Robert Allen,
el judío de Minnesota,
se preguntaba en los sesenta:
“cuántos caminos debe recorrer el hombre
antes que le llames hombre”
Ahora digo, nuevamente,
con mi generación tal vez,
más a solas quizás,
algo arrinconados posiblemente
y un poco más, a lo mejor,
en un mundo indiferente
más que diferente.
¿Ganadores
en un viejo statu quo,
destapándole los sesos
a su propia gente?
Nos seguimos haciendo más preguntas
que en todos los tiempos.
Nuestros antepasados interrogaban al cielo,
las estrellas y cometas,
oráculos, papiros, las piedras,
después miraron las manos
y también buscaron un destino.
El hombre sentado a la vera del camino,
el cosmos arriba en lo alto,
el hombre aquí rodando por su propio camino,
es cierto, Bob Dylan, muy cierto,
“cuántas veces se puede girar la cabeza
y decir que no has visto la realidad”.
Dices que la respuesta está flotando,
silbando en el viento.
Tan ingenioso como verdadero,
viejo Bob,
al alcance de un sueño,
una estrella.
Rolando Gabrielli
¿Homero de la contracultura?
Oye Bob,
la cima no es la montaña,
sino las palabras…
Rolando Gabrielli.
Eran las 10 de la noche, la víspera del Premio Nobel de Literatura,
y me había olvidado completamente del tema. Cero reflexión
sobre el posible ganador, el azar para los suecos, acostumbrados a las
sorpresas, era mejor dejar a los académicos actuar libremente
sin ningún tipo de interferencias, aunque éstas fueran
inútiles. Se me pasó la fecha absolutamente en blanco,
pero en la víspera, cuando ya la Academia Sueca debía
haber tomado su decisión que anunciaría en pocas horas,
hablé de poesía y música. Monologaba ante un arquitecto
y le decía que la gente común y corriente, solía
decir: esto no tiene poesía, le hace falta poesía, pon
un poco de poesía. Esa inocente expresión popular, reclamaba
algo trascendente en el lenguaje o en cualquier otra expresión
que se considerara algo sosa, banal, insuficiente. Lo cotidiano, de
lo cual también se hace cargo la poesía, exige pasar a
un nivel más trascendente, a ser expresado de otra manera o dicho
de tal forma que nunca antes se haya pronunciado.
Joan
Baez, quien le rodeó de su fama e impulsó al infinito,
dijo, una vez conoció el veredicto de la Academia, que este
premio lo acerca a la inmortalidad.
Se ha dicho que la poesía es una danza de palabras, lenguaje
en movimiento, una señal que dice más de una sola cosa
y que retrata una atmósfera que el poema logra representar. La
poesía habla de todas las cosas, y también de sí
misma. Puede llegar a ser silencio, voz de oprimidos, refugio de solitarios,
pasaporte de soñadores. La voz de los sin voz, no tiene dueños
y la letra la escribe la dura realidad. Es vida, simplemente.
Mi inconsciente trabajaba con Estocolmo
La noche de la víspera, nunca pensé que mi inconsciente
trabajaba directamente con Estocolmo, y al parecer, sabía algo
que yo no sabía. Mi monólogo se extendió en automático
y dije, en la víspera del Nobel, que la música y la poesía
en su orden cautivaban la psiquis humana, sus sentidos, dos artes que
se prolongan en la mente del hombre. Poesía y música vuelan
la psiquis y, si se juntan, crean una atmósfera difícilmente
superable. La suerte del Nobel ya estaba echada a esas alturas. Bob
Dylan sería el nombre del galardonado. Un músico, por
primera vez en la historia del lauro sueco.
Así funciona la memoria en esta larga historia de la lucidez
de las palabras, como ha dicho el propio Dylan: mi música es
nada, las palabras son la clave. Su mentora, protectora, amante en sus
primeros años, la cantante folk norteamericana, Joan Baez, quien
le rodeó de su fama e impulsó al infinito, dijo, una vez
conoció el veredicto de la Academia, que este premio lo acerca
a la inmortalidad. A decir verdad, este viejo rockero, que ha salido
una y otra vez del rock, para hacer un nuevo rock. Después de
todo, la Academia ha justificado su decisión diciendo más
o menos: ”Bob Dylan es un gran poeta. Tan simple como eso. Es
un gran poeta en la gran tradición de la lengua inglesa, que
va de Milton y William Blake en adelante. Al mismo tiempo, es un autor
que abraza la tradición, y no estoy hablando sólo de la
alta tradición, sino de la más popular. Así, su
repertorio incluye canciones folk de los apalaches, blues sureño
del Delta del Misisipi, hasta llegar a Rimbaud y al modernismo francés.
Y maneja esta herencia de una manera absolutamente original. Nadie ha
hecho lo que él ha hecho”. Un párrafo a la altura
de las más grandes alturas, pero siento que hablamos de otras
cosas que se dicen muy al pasar, sin desconocer el poderoso viento que
ha movido las canciones de Bob Dylan. Rimbaud, Blake, Eliot, para hablar
de la tradición francesa e inglesa, es la poesía sin guitarra,
sin demeritar ninguna nota, y es una literatura anclada en su propio
lenguaje, visión de mundo, cultura, y abre puertas muy distintas
a la sensibilidad humana. La poesía también es cuestión
de época, sin duda. El poema irrumpe con su propio lenguaje donde
no había nada más que sus futuras palabras.
Octavio Paz nos advierte que la poesía inglesa tiende a ser puro
ritmo: danza, canción. La francesa, en cambio, apunta en su libro
El arco y la lira, es discurso, meditación poética. Las
canciones de Dylan, sus letras, son una revelación de la condición
humana, no todo el tiempo, pero suficiente para ser poesía de
acuerdo con Paz, en nuestra interpretación. No importa que con
el tiempo el propio autor no lo asuma, como lo reflejamos en esta nota
en alguna de sus partes. La evolución de la palabra es dinámica
y también del hombre. Esta crónica habla de su tiempo,
pero trasciende la memoria, es también el comienzo de un pasado
y su perspectiva es actual, pero también mira hacia el futuro.
La decisión sueca, al margen de toda duda, ha convertido también
en noticia a la poesía, sumando esa gran legión de amantes
del pop, de la música popular, y ha puesto alas a la palabra.
Veamos este premio además como una fiesta poética, un
homenaje a la poesía como género mayor, una mirada desde
el punto de vista de esta “letal” fórmula: música
y poesía. Este género es para las grandes masas conscientes,
histéricas, psíquicamente estimuladas, delirantes, absolutamente
entregadas. Es como si de pronto aparecieran fuegos artificiales frente
a la bahía y el mar ya no tuviera horizonte.
¿Sólo queda
el aroma del beat?
Surgen preguntas, críticas, afirmaciones sobre quien recoge más
de 50 años de la contracultura en Estados Unidos y el jurado
escandinavo con su veredicto pareciera haber encendido los bosques de
la memoria. ¿Han premiado a uno de los popes de la contracultura
norteamericana? ¿Sólo eso? ¿Este premio es también
para Ginsberg, Kerouac, Ferlinghetti, los beat, el pop, Joan Baez, quien
lo descubrió? Todo premio es arbitrario, pero se fundamenta en
algo, no se puede reconocer a todo el mundo, pocos son los escogidos.
Dylan estaba en el ADN de las sorpresas meritorias y hay quienes señalan
que debió ser un premio compartido, porque hay grandes compositores
en el mundo. Chico Buarque, reclamó el salsero panameño
Rubén Blades, por ejemplo. La lista es más numerosa. ¿Serrat,
Cohen y cuántos más?
El antipoeta chileno, Nicanor Parra, un oráculo vivo, vaticinó
y dijo en 2000, fin de siglo e inicio de otro, que Dylan se merecía
el máximo galardón de las letras por sólo tres
versos: “My father is in the factory and he has no shoes / my
mother is in the alley looking for food / and I’m in the kitchen
with the thumb stone blues” (“Mi padre está en la
fábrica y no tiene zapatos / mi madre está en el callejón
buscando comida / y yo estoy en la cocina, con el blues de los cementerios”).
Con esos tres versos —sostuvo Parra—, Dylan “se hace
acreedor a todo. Por su falta de pretensión artística.
Es realismo real, con la fábrica, el callejón y la cocina,
donde está el niño solo con los thumbs blues”.
Los versos realmente son seis, y algo diferentes en la versión
original de la canción “Tombstone Blues”, publicada
originalmente en 1965.
Mama’s in the fact’ry
She ain’t got no shoes
Daddy’s in the alley
He’s lookin’ for the fuse
I’m in the streets
With the tombstone blues
Indiferente como un misionero
sin fronteras.
La prensa mundial se ha hecho más que eco del anuncio sueco urbi
et orbi; he recogido en esta nota alguna información; las opiniones
son diversas, como siempre, pero hay más consenso que disenso,
aunque ciertos comentarios quieren abrir una brecha entre el músico
y la literatura escrita en libros. En suspenso han quedado algunos escritores
que llevan años esperando el Nobel, sentados en la antesala del
mayor reconocimiento de las letras inventado jamás por nuestra
especie.
En Dylan se refleja el gran telón
de la cultura popular norteamericana y la tradición poética
anglosajona.
Dylan no se inmuta, silencio absoluto,
sabe que la respuesta está en el viento y en esa mudez, un gesto
que repite ante sus espectadores y su tiempo, una y otra vez sin inmutarse.
¿Por qué habría de cambiar esa ceremonia? Lo ha
vuelto a hacer hace unos días en Las Vegas. La Academia puede
esperar, Sartre rechazó el Nobel, después de todo, Solzhenitsyn
esperó cuatro años para recibirlo, Borges se transformó
en la leyenda escandinava, y cuántos otros indispensables se
quedaron a la vera de Estocolmo: Kafka, Joyce y Proust. No hay tanta
dinamita para la cantidad de candidatos existentes, frecuentes, resistentes
y permanentes, prácticamente indoblegables y olvidados en la
fría antesala escandinava.
¿El pope del pop?
En Dylan se refleja el gran telón de la cultura popular norteamericana
y la tradición poética anglosajona, como por allí
se ha dicho, insinuado, y es esta suma, al parecer, lo que los suecos
han tomado en cuenta para premiar a un artista que ya es leyenda, mucho
antes de recibir este importante lauro. El folk, el pop, un diálogo
con su generación en los sesenta y las venideras —a su
manera—, las interrogantes del hombre común y corriente,
un pulso con la atmósfera que subyace y golpea en una sociedad,
todos esos desafíos y transformaciones recogen el sonido, la
voz y, sobre todo, las palabras de Dylan.
Una parte del mundo ha aplaudido sin reservas, otra ha criticado y una
tercera permanece aún atónita, en silencio, como el mismo
Bob Dylan frente a la Academia Sueca y los medios de comunicación.
Algunos estarán asimilando esta receta sueca, música y
poesía, lo mejor del cancionero popular del rock y pop, en definitiva.
Dylan ha arrastrado a sus predios, en su largo pentagrama, ni más
ni menos que a los Beatles. El cuarteto de Liverpool ha bebido de sus
aguas, como otros, toda esa fraseología testimonial, torrencial,
épica, el pulso de una época en pleno movimiento, transformación,
erupción, efervescencia, el universo cotidiano que recrea Bob
Dylan casi con la indiferencia de un misionero sin fronteras. Dylan,
digámoslo también, en honor a la verdad, dejó de
ser ese activista-activo de las grandes causas, sus canciones pasaron
a ser más bien un himno de época, pero Joan Baez continuó
con su compromiso político y se lo reclamó vehementemente
en su momento a su querido Bob. Había entrado de lleno al pop
el nuevo pope de la canción. Y en una de sus escasas entrevistas
ha dicho que lo suyo es la canción y no pretende enviar ningún
mensaje. El New York Times le elogió, tiempo atrás,
diciendo que sus canciones son atemporales, y lo distanció del
pop duro, simple, y le asignó un plus de proporciones colosales:
“Pocos poetas han tenido una influencia tan universal con su trabajo”.
¿Shakespeare, Rimbaud, Dante, Neruda, Whitman?, preguntamos sin
viajar por el deslumbrante e inagotable mundo de la poesía. Dylan
responde a su manera: “No me llamo poeta, porque no me gusta la
palabra. Soy un artista del trapecio”. Hombre siempre en las alturas,
en la fragilidad de las palabras, sigue, al parecer, tomando riesgos.
La poesía es un riesgo en sí misma cuando asume la verdad
de cada uno y de todos los hombres. Dylan ha tocado, al parecer, casi
todas las cuerdas de la cultura musical popular norteamericana, ha bebido
y se ha paseado por la tradición, entrado y salido, y ahora nos
mira con su sombrero alón, ojos azules pequeños intensos,
aferrado a su guitarra eléctrica, ahí, ensimismado frente
a su órgano Hammond, una baqueta sobre la caja de la batería
y arrastrando, pulsando su voz como si no existiera nada ni nadie, y
un mundo acompasado le respondiera en absoluto silencio.
En la oscuridad escucho la llamada de las aves nocturnas, dice Dylan.
“El sueño es como una muerte temprana / Puedes rendirte
o luchar en primera línea”. Quedémonos con este
Dylan, al menos yo.
Saber llegar con el pop
El pop, como todo en la vida, Bob, tiene sus detractores, críticos,
para ser precisos. Tiene su estigma, cuando se afirma que es un producto
envasado, comercial. Y el que pone el dedo en la llaga en este aspecto
es el sociólogo británico Simon Frith, autor de La sociología
del pop. Es implacable, en todo caso, cuando sostiene que es una música,
un producto dirigido desde la industria, para el lucro y absolutamente
conservadora. ¿El mito liberador patina? Insisto en que pareciera
que es un premio de larga duración en el tiempo, historia, y
recorrido que realizan las voces musicales, poetas, por los estados
de la Unión. El más representativo quizás, o quien
estaba en el lugar correcto en el minuto exacto de su tiempo, cosecha
frutos sembrados por muchos y muy personalmente por él. Nada
demerita ese formidable reconocimiento; por el contrario, se acrecienta
al revisar de manera discreta la historia y sus competencias, la juglería
de este bardo trovador moderno. El corrido mexicano es muy sabio y un
arriero lo confirma cuando dice que hay que saber llegar. Es lo que
ha hecho Bob Dylan, ni más ni menos.
Nuestro aliento forma una
nube blanca
Joan Baez dejó una constancia, sigue viva aún, sobre su
relación, su historia y el abandono de Dylan de las causas que
les unieron y transformó sus vidas. Quizás ella más
estructurada, comprometida, siguió el curso de la historia tal
y como la inició. Una canción recoge y retrata esta historia
personal, íntima con el cantautor que ella rescató del
anonimato. Fue una ruptura fea, al parecer; 44 años después,
Dylan reconoció su proceder equivocado. Una llamada telefónica
del enigmático Bob quiso subsanar esa vieja rencilla. Joan Baez
contestó con una canción: “Diamonds and Rust”
(“Diamantes y óxido”). Es lo que habían compartido,
ella lo vio como un diamante sin pulir, le dio brillo. Pero Bob había
desertado del compromiso social. Ella contesta a su llamada, lo trata
de fantasma; tu voz, dice, cae en picada, la misma que escuchó
hace años luz, y le describe con sus ojos más azules que
los huevos de un petirrojo. Los dos sabíamos que los recuerdos
nos podrían traer tanto diamantes como herrumbre, le insiste
Joan, aludiendo al pasado en tiempo presente. Le recuerda, finalmente,
que le quería con todo su corazón, pero si me estás
ofreciendo diamantes y herrumbre, yo ya he pagado mi parte. Las canciones
tienen esa fuerza, una energía especial, tocan las fibras más
sensibles y atraviesan todos los sentidos del espíritu humano.
Joan describe una escena cuando eran pareja, en un hotel frente a un
ventanal, allí en Washington Square: “Nuestro aliento forma
una nube blanca, mezclándose y flotando en el aire”.
Dónde quedó ese joven con ideales que quería cambiar
el mundo, se pregunta Joan Baez. “Si no se lucha contra una cosa
podrida, uno se convierte en parte de ella”, sentenció
la cantautora.
¿Este premio tiene una buena dosis de nostalgia por los viejos
tiempos? A sus 75 años Dylan sigue en la cima, no ha bajado nunca
de su Everest, la Academia quiere agregarle un escalón más
a esa escalera infinita, pero estamos ante otro personaje en una nueva
época y este no es el mismo Bob.
La historia no se ha detenido y ha reforzado más bien sus inequidades,
injusticias, incluyendo a otros sectores, como los inmigrantes, por
ejemplo, forman parte del muro que divide a Estados Unidos de México,
el recrudecimiento del racismo, ¿la historia es un búmeran?,
¿todo pasa y el pasado queda? “La muerte es negra / doblemente
oscura / tiene un cuerpo negro / femenino o masculino / pero negro /
en una época negra / Y a nadie sorprende / que su negra oscuridad
/ sea mortal” (RG).
El aullido de Ginsberg atraviesa los tiempos
Ginsberg, Allen, judío, amigo de Bob, el beatnik que le inspiró,
con Kerouac, Cassady, Burroughs, entre otros, su secuencia histórica
en su momento, aulló literalmente hablando por su generación,
la América profunda, toda una época desorientada. Fue
un grito de horror de su tiempo su magnífico libro Aullido, Ginsberg
siempre abogó por la libertad, los derechos del hombre, aquí
y allá, nunca bajó los brazos, en cada una de las causas
por las cuales abogó. Nadie domesticó a Ginsberg, y así
inició su premonitorio poema en una era que es tanto más
actual que ayer: “Vi las mejores mentes de mi generación
destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose
por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico
pinchazo…”.
La poesía vuelve a su sagrado
origen, la oralidad, la expresión primigenia, un primer acto
natural. El trovador es la voz de todos y con todos canta su himno.
Hoy los tiempos están para más,
un escenario errático, como si fuera un fantasma, se mueve y
agita por el mundo. No se escuchan las canciones sobre la estupidez,
la banalidad, la maldita guerra, el himno sin fin de los inmigrantes,
el caos sobre la tierra baldía, la autodestrucción del
planeta de los simios-humanoides. A veces, pareciera que el amor es
otra cosa, tiene un sonido diferente, una textura no reconocida, una
atmósfera que no logramos aprehender. La volatilidad del tiempo,
la repetición de la nada, el martillo sobre el yunque, sólo
queda un ruido. Monedas, tal vez monedas.
Volver a tocar el mundo
¿Viejo beat? ¿Nuevo pop?
quizás todo es una canción,
una oración rodada en un camino
sin fin ni palabras,
sólo voces viejas,
sólo nuevas voces,
el pop tiene tantas raíces,
escucha, pon atención,
lo que queda es el silencio.
Que alguien destape
una nueva realidad,
volver a tocar el mundo.
R. Gabrielli
Me pregunto si la poesía
Me pregunto si la poesía / es más que un pedazo de
guitarra / un montón de cuerdas baratas / algo con voz propia
/ la razón de ser de la palabra / ¿Puede más
un poeta que un trovador? / La poesía nunca es cortesana
/ ni se mira al espejo para ver la realidad / toca una puerta, dos
o tres / no se rinde al primer no / vuelve sobre sus pasos / si
es posible para volver a comenzar / El poema es esa pequeña
verdad / un comienzo a tientas / un final para volver a empezar
/ Los pájaros pían antes de llover / el agua borrará
el cielo / pero algo nuevo volverá amanecer / detrás
de las palabras / que la lluvia deja al caer. / Nunca nada será
igual / ni la voz, ni la palabra.
Del epilogar
El poema es un acto solitario, pero cuando es cantado, se suman muchas
más voces que lo corean y entonan, repiten sus estribillos, una
y otra vez, la poesía se convierte en un ejercicio de arte popular
y las palabras forman parte de una marea que se desplaza incontenible.
La poesía vuelve a su sagrado origen, la oralidad, la expresión
primigenia, un primer acto natural. El trovador es la voz de todos y
con todos canta su himno. La emoción sigue estando en las palabras,
pero las cuerdas y el sonido las canalizan más allá de
sí mismas. El poema es único si es veraz asimismo y responde
al llamado interno de su lenguaje, al sonido de sus palabras.
¿Signos y sonidos, un solo sentido?
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Para
saber más
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DATOS DEL AUTOR:
Rolando Gabrielli (Santiago de Chile, 1947).
Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció
hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal
Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional,
experto en la industria bananera, encargado de estrategias para los
ocho países de la región miembros de la UPEB, Editor de
la publicación científico-técnica y económica,
con circulación en 56 países, columnista de la revista
alemana D+C (1979-89). Escribe para varios periódicos panameños
como Analista Internacional y trabajó en el programa de la Unión
Europea-PNUD, Tips On Line, mercadeo de oportunidades empresariales
vía Internet. Asesor en estrategias empresariales, editor de
Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing
y desde hace década y media en una reconocida empresa de arquitectura.
Hace 20 años se inició en Internet. Ha publicado dos libros
de Poesìa en Colombia: Entre parèntesis, amor
y Los Poetas de Chile. Tiene varios libros por editar: poesía
y prosa.