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Mirando a Picasso de nuevo
Daniel Pérez
31/10/2011


¿A qué edad me habrán deslumbrado por primera vez las deliciosas figuras que Picasso pintó en su juventud?

Habituado a la admiración del arte griego y romano y de los grandes maestros surgidos entre el Renacimiento y el siglo XIX, con sus personajes y escenas tan maravillosamente realistas y terminadas, los picassos de las épocas rosa y azul me descubrieron un nuevo mundo artístico, donde la belleza y la emoción poética se fusionan con la asombrosa soltura de la realización.

 PICASSO, Pablo, Mujer en camisa, 1905 [Detalle] PICASSO, Pablo, Mujer planchando, 1904 [Detalle]  PICASSO, Pablo, Familia de saltimbanquis con mono (1905) [Detalle]

Sólo en la improvisación jazzística se puede encontrar un fenómeno parecido a la inexpresable seducción de los trazos y manchas aparentemente espontáneos, pero reveladores de una incomparable maestría, que llevan a una maravillosa culminación ese especial encanto que ya se vislumbra en los últimos Rembrandt y Velázquez, en los bocetos de Rubens o en las obras de Tiépolo.

Lejos de atenuar mi admiración, los muchos años y los incontables retornos a esas imágenes sólo consiguieron acrecentarla; tenemos que volver a los tipos humanos y las gráciles estilizaciones de Botticelli o Modigliani para encontrar una sensibilidad comparable en la expresión de la belleza humana, pero Picasso le añade a esa culminación el condimento de la modernidad, la gracia de lo no terminado, que desnuda los procedimientos y las herramientas de la creación, como si la obra se estuviera pintando frente a nuestros ojos.

   

A partir de la universal e incondicional admiración inspirada por ese mundo de encantadores arlequines y melancólicos bebedores, podría decirse que Picasso obtuvo una efectiva patente de corso que legitimó con antelación todas sus aventuras pictóricas, desde el cerebral constructivismo cubista hasta las caricaturizaciones resueltas con líneas y planos de color, pasando por las incontables efusiones y ensayos que dan cuenta de su apego por los garabatos infantiles.

Dicho de otra manera, luego de la cumbre de belleza, arrebatadora poesía y emoción romántica que Picasso alcanzó en su juventud se imponía perdonarle todo lo que vino después; pero si Picasso llegó a ser Picasso fue por haber hecho estas pinturas, cuyo atractivo se intensifica cada día más gracias a la nulidad del arte contemporáneo.