendencia del palacio de Domiciano no
fue tanto por los aspectos formales de su arquitectura, como por los
tipológicos.
El palacio imperial fijó el carácter de los edificios
que en adelante constituyeron los escenarios por excelencia de los actos
de poder en Roma. Los espacios se agruparon en una zona oficial, y en
otra privada, la que se conoce con el nombre de Domus Agustana.
En la oficial, la Domus Flavia propiamente, destacaba la coenatio, para
los banquetes ceremoniales, la basílica, en la que los césares
resolvían causas judiciales, y el aula regia, un enorme espacio
donde los emperadores se manifestabanen toda majestady con todo el aparato
de la corte imperial en las ocasiones más solemnes.
Villa Adriana de Tívoli, de Apolodoro, situada
en las afuera de Roma. Se acometió su construcción a partir
del año 118. Es la más original empresa constructiva del
emperador Adriano. En ella se evocan algunos de los más célebre
lugares y monumentos arquitectónicos que dicho emperador había
visitado durante sus viajes por las provincias del Imperio. A pesar
de la fuerte expoliación sufrida en el siglo XVI, Villa Adriana,
se yergue todavía como uno de los monumentos más fascinantes,
que ha dejado huellas en obras de Borromini e incluso en la típica
casa inglesa del XVIII.
Roma demostró una gran tendencia
a recordar los grandes acontecimientos y a los grandes hombres, construyendo
para ello monumentos conmemorativos, como la columna
y el arco conmemorativos, sin ninguna otra función
Entre las columnas conmemorativas podemos citar la columna rostrata,
erigida en honor del cónsul Duilius, del año 260 a.C.
La Columna de Trajano del siglo II, de cien pies de
altura, en el foro de Trajano, a espalda de la basílica de Ulpia,
en la plaza, situada entre las dos bibliotecas y el templo de Trajano.
Se yergue majestuosa y soberana sobre un pedestal cúbico, donde
según los textos antiguos fueron depositadas las urnas que guardaban
las cenizas del Emperador y de su esposa, coronada con una estatua de
bronce de Trajano, actualmente perdida. En el interior una escalera
de caracol conduce hasta la cima, iluminada por saeteras. Obra de Apolodoro
de Damasco, fue inaugurada en el año 113. De la basa arrancan
en hélice los relieves que describen paso a paso las campañas
del gran Emperador en la región del Danubio, ofreciendo interesante
información sobre la arquitectura, el ejército y otros
aspectos de la cultura de tales latitudes. Produce gran estupor contemplar
con la minuciosidad con la que están descritos los sucesos de
las guerras Dacias. Es una crónica de sus acciones. Su conservación
es casi un milagro. De la grandiosidad de su estilo aprendieron los
más grandes artistas romanos, como Rafael y Miguel Angel. Este
último, viendo un cuadro de Tiziano, llegó a decir, no
se sabe si con razón o sin ella, que los venecianos no llegarían
nunca a la perfección, porque no tenían una columna trajana
como la tenían ellos.
La columna de Marco Aurelio
es copia de la de Trajano. Sus relieves narran los hechos guerreros
del Emperador, entre los años 169 y 176, en recuerdo de sus guerras
contra los germanos y los sármatas. Tiene exactamente la misma
altura cien pies, pero es de diámetro algo mayor porque debía
sostener en la cima la doble estatua de Marco Aurelio y su esposa Faustina.
Parece más chata porque al conservarse en el lugar original,
el Campo de Marte, y al haberse subido el nivel del suelo cuatro metros,
parte de la columna queda enterrada debajo del pavimento. Con todo en
1589, el arquitecto de Sixto V, dominico Fontana, le puso una base para
producir el efecto de que terminaba a ras de tierra y le colocó
en lo alto una estatua de San Pablo, para que correspondiera a la de
San Pedro puesta también entonces en la Columna Trajana.
De los monumentos conmemorativos, los arcos triunfales son los de mayor
divulgación en Roma. Su empleo parece empezar en la época
de Augusto. Se tienen noticias de un arco triunfal suyo, levantado en
el campo de Marte, que ha desaparecido.
Parece ser de la época de Tiberio el gran Arco Triunfal
de Orange en Provenza, decorado con relieves alusivos a las
guerras con los galos. El magno monumento descuella aún con sus
tres arcos en medio de la carretera, a la salida de la pequeña
ciudad provenzal.
En Roma, el de Arco de Tito, frente al Coliseo, aunque
sencillo, se erigió para recordar la toma de Jerusalén,
en el año 70 y como testimonio de las campañas de Tito
en Asia.
El bellisimo Arco Triunfal
de Trajano en Benevento, situado donde comenzaba la vía
que conduce a Brindisi, fue construido en el año114. Obra de
Apolodoro para conmemorar el gobierno paternal del Emperador, que en
la inscripción lleva el nombre de óptimo, que el Senado
le había conferido. Nunca este título se había
dado por los romanos nada más que a Júpiter. Trajano,
que era alto, aparece algo mayor en los relieves, Pero al fin y al cabo,
un hombre. No lleva corona, ni aun laurel. Sin embargo, tiene en el
alma las virtudes romanas que son también las virtudes hispánicas
y con ellas gobernó el mundo y consigue las escenas de paz que
la columna refleja.
Los arcos de Septimio Severo y Constantino
constituían también otros hitos en la vía sacra
por la que se desarrollaban los tumultuosos desfiles de los soldados
portando el botín y conduciendo a los prisioneros hasta llegar
al templo de Júpiter en el que los sacrificios rituales culminaban
la fausta ceremonia.
Algunos otros arcos se edificaron con más de un vano, generalmente
con tres, destacando el central sobre los laterales, y otros, emplazados
en el cruce de dos vías, se hicieron tetrafontes, es decir, ofreciendo
un frente a cada una de las cuatro direcciones que confluían
en el monumento.
Entre las obras de ingeniería se encuentran las calzadas,
los puentes y los acueductos. Son
monumentos de utilidad pública, siendo este tipo de construcciones
donde los romanos han dado la muestra más clara de su poder y
su sentido práctico, y a pesar de su funcionalidad no dejan de
tener monumentalidad.
La construcción de las calzadas
fue objeto de especial cuidado como medio de facilitar las comunicaciones
entre Roma y todo su Imperio. Se realizaron con una técnica perfecta
y a la vez muy lujosa, ya que sobre las capas de hormigón se
colocaba un enlosado de grandes piedras. Una de las primeras vías
romanas, fue la Vía Apia, 312 a.C. y tuvo como
finalidad estratégica unir a Roma con las costas del Sur. Desde
el principio iba provisto de miliarios que indicaban la distancia entre
mansión y mansión.
Los puentes son obras de gran cantería, fomentándose sobre
todo la solidez y la sencillez con vistas a una permanencia que les
preserva de los elementos y del paso del tiempo. En ellos los romanos
usaron sabiamente la forma estructural del arco. El famoso Pont
de Gard, sobre el Ródano, cercano a Nimes, siglo I,
probablemente obra de Agripa, es muy admirado. Para salvar la altura
del valle fueron necesarios tres órdenes de arcos retranqueados
unos sobre otros y sobre los superiores existía un acueducto.
La superposición de un acueducto sobre un puente revela el genio
utilitario de los romanos, dando a sus obras de ingeniería una
grandeza que produce efectos análogos a los de la pura emoción.
Los acueductos forman parte de las
construcciones hidráulicas que tienen su punto de arranque en
el pantano. Roma con sus inmensas necesidades de agua por sus múltiples
termas, puentes y jardines, tuvo que preparar abastecimiento de agua
en gran cantidad, construyendo distintos acueductos. Eran obras a veces
subterráneas o pegadas al terreno, pero cuando tenían
que atravesar valles más o menos profundos, surgían los
arcos que sostenían el canal, specus, por donde discurría
las aguas. Los arcos de los acueductos romanos se suceden unos a otros
con la misma abertura de diámetro, aunque tengan diferentes alturas.
Es curioso que una construcción como la de los acueductos, regulada
por accidentes del terreno, donde el arquitecto tiene tan poca libertad
de inspiración, contenga a veces tanta belleza. Acaso nos impresionen
por su significación histórica más que por su forma.
Pero hay mucha belleza geométrica en la sucesión de los
arcos de algunos acueductos romanos. A menudo los acueductos tienen
dos y hasta tres pisos de arcos, y en la proporción de estos
diferentes cuerpos es como se consigue infundir belleza a monumentos
que en su origen eran de carácter puramente utilitarios.
El Acueducto del Acqua Appia era subterráneo,
posteriormente se llamó Via Apia. El primer acueducto
que transportaba agua sobre la superficie fue el Acueducto Aqua
Marcia, construido por el pretor Quintus Marcius. El Acueducto
Claudio también se llamaría Aqua Claudia.
Los de Tarragona y Segovia se cuentan
entre los acueductos de provincias mejor conservados. El primero, debe
ser de la época de Augusto. El segundo, de la de Trajano.
La arquitectura romana ha tenido un
gran tratadista, acaso contemporáneo de Augusto, es Vitrubio,
quien escribió el primer libro de arquitectura que se conoce,
De Arquitectura. Escrito probablemente en el siglo I a.C. fuente
constante de inspiración para los arquitectos de todos los tiempos.
Artículos relacionados:
- Arte romano.
Arquitectura de poder (1ª parte)
Bibliografía
- Andrea, Bernard.: Arte romano, Barcelona, Editorial Gustavo
Gili, 1974.
- Bendala, Manuel.: El arte romano, Biblioteca Básica
de arte, Anaya, Madrid, 1990.
- Martín González, J.J.: Historia del Arte. Editorial
Gredos, Madrid, 1996.
- Robertson, D.S.: Arquitectura griega y romana, Ed. Cátedra.
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- Tarradell, M.: Arte romano en España. Barcelona, Ediciones
Polígrafa, 1969.
- Ward-Perkins, John B.: Arquitectura romana, Aguilar. Col.
Historia Universal de la Arquitectura, Madrid, 1990.
- Wheeler, Mortimer.: El arte y la arquitectura de Roma, Barcelona,
Ediciones Destino, 1995.
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DATOS
DE LA AUTORA:
Remedios García Rodríguez, Profesora
de Educación, Licenciada por la Universidad Complutense de Madrid
(1968), Licenciada en Psicología por la Universidad Pontificia
de Salamanca (1969), Master en Psicología por la UNED de Madrid
(2000). Inspectora de Educación en las Autonomías de Euskadi
y Andalucía desde 1980. Redactora de Homines.com.