¿A qué
edad me habrán deslumbrado por primera vez las deliciosas figuras
que Picasso pintó en su juventud?
Habituado a la admiración del arte griego y romano y de los grandes
maestros surgidos entre el Renacimiento y el siglo XIX, con sus personajes
y escenas tan maravillosamente realistas y terminadas, los picassos
de las épocas rosa y azul me descubrieron un nuevo mundo artístico,
donde la belleza y la emoción poética se fusionan con
la asombrosa soltura de la realización.
Sólo
en la improvisación jazzística se puede encontrar un fenómeno
parecido a la inexpresable seducción de los trazos y manchas
aparentemente espontáneos, pero reveladores de una incomparable
maestría, que llevan a una maravillosa culminación ese
especial encanto que ya se vislumbra en los últimos Rembrandt
y Velázquez, en los bocetos de Rubens o en las obras de Tiépolo.
Lejos de atenuar mi admiración, los muchos años y los
incontables retornos a esas imágenes sólo consiguieron
acrecentarla; tenemos que volver a los tipos humanos y las gráciles
estilizaciones de Botticelli o Modigliani para encontrar una sensibilidad
comparable en la expresión de la belleza humana, pero Picasso
le añade a esa culminación el condimento de la modernidad,
la gracia de lo no terminado, que desnuda los procedimientos y las herramientas
de la creación, como si la obra se estuviera pintando frente
a nuestros ojos.
A partir de la universal e incondicional
admiración inspirada por ese mundo de encantadores arlequines
y melancólicos bebedores, podría decirse que Picasso obtuvo
una efectiva patente de corso que legitimó con antelación
todas sus aventuras pictóricas, desde el cerebral constructivismo
cubista hasta las caricaturizaciones resueltas con líneas y planos
de color, pasando por las incontables efusiones y ensayos que dan cuenta
de su apego por los garabatos infantiles.
Dicho de otra manera, luego de la cumbre de belleza, arrebatadora poesía
y emoción romántica que Picasso alcanzó en su juventud
se imponía perdonarle todo lo que vino después; pero si
Picasso llegó a ser Picasso fue por haber hecho estas pinturas,
cuyo atractivo se intensifica cada día más gracias a la
nulidad del arte contemporáneo.
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